Ballerina

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ACTO I » 2

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—¡Bravo, Aleksei! —Con el pecho subiendo y bajando, observó al que había creído que era Franz. No podía ser que hubiese ejecutado esos delicados movimientos tan fluidos con el próximo coreógrafo del ballet, quien todavía la sostenía agarrada por la cintura, pegada a su pecho, y que, por extraño que pareciera, la hacía sentirse muy cómoda. Era una sensación extraña, tan agradable que no deseaba despegarse de él. Contuvo el aliento por un momento hasta que la razón iluminó su mente y se separó, fingiendo una sonrisa. Hizo una reverencia al público improvisado y se acercó a Franz, que la recibió con un caluroso abrazo. Katerina se cobijó en él, sentía gran vergüenza por la forma en la que acababa de bailar con un desconocido.

—Has estado grandiosa, Kat. —La joven, con las mejillas ruborizadas, sonrió ante su cariñoso comentario, alzó la cabeza y vio la sinceridad de sus ojos, esos que tantas y tantas veces la habían apoyado sin pedirlo. El coreógrafo y amigo de la bailarina seguía estupefacto. Consiguió reaccionar y le cedió la palabra a Aleksei.

—Gracias, Sergey. —Giró la cabeza y se encontró de nuevo con los ojos almendrados que hacía unos segundos no dejaban de observarla—. Primero que todo, quiero dar las gracias por esta oportunidad y por poder trabajar con vosotros. Personalmente es un trabajo que me llena de ilusión y del que estoy deseando poder hacer gala en todas esas representaciones que vamos a dar. Nuestro objetivo primordial debe ser el de hacer soñar a cada persona que asista a uno de ellos. No os voy a engañar, soy muy disciplinado y exijo tanto como doy; por ello…

—Genial, disciplina marcial —se le escapó a Kat, lo que provocó que muchas cabezas se girasen hacia ella. ¿Cuándo aprendería a pensar antes de hablar? Filtrar no era lo suyo, siempre soltaba lo que pasaba por su mente. Por suerte, el nuevo coreógrafo no se lo tomó a mal e incluso dibujó una sonrisa en su cara antes de proseguir.

—Bien, como iba diciendo, va a ser un gran trabajo, bastante duro. Ahora, comencemos. —Se acercó a Sergey y les ordenó que volvieran a las posiciones del principio. Kat se situó tras sus compañeras, pues ahora era su turno. El nuevo coreógrafo las paró en varias ocasiones y les pidió que ejecutasen los movimientos de otra forma; las tomaba de las manos y les decía exactamente cómo debían hacerlo. Y cada vez que se acercaba a ella, se sentía inquieta.

—Sergey, hagamos un descanso. —Salió sin esperar a que le dieran el visto bueno. Necesitaba tomar aire y razonar qué demonios había sucedido allí dentro hacía unos minutos. Si había tardado años en encontrar la conexión con su partenaire, ¿cómo demonios había conseguido llegar a ella con alguien desconocido? «¡Dios santo, tranquilízate!», se repetía a sí misma, con el corazón a punto de saltar de su pecho.

—Katerina, ¿todo bien? —El coreógrafo estrella se aproximó a ella con prisa, como si temiese que algo le hubiera sucedido. Ella elevó la cabeza, y Aleksei la miró con los ojos brillantes. Se acercó tanto a ella que apenas era capaz de respirar sin dificultad, y que apoyara su mano en el hombro de Kat no ayudó, puesto que un estremecimiento atacó a la joven, como un latigazo, y le impidió moverse. Negó con la cabeza irguiéndose en el acto, con dignidad, frente a él, cara a cara, y se separó ligeramente, pues las piernas no le respondían.

—No vuelva a tutearme, señor…

—Ivanov. —Por supuesto, había leído su nombre cientos de veces, pero de pronto todo se había vuelto borroso.

