Aurora

Aurora


4. Reversión a la media

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REVERSIÓN A LA MEDIA

*

Las noticias del desastre se extendieron por ambos anillos en cuestión de minutos, y después del clamor inicial generalizado se impuso en muchos biomas un silencio sepulcral. La gente no sabía qué hacer. Algunos se subieron al tranvía a Patagonia y luego se encaminaron al Radio 1, comentando en voz alta que había que condenar por asesinato de masas a quienes habían causado la tragedia. Otros se subieron a tranvías, en ocasiones los mismos tranvías, con la intención de defender a quienes, según ellos, habían resuelto la incursión lo mejor que habían podido, salvando a todos a bordo de padecer una infección mortífera. No sorprendió que se registraran algunas peleas, y algunos de los tranvías frenaron en seco, después de lo cual sus viajeros se desparramaron por las calles, peleando y pidiendo refuerzos a gritos por los anillos.

—¡No! —repetía Freya entre lágrimas, atenta a la pantalla mientras se vestía apresuradamente para salir del apartamento—. ¡No! ¡No! ¡No! —Arrojó cosas a las paredes mientras iba de un lado a otro de su dormitorio, en busca de su calzado.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Badim desde la puerta.

—¡No lo sé! ¡Voy a matarlos!

—Freya, no lo hagas. Necesitas un plan. Todo el mundo está revuelto, pero, mira, la gente que ha muerto está muerta, no podemos recuperarlos. Ha sucedido. Así que ahora debemos pensar en qué hacer a continuación.

Freya seguía atenta a la lectura del navegador.

—¡No! —gritó de nuevo.

—Freya, por favor. Pensemos en cómo obrar a continuación. No puedes ir a sumarte a las peleas. Eso sucederá sin tu intervención. Debemos pensar en qué podemos hacer para ayudar.

—Pero ¿qué podemos hacer?

Encontró el otro zapato y hundió el pie en él. Luego se sentó.

—No estoy seguro —admitió Badim—. Es un lío, de eso no hay duda. Pero escucha, ¿qué me dices de Jochi?

—¿Qué pasa con él? ¡Sigue ahí abajo!

—Lo sé. Pero no puede quedarse ahí para siempre. Y mientras todo el mundo está inmerso en el desastre que tenemos aquí, me pregunto si podríamos aprovecharnos de ello para subirlo.

—¡Pero es que también lo matarán!

—Sí, siempre y cuando intente subir a bordo. Pero si toma un transbordador para subir y se queda en él, lo tendríamos a mano. Podríamos abastecerlo, hablar con él. Hay muchas posibilidades de que no esté infectado por el patógeno. Al cabo de un tiempo, eso al menos lo tendremos claro, y podríamos obrar a partir de ese dato.

Freya había empezado a cabecear en sentido afirmativo.

—De acuerdo. Hablemos con Aram, querrá saberlo y nos echará una mano.

—En efecto.

Badim tamborileó algo en el navegador.

Aram aceptó de buen grado colaborar en un plan para rescatar a Jochi, y coincidió con Badim en que hasta que la lucha caótica entre la gente de la columna tocase a su fin, había poco que pudieran hacer para ayudar a bordo. La muchedumbre se había dividido en dos grupos que se gritaban unos a otros, y a veces los jóvenes la emprendían a golpes. Que dichos golpes fuesen poco efectivos y peligrosos en la microgravedad que reinaba en la columna no impidió dichas peleas. Aram y Badim estaban en contacto con muchas amistades de los diversos consejos, y la mayoría pensaba que debía impedirse el acceso de la gente a la columna, ya que estaba llena de componentes críticos para la nave. Pero con tantas personas furiosas flotando arriba y abajo por los corredores de la columna, gritando y enzarzándose en peleas, no estaba claro qué podía hacerse para calmar la situación. Los miembros del consejo de seguridad empezaban a ocupar los radios para intentar impedir el acceso a la columna, lo cual no constituía una solución satisfactoria. Era una situación peligrosa.

En estas horas de tensión, Aram, Badim y Freya se pusieron en contacto con Jochi, que, tras repetidos ruegos, respondió.

Por lo visto, estaba al corriente del desastre ocurrido en el muelle de embarque. No parecía el mismo que de costumbre, tenía la voz hosca, grave.

—Qué pasa.

Aram explicó el plan que habían concebido para sacarlo de ahí.

—También me matarán —se limitó a decir.

Freya le aseguró que eso no pasaría. Muchos a bordo se mostraban furiosos por lo sucedido y harían lo posible para protegerlo. Si se quedaba en el transbordador, nadie a bordo intentaría destruirlo. Le temblaba la voz cuando pronunció estas palabras.

—Tu transbordador sería tanto un lugar para la cuarentena como un santuario —propuso Aram—. Podríamos mantenerlo amarrado magnéticamente, para que ni siquiera exista una conexión física con la nave. Pero podríamos enviarte suministros, y cuidar de ti hasta que cambie la situación.

—La situación nunca cambiará —dijo Jochi.

—Da igual —insistió Aram—. Podemos mantenerte con vida, y ver qué pasa.

—Por favor, Jochi —intervino Freya—. Tú métete en el transbordador y te ayudaremos a efectuar el lanzamiento. Muchos aquí deseamos que suceda algo positivo. Hazlo por nosotros.

Siguió un largo silencio procedente de la superficie de Aurora.

—De acuerdo.

Condujo el vehículo donde se había refugiado por el terreno estriado hasta las instalaciones de lanzamiento de la colonia. Al contemplar las pistas y los edificios vacíos en la pantalla de la cocina de Badim y de Freya, Aram dijo:

—Ya da la impresión de que llevan un millón de años abandonados.

Pero los lanzadores seguían funcionando, y desde la nave ayudaron a Jochi a localizar y reabastecer el pequeño vehículo de lanzamiento que permanecía en Aurora.

