Baby doll

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18. Abby

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A

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Abby se sentía como una auténtica mierda, pero había sido incapaz de seguir escuchando más detalles sobre el señor Hanson, sobre todo lo que Lily había tenido que soportar. No estaba en absoluto orgullosa de su comportamiento, pero había tenido que salir a tomar aire. La doctora Amari la había arrinconado, la había alejado de los periodistas que empezaban a congregarse y la había machacado con su psicoparloteo. Al final, la había dejado un momento sola y ahora Abby se sentía más fuerte, preparada para poder volver a ver a Lily.

Cuando Abby llegó a la sala de conferencias, vio que las agentes del FBI habían dado por terminado el interrogatorio. Pero a través de las ventanas vio también que la doctora Amari y Lily estaban enfrascadas en una conversación. No sabía de qué hablaban, pero, en cuanto Lily salió de la sala, Abby intuyó que en su hermana algo había cambiado. Y no fue por nada que dijera. Abandonó la sala, la doctora Amari detrás de ella, cogió a Sky en brazos y sonrió.

—Pollito, has sido muy buena. Y ahora, ¿qué te parece si nos largamos de aquí? —le preguntó Lily.

—Vale. ¿Podemos ir a casa?

Lily miró a su madre y a Abby, ignorando la pregunta de Sky.

—¿Qué opináis? ¿Podemos volver ya a casa?

Antes de que les dieran el alta, Lily y Sky se sometieron a una revisión final por parte de la doctora Lashlee, la especialista en medicina general que las había atendido por la noche en Urgencias. Recitó una letanía de problemas médicos consecuencia de la desnutrición y de la falta prolongada de sol y vitamina D. La doctora Lashlee les dio a las dos gafas de sol para proteger los ojos de los rayos ultravioleta. Las animó también a acudir al dentista y al oftalmólogo para ver qué otros daños podían haber sufrido. Firmó finalmente los documentos del alta y Lily y Sky quedaron en libertad.

Las normas del hospital exigían que los pacientes salieran del edificio en silla de ruedas. Carol se encargó de empujar la silla de Lily, que llevaba a Sky acurrucada en el regazo. Eve empujó la silla de Abby (que luchó y perdió la batalla) y el

sheriff Rogers lideró la comitiva hacia la entrada de empleados del hospital, donde estarían a salvo del frenesí de medios de comunicación que se había instalado en el exterior.

Abby seguía preocupada, había algo que le indicaba que las cosas no iban bien. Y entonces cayó en la cuenta. Wes. Lily sabía lo de Wes. Era la única explicación posible.

Abby estaba convencida de que su madre había abierto la trampa, pero Eve estaba en aquel momento ocupada colocando a Sky en la sillita para el coche que les había proporcionado el hospital. Abby observó a Lily, que se instalaba en el asiento trasero al lado de Sky. Su expresión no revelaba nada. En cuanto Lily y Sky estuvieron debidamente sentadas, el

sheriff Rogers se dirigió a Eve.

—Yo iré delante. Mantente cerca de mí y haré todo lo posible para protegeros de este circo.

Abby intentó ignorar la mirada soñadora que su madre le lanzó al

sheriff. No tenía tiempo para seriales tipo

Days of Mom’s Lives. Subió al asiento de delante y miró por el retrovisor a Lily y Sky. Se incorporaron a la autopista, siguiendo el coche del

sheriff Rogers. Eve empezó a explicarle a Lily detalles sobre las nuevas construcciones y el impresionante proyecto de expansión de la ciudad. Era evidente que a Lily le importaba un comino. Sky y Lily miraban el paisaje a través de la ventanilla como alienígenas en su primera visita a la Tierra. Sky estaba fascinada con los caballos y los carros de los amish y acribillaba a Lily con un aluvión de preguntas. Lily iba respondiendo, pero Abby pudo percibir la transformación en su actitud.

