Battlefield

Battlefield


Battlefield

Página 4 de 16

¿Había olvidado que la última vez que estuvimos en un lugar completamente solos, estaba desnudo y yo apenas podía creerlo? Claro, no lo recordaba porque él no lo sabía. ¡Tuve un trauma, Liam Forest!, quise decirle.

Pues no quedaba de otra que arriesgarme a bajar por un árbol, pero antes me había puesto un short de mezclilla, debajo del vestido. Había ido él primero y yo le había seguido. La corteza del árbol era tan áspera que la sentía rasguñar mi piel. Liam me estaba esperando abajo, yo aún sentía temor de caer desde esa altura y que se me quebrara algún hueso.

Llegando casi al final, mi pie resbaló de tal manera que presentí la caída. Pude experimentar un fuerte dolor de cabeza, pero Liam me había atrapado, para mi suerte.

Nos miramos a los ojos, en aquel momento sentí que lo que pasaba a nuestro alrededor no existía. Y supongo que él también lo sintió.

—Qué suerte que eres bailarina, de lo contrario, ambos hubiéramos terminado en el césped —dijo. Yo torcí los ojos e intenté ponerme en pie. Él estaba riendo en silencio, aunque no le puse atención.

—No creo que haya algo gracioso.

—Claro que sí —alegó—. ¿Alguna vez habías hecho esto? —preguntó.

—Soy bailarina, no trepadora de árboles —contesté con un tono tan sarcástico, que me sentí estúpida por haberle hablado de aquella forma.

—Bueno, muchas bailarinas saben escalar y bajar árboles —agregó él, supongo que intentando darme ánimo para aprender a escalar y bajar un árbol, pero no lo logró. 

 

A pesar de que caminamos hasta el restaurante, la conversación había sido agradable, posiblemente estábamos discutiendo de sus preferencias y de las mías. Una vez llegamos abrió la puerta, dándome el paso. Le agradecí y me dirigí a una mesa.

Pude ver un gran escenario. Las luces amarillas le daban un aspecto más elegante al lugar, además de hacerlo acogedor. Jaló la silla hacia atrás y me invitó a sentarme. Nos encontrábamos unos metros más atrás del escenario, casi al fondo. Entonces, un camarero sirvió vino. Me preguntaba si aquel lugar sería demasiado caro, pero, entonces, él me dirigió la palabra.

—¿Te gusta? —Asentí mientras miraba cada detalle de aquel lugar.

—¿No es algo costoso? —pregunté.

—No, no lo es. Al menos no para mí. —Entonces, el espectáculo comenzó.

Las luces del escenario se apagaron; la silueta de una chica brilló entre los reflejos de las luces. Sus movimientos eran casi perfectos, y su cabello estaba suelto. Me encontré en una situación tan sensible, que quise levantarme y bailar en aquel escenario, pero tan solo me mantuve atada a la silla.

El camarero sirvió nuestra comida, la cual habíamos pedido minutos antes de que empezará el show. Miré a Liam, quien tenía una sonrisa en el rostro. Me pregunté si no se cansaba de mostrar su perfecta sonrisa o si quería captar por completo mi atención.

Función tras función, diferentes chicas pasaban. Unas bailaban la profunda y enérgica danza contemporánea, pero otras elegían lo clásico y moderno: el ballet. La melodía de sus pies chocar contra el piso en cada salto que daban hacía que temblara en mi cuerpo. Sentía como aquella energía se trasmitía fácilmente.

A veces cerraba los ojos y cerraba los puños con fuerza. Era similar a sentir la fuerza de mis pies moverse y luego terminar la presión con un descanso satisfactorio. Me imaginaba en las tantas veces en que dejaba mi corazón el escenario. Pero, en uno de los momentos menos esperados, Liam puso su mano encima de la mía, mientras tenía los ojos cerrados. Sentí su calor atravesar mi piel y abrí los ojos.

—Estoy seguro que esto es más profundo que el sonido de los pies de las bailarinas chocar contra el piso —dijo, mirándome curioso.

Reduje todos aquellos pensamientos al calor de su mano. 

 

La noche no había terminado ahí. A pesar de que era muy tarde, Liam tenía otro plan en mente; su voz cautivadora sonaba persistente. No me había negado a seguirlo.

