Ballerina

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ACTO I » 8

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De camino al teatro, Katerina recordó el día anterior con Aleksei. Después de que la cobijase en sus brazos, sintió un pequeño pinchazo de desilusión porque no la había besado, o por no haberse dejado besar; aquello la reconcomió un rato. Finalmente, se habían refugiado de la nieve en un bar, y él había vuelto a hablar de los ensayos y de lo que se debía mejorar. Fue como si se pusiese una armadura con ella, o como si quisiera olvidar el mágico momento que habían vivido en la calle. No quiso pensar más en ello, para no torturarse, y le siguió la corriente. A la hora indicada, cogieron de nuevo el barco y navegaron en los canales con un Aleksei más que forzado, haciendo chistes sin sentido, a los que a veces ella reía a carcajada limpia y, otras veces, simplemente lo fingía. En el embarcadero, llegó el momento de decirse adiós hasta el lunes.

—Lo he pasado muy bien hoy, gracias. —Aleksei se vio tentado de darle el beso que ella le había rogado, pero algo le decía que aún no había llegado la ocasión.

—¿Quieres que te acompañe a casa? —Ella negó con la cabeza y se dio la vuelta sin mirar atrás; sin ver cómo él no dejó de observar su pelo, que bailaba a cada paso que daba, sin percatarse de que la mirada de Aleksei estaba colmada de ganas, pero también de arrepentimiento; sin ver cómo no apartó la vista de ella hasta que esta despareció en el horizonte.

***

—La colocación es muy importante para conseguir ligereza y sensación de elevación. —Aleksei interrumpió el ensayo de Kat en la barra. Ella lo ignoró y trató de seguir concentrada, subiendo y bajando las puntas, pero le resultaba complicado al saber que estaba allí. El coreógrafo se acercó a ella y se posicionó justo a su espalda—. Estar colocado en la barra no es estar rígido, ni bloqueado; es mantener una postura erguida y, sobre todo, con total conocimiento de ella; saber exactamente la tensión muscular a la que estamos sometiendo nuestros músculos. —Agarró de la muñeca, desde atrás, a Kat y la elevó hacia arriba mientras la bailarina mantenía la postura—. Saber exactamente qué fuerza debemos realizar para cada movimiento. —Posó la otra mano en su cadera, la sacó de la barra y la hizo girar en una piroutte a la que ella obedeció sin rechistar—. Incluso, a veces, podemos realizar un sencillo ejercicio, que es cerrar los ojos y comenzar a movernos por el espacio vacío con nosotros mismos y, en el propio eje, sentirnos. —Ella cerró los ojos, como le pedía Aleksei, y se dejó llevar por él, totalmente confiada en lo que él hiciese con ella. De pronto, comenzó a sonar una música. Katerina abrió de nuevo los ojos y se encontró con los ojos de Aleksei, que le daban toda la seguridad que necesitaba para dejarse llevar, y volvió a cerrarlos instintivamente. En algún momento, debió de darle al reproductor de música sin que ella se percatase—. Es muy importante sentir nuestro cuerpo, tener conocimiento de él y de la capacidad del mismo para moverse, así como de sus posibilidades.

»Abre los ojos. —La bailarina obedeció, y se quedó quieta mientras él daba un par de pasos hacia atrás para hacer movimientos en solitario. Aleksei llenaba todo el espacio con movimientos ágiles y fluidos, entre ellos un grand jete en tournant, lanzando las piernas en un ángulo de noventa grados con un salto. Parecía como si apenas le costase esfuerzo elevarse, desplegar los brazos y extender las piernas; aquel bailarín tenía una técnica exquisita, sumamente perfecta. Y, tras ejecutar esos pasos, fue hacia ella, le ofreció la mano y comenzaron a bailar, pero con movimientos más relajados, no tanto de ballet clásico como de danza contemporánea. Mirándose a los ojos, sintieron la conexión especial que había aparecido desde el primer momento en ellos, donde nada más importaba. Al acabar la música y todavía con las respiraciones aceleradas, ambos hicieron una reverencia al otro, estallando en risas. Aleksei tiró de la mano aún unida a Kat y la llevó consigo al suelo, donde se tumbaron un buen rato.