Diez minutos más tarde, el todoterreno cogió la salida de la autopista y enfiló su calle y, por un instante, Abby olvidó por completo el repentino cambio de humor de Lily. Estaba demasiado abrumada con lo que estaba viendo. En su jardín había centenares de personas, centenares más en los jardines de los vecinos y centenares más por las calles. Gente de todas las edades con carteles dándoles su apoyo: «BIENVENIDA A CASA, LILY», «DIOS RESPONDE A LAS ORACIONES», «EL PODER DE LAS GEMELAS SE REACTIVA».

—La hostia. ¿A que es increíble, Lil? —dijo Abby.

Lily estaba en estado de

shock, sus ojos clavados en la multitud.

—Es imposible que estén aquí por mí. Es…

—Pues claro que están aquí por ti, Lil.

Lily examinó con la mirada el gentío y Abby adivinó que buscaba caras que le resultasen familiares. ¿Tal vez la de Wes?

—¿Es esa la señora Marshall? ¿Y verdad que esos son los Baker?

Abby asintió cuando pasaron por delante de la señora Marshall, que las saludaba con la mano y se sujetaba del brazo del señor Marshall, las lágrimas rodándole por las mejillas. La amable pareja de ancianos solía invitarlas a su casa cada domingo donde las obsequiaban con galletas caseras de avena y les enseñaban a tocar

Chopsticks en su piano de media cola.

El todoterreno fue abriéndose paso lentamente entre la multitud, mientras un grupo de policías uniformados precedía su avance hacia el camino de acceso a la casa y varias docenas más de agentes intentaban contener a la multitud que les daba la bienvenida. Abby estaba observando el gentío cuando lo vio. «¿Qué cojones?». Allí estaba Wes, en la acera, uno más entre los centenares de personas congregadas. Era increíble. ¿Por qué le hacía aquello? ¿Por qué la ponía en aquel aprieto? ¿Cómo podía llegar a ser tan egoísta?

—Es asombroso, ¿verdad, Abs? —dijo entonces su madre.

Abby intentó controlar la respiración lo mejor que pudo y confió en que nadie se diera cuenta de que algo iba mal. No podía dejar de mirar a Wes y se preguntaba si Lily lo reconocería. Había engordado desde los tiempos del instituto, pero conservaba tanto su pelo bien cortado como su estilo pulcro al vestir. Abby meneó la cabeza. No podía permitir que las cosas siguieran ese rumbo. Por mucho que Lily se hubiera enterado ya de su relación, de lo del bebé, necesitaba explicárselo todo. Tenía que ganar tiempo. Se giró a su madre y le habló en voz baja.

—Esto es demasiado. Tendríamos que irnos. Ir a un hotel. Alejarnos de todo esto —dijo.

Para su alivio, Eve se mostró de acuerdo.

—Tienes razón. Os dejaré a las dos y os instaláis tranquilamente. Luego volveré a recoger a mis padres y a Meme, hay un Holiday Inn…

—No —la interrumpió Lily, inclinándose hacia delante y sujetándose con fuerza en el reposabrazos—. Quiero quedarme aquí.

—Tendrás que caminar entre toda esa gente, Lily. Las preguntas. Las cámaras —replicó su madre.

—No me importa. Llevo tanto tiempo…, tantísimo tiempo…, esperando regresar aquí.

La voz de Lily se quebró. Abby deseaba discutir la decisión con su hermana, convencerla de ir a otro lado esa noche, pero se echó atrás. «Mantente alejado —le instó en silencio a Wes—. No jodas todo esto».

—Tú aparca, mamá. Ya la protegeremos nosotras de las cámaras —dijo al fin.