Caminamos hasta un gran parque. Las luces de las calles alumbraban el lugar, no había casi nadie, solo unas cuantas parejas.

—Le llaman el quiosco de los sueños —dijo.

Me pregunté cuántas veces había estado en aquel sitio y por qué razón estaría ahí.

—¿Y por qué le dicen así? —pregunté.

Sin responderme, pidió mi mano, yo la puse con duda sobre la de él. 

Seguimos hacia el quiosco, que parecía ser antiguo, pero hermoso y clásico. Sus colores mostraban una época medieval y a su vez moderna. Subimos las escaleras. Unos faroles iluminaban el quiosco, dándole el brillo y la magia que le hacía falta. Podía llamar la atención de cualquier persona que pasara por aquel parque.

Liam me encaminó al centro del lugar y luego se separó de mí, extendiendo su mano derecha, poniendo la izquierda detrás. Hice una reverencia y tomé su mano. ¿En serio estaba a punto de bailar con ese chico?

Miré nuestras manos juntas, el cómo encajaban a la perfección. Las de él eran grandes y las mías pequeñas. Y ahí fue cuando, pocos minutos después, suspiré y enseguida, él me jaló contra sí. Quedé sin aire por un momento y lo miré sorprendida. Él no sonrió, sino que me miró con profundidad, como si intentara ferozmente entrar en mí.

Entonces, me separé, sin soltarlo, y él me dio vueltas. Todo sucedió tan rápido que perdí la noción del tiempo y del momento. Me encontraba de nuevo tan cerca suyo como lo estábamos en un principio.

Me alejé y mis pies empezaron a moverse como un cisne. Mi antigua profesora decía que la perfección del arte del ballet era llegar a ser tan ligera como una pluma. Me vi de puntillas, bailando alrededor de él. No supe en qué momento sucedió todo eso, pero sabía que él lo disfruta.

Mis pasos de danza contemporánea aumentaron mi ritmo cardiaco de tal manera, que me vi obligada a tomar algunas bocanadas de aire, para dejarlas ir lento. Él me seguía, era como si estuviéramos bailando El lago de los cisnes en una versión de solo nosotros dos. Una versión nunca vista antes. Pero era algo más fuerte, más pasional, más diferente.

Corrí hacia él con toda confianza, como si hubiéramos ensayado lo mismo. Me elevó hasta lo más alto, cerré los ojos y sentí la libertad abrazarme. El segundo memorial más potente de todos los tiempos, para mí, era este.

Sentí que todo avanzaba en cámara lenta y él me bajó con lentitud, hasta quedar nuestros rostros frente a frente, chocando nuestras frentes. Aún tenía los ojos cerrados, e intentaba no pensar que era un sueño y que en algún momento debía abrirlos.

Mi corazón latía acelerado, podía sentir su respiración tan profunda como la mía. Me tomó entre sus brazos, abrazándome, y no supe en qué momento ambos nos desplomamos en el suelo. Mi cabeza quedó sobre su brazo izquierdo, luego escuché un susurro en mi oído.

—Aria, mira hacia arriba —Obedecí. Había una historia muy conocida por todos los balletistas…

—El lago de los cisnes —susurré.

—¿Has escuchado su historia? —¿Quién no había escuchado su historia?, me pregunté. Era una de las mejores obras de todos los siglos y así se había mantenido hasta en la actualidad.

—Un príncipe en busca de una esposa, una joven con una maldición y un hechicero que intenta destruir el verdadero amor —dijo; sentí sus palabras susurrar en mi oído

—¿Crees en el verdadero amor? —pregunté, admirando a Odette con su príncipe en la gran pintura

—Tal vez —respondió.

Me vi obligada a guardar silencio.

 

 

 

 

La vida de una adolescente bailarina se concentra en los retos y la superación del día a día. En mi caso, era una adicción insuperable que a veces me dejaba sin respirar. Los primeros días en la Academia Milasborn, empecé con algo que ya sabía hacer. Aunque no conocía a nadie, sabía que no estaba ahí para conseguir amigos; de alguna manera u otra siempre tendría que irme y todo se volvería una historia más que contar.

