Ballerina

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ACTO I » 7

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San Petersburgo, la ciudad conocida como la Venecia del Norte, era una ventana a Europa. Fundada por el zar Pedro el Grande, era una ciudad joven, con apenas trescientos años. No importaba si se veía envuelta en brumas de invierno o iluminada por los rayos de sol de medianoche en verano; siempre sería una de las ciudades más bonitas del mundo, más cargadas de historia y de tradición. A pesar de no haber nacido allí, también era un lugar especial para Kat. La majestuosa ciudad imperial de la dinastía Romanov respiraba magnificencia en cada piedra; el lugar donde famosos museos y palacios aristocráticos, hermosos parques, majestuosos templos y magníficos monumentos conformaban la ciudad donde ella había crecido. Le encantaba subirse al barco que navegaba por los canales y, a pesar del frío de aquella mañana de sábado, era perfecto. No quiso sentarse, sino que se dirigió a la proa del barco y allí, agarrada a la barandilla, sintió cómo el viento movía su rubio cabello y algunos rayos de sol le calentaban el rostro, aunque el tiempo estaba cambiando y el sol se perdía entre nubarrones.

Al salir al río Neva, vio la clara diferencia en aquel río que en invierno se congelaba con metro y medio de espesor. El barco oscilaba por el movimiento del oleaje, pero Kat no sentía temor, conocía bien aquellas aguas. Vio a parejas abrazarse en los puentes que dejaban estampas de lo más romántico, al igual que en aquel mismo barco, donde jóvenes se cobijaban bajo la misma manta. Dio un paseo por el barco tratando de dejar la mente en blanco y no pensar.

—¿Kat? —Escuchó la voz de Aleksei e, instintivamente, cerró los ojos—. No esperaba encontrarte por aquí.

—Hola, Aleksei. —Tras darse la vuelta, se vio atrapada por su mirada. Él anduvo hacia ella, que parecía no poder moverse. Se colocó a su lado, en la misma posición que ella había tenido minutos antes, agarrada a la barandilla, con la mirada hacia el horizonte.

—No recordaba la belleza de este lugar. —Dubitativa, terminó por darse la vuelta y mirar también hacia el frente. Las manos de ambos se aferraban a la barandilla, a escasos centímetros de distancia.

—¿Viviste aquí?

—Sí, cuando vine a estudiar. Nikolai y Tatiana me acogieron al concederme la beca. Este lugar es mi segundo hogar. —Las palabras de Aleksei destilaban cierta nostalgia que a Kat no se le escapó.

—¿Nikolai, el productor?

—El mismo, el que vio que podía llegar lejos y me dio la mano para conseguirlo. —Sonreía al hablar del productor, con el que ella apenas había cruzado dos palabras. Exhaló el aire que estaba reteniendo por miedo a hacer algún ruido que lo hiciera aún más consciente del nerviosismo que sentía. Siguieron en silencio hasta que el barco paró y tuvieron que bajarse.

—Bueno…, me ha alegrado verte —le dijo ella antes de huir.

—Espera, ¿qué tienes pensado para hoy?

—Eh…, pues no tenía nada organizado en mente. Recorrer la ciudad sin rumbo fijo, básicamente.

—Si no te molesta mi presencia, podría ir contigo.

—Como quieras. —Él sonrió, se puso las gafas de sol polarizadas y comenzó a andar junto a ella.

—Me gusta que al fin me tutees. —Kat se detuvo al darse cuenta de que lo había hecho; también sonrió y siguió su camino junto al coreógrafo.

El silencio fue su gran amigo la mayor parte del tiempo, aunque las miradas casi le ganaron la partida. Aleksei caminaba pensativo, pero, a veces, la miraba de soslayo intentando adivinar cómo se sentía Kat. Ella, por su parte, no dejaba de pensar en lo mismo, le intrigaba mucho el chico que andaba con ella y al que le debía, por lo menos, una disculpa. Cuando llegaron a un mercadillo, entablaron una conversación banal sobre lo que se vendía allí y sobre cómo ya no había tanta gente como hace años, cuando apenas se podía transitar.

Aleksei la invitó a comer, pero, al ver el lugar donde pretendía llevarla, ella negó con la cabeza. Por primera vez, se sintió animada, y tiró de su mano hasta un puesto de comida ambulante. Cogieron lo que compraron y Kat lo llevó hasta un parque cercano, donde comieron sobre la hierba fría. Aleksei llevaba una chaqueta beige de lana, que lo mantenía bien abrigado y lo hacía aún más atractivo a los ojos de ella. Ella llevaba una simple cazadora, pues se había confiado en que aún no llegaría el frío. Craso error por su parte. Él notó que se llevaba las manos a los brazos para calentarse y, sin decirle nada, se quitó la chaqueta para ponérsela sobre los hombros, a pesar de las quejas de ella.

