Battlefield

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—¿A qué se debe eso? Quiero decir —carraspeé—… mi padre me está preguntando si tuve novio. ¿Aquí es cuando vienen las preguntas de si tuve relaciones sexuales y cuántas veces y cómo debería protegerme y todas esas cosas? —Dudé un segundo—. ¿Ahora eres doctor? —Mi padre estalló en carcajadas, las cuales me hacían dudar de su capacidad de ser un papá normal.

—Solo pregunto. No es que sea doctor y no se necesita ser doctor, se llama educación, pero ni siquiera había pensado en llegar a esa parte, solo que no lo sé. —Suspiró—. Es decir, supongo que es difícil alejarte de una persona que realmente quieres. —Entendí a la perfección a qué punto quería llegar. ¡Claro! Se estaba sintiendo culpable por tenernos viajando de estado a estado.

—Estoy segura de que ya no importa —dije empezando a ver cómo las gotas de agua caían sobre el parabrisas—. No estuve embarazada y nunca he tenido ya sabes… eso. Es decir, seré virgen hasta el matrimonio, que no dudo que será dentro de unos…, tal vez veinte años.

—¿Veinte años? ¿Crees que dentro de veinte años podré conocer a mis nietos? —Sonrió, luego corrigió la postura—. Hija, sabes que no es porque lo quiera, pero no podría estar en otro estado diferente sin ustedes a mi lado. Ustedes lo son todo para mí y quiero que, a pesar de que tu hermano se irá en pocos meses, puedas intentar ordenar las cosas en tu vida y con nosotros. Debemos permanecer unidos. ―Evité que se me humedecieran los ojos; no me gustaba que mis padres me vieran llorar, me sentía sensible y estúpida—. Lo digo como un padre que te ama, no como un psicólogo.

Me di cuenta de que estaba al borde de ser la bomba que estallaría en casa. En algún momento pensé que ninguno se daba cuenta de cuánto daño nos hacía movernos de estado en estado, pero lo cierto era que sí lo sabían, solo que intentaban mantenerse unidos, excluyéndome.

 

Subí las escaleras y toqué la puerta del cuarto de James. Él abrió, me observó sorprendido; me abalancé y lo abracé. Podía aspirar su penetrante perfume, que tantas veces le había dicho que olía a perfume barato. Asqueroso. Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas. Me pregunté si algún día sería diferente.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Lo siento, por ser tan egoísta. Tienes derecho a ser un campeón, a tener tus sueños, una vida, un lugar al que pertenecer. —Él me miró a los ojos y una luz se encendió en ellos.

—Aria, eres mi hermana, la única que tengo, donde estés tú estaré yo. No eres egoísta, solo tienes miedo de perder esta conexión conmigo y lo entiendo, pero eso no cambiará lo que somos, mejores amigos, mejores hermanos, mejores compañeros de vida, mejores unidos.

James volvió a abrazarme, entonces, sentí la presencia de nuestros padres al otro lado, apoyados en la puerta de su habitación.

—¿Somos una hermosa familia, verdad? —dijo nuestro padre.

—Lo somos —respondió mamá.

DJ los abrazó y yo los observé. Todos permanecimos un minuto en el silencio acogedor de la familia.

—¿No estas embarazada, verdad? —me preguntó James.

―No arruines el momento, tonto.

―Está bien.

 

El sonido de la cafetera en las mañanas era tranquilizante, al menos para mí. Mi madre había hecho café desde muy temprano, y desde muy temprano me levanté de mi cama y busqué todas mis cosas para el colegio. Bajé y me encontré ayudando a mamá a hacer el desayudo. Como era algo típico, serví la comida y los tres hombres de la casa salieron preparados y listos para comer.

Era algo tranquilizante saber que la tensión había disminuido, sin embargo, eso no quería decir que no se pudiera evitar hablar de la universidad de Stanford.

Por ello, me sorprendí por la pregunta que mi padre había formulado.

—¿Entonces, Aria, ya has encontrado alguna universidad a la que te gustaría ir? —Giré hacia mi padre, un poco pérdida. ¿Qué había dicho? Busqué convertirlo en una situación graciosa.

