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Capítulo 28

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– Entiendo, perdonen la interrupción. – dijo Diego, con gesto abatido y la cabeza gacha.

Se encontraba en una sala de la comisaría de los Mossos d’Esquadra de la capital catalana, manteniendo una videoconferencia con el equipo que investigaba los casos BAC, los asesinatos de Julio Castro y Roberto Zafra. A su izquierda tenía a Eva, a su derecha a Olga. Pérez, en pie, detrás de los investigadores, deambulaba de un lado a otro de la sala y Nicolau, sentado en una silla, casi al lado de la puerta, movía nerviosamente su pierna derecha. Álvaro, Sabino y Azpeitia se habían unido a la reunión virtual desde Madrid. En la pantalla del proyector, la doctora Aguirre, una de los forenses que trabajaban en el caso, exponía a los reunidos el informe que habían redactado.

– Entonces, ¿podemos continuar? – preguntó Pérez, sin mirar a la cámara.

Diego había interrumpido la presentación cuando preguntó a Sabino y Álvaro sobre las tareas que estaban desempeñando. A su jefe no le pareció bien y le comentó que tratarían esos temas después de la reunión.

– Sí, por supuesto, es lo que estábamos comentado. Hemos identificado el tipo de calzado que dejó impresas las huellas que se hallaron junto al vallado de la casa del señor Castro. Son dos modelos de calzado deportivo de la empresa Decathlon. Se trata de un modelo de hombre y otro de mujer. El modelo de hombre presenta mayor desgaste de la suela por la parte del talón, es el más grande, un numero treinta y nueve. Además, el pie derecho está más marcado, la huella es más profunda. El otro calzado, el del número treinta y siete es prácticamente nuevo, no presenta desgastes pronunciados. – explicó la forense.

– ¿Alguna idea de la causa del desgaste irregular del calzado? Supongo que tendrán patrones de lesiones o malformaciones, ¿no? – preguntó Sabino, interrumpiendo la explicación de la doctora.

– Normalmente, el desgaste pronunciado de una zona concreta de la suela va asociado a problemas con los apoyos de los pies. Hemos consultado a varios expertos, algunos podólogos y traumatólogos. Todos coinciden en el diagnóstico. Un desgaste tan acusado como el que hemos encontrado debe ser provocado por sobrepeso o un problema en la rodilla. Hemos descartado el sobrepeso, ya que las simulaciones realizadas por varios expertos han arrojado un resultado común. La persona que calzaba esas deportivas debe pesar entre sesenta y ochenta kilogramos. No es un peso excesivo para alguien que calza un treinta y nueve, todo y que no hay una función matemática que nos pueda decir exactamente la altura en función del tamaño del pie. Pensamos que puede medir entre metro sesenta y metro setenta. – concluyó la forense.

– ¿Y la edad? ¿Nos da alguna pista sobre la edad del presunto asesino? – preguntó Pérez, apoyándose en la silla en la que debería estar sentado.

– No nos podemos aventurar a decir una edad. Lo que si tenemos son varias hipótesis de lo que podría causar que la suela no se desgaste por igual. La primera es que la persona haya tenido sobrepeso en un periodo bastante largo, lo que habría provocado que las rodillas sufriesen un mayor desgaste. – la forense hizo una breve pausa para beber. – Disculpen, tenía la boca seca. Continúo. La segunda es una malformación. Dicha malformación no tiene porqué ser significantemente grave, puede ser algo tan simple como pies cabos. La tercera es que la persona sufriese algún accidente o traumatismo que derivase en el mismo problema. Normalmente, si se trata de un problema congénito, se agrava sobre los cuarenta y cinco años. En cambio, las otras dos hipótesis dejan la puerta abierta a cualquier rango de edad en una persona adulta.

– Y sobre la otra persona, ¿algún dato que añadir? – preguntó Eva.

– Hemos realizado la misma simulación de peso y altura teóricos en función de la profundidad de la pisada y podemos concluir que el peso aproximado debe estar entre los cincuenta y sesenta kilogramos, teniendo una altura entre el metro cincuenta y el metro sesenta. Ahora viene la sorpresa… – explicó la forense.

– No lo entiendo, ¿dónde está la sorpresa? – preguntó Olga, casi sin dejar acabar de hablar a la doctora Aguirre.

