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61 – LIBERACIÓN

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7 de diciembre, 2043 – 20 de mayo, 2017 – 15 de septiembre, 2015

Francis Barrash fue despertando lentamente de la pequeña muerte inducida por la morfina. Cada vez le costaba más despertar, cada vez sentía más dolor, cada vez estaba más agotado. Silvia tenía razón, poco importaba ya que conociera su secreto; cada vez más débil, estaba ya muy cerca de la muerte. El SADNAT estaba acabando su trabajo, el que llevaba haciendo silenciosamente tantos años. Poco le quedaba ya.

Sin embargo, quizás Silvia no había evaluado bien su carácter, su carácter indómito que le había llevado a emprender su cruzada particular durante casi toda su vida, una cruzada para crear un mundo más justo y más libre en todos los sentidos. Ahora, según volvía el dolor al desaparecer los efectos de la morfina que le había administrado la propia Silvia… o como se llamara ella en realidad, también iba aumentando su rabia. La misma furia que había sido su último sentimiento antes de caer en la inconsciencia.

Dejando a un lado los dolorosos mensajes que le enviaba cada parte de su cuerpo, Francis piensa. Piensa furiosamente, como lo hacía siempre que tenía un problema que estudiar, espoleado por la rabia que sentía. Y este problema era especialmente importante. ¿Tanto había fracasado? Había intentado evitar que HRM, el «poli malo», llegara a existir creando su antítesis, el «poli bueno»… BEGIN, sólo para descubrir que, al final, sólo hay un poli, un único poli. Y resultó ser «el malo».

Toda su vida peleando para conseguir las condiciones más justas para todos, hasta lograr que BEGIN fuera el paradigma de la honradez y la justicia… ¿para qué? ¿De verdad él había ayudado a crear HRM? Peor aún: ¿ha sido él quien ha creado el germen de esa monstruosidad que es… que será HRM? ¿La misma compañía que ha puesto los cimientos para restringir la libertad individual de las personas hasta el punto de que una selecta y desconocida minoría toma

todas las decisiones por el resto de la Humanidad, la gran mayoría de seres humanos que sólo son empleados como fuerza laboral?

No vomitó, porque su estómago estaba vacío, pero tuvo arcadas. ¿Cuánto tiempo faltaría para que la élite gobernante comenzara a perpetuarse y no a elegir a los más preparados, a los más brillantes, a los que no se conforman con su destino, como afirmó Silvia, sino a sus hijos o parientes? Es más, si Silvia no conocía a esa élite gobernante, como aseguró hacía unas horas, ¿cómo podía estar segura de que esto no era ya así?

Gana el egoísmo, ¿no es cierto? Es inevitable. Está en al ADN, eso afirmó Silvia, incluso daba datos concretos… La cooperación, el altruismo entre iguales sólo puede entenderse como un medio para conseguir el fin último: la transmisión de los genes propios en detrimento de los genes de los demás. ¿Cierto? Entonces, ¿qué cosa más lógica por parte de los dirigentes de cualquier empresa humana que asegurarse de que los que heredarán el control cuando falten serán sus descendientes, los genes de sus genes, y no los más preparados? Está en la esencia animal, en el gen. ¿Cuánto tiempo faltaría para que la Humanidad se dividiera en dos castas: los brahmanes y los parias? Unos detentan todo el poder y lo perpetúan de padres a hijos, mientras los otros sólo pueden servir a la casta gobernante, sin derechos, sin ninguna posibilidad de dejar de ser parias, prácticamente en esclavitud.

En Roma, recordó, durante los siglos que duró la República se elegían anualmente dos cónsules, para que uno fuera el contrapeso del otro y garantizar que nadie tenía el poder completo ni durante mucho tiempo, y que así no pudieran enriquecerse en exceso con el ejercicio del poder, sino sólo un poco. Durante algunos cientos de años el sistema funcionó, con sus problemas, pero funcionó razonablemente bien. Pero según Roma fue creciendo, según se fue convirtiendo en la potencia hegemónica de su tiempo, cada vez hubo más intentos por parte de «gente bienintencionada» de erradicar el doble consulado, el

cursus honorum y todo lo demás que distinguía la

Res Publica romana, hasta convertir la democracia en un imperio, con reinados vitalicios y hereditarios. Fue el bienintencionado Cayo Julio César quien finalmente lo logró. Haciendo el paralelismo, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que el director de HRM, fuera quien fuese, se asegurara de que su sucesor en el cargo fuera su hijo? No mucho, se temía Javier.

