Behemoth

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Treinta y seis

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TREINTA Y SEIS

—Por supuesto que nunca le tomé por un ladrón de coches —dijo Malone, removiendo su café—. Pero luego escuché el nombre de aquel hotel.

Alek no respondió, solamente miraba su taza en silencio. La negra superficie de líquido se movía brillante, reflejando las formas danzantes de los títeres de sombras chinescas de la pantalla que tenía tras él.

El reportero les había conducido a un café, muy alejado de las miradas curiosas del personal del hotel. Cada mesa tenía su minúscula máquina de juegos y el lugar estaba oscuro y casi vacío, los pocos clientes estaban todos absortos en sus propios títeres. Pero Alek sentía como si las paredes tuviesen oídos.

Tal vez eran los redondos ojos de la rana mirándole desde el otro lado de la mesa.

—El nombre de mi madre —dijo él en voz baja—. Claro.

Malone asintió.

—He estado buscando todos los indicadores de los hoteles desde entonces e investigando. ¿El Hotel Dora? ¿El Hotel Santa Petra? ¿El Ángel? —soltó una risa sofocada—. Y después oí que unos alemanes que estaban en el Hagia Sophia robaron un taxi. Entonces el nombre de Sofía empezó a sonar en mis oídos.

—Pero ¿cómo supo que debía llamarme príncipe? No soy el único austriaco con una madre llamada Sofía —dijo Alek.

—Eso es lo que yo pensaba hasta que empecé a investigar a aquel tipo, el conde Volger. Él y vuestro padre eran viejos amigos, ¿no es cierto?

Alek asintió con la cabeza, cerrando los ojos. Estaba rendido y aún tenía por delante otro largo día de trabajo, volver a pensar en toda una revolución.

—¡Pero robamos aquel taxi hace ya siete malditos días! —dijo Deryn—. ¿Es que ha estado sentado en aquel vestíbulo todo este tiempo?

—Por supuesto que no —dijo Malone—. Estuve tres días cavilando, luego otros tres para descubrir quién era el conde Volger. Prácticamente acabo de llegar.

Alek hizo una ligera mueca. Solo con que hubiesen ido a recuperar la carta un día antes, tal vez nunca habrían vuelto a ver a aquel hombre.

—Cuando todo encajó, solo era cuestión de volver a encontrarle de nuevo —Malone sonreía de oreja a oreja—. ¡Un príncipe perdido, el muchacho cuya familia desencadenó la Gran Guerra! Es la historia más importante que he cubierto.

—¿Lo matamos ahora? —preguntó Lilit.

Malone la miró con curiosidad; por lo visto no había entendido su alemán. Sacó su cuaderno de notas.

—¿Y usted quién es, señorita?

Lilit le miró con los ojos entornados y Alek respondió a toda prisa:

—Lo siento pero esto no es asunto suyo, señor Malone. No vamos a responder ninguna de sus preguntas.

El hombre alzó su libreta.

—¿De modo que tendré que publicar mi historia con un montón de preguntas sin respuesta? ¿Y tan pronto? ¿Digamos… mañana?

—¿Nos está haciendo chantaje, señor Malone?

—Por supuesto que no. Solo es que no me gustan los cabos sueltos.

Alek sacudió la cabeza y suspiró.

—Escriba lo que le dé la gana. Los alemanes ya saben que estoy aquí en Estambul.

—Interesante —dijo Malone, garabateando en la libreta con su lápiz—. ¿Lo ve? ¡Ya está añadiendo más contexto! Pero lo que es realmente interesante es que el joven Dylan esté con usted. ¡Los otomanos se sorprenderán al saber que uno de los saboteadores del Leviathan escapó!

Por el rabillo del ojo, Alek vio que Dylan apretaba los puños.

Pero Malone ya había vuelto a poner su mirada sobre Lilit.

—Y luego está la cuestión de vuestros nuevos amigos revolucionarios. Eso también puede despertar bastante interés a según quién.