Eve apagó el motor, salió del coche y se abrió paso hacia el lado del acompañante. Abby se quitó la chaqueta y abandonó también el coche. La multitud rugió para darles la bienvenida y los periodistas empezaron a formular preguntas a gritos. Había tantos

flashes que Abby parpadeó para dejar de ver estrellitas. Al instante se vieron rodeadas por docenas de personas, de teléfonos móviles levantados para filmar la vuelta a casa. Abby comprendió que cualquier cosa que hicieran a partir de aquel momento quedaría documentada. Publicada y luego diseccionada para que todo el mundo la viera.

Lily desató a Sky de la sillita y Abby le tapó la cara a la pequeña con su chaqueta, ansiosa por proteger a su sobrina de los ojos fisgones de los medios de comunicación. Enfilaron el camino de acceso, flanqueadas por el

sheriff Rogers y varios agentes que intentaban abrirles paso. Los periodistas se mostraron implacables, empujando, dando codazos e intentando obtener una reacción.

«¿Cómo conseguiste escapar?».

«¿Qué se siente al estar de nuevo en casa?».

«¿Es Rick Hanson el padre de la niña?».

Abby deseaba gritarles, escupirles, pero permaneció concentrada, avanzando a paso rápido, abrazando a Lily y Sky, su madre siguiéndolas. Habían logrado llegar al porche. Unos pasos más y podrían cerrar la puerta a esa gente, huir de sus miradas fisgonas y sus preguntas odiosas. Pero cuando llegaron a lo alto de la escalera, Lily sofocó un grito. Abby no sabía qué había pasado hasta que vio a Sky bajando a la carrera los escalones del porche y sumergiéndose en el gentío.

Lily estaba paralizada, completamente sorprendida con el acto impulsivo de Sky. Los periodistas y las cámaras se giraron para seguir a Sky, que no paraba de correr. Abby intentó perseguirla, pero estaba demasiado pesada y sus movimientos eran lentos y torpes. Se encontró engullida por la multitud. Intentó liberarse, pero la gente empezó a apartarse por sí sola. Abby vio que Wes llevaba a la pequeña en brazos. Sky lloriqueaba, pataleaba y gritaba: «Quiero ir a casa. ¡Quiero a mi papá!». Y aporreaba a Wes con sus minúsculos puños.

Abby vio que Wes movía los labios, sin duda intentando consolar a la niña. Pero Sky seguía gimiendo como un animal en una trampa. Pasado el peligro, los

flashes reaparecieron, los chillidos y los gritos alcanzaron un volumen ensordecedor y la muchedumbre avanzó, agradecida por un nuevo momento que capturar para la eternidad.

Abby apenas pudo seguir lo que sucedió a continuación. Aturdida, vislumbró la expresión de agradecimiento de Lily cuando Wes le devolvió a Sky. Lily no dio la sensación de verlo ni de reconocerlo. Se limitó a entrar corriendo en la casa, protegiendo a Sky, acunando entre sus brazos a la pequeña. Instantes después, Abby notó el brazo de Wes rodeándole la cintura, guiándola hacia el interior, mientras Eve le susurraba que mantuviera la calma.

Abby se quedó en el vestíbulo, la muchedumbre enfebrecida del exterior audible todavía. Sus abuelos estaban en la cocina, nerviosos. Lily intentaba consolar a Sky, que seguía gritando: «Quiero ir a casa. ¡Quiero a papá Rick!». Los gritos traspasaban el corazón de Abby: aguijones minúsculos que la pinchaban una y otra vez. Eve se sentó junto a Lily.

—Todo esto ha sido demasiado para ella. Tendríamos que llevar de nuevo a Sky al hospital. Voy a llamar a la doctora Amari.

Lily negó con la cabeza con rotundidad.

—¡No! Nada de médicos. Enseguida se pondrá bien. Solo necesito unos minutos para tranquilizarla. Sé que puedo tranquilizarla.