—Señor Ivanov, le ruego que no lo haga. Vamos a pasar muchas horas trabajando juntos, y mi padre lo admira, lo cual no es de extrañar porque es usted un verdadero prodigio. Simplemente, me he emocionado por lo que ha ocurrido ahí dentro. Fuera de eso, simplemente, ignóreme. —Consiguió hacer que sus piernas actuasen y pasó por su lado evitando todo contacto—. No soy como esas mujeres que llevan días babeando por usted sin ni siquiera conocerlo. Fuera de esa sala, le agradecería que no volviese a tocarme. —De nuevo las palabras salieron de su boca sin ser filtradas con anterioridad. ¿Por qué actuaba con tal agresividad si apenas lo conocía? ¿Por qué le producía intranquilidad ver cómo sus compañeras le sonreían y se rozaban con él durante todo el ensayo? Se dio media vuelta mientras Aleksei se quedaba anonadado, tratando de procesar qué demonios acababa de suceder. Y no era de extrañar, pues ni siquiera la prima ballerina lo sabía.

Dos semanas antes

El sueño de toda la vida de Katerina, ser la primera bailarina en una compañía de ballet tan importante como esa, se estaba convirtiendo en realidad. Había luchado durante años, sacrificando amistades, siguiendo duras dietas, aguantando los pisotones de las otras bailarinas…, pero todo había merecido la pena. Hacía un año que había llegado a encumbrarse en aquella compañía y, aunque algunas de sus compañeras la odiaran a muerte, presas de la más terrible de las envidias, Katerina había llegado a la cima. Ahora daría un paso más al recibir a un nuevo coreógrafo que ayudaría a Sergey y del que, se suponía, iban a aprender mucho debido a su extensa carrera.

—Buenos días, Katerina. —La recepcionista del Teatro de la Ópera Kolobov Novaya la saludó como cada mañana que llegaba primera de todos. Alguna vez, incluso había tenido que esperar a que Irina llegase para abrirle la puerta.

—Buenos días, Irina. ¿Cómo están los chicos? —La mujer dejó de ordenar su mesa por un instante y miró a la dulce Katerina, que siempre se preocupaba por todos.

—Anya y Natasha, muy concentradas en sus tareas diarias. El que me trae por la calle de la amargura es Vladimir. —Chasqueó la lengua, negando con la cabeza—. Ya no sé qué voy a hacer con él. Un consejo, querida niña: no tengas hijos nunca.

Katerina sonrió ante su comentario y, al momento, su semblante se ensombreció, pues aquella imagen de familia distaba mucho de la suya. A pesar de las quejas de Irina, era lo que sucedía en todas las familias con hijos preadolescentes; y por mucho que se disgustara con ellos, sabía que compartían un gran amor y saldrían adelante gracias a él. Ella, a sus veintidós años, no se había planteado ni por asomo formar una propia, aunque tampoco había vivido en una donde el amor fuera la base de todo.

—Que tengas un buen día, Irina. —Avanzó por el pasillo hasta las escaleras y subió a la segunda planta, donde tenían lugar los ensayos. Se cambió de ropa y puso el CD en el aparato de música. Fue a la barra y practicó puntas durante un buen rato, subiendo y bajando los pies; más tarde, comenzó a danzar ejecutando piruetas y saltos en el aire que la hacían volar y sentirse bien.

—Un día vamos a llegar y te vamos a encontrar dormida en cualquier rincón de esta sala. —Poco a poco, el resto de los bailarines de la compañía fueron llegando. En este caso, lo hizo Tanya, su suplente y segunda bailarina, que desearía con todas sus fuerzas que Katerina se lesionase de por vida para poder ocupar su lugar.

—Para eso deberías llegar rozando el alba y no ahora —le respondió, con la misma insidia que Tanya había utilizado contra ella. La miró con odio, pero Katerina apenas se inmutó, y siguió en la barra, calentando para el ensayo general. Eso era algo que había aprendido con los años. Recordaba cómo, al principio, en la academia se la comían, literalmente, y la humillaban; había que ser muy fuerte de mente y de espíritu para soportar a personas como su compañera. Muchas lágrimas y cientos de porqués después la habían hecho ser valiente y fuerte a base de golpes.

