BAC

BAC


Capítulo 27

Página 46 de 96

C

a

p

í

t

u

l

o

2

7

Esperaban sus maletas, pacientes. Llevaban más de diez minutos viendo como la cinta de salida de equipajes de su vuelo giraba frente a los pasajeros agolpados frente a aquella enorme elipse vacía. Estaban rodeados de gente en su misma circunstancia. A su lado, una pareja trataba de entretener a sus hijos, a los que habían montado en el carro porta equipajes. El padre hacia sonidos con la boca, como si el carro fuese un coche de carreras. Bostezó, no había podido descansar durante el viaje, donde aprovechó para releer otra vez la información que habían recabado sobre Pinyol. Aunque estaba agotado, sobre todo mentalmente, deseaba llegar a comisaría e interrogarlo. En su libreta habitaban demasiadas preguntas sin respuesta.

Giró la cabeza buscando a su compañera de investigación. Estaba haciéndole carantoñas a la niña que pilotaba el improvisado bólido. Un hombre, justo detrás de Eva, no apartaba la vista de su trasero. No habían tenido ocasión de hablar durante el viaje, ya que estaban sentados en diferentes secciones del avión. Eva iba en la parte de atrás, casi en la cola, Diego había viajado sentado cerca del ala izquierda, junto a una de las salidas de emergencia.

Un murmullo repentino devolvió su atención a la salida del equipaje. La gente comenzó a agolparse y darse empujones para coger sus maletas y paquetes. Diego no soportaba esa clase de actitudes, a todas luces egoístas y maleducadas. Decidió dar unos pasos atrás y dejar que aquella multitud se peleara intentando meter sus brazos por sitios imposibles. Los observaba casi divertido. Eva se colocó a su lado, muy pegada a él, casi tocándose. Contemplaron la escena, curiosos, como quien ve un documental sobre aborígenes de Madagascar realizando un esperpéntico rito ancestral para pedir una buena cosecha a los dioses.

– ¡Míralos! Empujándose entre ellos por recoger su maleta antes que el vecino. Me apuesto lo que quieras a que los agonías que más energía dedican son los que menos prisa tienen. – dijo Eva, mirando con desprecio como un par de jóvenes empujaban a un hombre de avanzada edad.

– Casi seguro. Es un perfil típico. Personas que tienen la necesidad imperiosa de ser los primeros en todo. Que confunden la falta de respeto con la competitividad y el esfuerzo para ser mejores. Es una de las lacras de la sociedad, bajo mi punto de vista. – respondió Diego, andando hacia la cinta, algo más despejada.

Avistó su maleta y la recogió, casi con desgana. Eva esperaba la suya, que se acercaba lentamente hasta la posición donde se hallaban.

– Sí, ya salimos. ¿Dónde? Ah, vale. Ahora vamos para allí. – dijo Eva, contestando una llamada de teléfono.

– ¿Quién era? ¿Vienen a recogernos? – preguntó Diego, mirando su móvil en busca de alguna notificación de Olga al respecto.

– Sí, era Olga. Me ha dicho que me ha llamado porque saltaba tu contestador. – contestó Eva. – ¿Vamos?

Diego sacó el móvil de su bolsillo. Continuaba en modo avión. Había olvidado cambiarlo de modo al llegar a tierra, cosa que hizo en ese mismo momento. Una sucesión de pitidos y zumbidos no tardaron en anunciar la recepción de los mensajes y avisos de llamadas perdidas. Doce.

– ¿Te ha dicho dónde nos espera? – preguntó Diego, soplando.

– En el parking exterior, junto al cajero. – respondió Eva, dirigiéndose hacia la salida, andando a toda prisa.

A aquel ritmo, el vaivén de las caderas de Eva era hipnótico, le resultaba imposible andar detrás y no mirarla. Diego aligeró el paso para ponerse a la altura de su compañera. Revisó las llamadas, todas de Olga. También tenía varios WhatsApp e incluso un SMS, todos de ella. Tal vez su subconsciente estaba intentando alejarlo de Olga…

El golpe de calor al salir de las instalaciones del aeropuerto fue notable. No fue solamente por el incremento de temperatura, sino también por la humedad. En la frente de Diego comenzaron a aparecer gotas de sudor casi de inmediato.