Acabaría siendo algo muy parecido al futuro apocalíptico descrito por H. G. Wells en «La máquina del tiempo», ese futuro que tanto perturbó a Silvia: dos razas humanas antagónicas. Una de ellas, una raza de depredadores, de despiadados directivos con control absoluto sobre todos los recursos del planeta, los «

morlocks». La otra raza, los «

eloi», una raza de esclavos, de carne de cañón, un recurso más para los «

morlocks», una raza que estos mantienen en una sana ignorancia y apariencia de felicidad para que no puedan rebelarse contra su triste destino: convertirse en parte del menú, figurado o no, de los «

morlocks».

Entró una enfermera, que controló el suero y le inyectó algo en él, un antibiótico o un antiinflamatorio o cualquier otro inútil medicamento, y a continuación le tomó la temperatura antes de salir de la habitación, meneando la cabeza. La ignoró.

Cuanto más se concentraba, más lejos quedaba el dolor, que ahora era como un sordo rumor de fondo. Ahora era él quien se rebelaba. Toda su vida luchando para que cada ser humano viviera lo mejor posible y fuera recompensado en base a su valía y su aportación a la sociedad… ¡para esto! Desde su juventud de voluntario en «Save the Brave World» siempre luchó contra la injusticia y la impunidad de los poderosos, y resulta que sus acciones habían finalmente perpetrado la situación más injusta que pudiera imaginar. Sintió una cólera exigente, demoledora, imparable, que subía de intensidad cuanto más pensaba en las consecuencias de sus actos. Sus actos habían sido bienintencionados, como los de Julio César, pero sus efectos a largo plazo serían terribles, justo lo contrario de lo que esperaba.

Un plan iba formándose en su mente. Él, el experto en planes, aún tendría que hacer otro plan. Uno más, el último. El más importante de todos. Los detalles iban encajando como piezas de un puzzle. Por fin supo lo que tenía que hacer.

Ya había pasado completamente el efecto de la morfina que le administró Silvia. Dolía, pero no podía permitirse más morfina, ahora el dolor era su aliado, necesitaba el dolor para mantenerse consciente. Tomó aire y comenzó a actuar. Se quitó la vía intravenosa, el oxígeno, las sondas. Se desenchufó del monitor, y si sonaba una alarma en algún sitio, peor para ella. Se levantó de la cama con infinito esfuerzo y a duras penas se acercó a la puerta de la habitación, que cerró con llave. Siendo como era plena madrugada, el turno de noche era siempre menos numeroso que el diurno, y no reaccionaron a tiempo. La puerta estaba cerrada, ya no tenían acceso a él. Podía seguir con su plan, el último plan. Fue caminando despacio hasta su despacho, a sólo unos metros de distancia. Oía golpear frenéticamente en la puerta, y gritos. Médicos y enfermeros intentando salvarle la vida… ¡Qué ilusos! Los ignoró.

Abrió la caja fuerte y extrajo un maletín más bien grande. El TaqEn estaba dentro. Lo sacó del maletín, lo desbloqueó y lo programó para saltar a su casa de Logroño, una vez más. Llevaba diez años sin tocarlo, pero sus dedos encontraron los botones por su cuenta, sus dedos recordaban más que su mente cómo programar el aparato. Ese piso de Logroño, el piso de sus padres, era el último refugio del guerrero. Nadie sabía de su existencia, pues nunca lo mencionó a nadie, ni siquiera a Silvia en su confesión del día anterior. Era su

piso franco, que le había servido muy bien al principio, pero que últimamente sólo usaba en caso de extrema necesidad. O sea, nunca hasta ahora, pero hoy era el caso. Más gritos en la puerta de la habitación, más golpes. Los oía cada vez más lejanos. Se concentró en lo que tenía que hacer. Se hacía un lío con las fechas, aturdido como estaba por el dolor y la debilidad, pero hizo un esfuerzo para recordar y finalmente seleccionó la fecha: 20 de mayo de 2017, a las doce de la noche. Se le erizó el pelo. Saltó. Dejó de escuchar los golpes y los gritos de enfermeros enloquecidos que deseaban conectarle de nuevo a inútiles aparatos que ya no necesitaba.

