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60 – HISTORIAS DE OTROS TIEMPOS Y DE OTROS LUGARES

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—¡De ninguna manera, Francis, de ninguna manera! —exclamó Silvia con gran vehemencia—. Todo lo contrario. HRM los busca de manera activa, pero no para hacerlos desaparecer, no… bueno, sí, desaparecen de su ciudad, de su puesto, para los que quedan allí efectivamente desaparecen… ¡pero lo que hace en realidad HRM con ellos es reclutarlos! Reciclarlos, sí, pero en el mejor sentido de la palabra. ¡Para los puestos directivos! —Silvia hizo una pausa para que el mensaje calase en la embotada mente de Francis—. Si lo piensas, es lógico. ¿De dónde iba a sacar HRM a sus directivos, a los mejores, a los más preparados? Los inconformistas son siempre el primer caladero de directivos, los que piensan más allá de las instrucciones y las normas, los que se rebelan contra ellas. Ellos son quienes con el tiempo dirigirán HRM… Lamentamos profundamente no haber detectado a tiempo a Tomei Belaskes, pero, por otra parte, gracias a su viaje desesperado al Paleolítico BEGIN existe y HRM existirá… son curiosas las paradojas temporales. Por muy acostumbrado que esté uno a ellas, no dejan de inquietar.

—¿Y los directores de HRM? ¿Quiénes son, Silvia? —Francis estaba dispuesto a apurar el cáliz de hiel hasta el final.

—En HRM, como antes en BEGIN, la máxima es la búsqueda del talento, Francis. Tú lo inventaste. No hay nepotismo, no hay preferencias basadas en sexo, raza o lugar de nacimiento. Se promociona a los mejores para los puestos donde son más necesarios.

—Silvia… ¿tú conoces a los directores de HRM? No a los de tu división o lo que sea. A los directores. A los de verdad —Francis miró, suplicante a Silvia. Deseaba escuchar una respuesta, aunque estaba casi seguro de que sería otra la de Silvia, como así fue.

—No, Francis, no los conozco. Nadie los conoce. Pero es necesario que sea así. Deben estar en el anonimato, salvo para un reducidísimo grupo de colaboradores, para así garantizar el buen funcionamiento de la compañía.

—Entonces no los conoces, ¿no?

—No, ya te lo he dicho —Silvia no sabía a dónde quería ir a parar Francis.

—Claro, es lógico —repuso Francis con desesperación infinita—. Envían a alguien como tú para representar el papel más importante posible para la propia supervivencia de HRM, del mundo, de la Humanidad… y no les conoces. Completamente lógico…

—No debes extrañarte, Francis —respondió Silvia, segura de sí misma—, es parte del funcionamiento normal de HRM dentro de 250 años, no lo olvides. No era necesario que yo los conociera para que hiciera mi trabajo. Lo he hecho hasta ahora y lo seguiré haciendo. Tenlo por seguro.

—Pero tú no los conoces…

—Te digo que conocerlos no es necesario para hacer mi trabajo. Ellos sólo deben velar por que todo funcione bien y la Humanidad pueda seguir con su vida…

—Sí, pero, ¿qué clase de vida es esa? —Francis gritó de nuevo con sus últimas fuerzas—. Sin libre albedrío, con el futuro de cada cual marcado por un sistema inaprensible, parecen cerdos en su pocilga, sin saber que tarde o temprano les llegará su San Martín. Alguien toma las decisiones por ellos. Todas ellas. Pero… ¿quién vigila al vigilante? ¿Quién controla al controlador, Silvia? ¡Tantos años de civilización para acabar como cerdos esperando su San Martín!

—No hay otro remedio, Francis. Es eso o morir, desaparecer como especie. Hay que proteger a la Humanidad de sí misma. No hay alternativa.

—Al final H. G. Wells tenía razón, los

eloi y los

morlocks existen —Francis, que estaba al límite de su resistencia, mantenía la cabeza lúcida como para evocar las dos razas humanas de la novela «La máquina del tiempo», de H. G. Wells—. Están en el siglo XXIV, a la vuelta de la esquina. Los

morlocks son los directivos, la clase dominante, que se alimentan despiadadamente del trabajo de los pobres

eloi, que no saben cuál es su destino final… ¡Al menos espero que vuestros

morlocks no se coman físicamente a vuestros

eloi…!

—¡Por favor, Francis, desvarías! No hay nada de eso en el mundo de HRM —Silvia dijo esto con fiereza. La comparación de Francis con el tenebroso mundo de Wells le había tocado la fibra sensible—. No hay allí

eloi ni

morlocks, ni los habrá, porque los hijos de los directivos son como los demás, exactamente como el resto de la Humanidad. No tienen ningún privilegio, viven como todos y sólo si destacan serán directivos a su vez. La búsqueda del talento, Francis, eso es lo único importante. Tú nos lo enseñaste —su voz se había ido dulcificando conforme hablaba.

Francis hizo un gesto de dolor. De impotencia, de rabia, de decepción. Silvia se acercó lentamente al dispensador de morfina. Puso un dedo sobre el botón pero, antes de pulsarlo, miró de nuevo a Francis y se despidió de él.

—Ahora debes dormir, Francis. Duerme tranquilo. Disfruta de tus últimas horas de vida pensando que gracias a ti, sólo a ti, la especie humana tiene un futuro por delante. Eres un héroe, el héroe máximo y definitivo, Francis. Todos te idolatramos. Tú creaste BEGIN, tú creaste HRM, tú creaste la oportunidad para que siguiéramos vivos. Ahora, en mi siglo, científicos e ingenieros de HRM están trabajando en la posibilidad de realizar viajes interestelares y poder colonizar otros planetas… Einstein y su Relatividad Especial no lo permiten, pero hay científicos del siglo XXIV que piensan que sí es posible viajar más rápido que la luz… al fin y al cabo, tampoco se podía viajar en el tiempo y resulta que sí es posible… ¿por qué no? Y todo gracias a ti. Sólo a ti.

Francis no contestó. Estaba sumido en una desesperación que anulaba el dolor. Silvia pulsó por fin el botón y la morfina comenzó a entrar en las venas de Francis. Luego se aproximó a él y le dio dos dulces besos a la manera española, mientras le daba su despedida final:

—Duerme, Javier. Disfruta de tus últimos momentos. Puedes irte en paz. Eres el héroe de la Humanidad del futuro. Puedes estar orgulloso. Gracias a ti hay un futuro. La Humanidad entera te está eternamente agradecida, Francisco Javier López Berrio, alias Francis Pendelton Barrash. Gracias por haber existido.

Silvia dio un nuevo beso a Javier, esta vez en la frente febril, se volvió y fue hacia la puerta. Cuando la abrió casi es atropellada por seis u ocho médicos y enfermeros que se precipitaron sobre el moribundo para intentar reanimar una vez más un cuerpo que estaba ya al límite.

Mientras la morfina hacía su efecto, curiosamente en la conciencia de un Javier que no se daba cuenta de la actividad frenética que se desarrollaba a su alrededor resonaba el estribillo de una canción de Joan Manuel Serrat que recordaba de su infancia:

«

Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio…».

Eso era lo que le consternaba. Lo que le ponía furioso. Que no tuviera remedio.

El último pensamiento de Javier antes de perder la conciencia no es de orgullo, ni de desesperación, ni de abatimiento, ni de impotencia. No.

Es de rabia.

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