– ¡Joder, que bochorno! – exclamó Eva, colocándose las gafas de sol. – Es lo único que no me gusta de Barcelona, la humedad que hace, ¡sudas sin moverte!

– Mira, allí esta. – dijo Diego señalando hacia su derecha.

Le hizo un gesto con la mano a Olga. Ella se lo devolvió. Cuando llegaron al coche, Olga había vuelto del cajero y estaba apoyada en el maletero con sus enormes gafas de sol. Iba vestida con una camiseta de tirantes blanca y unos tejanos pitillo de color rojo que resaltaban sus bonitas piernas sobre el fondo amarillo del coche. Diego, mientras se acercaba, pudo comprobar que no llevaba sujetador. Era un detalle que no pasó por alto, ya que Olga, bien dotada en ese aspecto, siempre solía usar sostén.

– Hola Olga. ¿Cómo estás? Lo siento, se me ha olvidado conectarlo al bajar del avión. – se excusó Diego, acercándose a su compañera y dándole dos besos.

Tuvo que realizar un esfuerzo por no besarla en los labios. De cerca sus pechos eran más impresionantes aún. Los rozó con su torso al saludarla, lentamente.

– Hola Eva, ¿qué tal? – saludó Olga.

Eva también había notado la ausencia de sujetador en el pecho de la guapa inspectora. Le gustaba, le recordaba experiencias no tan lejanas cuando llegaba a casa de Olga y se le acercaba por detrás para amasar aquellos hermosos pechos.

– Bien, ¿y tú? – respondió Eva, mirándole a los ojos, dulcemente.

– Impaciente. – suspiró Olga.

Impaciencia, tanto en el terreno personal como en el profesional. Impaciencia porque deseaba acabar la jornada. Impaciencia por volver a casa. Por darse un baño en la piscina. Por estar a solas con Diego. Por besarle apasionadamente. Por sentirlo finalmente dentro de ella, varias veces… Pero también sentía impaciencia por el caso, porque no avanzaba al ritmo que ella desearía. Esa impaciencia la había empujado a ir a buscarlos al aeropuerto. No aguantaba más tiempo esperando sentada en una silla frente a un ordenador esperando novedades. No podía. Le ardía la sangre dentro de las venas. Era demasiado nerviosa para esperar y prefirió salir de la oficina y hacer algo útil.

Entró en el coche y miró a Eva. Pensó que estaba tan guapa como siempre, con aquel aire cuidadosamente descuidado.

Diego abrió el maletero del Seat León para dejar las maletas. Eva aguantaba la puerta y había plegado el asiento delantero para facilitarle el acceso a las plazas traseras. Era un signo inequívoco, ella quería sentarse delante. Diego entró al coche y pasó al asiento trasero. Olga, ya al volante, espero a que Eva se sentarse y se colocara el cinturón de seguridad para poner el coche en marcha y detenerlo unos metros después para introducir el ticket del parking.

– Bueno, ¿y qué tal por Jaén? Por lo que he leído, Bernardo Zafra os explicó bastantes cosas sobre la relación de su hermano con Pinyol. – preguntó Olga al iniciar la marcha hacia la comisaría.

El reloj de su coche marcaba las diecinueve horas y tres minutos. La temperatura exterior era de treinta y dos grados. Mientras accedía a la B-10, observó por el retrovisor a Diego. Parecía un crío, miraba por la ventana con la curiosidad de alguien que no conoce el lugar, como si el paisaje fuese nuevo, atento a todos los detalles. Iba sin afeitar, con aspecto de cansado, le resultaba realmente atractivo con aquella barba de tres días.

Eva no prestaba mucha atención al trayecto. La investigadora iba leyendo algo en su móvil. Le contestó sin levantar la mirada.