—Cuando bailo contigo, es todo tan diferente —confesó Katerina, aún de la mano de él—. Recuerdo la primera vez que me subí a un escenario para representar una obra. Yo era una cigüeña que danzaba alrededor de otras aves, tenía once años y, en un momento de la representación, me quedé en blanco. Vi a toda esa gente allí: padres de alumnos, niños de otras clases, profesores…, pero mi padre no estaba. Hice lo que pude para salir del paso y al acabar, con lágrimas en los ojos, vi que venía hacia mí muy enfadado. Llegó tarde, pero vio el final; para entonces, yo estaba más que perdida. Me dijo cosas horribles y, desde entonces, no dejó de hablar de mis defectos. Cuando te hablan tanto de ellos, solo ves imperfecciones y acabas creyéndotelas.

Aleksei sintió una rabia tremenda hacia el padre de la prima ballerina y al mismo tiempo una gran pena por aquella inocente niña de once años que lo único que deseaba aquel día era tener a su padre a su lado apoyándola y dándole el cariño que se merecía. Se irguió sobre Katerina y, acercando su rostro al de la joven, susurró unas palabras que llegaron al corazón de la chica.

—Si cometes un error, tienes que vivir toda la vida con ello. Estoy seguro de que ese fue el primero que cometió tu padre y algún día se arrepentirá de ello.

—Tampoco es tan malo; en parte tenía razón, soy una persona débil y necesito disciplina, que me fuercen para llegar a ser la mejor. —A Aleksei se le rompió algo por dentro al escuchar cómo se consideraba a sí misma una de las mejores bailarinas que había visto en mucho tiempo. Exhaló un suspiro, como si le doliera de veras, y acarició su mejilla con el dorso de los dedos.

—No hay más ciego que el que no quiere ver. —Aproximó su cara a la de ella y la observó un instante, queriendo retener ese momento en sus retinas para siempre. Cada centímetro del cuerpo de Aleksei estaba en tensión, expectante. Y, como en cámara lenta, se fue acercando a sus labios hasta que los juntó con los de ella. Fue un beso lento, ese que llevaba tiempo esperando que sucediera. Kat se limitó a quedarse allí tumbada, con Aleksei sobre ella, sintiendo el sabor de sus labios y de su lengua, que sin permiso invadió su boca y la obligó a rendirse. Por dentro, gritaba de la emoción, deseando que se alargase más y más. Se separaron para tomar aire unos segundos y, antes de que ella reaccionase, volvió a besarla. Aleksei la besaba con ansia, como nunca antes la habían besado; movía la lengua de tal manera que hacía crecer el deseo en ella, que lo agarraba de la cabeza queriendo acercarlo más en un beso que les quemaba la piel.

—Vamos. —El coreógrafo rompió el contacto, y la dejóvacía, e instintivamente echó la cara hacia delante, de nuevo en busca de sus labios. Aleksei la ayudó a levantarse, pues el resto de los bailarines estaban a punto de llegar para el ensayo del día. Apenas se hubieron puesto en pie, Franz, Tanya y Anastasia entraron en la sala. Rápidamente, soltó la mano de Kat, acción que le dejó un vacío extraño en el pecho y, antes de darse cuenta, les dio los buenos días con un Aleksei que abandonó el lugar sin mirar atrás.

Durante el ensayo, Kat se concentró en realizar los pasos y en trabajar duro. Evitó mirar al coreógrafo, que la había besado una hora antes, pero que, en ese momento, parecía distante y frío.

—Bien, gracias a todos. Nos vemos después del almuerzo. —Sergey aplaudió a su compañía mientras hacían la reverencia de agradecimiento y, de uno en uno, comenzaron a abandonar la sala. Anastasia se aferró a la espalda de la prima ballerina y le dijo que estaba molida, pero su mente solo pensaba en él. Después del momento que para ella había sido de los más especiales que había vivido hasta entonces, se marchó casi huyendo, y aquello no dejaba de rondarle.

Bajaron al comedor, donde Franz y su amiga se habían sentado con otros bailarines, ya que el padre de Katerina no perdonaba la hora de la comida; supuestamente decía que era para pasar tiempo con su hija, aunque todos sabían que lo que de veras buscaba era controlarla.