«JUEGO DE SOMBRAS EN EL SHISHA BAR»

—Tengo el cuchillo preparado —dijo Lilit en voz baja en alemán—. Solo dime cuándo.

—Señor Malone —intervino Alek—, tal vez pueda convencerle de que posponga la publicación de su historia.

—¿Cuánto tiempo necesitan? —dijo el hombre con su lápiz aún en posición de escritura.

Alek suspiró. El hecho de dar a Malone una fecha no haría más que revelar más datos acerca de sus planes. Pero debían engañar a aquel hombre con algo. Si los otomanos se enteraban de que un saboteador darwinista estaba trabajando con revolucionarios en el mismísimo Estambul, tal vez empezarían a atar cabos y descubrirían el plan de la doctora Barlow.

Alek miró a Deryn pidiendo ayuda.

—¿No lo ve, señor Malone? —dijo el chico—. Si usted nos delata, entonces la historia se acaba. ¡Pero si solo espera un poquitín, entonces será muchísimo más interesante, se lo prometemos!

Malone se recostó en su asiento, tamborileando sus dedos sobre la mesa.

—Bueno, supongo que les puedo dar más tiempo. Envío mis historias mediante charranes. Tardan cuatro días en cruzar el Atlántico. Y puesto que uso aves, los alemanes no podrán escucharlas mediante su magnífica nueva torre de radiotelégrafos.

—Con cuatro días apenas… —empezó Alek, pero Deryn le sujetó el brazo.

—Perdone, señor Malone —dijo Deryn.

—¿De qué torre de radiotelégrafos está usted hablando?

—La grande, la que están acabando —Malone se encogió ligeramente de hombros—. Se supone que tiene que ser un secreto, pero la mitad de los alemanes en esta ciudad están trabajando en ella. Dicen que tiene su propia central eléctrica.

Deryn abrió mucho los ojos.

—¿Esta torre está en alguna parte con una línea de ferrocarril cerca?

—He oído que está en alguna parte en los acantilados, por donde las viejas vías siguen la línea del agua —Malone entornó los ojos—. ¿Qué tiene esto de interesante?

—¡Arañas chaladas! —murmuró Deryn—. Debería haberme dado cuenta la primera noche que estuve aquí.

Alek se quedó mirando al chico, recordando la historia que le contó sobre la noche de su llegada. Durante un breve recorrido, Deryn montó en secreto en el Orient Express, el medio de transporte que los alemanes estaban utilizando para sacar componentes a escondidas de la ciudad…, componentes eléctricos.

Finalmente las piezas encajaban.

—¿Con su propia central eléctrica? —preguntó Alek.

Eddie Malone asintió, mirando alternativamente a uno y a otro.

Alek sintió como si un dedo helado se deslizase por su columna vertebral. Una simple torre de transmisión no necesitaba tanta potencia. El Leviathan estaba volando directamente hacia el desastre.

—¿Puede darnos un mes? —preguntó a Malone.

—¿Todo un mes? —el reportero soltó un bufido—. Mis editores me enviarán a casa en una bolsa de la compra. Tenéis que darme algo sobre lo que escribir.

Deryn se enderezó en su asiento.

—Muy bien entonces, tengo una historia para usted. Y cuanto antes la publique, mejor. Aquella torre de radiotelégrafos…

—¡Espera! —dijo Alek—. Yo tengo algo mejor. ¿Qué me dice de una entrevista con el príncipe perdido de Hohenberg? Le contaré todo sobre la noche que abandoné mi casa, cómo escapé de Austria y me dirigí a los Alpes. Quién pienso que mató a mis padres y por qué. ¿Le parece que eso le mantendrá suficientemente ocupado, señor Malone?

El lápiz del hombre estaba garabateado y su cabeza asentía furiosamente. Deryn se quedó mirando a Alek con la sorpresa reflejada en sus ojos.

—Pero con una condición: No puede mencionar a ninguno de mis amigos —dijo Alek—. Únicamente deberá decir que estoy oculto en las montañas en alguna parte, solo.

El hombre hizo una pausa y se encogió de hombros.