—Dejad las pullas, chicas. —Sergey, el coreógrafo de la compañía, se acercó hasta Kat y le dio un beso en el pelo, junto al moño, como cada mañana que llegaba al ensayo. Se habían hecho tan amigos como Anastasia y Franz. Era una persona optimista y muy trabajadora que había dejado de bailar por la enfermedad de su madre, a la que había perdido recientemente. Se marchó al vestuario a cambiarse, y Kat le guiñó un ojo mientras se subía a las puntas con los brazos en el aire.

—¡Dios mío! ¿Habéis visto lo guapo que es? —Anastasia, la más soñadora de todas las bailarinas de la compañía, la que todavía creía en la inocencia e ingenuidad de todas sus compañeras, no cesaba de hablar del nuevo coreógrafo. Katerina no se había fijado en las fotos que llevaba su compañera cada día, pues bastante tenía con leerse la odiosa biografía del supuesto genio—. Mira, mira, Kat, ¡está tremendo! Yo no sé cómo me voy a centrar cuando tenga que ensayar cerca de él. —Ella la miró de reojo, pero, al insistir en que mirase la foto, dejó la barra y asintió con la cabeza. Anastasia le recordaba a la eterna adolescente enamorada del profesor, pero que jamás se atrevía a expresar sus verdaderos sentimientos.

—Nastia. —Como cariñosamente la llamaba ella—. Va a ser tu coreógrafo, así que deja de pensar en él de esa forma. —Su compañera y, sin embargo, gran amiga le sacó la lengua, juguetona, y fue a hablar de las maravillas del gran coreógrafo con las otras, que babeaban exactamente igual que ella.

—Buenos días, compañía. —Sergey, el coreógrafo, entró en la sala, y el murmullo de voces se acalló de inmediato. Los bailarines se colocaron en posición y, cuando sonaron las primeras notas del primer acto de El lago de los cisnes, comenzó el ensayo.

—De nuevo. —Katerina, en primera fila, junto a Sergey, indicó que empezasen otra vez. Los murmullos de sus compañeros no hicieron mella en ella, a la que siguió sin importarle si estaban muy cansados.

—Vamos, chicos, ponedle más fuerza a los siguientes movimientos o seguiremos aquí hasta el alba.

—Mira, así podremos ver a la prima ballerina descansando, por una vez. —Katerina no se vio afectada por el comentario malévolo de Tanya; parecía una estatua, aunque por dentro le había dolido.

—¿Qué has dicho, Tanya? —Sergey no pasó por alto aquella frase y fue hacia ella. Entonces, Katerina reaccionó y se giró.

—Déjalo, Sergey, continuemos. —El maestro de ensayos miró duramente a su querida bailarina. En su compañía, nadie era más que nadie, y mucho menos se comportaban de esa manera.

—Tanya, reconozco que tienes un gran problema de actitud. Lo sé hace años y, si no fuera porque tu técnica es de las mejores que he visto, no dudaría en echarte a la calle. En cualquier compañía está muy mal visto criticar a los propios compañeros, aunque dudo que tú comprendas el significado de esa palabra. —Katerina no pudo evitar sonreír ante el rapapolvos de Sergey, pero inmediatamente se dio la vuelta y volvió a su posición. El coreógrafo regresó a su lugar y, mirando con firmeza a toda su compañía, los alentó a dar lo mejor.

Kat, entonces, comenzó a danzar como solista, esperando a que Franz interviniese para completar la pieza. Ambos se sabían los movimientos de memoria, incluso podrían realizarlos con los ojos vendados, pero no terminaban de conectar. Al acabar, todos aplaudieron, incluyendo al maestro, pero Katerina, con las manos en las caderas, se mordía el labio, señal de que no estaba satisfecha. Todos los bailarines salieron, a excepción de ellos dos y Sergey.

—No lo estás sintiendo, Franz. Estamos a pocas semanas para el estreno y no sale como debería.

—¿Que no sale como debería? Kat, estás histérica, yo estoy muy orgulloso de nuestro trabajo. ¿Qué demonios te pasa? —Sergey los miraba en silencio, no quería entrometerse cuando la pareja de baile trataba sus diferencias, aunque, según lo estaban llevando, no iban a llegar a ningún acuerdo. Finalmente, intervino.