—Ten, lee esto. —Kat cogió el papel doblado que le entregaba, hecho que le arruinó la comida un día más.

—¿Qué es?

—Lee, Katerina, te lo ruego. —Ella frunció el ceño, irritada por la forma en la que le había hablado y, desdoblando el papel, suspiró, harta de todo aquello. A veces se preguntaba si todo ese sacrificio merecía la pena o si, por el contrario, se estaba convirtiendo en su pesadilla particular.

—No lo necesito. —Volvió a entregarle el papel con malos modos y siguió removiendo el puré de zanahoria. Su padre no se rindió y leyó por ella.

—El balance se basa en qué comer, cuándo y cuánta cantidad. Esto significa que las cantidades de comida son siempre relativas a tu tamaño y a la cantidad de energía que gastes. Los cinco grupos principales de alimento que debes ingerir de forma diaria son frutas y vegetales en un treinta por ciento; carbohidratos, otro treinta por ciento, entre los que se encuentran el pan, la pasta, las patatas, el arroz o el maíz; proteínas de carne, pescado, aves, huevos en un veinte por ciento; leche y lácteos, como el queso o el yogurt, deben ser un quince por ciento, y por último, grasas y azúcares, tales como mantequilla, aceites, salsas y todo tipo de golosinas, en un cinco por ciento.

—¿A qué viene todo esto ahora?, ¿acaso no llevas años ocupándote tú de mi dieta?

—No seas impertinente, Katerina. Este papel —le dijo, mostrándole de nuevo los datos de la dieta de un bailarín profesional— debes seguirlo al pie de la letra. Además, he añadido lo que debe ser tu dieta cada día. ¿Me escuchas?

—Por supuesto que te escucho; si no lo hago, es peor. —El señor Solokov dio un golpe sonoro en la mesa, y provocó un respingo en su hija. Alzó la vista y vio que estaba a punto de echar fuego por los ojos.

—Katerina, Dios sabe que tengo paciencia, pero la agotas. No voy a consentir que te saltes la dieta ni un solo día, y recuerda que tienes que ensayar diez horas cada día. El estreno está cerca y debes matarte para ser la mejor. —La bailarina se sentía confusa. ¿Por qué le recordaba lo que tenía que hacer? No le cabía duda d que él estaría detrás de ella para asegurarse de que cumpliera todo a rajatabla.

—No sé a qué viene todo eso. Lo dices como si no fueras a estar aquí encargándote de que cumpla cada maldita palabra que está en ese papel. —Dejó de remover su comida y lo miró directa a los ojos, retándolo.

—Para mi desgracia, no va a poder ser, me marcho a Krasnojarsk unas semanas. Tu tío ha sufrido un accidente y debo ir a ocuparme de unos asuntos. —Un gran alivio se instaló en el pecho de la joven y se desplazó por todo su cuerpo. Sintió como si le quitasen un enorme peso que llevaba a cuestas durante años. Pero, al pensar en su querido tío Iván, su expresión se ensombreció.

—¿Qué le ha pasado al tío? ¿Está bien? ¿Y la tía y los primos? Quiero ir contigo. —Nada fue más importante, en ese segundo momento, que estar con la familia paterna, que siempre le había dado el cariño que ella había anhelado en su frío padre. Poco le importaba ser la primera bailarina de una gran compañía de danza internacional; su sueño perdió fuerza al saber del accidente.

—No digas sandeces, tú te quedas donde debes estar. El estreno es en tres semanas, espero poder estar aquí para entonces Tu tío Iván solo ha tenido un accidente de camino a la fábrica, pero tengo que ir a encargarme de unos asuntos de trabajo mientras Olga se ocupa de tus primos.

—Que aproveche. —La voz de Aleksei fue un bálsamo para lo que acababa de decirle su padre. Su tío Iván se encontraba en un hospital ingresado, quien sabe si debatiéndose entre la vida y la muerte, pues su padre jamás habría viajado tantos kilómetros de no ser algo grave. Y su tía Olga, que bebía los vientos por su marido, debía de estar destrozada, a la vez que se haría la fuerte frente a sus hijos. Las lágrimas querían asomar a los ojos de Kat, pero se mordió el cachete fuertemente para evitarlo a toda costa.