Con el traje de vacío puesto, Jochi abandonó el coche y cruzó el trecho que lo separaba del transbordador, para subir la escalerilla y desplazarse lentamente y con paso inseguro por el interior hasta el puente. Desde la nave operaron por control remoto los remolcadores y movieron el transbordador hasta el tubo de lanzamiento de la pista espiral de las instalaciones. Se trataba de una difícil labor de telemanipulación. Pero una vez en el tubo, lo que siguió fue un proceso principalmente automático; la espiral ascendente del tubo de lanzamiento rotaba sobre su base, que a su vez también rotaba, y los imanes tiraban del transbordador hasta forzar casi el vacío en el interior del tubo, un tirón aumentado por la fuerza centrífuga del giro doble del tubo y de su base. Para cuando el transbordador lo abandonó, ya se movía casi a la velocidad de escape, su placa de ablación se calentaba rápidamente, quemándose cinco centímetros o más mientras los cohetes del transbordador se encendían y el vehículo auxiliar salía disparado atravesando la atmósfera rumbo a la posición que ocupaba la nave. Durante un minuto, Jochi tuvo que permanecer tumbado, soportando cuatro g, pero el lanzamiento del transbordador fue un éxito.

Cuatro horas después se acopló magnéticamente a la nave, entre la cara interior del Anillo A y la columna. Para cuando se completó el amarre magnético, las noticias de la llegada de Jochi se habían extendido por toda la nave. Muchos se alegraron de la noticia, otros se pusieron furiosos. Las noticias solo contribuyeron a encender los disturbios que se registraban en la columna, donde la situación no se había apaciguado; de hecho, todo seguía igual.

El único superviviente del grupo que había desembarcado en Aurora no tenía nada que decir al respecto.

Ahí estaban. A bordo de la nave, en órbita en torno a Aurora, que a su vez orbitaba alrededor de Planeta E, que a su vez giraba en torno a Tau Ceti, a 11,88 años luz de Sol y de la Tierra. Quedaban 1997 personas a bordo con edades comprendidas entre el mes y los ochenta y dos años. 123 personas habían perecido, ya fuese en Aurora o en el transbordador en el muelle de atraque de popa. 77 personas habían muerto en el episodio de descompresión explosiva registrado en el muelle.

Dado que el plan había consistido en trasladar a la mayoría de la población humana y animal a Aurora, ahora estaban algo necesitados de suministros de ciertos volátiles, tierras raras y metales, y, hasta cierto punto, de alimentos. Al mismo tiempo, la nave contaba con un excedente de ciertas sustancias, principalmente sales y superficies metálicas oxidadas. Varias entradas y salidas asimétricas en los ciclos ecológicos de la nave, desequilibrios que Devi había denominado desajustes metabólicos, causaban disfunciones. Al mismo tiempo, la evolución de las muchas especies que había a bordo siguió produciéndose a ritmos dispares, con las especiaciones más rápidas registrándose a nivel bacteriano y vírico, pero a velocidades más lentas en cada tipo y orden. Ineludiblemente, los ocupantes de la nave se distanciaban. Por supuesto, todas las formas de vida del pequeño ecosistema se hallaban inmersas en un proceso de coevolución junto al resto, de modo que únicamente podían distanciarse unas de otras hasta cierto punto. Como supraorganismo, por fuerza seguirían siendo una totalidad, pero una que podía volverse menos hospitalaria con determinados elementos suyos, incluido su componente humano.

En otras palabras, su único hogar se estaba desmoronando. No eran plenamente conscientes de este hecho, posiblemente porque estaban enfermando, lo que constituía un síntoma más del desmoronamiento de su hogar. Era un proceso interrelacionado de desagregación, que una noche Aram denominó «coinvolución».

Esto era tanto social como ecológico. La confrontación en la columna continuó, su gentío flotante seguía denunciando o defendiendo con encono lo sucedido en el muelle de atraque. Entre las discusiones, un grupo de personas se introdujo en la sala de operaciones del muelle, donde teleoperó los robots en la sala abierta para trasladar al interior del malhadado transbordador a todos los cadáveres que seguían flotando en la estancia. Cuando esta desagradable labor se hubo completado, cerraron las puertas del transbordador, que a continuación fue expulsado al espacio.

—Nos estamos asegurando de que este muelle se cierre para siempre —anunció el portavoz de este grupo—. Vamos a sellarlo. Dejaremos abierta la puerta exterior y probablemente el vacío la esterilice, pero no vamos a correr ningún riesgo. Nos proponemos sellar también los accesos interiores. No se podrá acceder a interior. A partir de ahora habrá que utilizar los demás muelles. No tiene sentido que haya sucedido semejante desastre si después no nos aseguramos de mantenernos a salvo.

Expulsar los cadáveres de setenta y siete de sus integrantes en un transbordador abandonado a la deriva fue denunciado como un acto desalmado, una profanación de personas cuyas amistades y familiares supervivientes se encontraban en la nave. Los muertos habían sido miembros integrales de la comunidad hasta lo sucedido; ahora sus cadáveres ni siquiera serían devueltos a los ciclos que alimentarían a las generaciones venideras. En las refriegas que seguían declarándose por el control de la columna, se denunciaban en voz alta estos hechos tanto como se defendían.

Freya fue a la columna para ver si podía hacer algo para calmar la situación. Flotó arriba y abajo por los corredores, impulsándose y deteniéndose de forma abrupta para hablar con conocidos suyos. La gente que la veía se le acercaba disparada para ponerla al corriente de sus puntos de vista y comprobar qué opinaba. No tardó en moverse en mitad de un grupo que se desplazó con ella columna abajo.