—Lo que quiera, mientras también pueda hacerle algunas fotografías.

Alek se estremeció… Por supuesto el periódico de Malone era del tipo de prensa que publicaba fotografías. ¡Qué extremadamente vulgar!

Pero no pudo hacer otra cosa que asentir.

—Señor Malone —dijo Deryn—, aún hay otra cosa…

—Esta noche no —dijo Alek—. Lo siento pero todos nosotros estamos bastante cansados, señor Malone. Estoy seguro de que lo comprende.

—Ustedes no son los únicos —el reportero se levantó, estirando los brazos—. He estado en el vestíbulo toda la noche. ¿Nos encontramos mañana en el café de siempre?

Alek asintió y Malone recogió sus cosas y se marchó, sin siquiera ofrecerse a pagar su café.

—Todo esto es por mi culpa —dijo Lilit cuando el hombre se hubo marchado—. Lo vi cuando te seguí aquel día. Debería haberle reconocido cuando subí.

Alek negó con la cabeza.

—No. Yo soy el único suficientemente idiota como para implicar a un reportero en mis asuntos.

—No importa de quién sea la culpa, deberíamos haberle contado lo del… —empezó a decir Deryn. Entonces dudó, mirando a Lilit.

Ella agitó una mano desdeñosamente.

—El comité ya sabe todo lo de esta torre. Hemos estado observando cómo los alemanes la han estado construyendo durante meses, preguntándonos lo que podría ser, hasta que Alek vino y nos lo explicó todo.

—¿Eso hice? —preguntó Alek, y luego recordó su primer día en el almacén.

Nene no había creído ni una palabra de lo que había dicho… hasta que mencionó el cañón Tesla. Entonces la anciana se mostró bastante interesada, haciéndole un sinfín de preguntas: cómo se llamaba, cómo funcionaba y, si podía usarse contra los caminantes.

—Pero yo pensé que estábamos hablando del Goeben.

—¿Por qué no me contasteis que el sultán tenía otro cañón Tesla?

—Eso apenas importa, porque dijiste que no podía afectar a nuestros caminantes —la muchacha frunció el ceño mirando a Deryn—. Pero sí que puede derribar aeronaves, ¿verdad?

Esta carraspeó, pero solo se encogió de hombros.

—Y ambos os habéis puesto pálidos solo con pensar en ello —dijo Lilit.

—Sí, bueno, ya sabe —dijo Deryn—. Estos artefactos suponen riesgos profesionales, cuando eres un aviador.

Lilit se cruzó de brazos.

—¡Y tú ibas a contarle a aquel reportero qué era en realidad aquella «torre de radiotelégrafo», para avisar a tus amigos darwinistas! —y se volvió hacia Alek—. ¡Y tú estás dispuesto a airear los secretos de tu familia solo para alejar a Dylan de los periódicos! Hay algo que los dos no me estáis contando.

Alek suspiró. Lilit podía ser fastidiosamente perspicaz a veces.

—¿Debo pedirle a mi abuela que me ayude a averiguarlo? Ella es muy buena resolviendo acertijos.

Alek se volvió a Deryn.

—Deberíamos contárselo todo.

Deryn levantó los brazos en señal de rendición.

—De acuerdo, pero es que ya no vale la pena. ¡Tenemos que detener todo el plan! Lo único que tienes que hacer es contarle a Malone lo del cañón Tesla. Cuando todo esto esté en los periódicos, el almirantazgo sabrá que el plan es demasiado peligroso.

—No podemos —dijo Alek—. ¡La revolución fracasará sin la ayuda del Leviathan!

—¿No ves que jamás lo conseguirán? Si aquel cañón tiene su propia central eléctrica, tiene que ser rematadamente enorme.

Alek abrió la boca, pero no pudo encontrar las palabras para discutir. Ahora ya no había forma de hacer volar una aeronave sobre Estambul, no con un cañón Tesla gigante dominando toda la ciudad.

Lilit soltó un suspiro de exasperación:

—Bueno, puesto que ninguno de vosotros, chicos, se toma la molestia de explicarse, permitidme.