—Aleksei Ivanov, qué gusto verlo. —El padre de la bailarina se levantó para estrechar la mano al coreógrafo al que tanto admiraba—. Espero que mi hija se esté comportando a la altura de las circunstancias y esté dándolo todo como primera bailarina de este ballet.

Katerina puso los ojos en blanco al escuchar a su padre como si estuviera hablando con su profesor de danza, y ella estuviera de nuevo en la academia con quince años. Tragó saliva y notó el nudo de la garganta cada vez más rígido. Se sentía avergonzada, pero la brutal noticia de su tío le había quitado las pocas fuerzas anímicas que le quedaban.

—Katerina es una excelente bailarina y, créame, está haciendo exactamente lo que debe hacer. —El padre de la joven asintió con la cabeza, orgulloso, y miró a su hija, que entonces alzó la vista a aquellos dos hombres que la miraban, esperando justo a que ella levantase los ojos—. Brillar. —Fue la palabra que Aleksei encontró para describir el maravilloso trabajo que la chica realizaba en cada ensayo.

El señor Solokov le dio las gracias y se despidió de ellos, pues aún tenía trabajo que terminar en el teatro, previo a su inminente partida. Kat espiró aliviada al ver cómo la dejaba terminar de comer tranquila, hasta que vislumbró, por el rabillo del ojo, que Aleksei ocupaba el asiento que segundos antes había dejado su padre. Removió el puré bajo la atenta mirada de él, que no dejaba de observarla e inquietarla.

—Has estado asombrosa en el ensayo. Bueno, como siempre, a decir verdad. —Ella lo miraba, recelosa y algo enfadada.

—Gracias… —respondió ella secamente, sintiendo cómo lo que denominaban mariposas revoloteaban por todo su organismo.

—Kat, quiero que hablemos sobre lo de esta mañana. —La bailarina tenía los brazos extendidos sobre la mesa, a cada lado del plato, y él hizo lo mismo, dejando sus dedos a un milímetro de rozar los suyos. Podía sentir el calor de las manos de él; si estiraba un poco más sus dedos, podrían volver a tocarse. Ella hizo un pequeño ademán, pero los encogió y se apartó completamente de él. Ella sabía perfectamente que se arrepentía de ese beso; ya era bastante bochornoso como para seguir en esa conversación, por lo que le ahorró pasar por aquella vergüenza.

—No te preocupes, no hay nada de qué hablar —le respondió rápidamente, con intención de marcharse de allí.

—Venga, Kat, no seas cría y deja de mirarme como si quisieras asesinarme. Tenemos que hablar, en serio. —Lo fulminó con la mirada, aún más molesta. Se levantó y, tras coger su bolsa, se fue a la mesa de sus amigos, donde el gran brazo de Franz la cobijó. Allí se quedó un buen rato, disfrutando del cariño y el calor de sus amigos, entre risas y bromas. Aleksei se quedó boquiabierto al ver su reacción y más tras observar cómo su partenaire la abrazaba. Quizá hubiera algo más que profesionalidad entre esos dos y él se estaba entrometiendo. Negó con un gesto, queriendo sacar a la joven bailarina de su cabeza; se estaba metiendo dentro de cada pensamiento y apenas podía respirar. Finalmente se levantó y abandonó el comedor.

***

—Kat, espera. —La chica se había quedado un rato más a ensayar después de que su padre le pidiera que se fuera sola a casa. Sus amigos se fueron a tomar unas cervezas y, tras insistirle en que los acompañara por novena vez, desistieron. Habló con su tía Olga y se quedó un poco más tranquila al saber que su tío Iván estaba fuera de peligro. Ensayó sola un par de horas más hasta que decidió que ya era momento de irse a descansar. El ensayo por la tarde fue tremendamente profesional y exigente. Aleksei no la miró a los ojos en ninguna de sus indicaciones, ni siquiera cuando la cogió por los brazos como aquella mañana. Ahora lo tenía delante de ella, provocándole de nuevo ese estado de nerviosismo y alerta.