—¡Oh! He pensado tomarme un año sabático —respondí, aunque la realidad de la situación era que había estado buscando universidades dos meses antes de que James enviara su solicitud a Stanford. Es decir, hace más de seis meses.

—Pobre ave migratoria —dijo papá, soltando una risita. Lo miré seriamente.

—Ahórrate los comentarios, padre, esta chica puede matarnos con esa mirada —agregó mi hermano, carcajeándose. Se puso en pie y caminó hacia la cafetera.

—En serio, hija, sabemos que no te gusta perder tiempo, que lo aprecias demasiado. Que tengas un año sabático sería un ataque al corazón para ti —agregó mi madre, sirviéndose en un plato el desayuno.

—Pues, bien. —Dudé en decirlo, pero al fin lo confesé—… Me gustaría enviar una solicitud a la Universidad de Nueva York. —Mi padre abrió los ojos como dos platos, mi hermano casi escupió el café y mi madre simplemente se mordió la uña en forma insegura. El único que parecía estar feliz era DJ (eso porque sería hijo único).

—Bien —empezó a decir James—. ¿Cuándo enviaremos la solicitud?

—¿Qué sucede? —pregunté, viendo el rostro de mis progenitores.

—Debo irme… —dijo papá, levantándose y saliendo de la casa. Enseguida miré a mamá.

—¿Madre?

—Bien, creo que se hace tarde —dijo ella, insegura.

Aunque mi familia era ridícula en todos los sentidos, también eran ridículos ocultando secretos, ahí fue cuando supe que algo no andaba del todo bien.

Caminando por los pasillos del colegio, me dirigí a mi casillero. La preparatoria no era ese hermoso lugar donde tienes tus amigos y haces tu grupo popular; no todos gozan ese don, por más que lo intenten nunca podrían resaltar. La preparatoria para mí era otro deber que cumplir para poder llegar a cumplir mi mayor sueño, ser una profesional del Ballet clásico.

Tampoco era que fuese sencillo ser una balletista profesional, para llegar ahí debía caminar por los pasillos de las diferentes escuelas y obtener ese ridículo cartón.

Miré el casillero que más detesto en el mundo. Nunca se abría como debía hacer un casillero normal. Me paré frente a él y lo miré estresada. Intenté abrirlo, pero, como era de esperar, se negó a hacerlo. Intenté una y otra y otra y otra vez, y no era posible, tan solo no era posible.

Nunca fue mi mayor pesadilla que me tocara el casillero más odioso del mundo, pero tampoco disfrutaba esa situación. Mi mayor pesadilla, en realidad, sería actuar como una completa ridícula delante de un chico guapo. Siempre lo había sido, la vergüenza de verlo todos los días después de haber cometido una estupidez, sería el hazme reír de cada una de aquellas personas que habían observado el espectáculo. Aunque, en ese momento, lo único que importaba era la tensión que se empezaba a formar en mi cuello.

Escuché una voz detrás de mí, hablándome cerca del oído. Podía sentir su respiración agitar mi cabello.

Había puesto mi mano contra el casillero y, obstinada, había bajado la cabeza, intentando encontrar las palabras correctas para quien fuera que estuviera cerca de mí.

—¿Necesitas ayuda? —Juré que sus labios besaban mi cuello, pero en vez de eso un frío me recorrió la espalda.

Estúpida, pensé. 

Miré el casillero, volviéndome sin prisa. Ahí estaba Liam Forest, con su impecable sonrisa blanca. Tenía unos dientes hermosos, para ser específica parecían los dientes que aparecían en las cajas de crema dental.

Suspiré.

—No, gracias —contesté irritada.

Sabía que existían ocasiones en que hablaba de manera brusca, y Liam Forest no sería la excepción.

—No tienes que enojarte conmigo, es culpa del casillero que te hace sufrir tan temprano —dijo, cruzando sus brazos y apoyándose contra el casillero de al lado.