El llanto continuó y nadie se movió ni dijo nada. Eve se levantó y se sujetó el cuello como si temiera que fuera a despegársele de los hombros. Wes se había quedado en la puerta y Abby le indicó con un gesto que diera media vuelta y se marchara. Pero no lo hizo. Miraba a Lily como si fuese un pajarito en peligro y él fuera el salvador que iba a rescatarla. Lily no se había percatado aún de su presencia. Estaba demasiado ocupada acariciándole la espalda a Sky, tranquilizándola con sus palabras, hablándole en voz baja y melodiosa.

—Todo esto de aquí te encantará, pollito. Seremos muy felices. Confías en mamá, ¿a que sí? Aquí es donde me crie y donde vivirás a partir de ahora. Seremos muy felices. Te lo prometo.

Lily siguió susurrándole las mismas palabras, una y otra vez, hasta que las frases adquirieron la calidad de un salmo. Abby ansiaba poder creer las palabras de Lily.

Y al cabo de un rato, tal y como Lily había vaticinado, Sky empezó a sosegarse, su cuerpo a relajarse. Parpadeó hasta cerrar los ojos y se quedó dormida. Lily recorrió la estancia con la mirada. Abby contuvo la respiración, preguntándose qué diría Lily cuando viera a Wes, pero Lily estaba concentrada en sus abuelos, que seguían nerviosos en la cocina. Lily dejó con cuidado a Sky en el sofá, corrió hacia ellos y los abrazó.

El abuelo y la abuela Forster eran gente sólida del Medio Oeste que nunca había mostrado timidez en cuanto a exhibir sus sentimientos. Colmaron a Lily con besos y abrazos, sus voces subiendo de volumen para decirle lo mucho que la habían echado de menos. No mostraron contención ni reticencia. No se plantearon que Lily tal vez no estuviera preparada para tantas muestras de afecto. Abby temía que Lily se sintiera incómoda, que fuera demasiado para ella, pero Lily aceptó con gusto su adoración.

Terminada la bienvenida, Lily se volvió hacia Meme, su abuela paterna. Cuando eran pequeñas, su padre quería que llamasen Mee-maw a su madre, pero ni la una ni la otra consiguieron pronunciarlo bien, razón por la cual se quedó en «Meme».

El tiempo no se había portado bien con Meme. Había sufrido una doble pérdida: primero Lily y luego su hijo, en solo tres meses. Nunca había vuelto a ser la misma y su corazón lo había pagado, sin posibilidad de recuperación. Encorvada, sujetándose al andador, con la botella de oxígeno descansando en la silla, su rostro se iluminó y le recordó a Lily las fotografías de un baile de cuando Meme era joven. Lily se acercó a la anciana y tuvo que agacharse para secar con delicadeza las lágrimas que resbalaban por la cara arrugada de Meme.

—Te he echado de menos, mi niña. Te he echado mucho de menos.

—Tranquila, Meme. Tranquila. No llores. Estoy aquí. Yo también te he echado de menos.

—Davey está mirándote, Lily. Mi hijo está sonriéndote en estos momentos y te rodea con esos brazos tan grandes y fuertes que tiene. Abraza a sus dos niñas.

Abby no creía en todas esas tonterías de Dios todopoderoso. Pero por esta vez confió en que Meme tuviera razón. A lo mejor su padre estaba en algún lugar y estaba siendo testigo de aquel reencuentro. Lily se giró por fin y su mirada recayó en Wes, que seguía junto a la puerta. Lily se apartó de los ojos su largo cabello rubio y avanzó hacia él. En aquel instante, Abby supo que Lily no había olvidado a Wes. Si acaso, los sentimientos de Lily, igual que su vida, se habían quedado congelados en el tiempo.

—Wes, no puedo creer que seas tú. Que estés aquí. Jamás…, jamás pensé que volvería a verte.