En Logroño, en el familiar salón de su casa de la infancia, se acercó a la nevera, donde guardaba el explosivo que le sobró del trabajito del Phoenix Traders City Bank en enero de 1983, así como los detonadores y el disparador por control remoto. Nadie más que él sabía que ese material estaba allí, y ésa era su mejor salvaguarda. No era mucha cantidad, media docena de pequeños bloques rectangulares, pero era un explosivo plástico muy potente. Descansó un poco y bebió agua, pero no podía entretenerse mucho, pues sabía que le quedaba poco tiempo.

Programó ahora de nuevo el TaqEn para viajar al 15 de septiembre de 2015 por la noche, a las tres de la madrugada, es decir, la noche del 14 al 15 de septiembre. Esta vez no tuvo problemas en recordar la fecha, la tenía indeleblemente grabada en su mente. El lugar: el Valle del río Leza, unos quinientos metros río abajo de la situación del campamento de una excavación que en esa fecha aún no había descubierto «el Louvre del Arte Paleolítico». Todavía faltaba un año para que él mismo descubriera la Cueva de Leza, con sus pinturas rayanas en la perfección, su primorosa venus paleolítica… y algo más. A ese mismo lugar exacto había viajado ya hacía milenios, cuando se hizo con los explosivos, así que las coordenadas estaban convenientemente almacenadas en el TaqEn.

Se despojó de la poca vestimenta que llevaba, un mero camisón de hospital, hasta quedar completamente desnudo. No quería llevar consigo ningún objeto anacrónico, ni siquiera ropa, que pudiera hacer sospechar a nadie de su procedencia real. Únicamente tomó una vieja linterna intemporal y los explosivos con sus detonadores, todo ello metido en una vulgar bolsa de tela que había usado su madre hacía eones. Nada más. Su último viaje lo haría ligero de equipaje. Subió trabajosamente encima del TaqEn, como había hecho tantas veces en el pasado, y pulsó la tecla de ejecución, con su tan bien asignada etiqueta de la admiración. Tras los diez segundos de espera habituales se produjo el salto. Si se le erizó el cabello, esta vez no lo notó.

Es noche cerrada, apenas se distingue nada. Lo primero que le llega es el olor. Olor a tomillo, a espliego, a agua fresca corriendo, a campo, a naturaleza. Ah, qué bien huele. No se acordaba del olor a campo. En su juventud había pasado muchos meses en el campo, incluso en esa misma excavación, en ese mismo valle, y nunca se había percatado del maravilloso olor del campo, pero su cerebro, su cerebro reptil sí que lo tenía registrado y nada más llegar lo reconoció de inmediato.

En el campamento de la excavación, medio kilómetro más o menos cauce arriba, una copia anterior de sí mismo, una copia mucho más joven cuyo nombre no es Francis Barrash, sino Javier López Berrio, está durmiendo como un tronco. El día había sido duro, pues la campaña tocaba a su fin y había que prepararlo todo, cerrarlo todo, guardarlo todo de cara al invierno, bastante inclemente en la zona.

Se obliga a olvidarse del olor y también de la nostalgia, y se apresura… dentro de lo que puede. Duele. Todo él se duele, cada vez más, y más aún con el esfuerzo. Con la ayuda de la breve luz de la linterna consigue colocar un par de bloques de explosivo, con su detonador, debajo de una gran roca que sobresalía en una de las paredes del cañón. Pone otro bloque veinte metros más cerca, en una grieta de la pared, y otros dos un poco más abajo, en otra pequeña hendidura, teniendo buen cuidado de ponerles sus detonadores correspondientes. Por fin, jadeando y entre lágrimas provocadas por el dolor lacerante, su aliado, su amigo, coloca el último bloque bajo otra roca más pequeña.

Una vez puesto todo el explosivo en su sitio se deja caer al suelo, casi desmayado. Justo a tiempo, porque en ese momento se escucha un trueno lejano. Con sus últimas fuerzas bloquea el TaqEn y se obliga a llevarlo justo al lado del último cartucho de explosivo, debajo de la gigantesca roca. Ahora es otra vez un paralelepípedo negro de titanio, tungsteno y grafeno, sin marca alguna e imposible de abrir si no se aprietan sus cinco sensores situados en la posición tau-5-k de los dedos de la mano derecha de un adulto de tamaño normal, como diligentemente rezaba el propio manual del artefacto.