Nadie la agredió, aunque a menudo parecieron dispuestos a hacerlo. Cuando la gente se detenía con brusquedad a su altura, ella les preguntaba su opinión, igual que había hecho durante sus años de vagabundeo. Si ellos le preguntaban qué opinaba, ella decía: «¡Tenemos que superar lo sucedido! Debemos unirnos de algún modo, encontrar una vía que nos permita seguir adelante, ¡porque no tenemos elección! Todos estamos atrapados en la misma celda, ¿cómo podéis olvidarlo? ¡Hay que superarlo!».

Seguidamente animaba a todos a salir de la columna y regresar a los biomas. Ese era un lugar peligroso, señaló. La gente se lastimaba y la nave podía lastimarse también.

—¡No deberíamos estar aquí! El transbordador ha desaparecido, esa gente también, no hay nada más que podamos hacer aquí. ¡Nada! ¡Vámonos!

Pasó horas diciendo cosas así a la gente. Algunos asintieron con la cabeza y descendieron por los radios hasta los anillos. Allí abajo proseguía la pelea por el acceso a los radios. No había gente suficiente defendiendo los doce radios, y algunos seguían utilizándose para llegar a la columna. Las peleas se registraban en los radios, y allí, quienes se caían o eran empujados por la escalera que ascendía por la pared interior de los radios podían morir sin remedio. En el Radio 5, tres jóvenes murieron de resultas de una sola caída, y después de eso la conmoción que suponía la visión de la sangre en el suelo fue crucial a la hora de cerrar totalmente el acceso a ese radio.

Entretanto, arriba en la columna, prosiguió el cierre permanente del muelle donde se había producido la tragedia. El grupo responsable del mismo aplicó una gruesa capa de material sellador a sus accesos interiores, antes de cubrirlos con una capa de aerosol de diamante. Era excesivo, una especie de acción ritual, la limpieza de la escena del crimen, o la escisión de la carne infectada.

De vuelta en el Fetch, Badim y Aram observaron las pantallas con inquietud, cambiando de cámara para no perder detalle de lo que sucedía.

—En el muelle se han vuelto locos —anunció Aram cuando salieron juntos para asistir a una reunión—. Menudo lío. No sé qué podemos hacer.

Se había convocado a los diversos consejos a una reunión en Yangtsé para tratar la situación. Algunos pensaban que debían comentar qué hacer ahora que Aurora se les había revelado como envenenada. La discordia continuaría hasta que tuvieran un plan, aseguraban estas personas. Aram y Badim no estaban tan seguros, pero fueron a escuchar lo que se decía.

Cuando empezó la reunión en Yangtsé, quienes estaban a cargo del muelle sellado flotaron de vuelta a los Radios del Anillo A, y, a instancias de Freya, ellos y todos los demás presentes en la columna descendieron a sus respectivos biomas. La mayoría lo hizo a través del Radio 3 y se dirigieron directamente a la reunión en Yangtsé, de modo que dio la impresión de que convocarla había contribuido a despejar la columna. Incluso si no servía para nada más, comentó Badim, al menos había servido para eso.

En Yangtsé se reunía un gentío en la plaza mayor. Al principio, el principal orador fue Speller, que a la muerte de Devi se había convertido en una de las figuras más destacadas del grupo de ingeniería. De hecho empezó insistiendo en que los biomas de a bordo eran fundamentalmente saludables.

—La biosfera de la nave es una entidad capaz de corregirse a sí misma —aseguró—. Puede resistir siglos, siempre y cuando le permitamos corregirse a sí misma. Nuestra interferencia ha estado impidiendo su proceso homeostático en curso. Únicamente debemos reabastecer los volátiles de los que andamos escasos y podremos reanudar nuestra travesía a un sistema planetario más hospitalario.

Al fondo de la sala, Aram se inclinó sobre Badim y dijo:

—¿Crees que lo dice en serio?

—Sí —respondió Badim.

Eso parecía.

—La nave nos ha llevado hasta aquí —continuó Speller—. Es un sistema de soporte vital con una robustez demostrada. Aguantará siglos, siempre y cuando cuidemos de él, lo que supone no interferir. Lo único que debemos hacer es reabastecer los elementos que escasean. Todos esos elementos son comunes en el sistema Tau Ceti. Así que no tenemos motivos para desfallecer. Aún podemos encontrar un nuevo hogar.

La estrella cercana RR Prime era muy prometedora, les dijo Speller. Tan solo distaba siete años luz de Tau Ceti, era una estrella de clase M con un amplio abanico de planetas, incluidos tres en su zona habitable, la cual, como solía ser habitual en las estrellas M, estaba más próxima a su estrella que la Tierra lo estaba del Sol. El sistema planetario había sido descubierto en los 2500, y aunque estaban en posesión de toda la información que los terrestres habían tenido sobre él hasta hacía doce años, el hecho era que no se sabía gran cosa al respecto. Pero era perfectamente posible que este sistema pudiera proporcionarles un hogar.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? —preguntó Speller—. Está claro que es nuestra única oportunidad. Y la nave puede llevarnos allí.

Pero había muchos otros que defendían la opción de explorar la segunda luna de Planeta F. Sus dimensiones casi eran equiparables a la luna terrestre, como Aurora pero más densa. Estaba en rotación sincrónica con F y giraba en torno a él casi cada veinte días exactos, por tanto en ese aspecto no era muy distinto a Aurora y E. Era una luna rocosa y totalmente seca a excepción de un trecho pequeño de agua congelada, consecuencia del impacto de un cometa. Hasta ahora se había dado por sentado que carecía de vida, debido a la ausencia casi total de agua. Pero la experiencia en Aurora los había empujado a dudar a la hora de dar por zanjado este asunto. Hubo quienes señalaron que los meteoritos debían haber sido expulsados de Aurora por impactos de asteroides, y algunos de ellos mencionaron el pozo gravitatorio para aterrizar en Luna 2 de F. Que dichas rocas pudiesen haber transportado las formas de vida aurorianas, dada la falta de agua y oxígeno en la luna de F, parecía algo poco probable, pero no debía descartarse por completo. La vida era tenaz, y el patógeno de Aurora seguía siendo un desconocido. Incluso ponerle nombre supuso un problema, ya que algunos lo llamaron criptoendolito, otros prión rápido, otros el patógeno, y otros sencillamente bichos, o la cosa, o eso, o el alienígena, o lo que sea.