Mis pies se sentían adoloridos, tenía una serie de ampollas y casi sufría por una lección a la semana. Tenía casi dos meses de no hacer puntas y había estado perdiendo la costumbre, mis pies eran muy sensibles, siempre se esforzaban más de lo que podían.

Me encontraba en una situación desfavorable, pasé los siguientes días intentando examinar lo mejor posible, pero mis horas de prácticas iban a un ritmo más avanzado de lo normal. Tuve miedo por un instante, si no podía manipular bien mis pies y hacerlos esforzarse día tras día, sería posible que sufriera un esguince o algo peor. No sería la primera vez, pero podría ser la última respecto bailar.

Me aterraba la idea de pensar que nunca más podría danzar. Me había imaginado en esa situación cuando veía o escuchaba historias de bailarinas que tuvieron lesiones graves y nunca más pudieron volver. Sería un sueño frustrado, un dolor insuperable.

Una de ellas fue mi madre.

Me había preguntado muchas veces por qué razón pensaba en aquel tipo de cosas que solo lograban atormentarme… Pero ese no era el problema, el problema era que, a causa de aquel miedo inconsciente, siempre, o al menos la mayoría de las noches, tenía pesadillas acerca de eso.

—¡Esto está muy mal! —había dicho mi madre, después de revisar mis enormes ampollas en los pies.

Corrió de un lado a otro, buscando remedios caseros de la abuela y untándomelos en las heridas.

El ardor era demasiado fuerte, aun así, brindaba un alivio fresco y calmante. Luego de eso falté a dos clases, incluyendo los ensayos en el taller de danza del colegio, y aunque había caminado como un pingüino con problemas renales, había dado gracias porque las ampollas empezaban a sanar y mis pies estaban más descansados.

Kenna estaba fanatizada por la idea de que el taller haría un recital de danza a principios del mes de junio, pero yo, por otro lado, estaba más emocionada porque la Academia presentaría un espectáculo en el teatro principal de la ciudad, en noviembre. Haría un casting por un papel importante. Aunque no sabía cuál iba a ser la obra, no era impedimento. Lo importante era que si quería el papel, fuese cual fuese, debía entrenar más, esforzarme más, sufrir más.

—¿Entonces?

«¿Entonces qué?», me había preguntado una de las amigas de Kenna: Kaya, que era una más morena que yo. Tenía el cabello tan rizado que parecían pequeños resortes saltándole de la cabeza. Tenía los ojos café claro y unos grandes labios, y su cuerpo era envidiable. Daba la idea de una negra neoyorquina.

—¿Entonces…? —continuó otra, mirándome con una sonrisa pícara, que me hacía dudar muchas cosas.

Esta era una especie de rubia tonta. Hablaba como si tuviera la lengua pegada al paladar y tenía unos ojos muy grandes. Se llamaba Melanie McKeen; a veces era la que más hablaba o informaba acerca de los chismes del colegio.

—¿Es cierto que andas con Liam? 

—¡Oh! Cielos —exclamé. Enseguida, vi a los lejos a Liam, que estaba con su grupo de amigos, hablando, mientras se tomaba unos segundos para sonreírme. Yo solo esperaba que las otras chicas no lo notaran—. Claro que no. ¿Quién les ha dicho tal cosa?

—Todo el grupo de chicas populares hablan de ti como una rival. Te han nombrado la drogadicta de la danza que han enamorado a Liam Forest. Pero nadie sabe si es cierto, por eso te lo preguntamos —dijo Kenna, mordiendo un pedazo de manzana.

—Yo prefiero llamarte «DDD» —comentó Freya—; ya sabes: Drogadicta De Danza. Es más fácil.

—¡Ay, vaya! —dijo Kaya sarcástica.

—Además ¡está en el periódico escolar! —aseguró Melanie, volviendo a la conversación y tirando el periódico en la mesa.

Miré la fotografía que estaba en la portada en la cual salía Liam sosteniendo una copa del torneo pasado, un poco más abajo había una fotografía mía, en el taller de Danza de la escuela.

—¡Ha sido una de las mejores fotos y noticias de todo el comienzo de año! —dijo un chico que nunca antes había visto. Se había sentado junto a mí como pegamento y había sonreído con torpeza. Tenía unos lentes grandes y con mucho aumento, entre sus manos una cámara profesional.