—Chicos, no creo que deba recordaros las definiciones de los pasos de baile. ¿Os acordáis lo que es un pas de deux? —Kat, aún con los brazos en jarras, no entendía a qué venía aquello.

—Sergey, por favor… —El hombre, cruzado de brazos, alzó una mano para detenerla, a pesar de saber que ella pensaba que aquello era una soberana estupidez.

—El paso de dos, dos almas en una, con el objetivo de crear emoción en estado puro. No sé qué razones os han llevado a esto —dijo, señalándolos—, pero eso que provocabais en la gente, que os veían bailar, ya no lo conseguís. Espero que, con la llegada del nuevo coreógrafo, podamos volver a sentir esa conexión que teníais en el escenario. —Tras decirles eso, se marchó. Katerina sabía a qué se refería y, aunque trataba de llegar a su compañero a través de la danza, era imposible.

—Franz… —Pero su partenaire, ofendido, hizo un gesto con el brazo, como diciéndole sin palabras que no se molestase en hablar. Kat se encontraba hastiada de vivir esa situación. Tal y como les había dicho Sergey, ellos dos habían provocado muchos aplausos e incluso habían podido ver ojos llenos de emoción en el público. Dio un par de patadas con los brazos en las caderas, y estaba a punto de desbordársele el llanto.

—Kat… —Su amigo y coreógrafo volvió con una botella de agua en las manos—. No puedes seguir así, te estás matando en vida. —Ella se encogió de hombros, con la mirada fija en el suelo. Acabó por sentarse, pues presentía que estaba a punto de derrumbarse. Sergey se sentó a su lado, frente a ella. Ella jugueteaba con los dedos, dibujando en el suelo figuras sin sentido.

—Parece mentira que tú me digas eso. —Alzó los ojos para encontrarse con los suyos y lo vio muy cansado—. Tú has estado en nuestra piel y sabes a lo que nos enfrentamos, lo que debemos luchar por llegar hasta aquí. —La voz se fue apagando según iba hablándole.

—¿Crees que no te entiendo? Por supuesto que lo hago, mejor de lo que piensas. Pero la danza me arrebató momentos que debí haber disfrutado. —Se paró al recordar a su madre, con la que no había pasado todo el tiempo que hubiera deseado—. Precisamente porque lo sé, quiero que disfrutes de la vida, que disfrutes bailando, que no pienses y te dejes llevar; que apartes los miedos y los agobios, o seguiréis sin encontraros.

Ella no quería escuchar un nuevo sermón; con que su padre se los echara a diario, ya tenía suficiente. Sintió pena por el duro momento que estaba atravesando su amigo, pero no estaba de acuerdo con él. Se levantó de nuevo y fue hacia el reproductor para poner una canción de música clásica que la ayudaba a relajarse y a olvidarse de todo por un momento. Ignoró a Sergey, que estaba apoyado en la pared observando sus movimientos, sintiéndose inútil por no poder ayudar a una de las personas más importantes de su vida. Se acercó al reproductor y paró la música, mientras Kat se detenía mirándose al espejo aguantando el llanto. Su amigo fue hasta ella y le habló con el corazón en la mano.

—Alguien bastante sabio me dijo una vez que la música hay que sentirla. Es la encargada de provocar emociones, sentimientos; de no provocarte absolutamente nada o de llevarte al mismo cielo; de hacer que se te corte la respiración y sientas frío en la piel. —Le recordó una de sus primeras conversaciones de cuando se habían conocido y ella había sido tan sincera al hablar de su gran pasión. Sin embargo, si lo miraba a los ojos, se desmoronaría. Mantenía la vista fija en el suelo, esperando que Sergey se cansara y se fuera. Este chasqueó la lengua y terminó marchándose. Kat seguía preocupada y cansada de vivir aquella situación, en la que no avanzaban; permaneció ensayando al menos un par de horas más hasta sentirse cerca de la extenuación. Y es que era lo que le habían enseñado: que, si quería una recompensa, debía trabajar hasta el desfallecimiento.

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