– No me ha dejado terminar… En la suela. Resulta que ese modelo de calzado tuvo un defecto de fabricación, por lo que fue retirado del mercado poco después de ponerse a la venta. – contestó la doctora Aguirre.

– ¿De qué tipo de defecto habla? – preguntó Álvaro, intrigado.

– Les mostraremos una imagen. Por favor, Joaquín, ¿puedes…? Sí. Vale. Perfecto. Gracias. – dijo la forense a uno de los investigadores que la acompañaban.

Al cabo de unos segundos todos pudieron ver en sus monitores el despiece de un calzado deportivo con los nombres de las diferentes partes que lo componían.

– Se trataba de un defecto en el adhesivo que une la suela a la media suela, que como pueden apreciar en la imagen es ésta. – continuó pausadamente la forense, con el ritmo de una profesora impartiendo una amena clase. – La suela normalmente es de un material más duro que la media suela, que hace de amortiguador del calzado. Esas zapatillas deportivas se fabricaron en junio del año pasado. Dicho modelo fue una prueba para abaratar los costes de fabricación. Una prueba fallida, por lo que se vieron obligados a retirar el modelo del mercado semanas después de introducirlo en el mercado. Un error en el proceso de fabricación después de haber pasado algunos de los test de vida del producto. Por lo visto, pensaron que cambiar la forma y velocidad en la que se depositaba el adhesivo no iba a afectar, pero no fue así. Según la empresa, se fabricaron cien unidades de cada número comprendido entre el treinta y seis y el cuarenta, solo para el modelo femenino. Los responsables afirman que todas las unidades se vendieron en el mercado francés, ya que, al haber sido una prueba piloto, se suele hacer de forma local. Nos han facilitado datos más concretos, de los sesenta y tres pares vendidos del número que nos interesa, se devolvieron cincuenta y dos.

– Así que solo quedan once pares en la calle… – susurró Diego.

– Sí, efectivamente, quedan once pares por identificar. – prosiguió la doctora Aguirre, que había escuchado el comentario de Diego. – El gobierno francés, a instancias del gobierno español, se ha puesto en contacto con los responsables de la empresa y les han agradecido su colaboración.

Pérez hizo un amago de interrupción, pero la doctora le hizo un gesto con la mano.

– Por favor, déjenme continuar, seré breve. – continuó la forense con su voz madura y pausada. – Esto no acaba aquí. Al tratarse de la investigación de un crimen, la empresa ha accedido a facilitar los datos de los compradores de dichas deportivas. Tendremos los listados la semana que viene.

– ¡Por fin, buenas noticias! – se aventuró a decir Sabino. – En el caso hipotético que conserven los datos, por supuesto… Hace más de un año de la venta de esas deportivas, si he entendido bien.

– Sí, tampoco hay que descartar un pequeño detalle…el pago pudo realizarse en efectivo, eso nos desmontaría el castillo de naipes. – intervino Eva.

– Tampoco podemos obviar que quizás las zapatillas de los criminales sean los pares devueltos o no se llegaron a vender. Quien nos puede asegurar que las zapatillas usadas supuestamente por uno de los asesinos de Castro no son las que se retiraron o devolvieron a la tienda. – sugirió Diego. – No creo que la empresa guarde un registro de lo que se hizo con las zapatillas retiradas del mercado. Imaginad que las entregaran a alguna ONG o que no las destruyesen.

– Bueno, si queréis seguimos discutiendo después. Doctora, ¿tiene algo más que compartir con nosotros? – dijo Pérez, riñendo de nuevo a Diego con su mirada.

– Respecto al caso Castro no, creo que eso es todo. Ahora vamos a compartir los datos del calzado usado por los presuntos asesinos de Roberto Zafra. – anunció la doctora.

– ¿Sólo del calzado, no tienen algo más determinante? – preguntó Azpeitia.

– Seguimos trabajando con las muestras recogidas en la escena del crimen. Tengan en cuenta que el crimen tuvo lugar en un entorno bastante agreste y que el número de muestras que tenemos que analizar es bastante alto. Les hacemos llegar los resultados en cuanto los tenemos disponibles, no podemos hacerlo de otra forma. – se disculpó la doctora Aguirre.