Fuera como fuese, Luna 2 de F siguió siendo una posibilidad real en las mentes de muchos de ellos.

—Podemos importar agua —decía Heloise en todas sus reuniones. Era la cabecilla del grupo de ecología del Anillo A—. Luna 1 de F es una luna helada, podemos trasladar ese agua. Podemos construir estaciones subterráneas para empezar, y luego expandirlas mientras arranque el proceso de terraformación. Más adelante, cráteres con cúpula, seguidos de ciudades tienda. Puede resultar. Después de todo, formaba parte del plan. Era la retaguardia adonde debíamos retroceder si lo de Aurora se torcía. En ese caso no sería necesario emprender otro viaje interestelar, lo que está bien, porque no está claro que la nave pueda aguantarlo. Esta siempre fue la opción secundaria, y ahora debemos recurrir a ella. Puede funcionar.

Aram no lo creía así y se levantó para decirlo.

—Sería como vivir en la nave —dijo—. Excepto que estaríamos enterrados en la litosfera de una luna rocosa. Después tardaríamos varios cientos de años, y es más probable que miles de ellos, en terraformarla, y durante todo ese tiempo nos veríamos confinados a interiores como estos biomas. Los problemas que tenemos aquí los trasladaríamos allí. No viviríamos lo bastante para alcanzar el momento de volver a vivir al aire libre. Nuestros descendientes enfermarían y morirían. Se extinguirían.

Este pesimismo, o realismo oscuro, fuera lo que fuese, sacó de sus casillas a Speller y Heloise, y a todo aquel que se empeñaba en ver el vaso medio lleno, en intentar dar con un camino que les permitiese salir adelante. ¿Por qué mostrarse tan negativo?, preguntaron.

—No se trata de que yo sea negativo —respondió Aram—. Es el universo obedeciendo sus leyes. ¡La ciencia no es magia! ¡No somos seres de fantasía! Debemos jugar con la mano que nos han dado.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó, enfadada, Heloise—. En tu opinión, ¿qué se supone que debemos hacer?

Aram se encogió de hombros.

Freya se comunicó con el lugar donde se celebraba la reunión, mientras recorría el trecho que la separaba de la columna, por donde descendía.

—Deberíamos volver a casa —dijo.

Esta propuesta fue acogida con un profundo silencio. Ruido de conductos de ventilación, rumor de aparatos eléctricos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Speller.

Los altavoces dieron paso a la voz de Freya con claridad, incluso a un volumen alto.

—Deberíamos reabastecer la nave y poner rumbo a la Tierra. Si tenemos suerte, nuestros descendientes sobrevivirán. En este momento no disponemos de otra opción de la que pueda decirse lo mismo. Es malo, pero es cierto.

Las personas reunidas en la plaza de Yangtsé cruzaron la mirada, silenciadas.

Su idea, que expuso a lo largo de los días siguientes, se había originado en Euan. Era algo que Devi solía mencionar, dijo. Era una buena idea, dijo. Un plan factible.

Obviamente supuso una conmoción para el resto. Con todo lo que estaba pasando, era demasiado para poder asimilarlo de buenas a primeras.

La propia Freya pasó la mayor parte del tiempo persuadiendo y, en ciertos casos, amenazando físicamente a diversas personas para que salieran de los radios y regresaran a sus biomas. Equipos organizados por el consejo de seguridad se desplegaron en todos los accesos a los radios y empezaron a trabajar como válvulas unidireccionales, permitiendo a la gente abandonarlos, pero no acceder a ellos. Con el tiempo, llegó un punto en que fue posible persuadir o coaccionar a todo el mundo que seguía en la columna y los radios para que regresase a sus biomas. Entonces, la gente se dispersó a sus poblaciones natales, o se reunió con personas de opiniones afines para trazar otros planes. Los individuos responsables de las muertes de los colonos en el muelle se confundieron con quienes los habían respaldado, y esos grupos resistieron cualquier petición de ampliar las investigaciones sobre lo sucedido. Nadie había querido que esa gente muriera, solía oírse a menudo. Había sido un accidente, un desastre. Pasó el tiempo. Tiempo para pensar en qué hacer a continuación.

Y así, en ese tumulto continuado del espíritu, con tanta gente aún apesadumbrada, furiosa, se dispuso ante ellos el abanico de posibles acciones, sobre la mesa, donde las inspeccionaron largo y tendido. No parecía el momento apropiado para ello, pero tampoco había manera de impedirlo. Era la única cosa de la que valía la pena hablar, teniendo en cuenta la situación.

La idea de Freya fue una de las acciones que se discutieron. El hecho de que fuese la hija de Devi quien había propuesto esa alternativa tuvo cierto peso y contribuyó a que se barajara esa posibilidad. Echaban de menos a Devi, su muerte era una herida que no se había cerrado; a menudo, la gente se preguntaba qué habría hecho ella en las situaciones en las que se veían inmersos. Hubo una especie de solapamiento, en el sentido en que la idea que había sugerido Freya acabó atribuyéndose a Devi. Y aunque Freya fue la primera en manifestarla en voz alta, no había sido la primera en concebirla. Era innegable que el sistema solar era al menos un destino en el que podían confiar para hallar su sustento, siempre y cuando pudieran alcanzarlo.

Pero no dejaba de ser uno de los diversos planes que se barajaban.