—Siento la forma en que te hablé —musitó ella, tan deprisa que apenas fue audible.

—¿Perdona? —La miró por encima de las gafas, en aquella pose de seductor encantador, y ella le tiró una brizna de hierba, sonriendo abiertamente. Aleksei tenía una manera de sonreír que le calentaba el corazón sin ser consciente de ello—. Me pasé de la raya, lo asumo. A veces soy un poco drama queen. —Kat soltó una carcajada que sonó a oídos de Aleksei como música celestial. Hablaron sin prisa, con la sensación de tener todo el día por delante. Charlaron sobre el ballet, la gran pasión que los unía, cómo él se convirtió en una gran bailarín, del ballet tuso, del estreno…

Cayó la tarde y no fueron muy conscientes de ello hasta que escucharon a una cantante callejera cantando como los ángeles. Miraron a su alrededor y vieron que estaba atardeciendo, con nubes amenazantes de tormenta e incluso de nieve, pues hacía demasiado frío. Se había levantado un frío helador, pero apenas se percataron de ello. Miraron hacia la cantante y vieron un corro arremolinándose en torno a la chica, que cantaba animadamente, y, movidos por lo que estaba diciendo, se unieron al gentío. La muchedumbre aplaudía y se movía al ritmo de la letra que aquella mujer transmitía aferrada al micrófono. Katerina se vio envuelta por esa sensación parecida a la felicidad que experimentaba al bailar; sonreía y se movía sin darse cuenta. Aleksei estaba justo a su espalda, lo sentía porque también se estaba dejando llevar por la música. Aplaudían llevando al ritmo y comenzaron a cantar junto a la cantante; algunas personas, de pronto, empezaron a bailar. Ella los miró, divertida y emocionada. Siempre le asombraba el poder que tenía la música para encandilar a la gente y, por unos minutos, hacerles olvidar aquello que traumatizaba sus vidas o les preocupaba.

—Vamos. —Él la agarró del brazo y fueron una pareja más que se unió al baile improvisado en la calle. No se tocaban, bailaban uno frente al otro sin dejar de reír y cantaban retazos de aquella canción. Katerina se dejó llevar tanto en un momento que dio vueltas con la cabeza de un lado a otro para dar luego vueltas sobre sí misma con los brazos abiertos. Aleksei la observaba, fascinado por aquella aparentemente tímida chica que se desinhibía bailando con su chaqueta, que le sobraba por todas partes. Y, como si se tratara de un cuento de hadas, comenzó a nevar.

Kat trazaba círculos sobre sí misma con los ojos cerrados, sintiendo con intensidad lo que decía aquella canción. No quería pararse a analizarla, tenía que controlar sus sentimientos y no dejar que las emociones la desbordasen en ese momento. Cuando notó el frío de los pequeños copos caer sobre ella, elevó la cabeza al cielo y lo sintió en la cara. Se detuvo, respiró y volvió a mirar a Aleksei, que estaba a pocos metros de ella, como si hubiera deseado dejarla vivir ese instante de casi levitación. Kat se acercó a él con una idea clara en su mente. No sabía qué vendría después, si era lo correcto o no; simplemente era una necesidad que necesitaba aplacar.

Un paso más, dos, tres, y al cuarto estaba a tres centímetros del rostro de Aleksei. —«Porque voy a estar a tu lado, incluso si estamos destrozados, aunque nos estemos hundiendo, podemos encontrar una forma de abrirnos camino. Incluso si no somos capaces de encontrar el cielo, cruzaré el infierno contigo». —Embriagada por aquella letra, como si hubiera bebido toda una noche, se dijo que sí, que era el momento, y dio un paso más. Él veía lo que ella tenía en mente, y no es que no quisiera besarla más que el aire que llenaban sus pulmones, pero, cuando se besaran por primera vez, no sería movidos por la intensidad de una canción, sino porque no había otro camino. La nieve seguía cayendo, y hacía que la gente corriese a refugiarse en los bares cercanos; los miraban extrañados al ver que estaban hieráticos, con las respiraciones agitadas, mirándose con la mayor intensidad.

—«Si tus alas están rotas, por favor, toma las mías para poder abrir también las tuyas» —susurró Aleksei cerca de su oído al abrazarla, moviéndose ambos al ritmo. La canción terminó, la mujer los miró satisfecha de haberlos calado hondo, y recogió sus cosas para también refugiarse de la nieve, que cada vez caía con más fuerza.

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