– Espero que no haya sonado como una queja. – dijo Azpeitia. – Simplemente, esperaba algún dato que nos ayudara a identificar a los asesinos.

– No se preocupe, estamos todos en el mismo bando. Nada nos gustaría más que poder facilitar la pista que pueda conducir a los asesinos. – dijo la doctora Aguirre. – Bueno, prosigamos. Las conclusiones preliminares confirman que son dos asesinos, pero a juzgar por las huellas, son dos personas diferentes. Me refiero a que no parecen ser los mismos que perpetraron el primer asesinato.

Diego asintió con la cabeza y buscó a Eva con la mirada. Ella estaba tomando notas en su libreta, mientras se frotaba la nuca con su mano izquierda. Confirmaba sus teorías. No había dicho nada, pero suponía lo que la forense acababa de confirmar desde el primer momento. Los crímenes no tenían nada en común, ni el entorno, ni la forma de matar a la víctima. Ahora tenían la certeza que los BAC eran como mínimo cuatro personas, tres hombres y una mujer, pero mantenía alguna duda respecto a ese último dato.

– ¿No lo parecen o no lo son? – preguntó Álvaro. – ¿En qué se basan para suponerlo, pero no confirmarlo?

– Hay cosas que podemos suponer, como bien dice, pero no tenemos la certeza absoluta. Primero está el tamaño de las pisadas. – explicó la doctora. - Encontramos huellas de botas de montaña del número cuarenta y cuatro. El hombre que ha dejado esas huellas pesa cerca de cien kilogramos y debe medir entre metro ochenta y metro noventa. El segundo calzaba un cuarenta y uno, es algo más bajo, debe medir entre metro setenta y metro ochenta. También es menos pesado, en torno a los setenta y cinco kilogramos. Unas de las botas, las grandes, el cuarenta y cuatro son botas militares, pero algo antiguas. Aun así, la suela está en unas condiciones excelentes, casi sin desgaste. Es posible que sean botas del ejército español. Ese modelo en concreto se estuvo usando por la infantería desde el año mil novecientos ochenta y siete hasta el mil novecientos noventa y siete. El fabricante debe confirmar si hay alguna particularidad en las huellas que pueda decirnos algo más, pero la mayoría de sus trabajadores están de vacaciones. Tampoco sabemos si exporta botas a otros países o si el modelo se vende a civiles.

– ¿Y las otras? – preguntó Olga.

– Las otras botas son botas de montaña de fabricación alemana, distribuidas por toda Europa por una cadena de supermercados también alemán, Lidl.  – respondió la doctora Aguirre.

– Que sean del ejército no indica que pertenezcan a un militar, ¿no creen? Me refiero a que, en tiempos de mili, cuando era obligatoria, los soldados vendían sus botas para sacarse algunas perras. Conozco a uno que estaba al cargo del almacén cuando hizo la mili y se sacaba un sobre sueldo vendiendo material militar. – comentó Pérez. – En cuanto a las otras, ¿también nos van a ayudar a buscar al posible comprador?

– Bueno, lo estamos intentado, pero tanto el fabricante como el distribuidor creen que es una tarea imposible. Venden el mismo modelo en toda Europa y el número cuarenta y uno es de los más vendidos. Estiman que puede haber unas cinco mil botas de ese modelo en concreto. Hemos pedido que nos faciliten lo que puedan a nivel español, pero no confiamos sacar nada en claro. – explicó la doctora Aguirre.

– A ver, si el calzado defectuoso de la asesina de Castro solo se comercializó en Francia, no podemos descartar que los asesinos de Zafra puedan haber adquirido el calzado fuera de nuestras fronteras. – dijo Álvaro.

– O simplemente que no sean de aquí. – dijo Eva, sin levantar la mirada de su libreta, en la que seguía anotando cosas. – Me refiero a los asesinos. No hay testigos, las pocas pruebas que tenemos no descartan ninguna nacionalidad ni móvil…

– O que hayan adquirido el calzado en tiendas o mercadillos de segunda mano, por ejemplo. – dijo Diego, poniendo recta su espalda y dando un trago a su botella de agua.