– Sí, Zafra nos contó algunas cosas interesantes sobre Pinyol. Esperemos que el interrogatorio desvele o confirme algunas de ellas. Aún tardaremos una media hora en llegar, ¿no? – preguntó Eva a Olga.

Miró de reojo los pechos de Olga, a los que el cinturón de seguridad se empeñaba en separar sin lograrlo.

– Sí, espero que no encontremos ninguna retención. – respondió Olga mientras cerraba la ventanilla y ponía en marcha el aire acondicionado. – El tráfico de salida estaba fatal con la manifestación de hoy. La de “No tengo nada que temer”. Ha sido impresionante, ¿habéis visto las noticias?

Olga notó como sus pezones reaccionaban al aire frío que despedía el sistema de climatización del coche. Movió la salida de aire hacia arriba, para que el chorro de aire no fuese arrojado directamente sobre su cuerpo. Se le puso la carne de gallina con el roce de sus endurecidos pezones con la camiseta. Eva también lo notó y se mordió el labio inferior disimuladamente.

Diego siempre observador, reconoció el gesto de Eva desde la perspectiva del asiento trasero. Algo le había gustado. Eva tenía la costumbre de morder ligeramente su labio inferior, en la parte izquierda cuando algo la excitaba sexualmente. Descubrió lo que era cuando vio que Eva volvía a girarse a mirar los pechos de Olga. Diego alzó su ceja derecha, incrédulo. No lo había notado antes. Aquellas miradas le hicieron pensar, su cerebro comenzó a procesar datos.

– Algo hemos visto mientras esperábamos en el aeropuerto. – dijo Diego, segundos después. – También me han enviado alguna foto por WhatsApp, tengo conocidos que han ido. ¡Joder, un lunes y casi dos millones de personas según la organización! Bueno, según la urbana, doscientos mil, pero ya sabemos cómo funciona eso. Sea como sea, mucha gente.

– Sí, a mí también me han pasado fotos de la manifestación de Madrid. Una asistencia similar. El Paseo de la Castellana parecía más lleno que cuando el Madrid ganó la duodécima. Otras doscientas mil personas. – dijo Eva, riéndose.

– Solo espero que a nadie se le crucen los cables y ninguna concentración acabe a hostias. Hay gente bastante  alterada con estos temas. El otro día, en una tertulia en la radio, había uno que comentaba que todo lo que está ocurriendo podría ser el germen de algo parecido a la revolución francesa, que la sociedad de este país no hecho ninguna revolución… – explicó Olga.

– ¡Puff! Espero que se equivoque. Algo así desembocaría en una matanza u otra guerra civil. Yo creo que lo que ocurre es que con la crisis la sociedad ha madurado, ya no tiene tantas tragaderas ni permite según qué cosas. – dijo Eva, mirando a Olga.

Diego no quería perder el tiempo hablando de ese tipo de temas, así que intentó desviar la conversación a temas laborales.

– Bueno, ¿y qué haremos con Pinyol? ¿Lo interrogaremos en cuanto lleguemos o tenéis pensado hacer algo antes? – preguntó Diego, sin dejar de observar a sus compañeras.

Diego, conocedor de la forma de trabajar de su jefe, ya imaginaba la respuesta. Apostaba por una reunión previa al interrogatorio, para trazar la estrategia y los puntos que necesitaban abordar, incluso el orden. Diego prefería ir improvisando, dejar que la conversación fluyese en función de las reacciones de los sospechosos.

– Tenemos una reunión en la sala grande antes que entréis a hablar con Pinyol. Pérez quiere presentar a Eva al resto del equipo y después, en petit comité, que deis vuestra visión personal del caso. Cada vez tenemos más frentes abiertos y no quiere que se nos escape nada. – explicó Olga. – Por cierto, ¿habéis visto que hay novedades del caso Castro?

– Me parece bien. ¿Qué novedades? No he mirado el correo aun. – preguntó Eva.