Una facción, en la que se incluía su viejo amigo Song, arguyó a favor de esterilizar Aurora e insistir en esa luna tal como se había planeado hacer originalmente. Como el patógeno de Aurora era prácticamente un completo desconocido (Aram empezaba a tener la sensación de que Jochi no lo había identificado, al contrario de lo que habían pensado), este grupo no era muy numeroso, y sus argumentos no parecieron convencer a muchos, sobre todo a quienes habían tomado parte de algún modo en las muertes de los colonos que intentaron volver a bordo. Parte de su justificación para explicar el desastre acaecido en el muelle consistía en asegurar que Aurora era irremediablemente venenosa.

Speller y su facción continuaron defendiendo el plan de poner rumbo a RR Prime. Heloise y un grupo numeroso abogó por habitar la segunda luna de F. Y unos cuantos empezaron a proponer la idea de quedarse sin más en la nave y utilizar los diversos cuerpos planetarios del sistema Tau Ceti para reabastecer todo aquello de lo que pudiesen carecer, compensando los desajustes metabólicos a medida que se produjesen. Desde la nave podían considerar sus opciones, y tal vez trabajar tanto en Aurora como en la segunda luna de F.

En todas las discusiones, había quienes intentaban desarrollar las opciones. Por desdicha, sus modelos empujaban a quienes los elaboraban a concluir que ninguno de los planes que tenían a su alcance era probable que resultase. Tenían pocas opciones, y ninguna era buena; además era imposible combinarlas.

La gente sintió una amargura y una ira crecientes cuando se conocieron las conclusiones de quienes habían elaborado los modelos. La columna estaba vacía y bajo custodia por parte de gente que había aceptado forzar los edictos del consejo de seguridad. El muelle de popa quedó físicamente aislado. Jochi estaba secuestrado en su transbordador, aferrado magnéticamente dentro del Anillo Interior A. Por un lado la situación parecía en calma; la gente había regresado a sus biomas y había recuperado la vida que llevaba allí, encargándose de las cosechas que habían abandonado y que había que sembrar o recoger. Había que cuidar de los animales y atender las máquinas. Pero las cosas no marchaban del todo bien. Ahora más que nunca antes en la historia de la nave, su aislamiento empezó a ser un factor acuciante. Nadie podía evitar que se gobernasen a sí mismos, ni que tomasen decisiones que ahora debían tomar. Se enfrentaban solos a todo eso. Dependía de ellos.

Freya recorría los biomas igual que lo había hecho durante sus años de peregrinaje. No intervino en las reuniones a las que asistió, ni en las cafeterías donde había trabajado apenas hacía cinco años, sino que se limitó a escuchar. Se quedaba al fondo de la sala como el mascarón de proa de un velero, o se sentaba en un rincón, observando, muda, a todos los oradores.

Mientras vagabundeaba, inspeccionó con gran atención todos los biomas. ¿Qué tal marcha?, preguntaba a sus habitantes. ¿De qué había servido durante el viaje de ida? ¿Podía seguir ayudándolos a sobrevivir durante otros ciento setenta años de encierro, en caso de que decidieran regresar?

Averiguó que algunos de los biomas que mejor se habían desempeñado en términos de ecosistema, eran de hecho los menos útiles para los humanos durante una travesía. Estos biomas habían sido incluidos para el transporte de su especie al nuevo mundo, para colaborar en la terraformación del planeta que debían colonizar. Como granjas eran menos útiles. Pero Freya pensó que podían ser alterados para convertirlos en granjas mejores. Para regresar al sistema solar no los necesitaban como bancos de semillas ni como arcas.

La idea de Song era la siguiente: continuar con la colonización de Aurora, introduciendo en ella sus bacterias y virus terrestres, con la esperanza de que, una vez librada la guerra entre microbios, Aurora terminase siendo habitable para el ser humano. Algunos de sus ecólogos y bacteriólogos creían que este plan podía funcionar.

El grupo centrado alrededor de Heloise y Bao proponía que habitasen y terraformasen la segunda luna de F, la mejor de las candidatas restantes para la colonización del sistema Tau Ceti. Era análoga de Marte, y había sido su anterior segunda opción, y no había motivo que los indujese a pensar que no podía funcionar.

Speller siguió liderando a aquellos que aseguraban que debían seguir adelante, que debían reabastecer combustible, alimentos y materiales y poner proa a RR Prime. Cruzarían el espacio interestelar durante otros ochenta años, y lo intentarían de nuevo en ese sistema, que en muchos sentidos se antojaba muy prometedor.

O podían seguir a bordo y vivir allí a perpetuidad.

O podían regresar al sistema solar.

Todas estas ideas fueron discutidas interminablemente, en todas las posibles vertientes.

Mientras trataban estos asuntos, aumentó la sensación en muchos de ellos de que si se quedaban en el sistema de Tau Ceti, podían combinar algunas de estas opciones, que en el fondo no eran mutuamente excluyentes. Podían intentarlo de nuevo en Aurora, haciendo pruebas de inoculación de bacterias y demás, mientras movían pieza en la segunda luna de F; y reaprovisionar la nave mientras seguían viviendo a bordo; e inspeccionar y explorar la primera luna de F.

Opciones, sí; pero no las óptimas, aseguraban otros. Distintos modos de matar el tiempo, diferentes maneras de extinguirse tras una brega larga e infructuosa, atrapados en cabinas incluso más pequeñas que los biomas de a bordo.

¡Pero si podían vivir en los biomas!

¡Pero si no podían vivir en los biomas!

Freya hablaba muy poco en público, pero en privado siguió asegurando que su mejor oportunidad consistía en reabastecer la nave y poner rumbo de vuelta a la Tierra. Era el único destino del que disponían donde sabían que sus descendientes podrían sobrevivir.

—Pues claro —dijo Speller, que se había acercado a la pequeña cafetería de Olympia, donde Freya se alojaba esa noche—. Pero ¿qué sentido tendría eso? En primer lugar, ¿por qué nos marchamos? ¿Por qué hemos pasado por todo esto, nosotros y nuestros antepasados y nuestros descendientes, si no es para procurar que esto salga adelante?