—No… ¿Sabes cuántas personas pudieron haber pasado por esta preparatoria y a cuántas de todas ellas les pudo tocar este casillero? —pregunté molesta—. ¡Estúpido! ¿Por qué no se toman el tiempo de arreglarlo o hacer algo por la raza humana, en vez de hacernos sufrir? —Intenté retractarme de todo lo que había dicho mientras miraba otra vez el casillero. Estaba desesperada, enojada y estresada y él tan solo me miraba con una sonrisa en el rostro. Suspiré—… Quiero decir, está bien. Un poco de ayuda no está mal.

—¡Vaya! ¿Eso es un intento fracasado de protesta? —Liam golpeó el casillero, provocando un sonido musical.

De inmediato se abrió, casi como si hubiese estado lleno de porquerías.

—Listo.

Miré hacia adentro, estaba casi vacío. Solo había una foto de James y yo en un campamento, de hacía unos meses. Él vio la foto y me pregunté qué estaría pasando por su cabeza.

—Gracias —dije retomando la plática, pero Liam parecía más concentrado en la foto—, no quería que pareciera una protesta, solo… un «hecho».

—Claro… —Dudó por un segundo—. ¿Es tu novio? ―Comencé a reír.

—Ojalá lo fuera —dije en broma. Él me miró serio y enseguida le expliqué—. Es mi hermano mayor. No nos parecemos, ¿cierto? —Logré escuchar algo así como un suspiro y, antes de que pudiera preguntarle, él habló.

—En nada —aseguró.

Entonces, la conversación se volvió pobre y empezó a perder sentido el por qué él estaba ahí. Me miró a los ojos, tal vez tratando de conservar la conexión, y sonrió.

—¿Te veré siempre esta noche?

—Claro, a menos que tengas algo más que hacer —dije, haciéndole creer que realmente me daba igual.

—Bien, entonces te veo esta noche, como acordamos. Y recuerda… no te enojes con el casillero, él no tiene la culpa de hacer sufrir a la raza humana, solo cumple con su deber de hacerte pasar el rato. —Sonrió y se retiró.

Por un momento, me sentí extraña.

 

Después de la increíble ayuda de Liam para abrir el casillero, me encontré en una posición incómoda. Había un requisito de materia que era obligatorio llevar. Kenna me había informado de ello varios días antes, sin embargo, no había puesto atención.

Entonces, me obligó a ir con ella a un lugar. Me conducía por todos los pasillos y caminos del colegio, hasta que por fin llegamos a un auditorio. Era muy grande, para una cantidad de, por lo menos, mil personas.

Me empecé a poner nerviosa cuando dijo que algún día pasaría por alguna prueba donde tendría que mostrar mi talento al frente de miles de personas. Kenna sabía a la perfección que sufría del famoso pánico escénico; además, me dijo que me obligaría a hacer la prueba de baile para entrar al taller de artes, que era el requisito que necesitaba cumplir: llevar algún taller.

Pensé en lo cansado que era tener que formar parte de algún taller, dedicarle mi tiempo y mi espacio, como si no fuera suficiente con la Academia Milasborn.

Mi horario sería perturbador: clases de lunes a viernes, desde las siete hasta las dos. Luego, a la academia iría los lunes, miércoles y viernes, de tres a cinco de la tarde. Solo tendría una hora de descanso entre las clases y la academia, que quizá terminaría siendo parte de un taller. Tendría los martes y jueves por la tarde libres, así que llevaría el taller en alguno de esos días, o eso esperaba.

Me vi obligada a ponerle atención a Kenna.

—Necesito que te relajes.

—¿Que me relaje? —dije, como si no tuviera sentido lo que había dicho.

—Harás lo que te diga. Ambas somos bailarinas, pero tú eres más apasionada de lo que yo alguna vez fui. —Sentí el estómago revolverse.

Extendió sus manos y me obligó a que calentara con ella. Me sentí ridícula, como cuando una madre le decía a su hijo qué hacer, pero pocos minutos después algo sucedió en el escenario.

Empezamos a bailar una de las viejas coreografías que habíamos creado entre las dos. Hubo unas cuantas combinaciones de Ballet y Danza contemporánea. Recordé la perfección el día que habíamos inventado aquella coreografía; fue para un recital de danza. Éramos buenas las dos y para ese entonces éramos unas niñas que con costo sabían lo que hacían, pero lo más increíble era que habíamos ganado la competencia, por originalidad y estilo.