Diego se echó hacia adelante, no quería perder detalle.

– Los científicos, han logrado encontrar algo a partir de las pisadas de la zona de entrada a la finca. Pérez dice que en la reunión nos darán más detalles. – respondió Olga, mirándola.

– El caso Castro es un tanto extraño. Un asesinato dentro de una vivienda y no hemos sido capaces de encontrar una miserable prueba. – dijo Diego. – Bueno, está la misteriosa ceniza y ahora lo de las huellas. ¡Hostias, espero que no hayamos pasado por alto una cosa…!

– ¿Qué? – preguntó Eva, girándose.

– ¿Sabéis si hemos investigado a gente que trabaje en un crematorio? Recuerdo que le pedimos a Álvaro que hablara con los forenses sobre las cenizas, pero no me consta que hayamos recibido respuesta. – explicó Diego.

– No, a mí tampoco me suena. ¿Quieres decir que igual alguno de los asesinos trabaja en un crematorio? – preguntó Olga sin dejar de prestar atención al denso tráfico.

– Bueno, o eso, o se trata de alguien que ha tenido contacto con cenizas que provenían de un crematorio. Recuerdo que pensamos que los restos de ceniza podían estar en casa de Castro, pero nos confirmaron que dentro de la casa no había cenizas. Entonces, los restos los traían los asesinos. ¿Qué pensáis? – preguntó Diego a sus compañeras.

– Pues que parece increíble que no hayamos caído antes en ese detalle. – respondió Eva, pensativa.

– Tampoco hemos tenido demasiado tiempo para centrarnos en el primer crimen. – dijo Olga.

– Sí, eso es verdad… – dijo Eva, mirando por la ventanilla.

– Deberíais comentarlo con Gracia. No debe haber muchas funerarias o crematorios en Ibiza. ¿No? – dijo Olga.

– No, no creo, Ibiza es más de discotecas y garitos. – dijo Diego, con un tono irónico.

De repente, Diego recordó la discusión con Álvaro cuando desveló a Gracia que Eva y él habían estado en una playa nudista. ¿Lo sabría Olga? Tal vez estaba cabreada por aquello, así que pensó que debía contárselo. Eva dijo algo que interrumpió los pensamientos de Diego.

– Ocho. – exclamó Eva.

– ¿Ocho? ¿Ocho qué? – preguntó Olga, sin saber de qué hablaba Eva.

– Perdona. Las empresas funerarias hay en Ibiza. Según el buscador hay ocho empresas de servicios funerarios en la isla. – respondió Eva mirando al móvil. – Y tan solo dos que dispongan de servicios de crematorio. Bueno, si Google no miente, el tema está bastante acotado. Voy a llamar a Gracia y que se pongan a investigar lo antes posible.

– Adelante, ya tardas. Joder, hemos estado tan metidos en el último caso que hemos dejado de pensar en el primero. – se recriminó Diego.

– Hay cerca de un centenar de agentes involucrados en estos casos de una manera u otra, lo extraño es que nadie haya pensado antes en algo así. – dijo Olga, animando a Diego, que le guiñó el ojo con complicidad.

– Hola. Sí. Acabamos de llegar, vamos de camino a comisaría. No. Que va, no te llamaba por eso. Oye, que Diego ha pensado que quizás las cenizas... – dijo Eva hablando por teléfono con su jefe. – Sí, te hablo del caso Castro, evidentemente. Pues eso, que las cenizas pudieron ser transferidas por alguien que hubiese estado en una funeraria o crematorio. Claro. Sí, lo he buscado en plan rápido, por internet. Según lo que he visto, solo hay dos, pero supongo que será en Ibiza ciudad. No. Es probable que haya más en alguna ciudad grande. Bueno, lo dejamos en tus manos. Sí. Sí… Vale. Pues eso, si cruzamos esos datos con lo que han encontrado por las huellas… ¿Eh? ¿Qué? No, no, que va. Vale. Hasta luego. Nos dices algo. Gracias. Adiós.