Su aspecto era semejante a uno de esos nerd de biblioteca.

—Ted… no ahora —dijo Kenna. Él se puso en pie y sonrió de nuevo con más torpeza.

—Eres noticia fresca. —Inhaló de una forma tan extraña que pensé que se estaba ahogando.

—¡Ted! —insistió Kenna.

Él chico tomó una foto y se fue.

—¿Qué fue eso? —pregunté.

—¡Eres noticia fresca! —bromeó Kaya, que estaba mandando mensajes con su celular.

—¿Entonces, Aria? —insistió Melanie. Negué con la cabeza.

—Sea lo que sea que digan, no es cierto. ¿Tan solo llevo cuatro meses en este lugar y ya les parece que he enamorado al chico más popular del colegio? —Me puse en pie y tomé mis cosas antes de que sonara el timbre—. Eso es algo demente. —Me retiré de ahí, dejándoles la espina de la duda clavada.

Caminé por los pasillos hasta llegar a mi casillero, lo abrí como Liam me había enseñado, guardé algunas cosas que estaban estorbándome y que era posible no utilizaría, y justo cuando lo cerraba, vi a Liam apoyado al lado. Me miró con una leve sonrisa, parecía contemplarse viéndome. Tragué saliva y me pregunté desde hacía cuánto tiempo había estado ahí, porque era posible que estuviera hablando sola sin haberme dado cuenta y él hubiera escuchado algo sin sentido. Traté de evitar esa parte y él comenzó con una frase famosa…

—Entonces, le dijo el Sol a la Primavera: ¿hace cuánto esperas por mí?, y esta respondió: hace una eternidad. Irónico ¿no? —Soltó una risa—. Ya sabes… la primavera, el invierno, la nieve y el sol, son igual a eternidad —explicó. 

Sus perfectos dientes blancos hacían que su rostro resplandeciera. Era como esos anuncios de desodorantes donde a los chicos se les resplandece el rostro, porque usan un buen desodorante. Patético. Pero, en aquel momento, se veía más que perfecto. Se veía increíble.

—¿Eso se supone que es de un libro? —pregunté, mirándolo con seriedad.

—Lo acabo de inventar. —Chasqueó los dedos, como si estuviera encendiendo una llama con magia, chasqueando también los dientes.

—¡Oh! —exclamé, y se echó a reír. Era posible que no tuviera gracia, pero el modo en cómo lo había dicho, con tanta pasión que parecía desbordarse de sus manos, era lo que hacía que lo irónico, fuera aún más irónico.

—Entonces, Aria Bennett… —Se mantuvo en silencio unos segundos, acercándose más a mí. Habría jurado que podía sentir su respiración tanto como él podía sentir la mía.

—Entonces, Liam Forest…, se nos está haciendo una mala costumbre siempre llegar tarde a clases —aseguré, mirándolo fijo. Me había dado cuenta de que su cabello llevaba un corte como de esos chicos de revista que modelaban trajes de golf o ropa de Calvin Klein.

Viéndome desprevenida, me tomó de la cintura con fuerza y me recostó contra los casilleros. El leve golpe de mi cabeza contra los casilleros generó un rebote por todo el pasillo.

Subió su mano por mi costado y se detuvo. Lo miré estupefacta; su respiración estaba tensa, la mía también, sus ojos estaban clavados en los míos. Su gesto serio se fue desvaneciendo hasta esbozar una sonrisa de lado. Mi corazón empezó a latir rápido.

—Bueno, a veces es mejor dejar la rutina de lado —dijo poniendo su pulgar delicadamente sobre mi mejilla. Quise apretarla contra mí, pero enseguida supe que no era buena idea.

Me alejé de él, como si estuviera buscando algo en el casillero, y esquivé su mirada.

—¿Sabes qué dicen por ahí? —le pregunté. Él miró donde segundos atrás me encontraba y dio un paso hacia atrás.

—¿Qué cosa? —Enarcó una ceja y apoyó su brazo derecho sobre los casilleros, un poco por encima de su cabeza.

—Que te has enamorado de la drogadicta de la danza, que esa chica se ha vuelto una competencia para las más populares. —Me hizo reír a carcajadas, algo que debía ser al contrario; él solo me observó, sin decir una palabra—. ¿Suena demente, cierto? —le pregunté, mientras cerraba de nuevo el casillero—. No creo que sea importante… —Me alejé, sin que pudiera decir algo más.