Sin importar cuánto tiempo había pasado, hicimos un buen espectáculo. Ambas estábamos coordinadas, como si hubiéramos ensayado por meses, como si nos supiéramos cada detalle de la coreografía y, entonces, alguien empezó a aplaudir. Kenna y yo no podíamos verla, aunque una sombra venía por uno de los caminos que conducían al escenario.

—Ambas deberían audicionar para el taller de artes —dijo un mujer alta, rubia, de cabello largo, delgada. Tenía puestas unas zapatillas de tap y estaba vestida completamente de negro.

—¡Oh! señorita Bea —empezó a decir Kenna—. Ella es la maestra de la clase de Tap — me dijo por lo bajo.

—Ambas son muy buenas, podrían entrar al taller de Ballet o Danza contemporánea. ―Miré a Kenna y ella me miró a mí.

—Es posible que lo consideremos —dije, mientras una ola de preguntas atravesaba la distancia entre nosotras y la profesora.

Fue cuando sucedió esto…

—Hemos venido para la audición, ¿aún hay lugar? —preguntó Kenna, que estaba en medio del escenario. Yo la había seguido insegura, pocos segundos después ya estaba hablando con toda autoridad.

Típico de Kenna.

Ella tenía ese espíritu de líder del que yo carecía. Sabía cómo hacer que todos le colocaran atención, inclusive los más populares.  

—No creo que puedan hacer la audición. Es muy tarde… 

La detallé. Una señora muy refinada, con un gran camisón que parecía ser más un vestido. Usaba lentes con aumento y tenía los labios pintados de rojo, parecía ser mayor, hasta donde yo podía ver. Parecía haber sido bailarina por mucho tiempo, pues su cuerpo a pesar de la ropa, hablaba por ella.

—¡Espere! —insistió Kenna, mientras la miraba darse la vuelta para irse. Había muchas personas en el lugar aún, pero la señora tenía prisa, o eso parecía—. Podemos hacerle una demostración en dos minutos. —La mujer la miró cansada.

—Entiende, linda, ya están los que necesitan estar. —Fue el momento en que me sentí cansada de tanta charla.

—Los hechos son mejores que las palabras —le susurré a Kenna, después dejé a un lado mis cosas.

Me preparé psicológicamente para hacer algo improvisado. Para nuestra suerte ya estábamos acostumbradas.

Me puse detrás de mi amiga, quien me miraba como si estuviera volviéndome loca, y enseguida corrí hacia una dirección específica. Hice un primer arabesque; me dejé dominar por lo que mis pies deseaban hacer. No tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo. Después, me concentré en darle un poco de danza contemporánea y ahí fue cuando perfectamente capté la atención de la mujer, que se había vuelto al escuchar a las personas hablar en voz baja. Fue el momento en que Kenna tomó su puesto y me siguió en la coreografía con la que teníamos pensado audicionar.

Kenna se dejó llevar por el sonido de nuestros pies al chocar contra el suelo. Rodé por el piso y Kenna saltó sobre mí, cruzando al otro lado y haciendo un perfecto grand allegro. Enseguida, me puse en pie y me preparé para dar un gran giro y lanzarme para dar un flip flap.

Aunque nuestros cuerpo se movían de cualquier forma, e improvisando en el momento, no parecía ser un desastre, sino arte.

Kenna se arriesgó a hacer un salto mortal hacia atrás y me di cuenta que habíamos combinado el Ballet, la Danza contemporánea y la Gimnasia en un par de minutos, pero al terminar nos enfatizamos en algo más delicado. Algo que nos recordaría que estábamos ahí para hacer lo que nos gustaba.

El silencio se adueñó del lugar; esperábamos que la mala noticia se convirtiera en una buena. Escuché la acelerada respiración de Kenna, quien me mira de reojo, mientras ambas descansábamos nuestros cuerpos y esperábamos a que la mujer dijera algo.

Habíamos captado la atención de ella por completo, pero entonces no supe qué era peor, si su silencio rotundo o un posible «que pérdida de tiempo». Sin haberlo si quiera pensado dije algo.