Freya negó con la cabeza al escuchar las palabras de su viejo amigo.

—Es que no deberían haberse marchado —dijo.

Hablaron y hablaron y hablaron. Veinticuatro biomas, diez mil conversaciones. Hablar hablar hablar. Y mientras hablaban, empezó a resultarles evidente que no disponían de un método de gobierno muy efectivo cuando llegaba la hora de tomar decisiones como grupo. Se preguntaron si los humanos habían tenido algo parecido desde que abandonaron la sabana. Desde que se concentraron en ciudades. No podían estar seguros. La historia sugería que tal vez no.

A bordo, las cuatro generaciones que se sucedieron tras los problemas del 68 se habían cuidado mucho de trabajar dentro del sistema establecido, deliberando siempre en paz el consenso de todas las decisiones importantes. Ahora incluso se discutía la definición de consenso; y llegaron a comprender que su sistema político, por simple que fuera, nunca había afrontado una crisis. Suspendidos en su viaje como habían estado, jamás habían tenido que encarar una decisión, exceptuando los métodos de homeostasis.

Se enfrentaban a una prueba, y rápidamente aparecieron las primeras fracturas en la fachada de civismo que habían mantenido. Donde hay una facción hay un conflicto; donde hay conflicto hay ira. Y la ira distorsiona el juicio. Así que se enfadaban unos con otros, lo que daba pie a que tuvieran miedo unos de otros. La ira y el miedo no eran las emociones adecuadas para la situación a la que se enfrentaban.

Tras los sucesos del año 68, los supervivientes habían adoptado un sistema de democracia representativa, basado en una constitución que exponía sus primeros principios políticos. Los primeros principios debían cumplirse en todo aquello que se decidiera. Sobre todo, los supervivientes comprendieron que debían comportarse de manera que se mantuviese un flujo equilibrado de los elementos contenidos en su sistema cerrado de soporte vital. Para ello, el índice de población debía respetar el techo de las 2152 personas. También se establecieron techos de población para el resto de los mamíferos de la nave. Dentro de estas limitaciones, debía mantenerse el margen más amplio de autonomía humana, lo cual no incluía necesariamente el derecho a reproducirse; y tampoco incluía la libertad de circular por toda la nave, al menos en términos de residencia. Cada bioma tenía su propia legislación en este aspecto. Tampoco era posible que todos los ciudadanos rechazasen el desempeño de ciertos trabajos y funciones. Había empleos que sencillamente había que hacer o la nave no conservaría el equilibrio ni sería capaz de mantenerlos a la larga en la soledad interestelar.

Por tanto: residencia, reproducción, educación, trabajo; todo ello expresaba necesidades ecológicas. Debían prestarles atención o extinguirse; así eran las cosas, esa era la realidad. Así se lo enseñaban a todos de pequeños. Había límites; había necesidades. Todas y cada una de las personas que viajaban a bordo formaban parte de un equipo, parte integral de la sociedad, necesarias para la supervivencia del grupo. Todo el mundo era igual a ese respecto, y debía ser tratado del mismo modo que el resto.

Solo en el marco de este conjunto de principios fundacionales, satisfechas las necesidades, hallarían y ejercerían cuantas libertades hubiese a su disposición. Decían algunos que lo que quedaba era, en el mejor de los casos, trivial. Pero nadie tuvo ninguna sugerencia que plantear en cuanto a cómo atribuirse mayores libertades que las que poseían, dados los límites. El deber era lo primero.

De modo que la población de cada bioma convocó una reunión en la plaza mayor. Todo aquel que quiso hablar, lo hizo.

Este proceso duró dos semanas, tras lo cual siguió una serie de encuestas y votaciones. Las encuestas iban dirigidas a acotar las preguntas que debían tratarse. ¿Quién prefería tal o cual curso de actuación? ¿Cuántos para cada uno, con qué grado de convicción?

Entonces, en la mayoría de los biomas, se votó a los representantes, uno por cada centenar de personas. En la mayoría de las poblaciones no se hizo ni campaña. El voto era anónimo. Quienes fueron elegidos, y aceptaron servir, hablaron con sus vecinos sobre lo que dirían en la asamblea general. En otros biomas, escogieron a los representantes por sorteo, y quienes fueron seleccionados tuvieron que prometer hablar en nombre de la mayoría de su bioma; o, en algunos casos, obrar como les pareciese adecuado.

Estos representantes se reunieron posteriormente en Costa Rica, en la ciudad de San José, donde expusieron diversos asuntos en una conferencia general. Se trataba de una conferencia abierta, de manera que cuando todo el mundo hubiese tratado a conciencia los temas pendientes, se realizaría una encuesta a toda la población, y los representantes recibirían el encargo de ejecutar la voluntad de la mayoría del pueblo. Si los resultados eran demasiado justos, lo cual decidieron sucedería cuando cualquier voto en minoría cosechase más del 33 por ciento del total, pondrían medios para mejorar la situación, buscando a ser posible un terreno común. Se llevarían a cabo votaciones sucesivas, hasta que una mayoría superior al 67 por ciento, o con suerte mayor, aceptase emprender un curso determinado de acción. Llegados a ese punto, la minoría debería aceptar el juicio de la mayoría.

Esa era la teoría.

Mientras se intentaba alcanzar una decisión, acordaron pedir a la nave que se resituase en el Planeta F de Tau Ceti, y que entrase en órbita alrededor de la segunda luna de F. La intención consistía en llevar a cabo labores de reconocimiento, juzgar mejor la habitabilidad del satélite.

A lo largo de este traslado, que llevó siete meses siguiendo un camino Hohman de menor consumo de energía, y que empleó el 2,4 por ciento del combustible restante de la nave, continuaron las discusiones.