– Bueno, no seamos pesimistas. Trabajemos con estos datos a ver que podemos conseguir, algo es algo. – dijo Pérez, mirando fijamente a la cámara. – Señores, ¿algo más que añadir?

– No, creo que eso es todo. Les enviarán los datos de las personas que compraron las zapatillas deportivas, espero que sea de ayuda. Saludos. – se despidió la doctora.

– Un momento, por favor, tengo una pregunta. – dijo Eva. – Acerca de las cenizas, ¿no han encontrado ningún tipo de sustancia mezclado con ellas?

– Como publicamos en el informe anterior, había varias sustancias y fibras, pero teníamos coincidencias con materiales de la escena del crimen, nada extraño. ¿Lo pregunta por algo en concreto? ¿Quiere que hagamos alguna prueba más? – preguntó la forense.

– No, supongo que ya habrán realizado las pruebas que hayan considerado pertinentes. Pensaba en cremas de mano, cosméticos o algo así. – respondió Eva, algo contrariada.

– Bueno, pediré que repitan las pruebas y amplíen el espectro de sustancias para ver si encontramos alguna coincidencia. No es mala idea. – dijo la forense, tomando notas en una libreta.

– Señores, ¿tienen alguna pregunta más para la doctora o su equipo? – preguntó Pérez.

Uno a uno, con un gesto de la mano o de la cabeza, los investigadores contestaron de forma negativa.

– Bien. Pues ya está. Gracias doctora, gracias señores por asistir a esta reunión a estas horas. Nos vemos. – dijo Pérez. – Álvaro, Sabino, Ander, por favor, no desconecten aún.

– Adiós. – se despidió la doctora, casi al unísono con los doctores que la acompañaban.

– ¿Cómo va la aplicación que estabais desarrollando? – preguntó Pérez a Álvaro.

– Aún estamos liados, pensaba que nos costaría menos, pero tenemos problemas. La mayor parte del código está finalizado, supongo que es cuestión de horas. – respondió Álvaro, sin mirar a la cámara. – Tengo a mi equipo centrado en eso. El tema del calzado se lo hemos pasado a Barcelona.

Diego notó que su compañero no estaba diciendo la verdad. Lo observó extrañado, pero no quiso decir nada. Confiaba en que fuese por un buen motivo.

– ¿Y vosotros? ¿Qué tal por la meseta? – preguntó Eva a Sabino y Ander.

– Bueno, bien, supongo. – dijo Sabino. – Hemos hablado con Ricky y Jimmy. La idea que teníamos de Plus Ultra estaba totalmente equivocada.

– Sí, pensábamos que era un grupo neonazi y resulta que es una organización a nivel nacional con gente bastante influyente, incluso tenemos algunos nombres. Eso sí, pensamos que no tiene nada que ver con los casos, al menos, directamente con los asesinatos. Estamos redactando un informe de cada interrogatorio y en unas horas tendréis los videos en el servidor. – añadió Azpeitia.

¿Ellos también? Ocultaban algo. A Diego no le pasó desapercibida la mirada huidiza de Sabino y los gestos de Azpeitia. Tras hacer unas anotaciones, se levantó mirando de reojo a Olga.

– Muy bien, si queréis nos volvemos a reunir mañana por la mañana y compartimos todos los datos del interrogatorio de Pinyol. Así nos ponemos todos al día. – propuso Eva, cerrando su libreta.

– Perfecto, me parece bien. Bueno, mañana nos volvemos a ver. Buenas tardes y gracias por atender. Adeu! – dijo Pérez.

– Adeu, bona nit! – dijo Álvaro en un correcto catalán.

Sabino y Ander se despidieron saludando a la cámara. La imagen desapareció y un mensaje de “Señal no encontrada” apareció en el proyector de la sala. Nicolau se levantó, cerró la videoconferencia y apagó el ordenador.

– Bueno, ¿qué pensáis? Diego, casi no has hablado, ¿qué estás rumiando? – preguntó Pérez, dándole un pequeño golpe en el hombro.

Diego miró a su jefe con gesto cansado. Lo estaba realmente. Jugueteando con el bolígrafo en su mano derecha, miró a Nicolau, a Olga, después a Eva y finalmente, viendo que todos esperaban a que dijese algo, comenzó a hablar.