—¿Entonces? —Después de varios segundos de silencio, pude escuchar un leve suspiro. La respiración acelerada de ambas me ponía nerviosa. Necesitaba entrar al taller, eso me ayudaría algún día a llenar mi expediente para entrar a la universidad de Nueva York.

—Ambas están dentro.

Escuché una piedra chocar contra la ventana de mi cuarto. Me imaginé lo peor; ¿un asesino en serie? Haber visto mucho CSI me había afectado un poco. Caminé hacia la ventana, dudosa, y vi a un hombre parado, esperando que hiciera algo. En medio de la luz de la noche logré ver un rostro iluminado por uno de los faroles. Era Liam Forest.

Me dijo que abriera la puerta del balcón, y cuando lo hice lo vi correr hacia un árbol que estaba al costado de la ventana. Sentía como mi ritmo cardíaco empezaba a acelerarse y tragué saliva. Relájate, me dije. Intenté arreglar la habitación en los pocos segundos que me quedaban. Al darme la vuelta, lo vi en el balcón, quitándose algunas hojas que quedaron en su ropa.

Me di cuenta de que estaba vestido de manera ―casi― formal. Miré su cabello rizado, oscuro, y sentí la sangre subírseme a los pómulos. Sus ojos buscaban los míos, mientras yo intentaba esconder mi rostro.

—¿Puedo entrar? —preguntó, aún estando en el balcón. Noté la distancia que había entre nosotros.

—Si mis padres te ven aquí… —empecé diciendo; profirió una risa en voz baja.

—Ellos están muy entretenidos viendo una película en la sala. No quise interrumpir — dijo. Me di cuenta de que había pisado mi territorio y que de alguna forma había provocado que me pusiera más nerviosa—. ¿Estás lista?

—¿Lista? —cuestioné, para luego mirar el reloj—. Falta media hora.

—Bueno, aún hay tiempo para cualquier otra cosa —dijo, mirando a su alrededor.

Me pregunté qué estaría pasando por su cabeza.

Me imaginé como su campo de batalla sería invadido por el mío, enseguida, como bombas, estallarían nuestras diferencias. Al mismo tiempo, mi campo de batalla sería invadido por él. Éramos terrenos muy diferentes.

Caminó hacia una parte de la habitación, dándose cuenta de la pared de espejo. Sin perder tiempo, se dio la vuelta y vio las fotografías pegadas en la pared contraria; después me observó.

—Esto parece todo un estudio de baile.

—¿Has ido alguno? —pregunté, intentando no hacerle pensar que me importaba.

—A muchos —respondió, caminando hacia mi escritorio. Me di cuenta de que mis manos están sudando.

Tomó una foto donde salía bailado en un antiguo recital. La dejó y miró cada una de mis pertenencias.

—Esto es curioso, nunca había visto a una chica tan dedicada a… esto. —Admiró mis zapatillas desgastadas y me miró con una sonrisa en el rostro—. ¿Cuántas zapatillas usas por año? —preguntó, sorprendiéndome.

—Mis pies no son ni fuertes ni débiles, por lo tanto, cambio de zapatillas una vez al mes.

—¿Y estas, ya han llegado a su final?

—Pues…, eso creo. Pronto tendré que cambiarlas. —Lo miré y sentí el silencio invadirnos después de varios segundos.

—Bueno, iré a cambiarme —le dije y me vi obligada a dejarlo ahí—. Puedes tomar asiento donde quieras.

Él metió sus manos en los bolsillos traseros y sonrió.

—¿Estas segura de qué usar?

—¿Por qué lo dices? —pregunté, mientras tomaba la ropa que estaba encima de la cama.

—Ustedes las mujeres tienden a pensar mucho qué usarán. Lo digo por mi hermana, la última vez que salió con un chico pasó casi toda la tarde probándose ropa, mientras yo la observaba entrar y salir del baño con un conjunto diferente. Me pregunté por un momento si eso lo hacían todas las chicas o solo algunas… ¿Muy loco, no?

—Bueno —dudé por un momento—…, creo que sé qué usaré.

—Bien. —Se sentó en un sillón y puso los pies encima de una mesita que se encontraba en frente. Cruzó los brazos—. Aquí espero.