Sentía un escalofrío recorrer mi espalda conforme me alejaba; sus ojos me seguían, pude sentirlos hasta entrar a los vestidores de la clase de Educación Física.

La entrenadora tenía esa mirada escalofriante que casi todas las entrenadoras de la materia tenían. Parecía una de esas mujeres policías, con el cabello amarrado por medio de una cola de caballo, con el buzo ancho y la camisa pegada al cuerpo. Me pregunté por un momento si no había sido parte de alguna guerra en Afganistán, estaba segura de que podía haber trabajado para la marina. Entonces, gritó:

—¡Señorita Bennet! —Me pareció estar frente a un matadero, con la cola entre las patas. Tenía unos diez minutos de retraso. Caminé hacia ella y me miró agria—. Ha llegado 10,5 minutos, tarde. —Su voz era tan ronca que me hizo recordar a una película de mujeres cadetes. Tragué saliva y no le quité la mirada. Era posible que si era algo militar hubiera detestado que le quitara la mirada de los ojos—. Quiero cincuenta lagartijas —exigió.

De inmediato me coloqué en el suelo y empecé a hacerlas. Para mi suerte, el entrenamiento mañanero con mi hermano había sido tan fuerte los últimos meses, que pude aguantar a hacer las cincuenta sin desmayarme. Sentí que valió la pena, supuse que el gimnasio no se convertiría en un campo de batalla.

Al cabo de unos minutos, pude escuchar la risa de Kenna y otra de sus amigas, Freya, detrás de mí. Las miré y se detuvieron.

—Es posible que no te mate estando en el campo de descanso. Debes esperar el campo de batalla para sentir lo que es realmente sufrir —dijo Freya con un tono divertido, que sonó algo obstinado.

Entonces, entramos al campo de batalla.

La cuestión era entrenarnos de forma exigente…, para nada, supuse. Había tres tipos de chicas en el gran grupo. Las primeras, que adoraban la clase y eran expertas en todos los ejercicios; las segundas, que eran unas inútiles, inclusive para patear un balón; y las terceras, que hacían lo que tenían que hacer si era necesario. En ese grupo estaba yo: no era una experta, pero tampoco era una inútil.

Nos formamos en grupos, en medio de la gran cancha. Éramos Freya, Kenna, otra chica que nunca antes había visto y yo. La sargento nos había dicho que debíamos mostrar nuestra fuerza y agilidad, ya fuera jugando vóleibol, fútbol, béisbol o gimnasia, debiendo elegir entre una de ellas.

Lo detesté.

Kenna me miró con una sonrisa en el rostro. Ella había abandonado la Danza por la Gimnasia rítmica, y no la culpaba, era más buena en eso que en el Ballet, pero yo odiaba la idea de tener que volver a hacer gimnasia cuando casi nunca la practicaba. Aun así, mi flexibilidad era muy buena, como la de cualquier bailarina en proceso de ser profesional, aunque eso no evitaba mi desagrado.

Freya era parte del grupo de porristas y amaba lo que hacía, no era problema para ambas elegir una opción; con respecto a la otra chica, era parte del grupo de las inútiles, así que cualquiera de las cuatro opciones le causaría pesar.

La sargento pasó a nuestro lado. Yo había empezado a calentar y a estirar mis tendones, al igual que Freya y Kenna. La otra chica nos veía sin saber qué hacer. Me causaba lástima pensar que era tan inútil para el ejercicio, por ello me complació verla con los audífonos del celular puestos en los oídos, pero la entrenadora se los arrebató. Cruel.

Empezamos a coordinarnos para practicar algunas piruetas de gimnasia. Freya intentó hacer la vuelta mortal varias veces seguidas, luego Kenna y al final yo. Sentía el sudor rodarme por los costados de la cara. Luego, con la experiencia de Freya en el grupo de porristas, seguimos algunos pasos fáciles de ejecutar.

Después de ese esfuerzo, nos sentamos, cansadas.

Escuché a las chicas murmurar, me vieron con una sonrisa estúpida para luego dirigirse a mí, diciendo:

—¿Has visto al jugador del año? —dijo Freya, con una sonrisa de lado.