Espera que situarlo justo debajo del gran peñasco fuera suficiente. Por muy duro que fuera el TaqEn no podrá resistir la caída de decenas de toneladas de roca encima de él. Y, en cualquier caso, quedará profundamente enterrado bajo esas mismas toneladas de piedra, lodo y agua. Nadie debería encontrarlo nunca. Ni a «ese» TaqEn, ni a su copia primigenia, almacenada río arriba desde hacía 20000 años, en medio de una sala llena de pinturas paleolíticas.

Llega la tormenta. La

Tormenta del Siglo, la bautizaron los medios, siempre ávidos de un titular impactante. La gran tormenta que inundó buena parte del valle, arruinó el campamento y terminó con la campaña del año 2015 y con lo poco que quedaba de su relación con Inma.

Inma… ¡qué bella es! Cuánto le gustaría volver a verla… pero no puede ser. Quién sabe qué jugarretas podría desencadenar el espaciotiempo para proteger su sagrado Principio de Causalidad… Una cosa lleva a otra. Evoca a Marion, su apasionada Marion, a la que había tenido que dejar plantada de una forma grosera que nunca se perdonó, y evoca también a Kevin, a su hijo Kevin nacido cuatro años antes que él, a su colaborador más estrecho, a su alter ego en el diseño de la estrategia de BEGIN… tan cerca y tan lejos. Kevin nunca supo quién era de verdad su padre. Ya nunca lo sabría… ¿Qué sería ahora de él?, se preguntó amargamente. Solloza de pena, de rabia, de dolor… de dolor de varias clases, a cuál más lacerante.

Piensa por un momento en el maldito Principio de Causalidad. Lo que va a hacer va a alterar irremediablemente el futuro. Lo va a volver del revés como un calcetín. ¿Pasará algo que lo impida? ¿Le fulminará un rayo, sufrirá quizás un ataque al corazón antes de culminar su plan? No lo sabe, pero poco puede hacer al respecto.

Más truenos en las montañas, más cercanos. Se obliga a centrarse en el presente. Queda trabajo que hacer. Comienza a llover. Grandes gotas remojan el suelo reseco por tres meses de verano y de sequía. Introduce la batería en el disparador inalámbrico. Ahora sí está todo listo. Llueve más. El dolor le ciega, está al borde del desmayo, pero aún debe hacer algo. Espera. Recuerda cómo José Luis Usúrbil, el campechano arqueólogo de Basauri que siempre tenía un chiste de bilbaínos a mano, se marchó entonces del campamento ladera arriba, pues aseguraba que esa tormenta tan grande podía provocar una riada peligrosa en el cañón, y recuerda también cómo Julio Pérez de Ávila, el director de la excavación, se rió de él llamándole gallina asustadiza y diciéndole que tenía miedo de las tormentas como las abuelitas. ¡Cooc, cooc, cooc!, graznaba, moviendo ridículamente los brazos imitando el torpe aleteo de las gallinas. Los demás se quedaron, en parte porque no querían ser tildados de cobardes, pero la situación llegó a ser muy delicada. Sólo la parte más alta de la plataforma en la que se encontraban se libró de ser arrasada por las aguas; si la crecida hubiera sido de tan solo un metro más, no lo habrían contado. Tuvieron suerte, pero el campamento quedó arrasado, y la campaña, terminada de forma sumaria.

Vuelve a la realidad. Sigue lloviendo, cada vez más. Su piel desnuda está chorreando agua y está temblando de frío, pero él ni lo siente. Ya casi no siente nada, sólo un difuso dolor que cada vez es más lejano. Llueve mucho más, torrencialmente. Ahora empieza a subir el nivel del río. Ha llegado el momento. Lanza la linterna al cauce del río, ya no la necesita, y, arropado por la oscuridad, espera al próximo trueno. No puede tardar mucho.