Caminé hacia el baño y me cambié lo más rápido que pude. Me costaba creer que un chico, pelinegro, con los ojos tan azules, estuviera afuera esperando por mí.

Me puse un vestido casual; rosa claro con diseño de flores diminutas. No tenía mangas y era un poco corto. Me puse unas zapatillas rojas, que combinaban con algunas flores bordadas en el vestido. Agarré mi cabello en una cola de caballo y apliqué algo de maquillaje rápido. Salí del baño.

Liam alzó el rostro y se puso en pie; noté sorpresa en su gesto. No dije ni hice nada, solo lo miré a los ojos, sintiendo que intentaba romper el silencio, caminando hacia donde me encontraba. Sus pasos retumbaban en mis oídos como si fuesen un terremoto.

Me sentí nerviosa, lo admito. ¿Quién no lo estaría? El chico más popular de la preparatoria estaba en mi habitación, caminando hacia mí, con esa mirada de chico encantador.

Había escuchado mucho de él en las últimas semanas.

—Liam Forest puede ser halagador… —había dicho Kenna, llena de ensueño.

—Encantador —añadió Melanie sonriendo.

—Irreflexivo. —Kaya, con un tono cansado.

—Y… obsesivo —alegó Freya.

No era algo que quisiera creer, no quería parecer muy interesada en él, en saber cómo era su forma de ser y todas esas cosas. Tan solo lo evadí en ese momento.

Me miró directo a los ojos, pude sentir su respiración cerca de mí. Tomó un mechón que me estorbaba en el rostro y sonrió de lado.

—Estás…

—¡Aria! —Alguien tocaba la puerta, por el tono de voz reconocí a mi hermano—. ¡Papá y mamá salieron! ¿Quieres que pida pizza para cenar?

—¡Oh! Pizza —dijo Liam.

—No —le susurré—. Escóndete.

Caminé hacia la puerta y la abrí. Sabía que Liam no había encontrado ningún lugar donde esconderse, así que solo la entreabrí un poco.

Y ahí estaba mi hermano, apoyado en el marco de la puerta, con una mirada suspicaz en el rostro.

—¿Quién está ahí? —Intenté cambiar la conversación.

—Saldré esta noche. ¿Recuerdas?

—Sí, pero… —James enarcó una ceja, sabía que algo más le estaba ocultado; era mi hermano mayor, conocía todo de mí y cuando digo todo es… todo.

—Pero no sucede nada.

—Bien, entonces salúdame al fantasma de tu novio. Por cierto, sigo siendo tu hermano mayor y es imposible que puedas mentirme con facilidad. 

—James… —Intenté mantener la calma. Exhalé.

—No diré nada a nuestros padres, pero te prometo que si algo pasa los limites, me encargaré yo mismo de poner todo en su lugar.

—¡Aggh! —dije y cerré la puerta.

¿Ahora era el hermano sobreprotector? James no era de ese tipo, lo cual erizó la piel de mis brazos. Siempre había sido muy liberal, decía cosas como «busca un novio y tu vida cambiará».

Nunca había tomado realmente el consejo, ya que nunca me interesó.

Volví a ver hacia atrás y advertí a Liam tranquilamente recostado sobre mi cama.

—Tu hermano es como yo con mi hermana menor, muy sobreprotector —dijo—. Lo entiendo. ―Sonrió.

—Deberíamos irnos.

—Bueno, podemos salir por el frente, ya que tus padres no están.

—¿Qué? —dije sorprendida—. ¡No! DJ no sabe guardar secretos; si él te ve sí les contará todo a mis padres.

—¡Oh! ¿Un hermano menor?

—Sí —aseguré, mientras agarraba mi celular.

—¿Entonces, qué prefieres? ¿Salir por el balcón? —preguntó sonriendo malicioso.

—Bueno, no creo que con vestido pueda…

—Si crees que quiero ver más allá de lo que es permitido no te preocupes, soy muy caballeroso como para irrespetarte de esa forma. Aunque… un vistazo no estaría nada mal.

Le tiré una almohada que estaba descansando en uno de los tantos sillones que tenía en mi habitación. Él se carcajeó y yo no pude contenerme.

—¿Y bien?

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