– ¿Qué se cuenta? – preguntó Diego mientras consultaba su móvil.

– Pues cree que es una buena apreciación y coincide en que resulta increíble que no hayamos investigado esa línea. Dice que ahora mismo llama a Mendoza para que su grupo ayude en la búsqueda. – contestó Eva, mirando a sus dos acompañantes. – También me ha comentado que convocará una reunión mañana para que todos nos pongamos al día. Recibiremos un mensaje con la hora.

– De acuerdo. – contestó Diego, ensimismado con su móvil. – Volviendo al tema cenizas… A ver, pensemos quien puede estar en contacto con ese tipo de residuo, me refiero a cenizas humanas. Por un lado, tenemos a trabajadores de crematorios, también familiares o amigos con los restos ¿Quién más?

Transcurrieron unos segundos donde los tres investigadores buscaron conexiones.

– Alguien por accidente. – dijo Olga.

– ¿Cómo? Desarrolla eso, por favor. – pidió Eva, extrañada por la propuesta de Olga.

– No sé, por un momento he imaginado la típica escena de gente tirando las cenizas de su pariente muerto en una playa. – explicó Olga.

– Vale, ¡ahora te sigo! – intervino Diego. – Y esa gente son los asesinos, lo que permitiría la transferencia con los objetos en casa de Castro, ¿no?

– Bueno, lo que había imaginado era algo un poco más cómico, la verdad. – dijo Olga sonriendo. – Intenta visualizar la típica familia lanzando las cenizas de su querido pariente en una idílica cala, de repente, se levanta una gran ventolera empujando las cenizas hasta alguien que no tenía nada que ver con la ceremonia. Pero vamos, se parece…

– ¡Joder, que macabra! Sigues…, eh… – exclamó Eva intentando frenar su risa.

Casi se le escapó. Eva estuvo a punto de decirle a Olga que seguía igual, que no había cambiado. Rápidamente, miró hacia atrás, buscó a Diego para ver su reacción. Daba la impresión que no había notado nada, así que continuó hablando, intentando disimular.

– Eh… No, no podemos descartar algo así. Todo y que es poco probable, sigue siendo posible. – dijo Eva.

– Lo que veo realmente jodido es como investigar algo así. Cómo averiguamos si el mismo día, o incluso hace una semana, o un mes, alguien esparció las cenizas de un ser querido al aire y fueron a parar a otra persona. Dudo que haya un censo de personas incineradas y la localización de sus restos. Esto es peor que buscar una aguja en un pajar.  – añadió Diego, algo pesimista.

– Bueno, estamos en verano, la gente suele ir en manga corta. La transferencia de ceniza en casa de Castro tuvo que hacerse desde las manos, o sea que confirmaría el uso de guantes, o desde las mangas. ¿No creéis? – expuso Olga.

– Vale, pensemos. ¿Quién lleva guantes o manga larga al aire libre estando expuesto al sol? ¿O por la noche? Yo he visto camareros, empleados de hotel, criados, algún trabajador de funerarias, me refiero los que portan los ataúdes, supongo que también los frascos de cenizas… – dijo Diego.

– ¿Seguro que podemos descartar al personal de servicio de Castro? – interrumpió Olga.

Diego y Eva se miraron pensativos.

– A ver, no podemos descartar a nadie y menos aún sin tener ni una puta pista, pero yo diría que, en principio, el asesino de Castro era alguien ajeno a la casa. – respondió Diego.

– ¿Por qué se ha encontrado un agujero en la valla? ¿Y pisadas fuera? No quiero parecer demasiado escéptica, pero a lo mejor es un escenario preparado para distraernos. ¿Se ha planteado esa hipótesis? – dijo Olga.