En ese tiempo, muchos biólogos a bordo estudiaron las muestras del patógeno de Aurora que Jochi había conservado en una cabina sellada de su transbordador y que había convertido en laboratorio estéril, teleoperado por él. Aún había quienes apoyaban la idea de Song de que debían aprender a convivir con esa cosa de Aurora si pretendían conocerla mejor. Así que el estudio del patógeno continuó, a pesar de que seguían sin acordar un nombre que darle. Vector, enfermedad, patógeno, especie invasora, bicho, estos eran términos terrestres, y sin ir más lejos Aram los consideraba errores de categorización.

—Lo mejor que podemos hacer en cuanto a terminología se refiere es llamarlo «alienígena».

Y así se quedó la cosa. Las muestras individuales similares a proteínas que Jochi había aislado y puesto bajo el microscopio electrónico que le enviaron eran tan pequeñas que costaba comprender cómo podían seguir con vida. Porque estaban vivas en ciertos sentidos del término, ya que se reproducían; pero costaba decir cómo, o qué otra cosa hacían. En esto compartían cualidades con los virus y sus virus, con los priones y el ARN; aunque en otros aspectos no parecían similares a ninguna de estas entidades. Se producían procesos en su interior a una escala nanométrica, incluso del picómetro, pero ¿qué podía ser tan pequeño para que pudieran alimentarse de ello? ¿Cómo se alimentaban? O, para expresarlo de manera más simple, ¿dónde obtenían su energía? ¿Cómo crecían? ¿Por qué crecían tan rápido cuando se introducían en un organismo humano?

Eran estos problemas sin solventar que cabía la posibilidad de que siguieran siéndolo durante largo tiempo.

La segunda luna de F, llamada Iris por quienes habían propuesto establecerse allí, demostró ser una roca pelada sin una gota de agua, tal como habían sospechado: núcleo de hierro, campo magnético; seca a excepción de los restos congelados de un cometa en una superficie salpicada de cráteres, atravesada por dos largos cañones rectos, fruto posiblemente de anteriores fracturas. Una especie de Mercurio enorme, puestos a encontrarle un parecido físico, además de posiblemente histórico; su núcleo pesado atestiguaba, quizá, una colisión en sus primeros tiempos que había arrancado una capa exterior de roca más liviana, que a su vez se había precipitado sobre F en lugar de ser expulsada de la órbita por Iris. Al menos este era el modelo más adecuado de sus orígenes para justificar los datos. Su gravedad de 1,23 g era más bien descorazonadora, pero tenía una rotación breve, no estaba completamente supeditada a una rotación sincrónica con F, lo cual reforzaba de hecho la teoría de una colisión temprana. Tenía por tanto un día de treinta días de duración, un mes orbitando a F que constaba de 20 días, y el año de F era de 650 días. La órbita de F era de 1,36 UA de Tau Ceti; su insolación de Tau Ceti era del 28,5 por ciento respecto a la terrestre. Se hallaba en el límite de lo que se consideraba habitable, pero recibía la suficiente luz solar para que fuese factible.

La ausencia de agua en Iris, que antes se consideraba un problema, dio garantías a la gente ahora que el agua se tenía por algo peligroso, ya que parecía más probable que el agua líquida albergase algún tipo de vida y creara problemas. La muestra que apoyaba esta conclusión siguió siendo muy pequeña, y constaba de la Tierra, Europa, Ganimedes, Encélado y Aurora; pero Aurora había sido traumática. Se había sugerido incluso que el hielo del cometa en Iris podía retirarse si existía la menor sospecha de que contenía el patógeno auroriano.

Otros señalaron que el hielo que algunos propusieron importar a Iris, para proporcionar a su nuevo mundo una hidrosfera y una atmósfera, sería hielo de Luna 1 de F, o hielo cometario de la atestada Nube de Oort de Tau Ceti. Si el hielo de cualquier parte servía potencialmente de cuna de vida, nunca lograrían evitarlo del todo.

Pero no había motivo para pensar que ese fuera el caso. El consenso era que la cuna de vida era el agua líquida, no el hielo. Un montón de hielo debía condensarse de la original nube de polvo interestelar que había formado Tau Ceti, y no existía razón para creer que la vida había tenido la menor oportunidad de concebirse en ese hielo. Se dio por sentado que estarían a salvo si terminaban dando a Iris un pequeño océano compuesto de hielo cometario de importación.

Por tanto: hidratar Iris, introducir genomas terrestres, ocupar. El propio F se convertiría entonces en una preciosa canica en el cielo de Iris, un gigante gaseoso lleno de volátiles que sin duda necesitarían. Una pelota gigante de materiales, situada a la vuelta de la esquina, cuya enorme belleza los ayudaría a ocupar Iris gracias a su luz solar reflejada, que en última instancia iluminaría toda Iris a medida que esta rotase, y no solo un hemisferio, tal como sucedía en Aurora. La verdad era que parecía muy prometedor.

Pero ¿cuánto tardarían en terraformar Iris?

Como respuesta a estas preguntas no había más que suposiciones. Dichas suposiciones dependían de dar muchas cosas por sentado que había que introducir como datos en los modelos. Los tiempos medios calculados por los modelos se juzgaron en privado por la nave en torno a los 3200 años, con una estimación de la anomalía entre 50 y 100 000 años. Obviamente, los modelos y parámetros escogidos podían marcar la diferencia. De hecho, el problema no estaba adecuadamente acotado. Pero era justo dar por sentado que la estima media poseía cierta validez teórica.

Muchos a bordo no querían esperar tres mil años, o el tiempo que fuera que tardasen en terraformar Iris. Otros no creían que durasen tanto. Y otros no pensaban que les llevaría tanto tiempo.

—Los modelos deben estar equivocados —dijo alguien—. En cuanto la vida arranque en un planeta, la situación cambiará enseguida. Las bacterias se reproducen rápidamente en un nicho ecológico vacío.

—Pero en la Tierra el proceso duró mil millones de años.

—Pero en la Tierra no hubo más que arqueobacterias. Con un conjunto completo de bacterias el proceso será más rápido.