El remordimiento consumió a Abby cuando vio que Wes se adelantaba para abrazar a su hermana. Lily se encogió de un modo casi imperceptible. Abby no estaba segura de si alguien más se había dado cuenta, y se preguntó si Lily estaría preparándose para un golpe en la cabeza o un puñetazo en el estómago, el tipo de castigos que agradaban a Rick. Pero Lily debió de intuir que Wes nunca le haría ningún daño, porque permitió que la abrazara. Encajaban a la perfección el uno con el otro. Abby no pudo evitar pensar si Wes se habría dado cuenta de lo delgada y encantadora que era Lily, de lo guapa que estaba a pesar de todo lo que había sufrido.

Abby se derrumbó en el sofá. ¿Por qué no habría pensado en este momento hace unos años, cuando le suplicó a Wes que la besara? ¿Y todas las veces que se había acostado con él? ¿Por qué no habría creído más en Lily? A todo el mundo le decía que su hermana no estaba muerta, y ella le había robado lo que Lily más quería.

Wes se separó por fin de Lily. Tosió nervioso para aclararse la garganta.

—Lily, tenemos que decirte una cosa.

Lily retrocedió. Nadie se movió. Abby se levantó de un salto del sofá y miró de reojo a su madre. «Por favor. Ordénale que pare», suplicó en silencio. Por suerte, su madre se acercó a ellos.

—Wes, ahora no es el momento.

—Abby, no podemos hacerlo. Lily necesita conocer la verdad.

Abby deseaba asesinarlo. Era increíble que estuviera haciendo aquello.

—Wes, por favor. Hablaremos después. Cuando todo esté más calmado.

Lily se quedó mirando a Wes y a Abby.

—¿Hablar de qué? Abby, ¿qué está pasando?

Abby abrió la boca, pero no articuló ni una palabra. Wes le cogió la mano a Abby.

—Estamos juntos, Lily. Abby y yo estamos juntos…

Abby se apartó al notar el contacto.

—Se equivoca. No estamos juntos. Estábamos…

La rabia de Wes pudo con él y se olvidó de Lily por una décima de segundo.

—Por Dios, Abby, vamos a tener un bebé. ¿Acaso eso no es estar juntos?

Abby se quedó mirando a Lily. El dolor, la incredulidad y, finalmente, la resignación desconsolada se apoderaron de su rostro.

—Lily, puedo explicártelo. Puedo…

Lily dio un paso atrás, la mirada fija en el vientre de Abby, luego en la cara de Wes y después otra vez en Abby, como si intentara atar cabos. Abby estaba llorando.

—Por favor, Lily, tienes que saber…

Con el rostro inexpresivo, Lily regresó al sofá y cogió a Sky en brazos.

—No me importa. De verdad, no me importa —dijo.

Abby deseaba contarle a Lily exactamente todo lo que había pasado, pero Lily les dio la espalda a Wes y Abby y se dirigió al resto de la familia.

—No me encuentro bien y Sky está agotada. Creo que las dos necesitamos descansar.

Se dirigió a la escalera.

—Di que estamos bien, Lily. Por favor. Necesito saber que estamos bien —musitó Abby cuando Lily pasó por su lado.

Pero Lily no dijo palabra y empezó a subir las escaleras.

Abby oyó que sus abuelos y su madre se movían a su alrededor, diseccionando lo que acababa de ocurrir, pero no los oía. Miró fijamente a Wes.

—Abby, lo siento. Yo solo venía a ver cómo estabas. Nunca pretendí que todo sucediera así. Pero ahora Lily lo sabe y podemos seguir adelante. Lo entenderá. Conseguiremos que lo entienda.

Dejó que Wes la abrazara, dejó que él percibiera su calor, aspirara su olor. También ella lo abrazó con fuerza y presionó el cuerpo contra el de él, el bebé, el bebé de Wes, entre los dos. Quería que Wes se sintiese poderoso y fuerte, que se sintiese el gran hombre que se creía que era.

Le dijo al oído, para que solo él pudiera oírla:

—Nunca te lo perdonaré. Si vuelves a acercarte a Lily o a mí, jamás verás al bebé. ¿Me has oído bien, Wes? Mantente bien lejos.

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