Alzó una mano, enumerando los puntos con sus dedos.

—Uno, el Leviathan claramente está de regreso a Estambul, o si no os daría igual este cañón Tesla. Dos, cualquier cosa, lo que sea, puede ayudar a la revolución, como Alek dijo. Y tres, todo esto tiene que ver con tu misión secreta.

Ella dudó un momento, mirando a Dylan.

—Tus hombres fueron capturados cerca de las redes antikraken, ¿cierto?

Alek abrió la boca de nuevo, con la intención de interrumpirla antes de que la muchacha averiguase la verdad. Pero Lilit le hizo guardar silencio con un gesto de la mano.

—Todo el mundo cree que tu misión fracasó, pero no saben que a ti no te capturaron —los ojos de la muchacha mostraron su sorpresa—. ¡Planeáis traer al kraken por el estrecho!

Deryn tenía un aspecto miserable, pero solamente asentía.

—En realidad no es un kraken, pero sí algo parecido. Y también era un buen plan. ¡Pero ahora todo se ha ido al garete! Tenemos que contarle a Malone lo del cañón, o advertir al almirantazgo de alguna otra forma.

—¡Pero si esto es perfecto! —dijo Lilit.

—¿Perfecto en qué sentido, exactamente? —exclamó Deryn—. ¡Este cañón es una trampa mortal y el Leviathan se dirige directamente hacia él! ¡Es mi nave de lo que estamos hablando!

—También estamos hablando de la liberación de mi pueblo —dijo Lilit susurrando con sus ojos fijos en los suyos—. Juro que el comité tratará este problema.

—Pero mi misión debía ser alto secreto —hizo un gesto negativo con la cabeza—. ¡No puedo ir y soltárselo a un montón de estúpidos anarquistas!

—Entonces no se lo contaremos a nadie más —dijo Lilit—. Solo lo sabremos nosotros tres.

Alek frunció el ceño.

—Los tres no podemos destruir un cañón Tesla.

—¡No, no podemos! Pero… —Lilit alzó una mano y cerró fuertemente los ojos un momento—. Mi padre planea liderar él mismo el asalto al Goeben, con cuatro caminantes. Pero si el Leviathan y su monstruo marino pueden ocuparse de los acorazados, contaremos con estos caminantes de repuesto. De modo que la noche de la revolución se lo explicaremos todo a mi padre y luego nos dirigiremos a los acantilados y derribaremos ese cañón Tesla.

—Alguien puede descubrirlo —dijo Deryn.

—¿Y si solo utilizamos pilotos en los que confiamos? —preguntó Alek—. El caminante de Lilit, el mío, el de Klopp y el de Zaven. Nadie más tiene por qué saber qué está sucediendo.

Lilit se encogió de hombros.

—Nadie más se ha presentado voluntario para luchar contra el Goeben, después de todo.

Deryn se los quedó mirando a ambos con una mirada de terror en sus ojos.

—Pero… ¿y si fracasamos? —murmuró—. Arderán todos.

Lilit alargó la mano sobre la mesa y cogió su mano entre las suyas.

—No fallaremos —respondió ella—. Nuestra revolución depende de vuestra nave.

Deryn se quedó mirando las manos de Lilit un momento y después miró con impotencia a Alek.

—Es la única forma de que ellos pueden ganar —dijo Alek simplemente—. Y la única forma para que puedas completar tu misión. Tus hombres se sacrificaron por esto, ¿verdad?

—Oh, no podías callarte —dijo la muchacha con un quejido, recuperando sus manos de la sujeción de Lilit—. Sí, vale, entonces. ¡Pero será mejor que vosotros, malditos anarquistas, no os hagáis un lío con todo esto!

—No lo haremos —dijo Lilit, sonriendo a Deryn—. ¡Has salvado de nuevo la revolución!

Deryn puso los ojos en blanco:

—No es necesario que nos pongamos mojigatos, chica.

Alek sonrió. Realmente era una pareja muy divertida.

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