– Olga nos había comentado que esta reunión tendría lugar mañana por la mañana… Pensaba que tendríamos una reunión preliminar para lo de Pinyol y… – dijo Diego.

– A ver, creo que los datos sobre el calzado eran suficientemente importantes como para adelantar la reunión, ¿no creéis? – contestó Pérez, mirando al resto de investigadores presentes en la sala.

Eva confirmó con una afirmación de su cabeza, al igual que Nicolau y Olga.

– Ángel, son casi las nueve de la noche. ¿Cuándo vamos a hablar con Pinyol? – dijo Diego encogiéndose de hombros y mirando a su jefe.

– Ahora hablamos de eso. – dijo Pérez respondiendo rápidamente, y levantando su ceja derecha. - ¿Qué?

Pérez conocía a Diego, intuía que algo pasaba por la cabeza de aquel joven inspector.

– Ya te lo hemos explicado antes, cuando hemos llegado. Creemos que necesitamos un respiro. – Diego realizó una breve pausa para mirar a su compañera. – Parafraseando a Olga, creo que necesitamos dar un paso atrás y mirar con perspectiva. Estamos yendo demasiado a saco. Somos conscientes de la presión que hay, a todos los niveles, pero tú lo sabes mejor que nadie, este tipo de casos requieren tener la mente despierta, cualquier detalle que pasemos por alto puede retrasar toda la investigación.

– ¿Qué estás sugiriendo? No te sigo. – respondió Pérez. – ¿Necesitáis descanso? ¿Más ayuda?

– Necesitamos poder centrarnos en los casos, eso es todo. Tiempo para poder digerir toda la información y poder formular o descartar hipótesis. No tenemos ninguna pista fiable. Espero equivocarme, pero lo del defecto en las deportivas no nos llevará a ninguna parte…, otro callejón sin salida, ya verás… – dijo Diego.

– Bueno, estoy de acuerdo en parte, pero no en lo del calzado. Sabemos de qué modelo se trata, que lo llevaba una mujer, su constitución física, que fue adquirido en Francia. Si la suerte esta de nuestro lado, podemos tener un nombre en unos días. Es un avance, ¿no? – afirmó Nicolau.

– El calzado era femenino, la persona que lo llevaba no tiene porqué ser una mujer. ¿Ves? A eso me refiero, estamos descartando o asumiendo cosas a toda velocidad. Vamos con prisa, casi a lo loco. Los BAC han demostrado ser muy listos, no podemos dar por hecho nada. Hay que repasar los detalles, todos, ser minuciosos, más que ellos, nos llevan la delantera y cuando se va corriendo no se piensa igual. – concluyó Diego.

– Sí, pero tampoco podemos frenar en seco. Hemos venido aquí a interrogar a quien parece ser una pieza clave en este puzle. Propongo que hablemos con Pinyol, saquemos conclusiones y mañana, como hemos quedado, ya descansados, nos reunimos de nuevo y planteamos que hacer. – dijo Eva.

– Venga, hagámoslo así. Venga. Martí, adelántate y avisa a los de audiovisuales que estén listos, que no tardaremos en ir. – ordenó Pérez a Nicolau.

Olga, Eva y Diego se levantaron y cogieron sus libretas. Pérez les pidió esperasen un momento.

– Irá antes a echar un cigarro, no hay tanta prisa. – dijo Pérez, hablando de Nicolau. – Eva, Diego, apretad a Pinyol lo que haga falta. Olga, cuando lleven un rato, entra en la sala también. No esperará ser interrogado por tres personas.

Olga intentó ocultar su satisfacción, pero no pudo evitar esbozar una sonrisa. El hecho que su jefe le pidiese que acompañara a Diego, su inspector predilecto, y a Eva, la responsable de la investigación era una muestra de confianza, una inyección de moral.

– Yo voy a salir a fumarme un cigarro. – anunció Eva.

– Te acompaño. – dijo Diego, invitando a Olga con la mirada.

Olga rehusó con un gesto típico suyo, arrugando la nariz. Necesitaba ir al baño y comprar un refresco. Con la libreta en la mano, esquivó a los dos investigadores y salió de la sala.

– Hasta ahora, nos vemos. – dijo Olga, alejándose.

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