Cuando el agua le llega casi por las rodillas restalla un relámpago cegador, seguido al cabo de un segundo de su correspondiente trueno, un trueno colosal, ensordecedor, sobrecogedor. Es en ese momento cuando, con sus últimas fuerzas, aprieta el disparador. El estruendo de la explosión queda sofocado por el del trueno horrísono, que retumba de montaña en montaña. Los seis bloques de explosivos explotan simultáneamente. La roca, destrozada por el explosivo plástico, vuela, se desploma con fragor. Toda la pared, al menos cincuenta metros de ella, se derrumba con ensordecedor estruendo sobre el lecho del río. El cauce queda repentinamente taponado por la avalancha de piedra, tierra y barro que se desploma de la pared. El agua sigue subiendo, furiosa, pero el río está ahora cegado por una presa natural de al menos cinco o seis metros de rocas y arena y casi no puede continuar curso abajo. Crece muy deprisa.

Javier, con el agua a la altura de los muslos, se acuerda por un momento de Tomei Belaskes… con él empezó todo. ¿Llegaría siquiera a existir? ¿Quién pintaría en su lugar la Gruta de las Pinturas del Valle de Leza? ¿La habría pintado alguien? No sabe la respuesta, y se da cuenta de que en realidad no le importa. Una parte de su mente sigue sorprendida por haber podido provocar la explosión sin que el Principio de Causalidad se lo impidiera… Con toda seguridad el futuro va a cambiar tras la detonación, va a cambiar mucho, pero no ha ocurrido nada, no ha habido ninguna intervención sobrenatural para evitar la explosión.

Un nuevo relámpago cegador cruza el cielo… y de pronto, con un flash repentino que le deja anonadado, lo entiende todo. Es como si el relámpago le hubiese iluminado. Entiende cómo se las está arreglando el Principio de Causalidad para mantener la estructura del espaciotiempo inalterada… ahora finalmente lo entiende. Comprende cómo el burlón espaciotiempo le está utilizando a él para revertir una anomalía que comenzó con el disparatado viaje de Tomei al Paleolítico. Un viaje que nunca debió producirse y que alteró de forma radical el futuro.

Ahora, y por medio de él, de Javier López Berrio, viejo paleontólogo en excedencia, el sacrosanto Principio de Causalidad disfrazado de Tormenta del Siglo viene por fin a poner orden y dejar las cosas en su sitio. Sólo le quedan unos segundos de vida y por fin comprende. Todo lo ve claro, meridianamente claro. Él ha sido su instrumento, su juguete desde el principio, desde que entró en la Cueva de Leza para descubrir el TaqEn hasta llegar al día de hoy, en que todo termina.

Solamente así se explica que un paleontólogo tan flemático como lo es él pueda sentir tanto odio, tanta desesperación como para cometer el máximo sacrilegio posible en su profesión: arrasar un yacimiento arqueológico, uno maravilloso, nada menos que el «Louvre del Paleolítico». Solamente así se explica ese empecinamiento suyo, esa terquedad sin límites en cumplir a rajatabla su plan contra viento y marea, por encima de todo y de todos… sólo que «su plan» en realidad nunca fue suyo. Nunca. Él no fue más que una marioneta en manos del destino. Literalmente.

¡Qué ironía, qué gran ironía! Tanto tiempo preocupándose por las consecuencias del Principio de Causalidad cuando resulta que todo lo que él hacía, todas las acciones que tomaba estaban férreamente dictadas precisamente por el dichoso Principio. Pues bien, todo está finalmente como debe. La Causalidad se mantiene. El espaciotiempo estará contento. Se acabaron los viajes en el tiempo. Ya no habrá Francis Barrash, ni curiosos artefactos negros con exóticas propiedades, ni BEGIN, ni HRM… al menos el odioso HRM heredero de BEGIN que Silvia defendía tan vehementemente. Ignoraba si alguien fundaría de todos modos HRM en el futuro, algún HRM… pero no sería sobre los cimientos de

su BEGIN. Ya no.

Ahora todo está bien. Al fin lo está.

Muy pronto el agua ha cubierto completamente a Francis. Ya no lucha más, deja que el agua le envuelva, que le zarandee, que le arrastre con furia, le golpee con piedras y ramas… El dolor se acaba por fin. Su último pensamiento es para sus congéneres, para esa Humanidad que tendrá que apañarse por sí misma y buscar sus propias soluciones, sin ayudas ni interferencias de bienintencionados viajeros del tiempo.

Francis Pendelton Barrash, el gran hombre antes conocido como Francisco Javier López Berrio, la honradez personificada, la persona más rica del Universo, el admirado creador de BEGIN y también, y a su pesar, el odiado precursor de HRM y sus dictatoriales métodos, ha muerto.

Ahora, por fin, descansa en paz.

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