—¿A qué te refieres? —pregunté mirándolas, ambas estaba riendo a carcajadas.

—Liam Forest —dijo Kenna—… no ha dejado de mirarte desde que pisaste el campo. Tiene un lindo trasero.

Entonces, recordé lo que había pasado algunos meses atrás, fue un día igual que ese. Sacudí la cabeza, como si eso fuese a arrebatarme los recuerdos.

—No seas —empecé a decir, pero me retracté—… Que quede claro que entre él y yo nunca habrá nada. 

Me miraron como si no tuvieran otra opción.

—Lo dirás ahora, ya hablaremos dentro de unos meses —agregó Kenna sarcástica.

La sección de educación física había terminado; mientras dejaba que todas se adelantaran, yo caminaba a paso lento, tomando agua. No era que quisiera llamar la atención de Liam, tan solo me encontraba sedienta. Pero, sin haberlo esperado, lo vi escaparse de su clase y correr hacia mí, vestido con su uniforme de futbol.

—Aria… —dijo tomando aire, aunque no era que le faltase, solo necesitaba recargar los pulmones

—Liam… —Ya era una mala costumbre que cada vez que nos dirigíamos la palabra siempre empezáramos diciendo el nombre del contrario.

—Esta noche habrá un partido. ¿Vendrías? —¿Iría? La verdad es que nunca me había gustado el futbol, ni siquiera cuando mi hermano jugaba, siempre trataba de evadir esos momentos. Cuando no quería ir, papá me decía que era la única forma de estar en familia, y ponía esa ridícula cara triste para que digiera que sí y pasara un domingo celebrando las victorias de mi hermano.

Lo pensé dos veces, pero sentí que lo había dejado hablando solo por horas.

—¡Claro! —dije—. ¿Por qué no?

Me imaginé en la cancha del colegio, con todas esas personas gritando alocados al anotarse un gol o ante la falta a un jugador, y el árbitro sin hacerles justicia. También imaginaba a las chicas chillando el nombre de Liam, lo cual de seguro sucedía en cada partido.

No sería algo cómodo para mí, sin embargo, ya no podía retractarme.

—Entonces, espero verte en alguna parte. —Guiñó el ojo.

Al parecer, Liam Forest no era ese tipo de chicos que se rendían con facilidad o eso parecía.

—Claro —dije.

Enseguida, quité la mirada, pues el sol me quemaba los ojos. Pensé que había terminado y que tal vez debería irme, pues su entrenador gritaba como una chiva loca. Pero antes de eso habló de nuevo.

—Oh, Aria, y algo más. —Me detuve para escucharlo, aun así, parecía haberse bloqueado—… Olvídalo.

Asentí sin pensarlo.

 

 

 

 

Kenna me miró cansada, cruzando las piernas. Cogió el jugo que mi madre nos había servido y me miró caminar de un lado a otro. Empezó a hacer ese fastidioso sonidito con la pajilla, ese cuando ya no había nada más que beber. Supuse que estaba cansada de verme probar todo tipo de ropa y no elegir nada en concreto. Entonces, me cansé y ella se puso en pie para salvarme la noche.

Hizo un conjunto con toda la ropa que estaba encima de la cama y me la dio.

—¿En serio nunca has ido a un partido en la noche? —preguntó, sentándose de nuevo—. Es decir, ¡Aria! Eres la chica más…

—¿Rara? —pregunté.

—No… quiero decir, tal vez. 

—No me gusta el futbol y menos salir de noche. Además, no tenía planeado aceptar.

Entré al baño y me cambié.

Miré el conjunto mientras Kenna seguía hablando conmigo desde afuera. Sonaba cansada, pero ¿cómo no iba a estarlo? Si la había raptado toda la tarde para que me acompañara y me ayudara con mis tareas.

—Bueno, deberías empezar a tomarle interés… ¿Sabes cuantas chicas quisieran estar con Liam Forest? Todas son palillos de dientes andantes y porristas de su equipo de futbol, se maquillan como prostitutas y se le lanzan a cualquiera y, sin embargo, él muestra interés en ti, una chica… de otro planeta, diría yo.

—¿Realmente crees que soy rara? ―pregunté.

Ir a la siguiente página

Report Page