—No en lugares sin atmósfera. Las bacterias en una roca, expuestas al vacío, no se muestran muy rápidas. De hecho la mayoría muere.

—Por tanto, necesitamos maquinaria robótica autónoma para hacer suelo, para hacer aire, para añadir agua.

—Pero los robots autónomos necesitan materiales. Solo la primera generación de robots puede recolectar los materiales necesarios, y eso no será un proceso rápido.

—¡Podemos imprimir impresoras e ir a más! Es factible. Podemos hacerlo. Nuestros robots pueden.

—Llevará demasiado tiempo. Entretanto, nos extinguiremos. Evolucionaremos a ritmos distintos y nos distanciaremos desde el mismísimo interior de nuestros cuerpos. Involución de zoo. Coinvolución. Enfermaremos, moriremos y nos extinguiremos. Enfermar y morir, sin haber abandonado una sola vez la nave.

—Entonces, en ese caso, a lo mejor debemos volver a casa —seguía insistiendo Freya.

Llegó el día en que intentaron hacer una elección.

Extraño, quizá, despertarse una mañana, vestirse, desayunar, sabiendo todo el rato que uno iba a acudir a una reunión capaz de cambiar el mundo. Duras decisiones. Todo el mundo padece el problema de detención. Freya se sentó junto a Badim a la mesa de la cocina, removiendo inquieta los cortes de fruta con el tenedor.

—¿Qué crees que pasará? —preguntó.

Badim le sonrió. Parecía inusualmente alegre y comía con apetito unas tostadas con mantequilla que regaba con leche.

—Interesante, ¿no te parece? —preguntó entre mordisco y mordisco—. Hasta hoy la historia estaba predeterminada. Nos dirigíamos a Tau Ceti, no había ninguna alternativa. Debíamos hacer lo que era necesario. —Sacudió el pan en el aire—. Ahora esa historia se ha terminado. Nos hallamos en su capítulo final, forzados a plantear una nueva, nosotros solitos.

Caminaron juntos hacia la estación del tranvía, y después subieron a un vehículo atestado que se dirigía hacia el este, a Costa Rica. En los biomas que fueron encontrando por el camino, el tranvía se detuvo y se le unieron más vagones llenos, primero en Olympia, luego en Amazonia. La mayoría de la gente de los vagones del tranvía se mostraba sumisa, pensativa. Durante el mes anterior se había grabado un total de 102 563 conversaciones en torno a ese tema, y había indicadores de conflicto en la gramática y semántica del 88 por ciento de dichas conversaciones, que inevitablemente mantenían personas que se conocían bien.

Pero había que poner punto y final a esa dinámica. 170.170: Convocada en Costa Rica la asamblea general que reunió a 620 personas en la plaza de la sede de gobierno. La mayoría de la población de a bordo siguió la asamblea gracias a las pantallas repartidas por toda la nave; otra reunión denominada «en oposición a la tiranía de la mayoría» congregó a 273 personas en la plaza de Kiev, en las Estepas.

La plaza de la sede de gobierno de San José ocupaba buena parte del centro de la ciudad. Estaba rodeada por edificios de cuatro y cinco plantas, construidos todos con piedra blanca cortada para formar una recargada pauta de rectángulos entrelazados. La impresión de conjunto era que se trataba de una imitación de una capital europea, aunque lo mismo podía decirse de muchas capitales europeas auténticas, así que posiblemente se basaba en una plaza real de algún lugar de la Tierra. La nave percibió semejanzas con Viena, Moscú y Brasilia.

En torno a un tercio de la población de la nave se acercó a la plaza para escuchar la intervención de los portavoces, quienes destacaron diversos aspectos del asunto que tenían entre manos. La gente se agrupó principalmente por biomas. Después de iniciados los discursos, el flujo entre grupos fue mínimo. Algunos se sentaron en el liso empedrado de la plaza; otros se habían llevado sillas plegables y taburetes; los hubo que permanecieron de pie. Había algunos toldos con puestos ambulantes para proporcionar comida y bebida, y la poca circulación que había era en torno a estos puestos.

Una ristra de oradores describió el plan para concentrar sus esfuerzos en la segunda luna de F, que todos llamaban ya Iris. Establecerían su base en la superficie y se instalarían en ella mientras la construyeran hasta alcanzar todo su tamaño. Aportarían agua a la superficie por medio de un bombardeo de cometas, que también daría pie al inicio de una atmósfera. Los robots y las fábricas auto-replicantes construirían refugios, quemarían volátiles en gases, crearían una atmósfera y un suelo, y darían forma a una creciente hidrosfera a medida que cayese del cielo. Introducirían bacterias propias en la superficie virgen, que se extenderían rápidamente hasta llenar su nicho ecológico. Después de que bacterias, arqueobacterias y hongos se establecieran en el suelo, contribuirían a aumentar la atmósfera y crear suelo, y pronto podrían introducir plantas y animales de la nave en oleadas similares a las que se registraron en la evolución terrestre, y el planeta se terraformaría sin pausa ni descanso, a una velocidad literalmente un millón de veces superior a la que se produjo de manera natural en la Tierra, es decir, en tres mil años en lugar de tres mil millones. Existía incluso la posibilidad real de hacerlo en trescientos, siempre y cuando las cosas fuesen más rápidas de lo esperado.

Los diversos componentes de este plan los describió con cierto detalle Heloise, y Song participó en este empeño. Habían sumado fuerzas; Song había aceptado el plan de Iris con la idea de que, como parte del mismo, podía llevarse a cabo el plan de él para regresar a Aurora. Por ahora, aceptó con Heloise que terraformar Iris era el mejor plan, fuese temporal o permanente.

La gente permaneció de pie o sentada en silencio, escuchando atenta.

Entonces invitaron a Aram a subir a la palestra. Antes de hablar, permaneció unos instantes contemplando el gentío.

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