—¿Ocurre algo? —Su voz era un simple hilo. El coreógrafo cogió aire, antes de echarlo silenciosamente, se acercó a ella, la rodeó por la espalda y la pegó a su pecho de forma abrupta. Sin pedir permiso, ni siquiera con los ojos, la besó. Kat sintió cómo sus rodillas se aflojaban y cedían; se agarró a él para no caerse. Su cuerpo se estremeció en oleadas que se concentraban en su vientre, anhelando que aquel beso llegara a mucho más. Tras lo que fueron segundos de eterna felicidad, Aleksei se separó de sus labios. Ella vio una sonrisa en su rostro y se sintió plena al comprender que únicamente ella era la culpable de aquella encantadora mueca en su cara.

—Hola. —Katerina sonrió mientras sentía la nariz de Aleksei sobre la suya, en una tenue caricia que lo decía todo—. Vamos, te acompaño a casa. —Se soltó de ella para darle la mano y guiarla hasta las afueras del teatro. Katerina no podía dejar de mirar sus manos entrelazadas; la desviaba hasta el rostro del coreógrafo, que se comportaba de forma muy natural, como si siempre hubieran estado así. De camino al coche de ella, Aleksei tarareaba una melodía que hacía que Kat sonriera espontáneamente y se sintiera a gusto. Algunas veces se acercaba a ella y le daba un suave beso en los labios, pillándola desprevenida, lo que provocaba que ambos rieran como dos tontos. Subieron al vehículo y ella estaba muy nerviosa conduciendo con aquel hombre a su lado, aquel hombre que la había besado infinidad de veces en un solo día. ¿Qué diantres significaba eso? Aleksei no le había dicho nada, simplemente había demostrado con hechos lo que estaba empezando a sentir por Kat.

—Ya hemos llegado. —A ella le tembló la voz cuando apagó el motor, momento que él aprovechó para coger su mano y frotarla entre las suyas.

—Estás temblando, ¿tienes frío? —Katerina negó con la cabeza, hipnotizada por los ojos esmeralda de Aleksei, que la estaba desnudando con una simple mirada. Sin poder evitarlo, se acercó a ella y con una mano acarició su mejilla. El beso fue delicioso, fue tierno y delicado, hasta que la propia Kat sintió el deseo avivar sus venas y se lanzó a su boca, buscando frotar su lengua con la de él, necesitando más y más cada sutil roce de Aleksei. Tardaron en separarse, pues ambos deseaban eso y mucho más, pero no era el lugar adecuado ni tampoco habían tenido la conversación que ella necesitaba.

»Créeme que seguiría besándote durante horas y me perdería en tu cuerpo toda la noche, pero no es así como me gustaría que fuese, Kat. —A ella se le disparaba el corazón cada vez que él pronunciaba su nombre de esa manera tan sensual—. Espero que ahora creas que el beso de esta mañana sí que deseaba dártelo. Deseo darte muchos besos aunque por hoy este sea el final.

Aleksei se bajó del coche y, antes de que una asombrada Katerina pudiese reaccionar, le estaba abriendo la puerta y ofreciendo una mano para que bajase del vehículo. La acompañó hasta la misma puerta de su casa, pero ella se dio la vuelta antes de entrar.

—En el teatro no quiero que nadie sepa…, bueno, que tú y yo… —No habían dejado de tocarse, jugueteaban con sus dedos sin despegarse del todo.

—Tranquila, yo también creo que será lo mejor. —Y, entonces, Aleksei la agarró de la cintura y la pegó a su torso. Ella le rodeó la cintura con los brazos y hundió su cara en el pecho de Aleksei; aspiró su aroma, a él. Unos segundos después, la apartó de sí para cogerle la cara entre las manos y depositar pequeños besos por todo su rostro: mejillas, nariz, barbilla… hasta que dejó uno más largo en sus labios. Kat sabía que su corazón se detenía cuando la besaba, cuando rozaban sus dedos, con un simple toque—. Pero no saques conclusiones precipitadas antes de hablar conmigo, como has hecho esta mañana, ¿de acuerdo? No lo hagas nunca. —Ella asintió, recordando su comportamiento algo infantil, y le dio un nuevo beso al coreógrafo—. Buenas noches, ballerina.

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