El silencio inundó el Seat León de Olga. Fueron unos segundos, en los que los cerebros de Eva y Diego intentaban procesar a una velocidad endiablada todos los detalles del crimen de Castro. La casa de Castro, el sofá, el cuerpo sobre la mesa de billar, las personas que habían interrogado, la valla rota... Diego frunció su ceño. ¿Se trataba de un montaje? ¿Con qué finalidad? Se negaba a pensar que cuatro investigadores y un buen grupo de policías no hubiesen detectado nada al respecto. Sus ojos se movían de un lado a otro. No había evidencias ni en un sentido ni en el otro, pero los BAC existían, todo y que su mente albergaba alguna duda sobre el crimen de Castro, ésta se disipaba en cuando pensaba en el de Zafra. Dos, ya eran dos asesinatos en diferentes puntos de la geografía española. Dos crímenes totalmente diferentes, extraños, pero con la misma firma. Ambos sin reivindicar. ¿Conspiración? ¿Con qué motivo? ¿Por qué iban a montar todo ese tinglado para eliminar a dos personas?

Eva, tras repasar mentalmente los detalles había llegado a la misma conclusión. Fue ella quien se encargó de romper el tenso silencio generado por las dudas.

– Vale, supongamos que todo es un montaje. ¿Cuántos crímenes de este calibre se perpetran a lo largo del año? – preguntó Eva misteriosa.

– Pocos, por no decir ninguno. – se apresuró a responder Olga. – ¿Pero eso que demuestra, según tú?

– Nada, estoy pensando en voz alta…Si alguien quisiera eliminar a peces gordos como Castro o Zafra, gente en principio poco accesible, deben de seguirlos, intentar conocer sus rutinas o fallos de seguridad, cuando están solos, puntos débiles. Debe requerir tiempo, dedicación, pensadlo… Si todo fuese un montaje, alguien capaz de realizar ese trabajo tan meticuloso, debería haber dejado pistas falsas para encaminarnos hacia una dirección concreta, para evitar ser cogido. – prosiguió Eva. – ¿No?

– Vale, veo por donde vas. Pero eso no descarta nada, como dice Olga. – dijo Diego.

– Creo que lo que debemos hacer es pararnos a pensar antes de seguir. Ya sabéis, lo de dar un paso atrás para tener más perspectiva. Pensad, han sido dos crímenes en dos días. Uno en Ibiza, otro en Jaén. Los autores de los crímenes no deben haber imaginado que el gobierno iba a crear un equipo especial para encargarles la investigación de los casos. Hay que tener eso en cuenta. El revuelo que se ha ocasionado, la respuesta de la gente. Estamos todos sobrepasados, demasiada presión. – explicó Olga, frenando el coche bruscamente. – ¡Que cabrón! Vaya manera de cambiarse de carril, ¿no tiene intermitentes?

Los tres investigadores miraron con cara de enfado al conductor que había provocado la brusca maniobra. Se trataba de un señor de avanzada edad y cara de despistado que conducía un Citroën C4 con matrícula francesa dando bandazos en el carril de la derecha mientras consultaba algo en su GPS.

– Joder, si no sabe dónde va que pare en lugar de provocar un accidente. ¡Me cago en todo! – exclamó Olga, mientras hacía gestos con su mano derecha imitando la trayectoria que iba describiendo al otro conductor.

– ¡Turistas…! En fin. No ha pasado nada. – suspiró Eva. – ¿Por dónde íbamos? Ah, ya, lo del paso atrás y la perspectiva. Estoy de acuerdo. A veces hay que hacer una pausa para poder avanzar, pero, ¿qué hacemos con Pinyol?

– A ver, una cosa no quita la otra. Interroguemos al periodista y después decidimos, ¿no? ¿Y si sacamos alguna conclusión que nos permite avanzar en los casos? Yo seguiría con el plan que teníamos. – afirmó Diego, casi tajante.

Olga cambió al carril derecho para tomar la salida del Passeig Santa Coloma. Se encontraban a unos cinco minutos de la comisaría de los Mossos.

– ¡Por mi, vale! – dijo Eva girándose hacia Diego. – A ver que nos explican en la comisaría y que conseguimos sacar de Pinyol. Actuaremos en consecuencia.

Ir a la siguiente página

Report Page