Aurora

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4. Reversión a la media

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—El problema es el siguiente: los espacios que tenemos disponibles para vivir son demasiado pequeños para sobrevivir durante tres mil años. El problema principal estriba en los distintos ritmos evolutivos de los diversos órdenes de vida confinados en el espacio. Las bacterias generalmente mutan a una velocidad muy superior a las especies grandes, y el efecto de dicha evolución en las especies mayores resulta, con el tiempo, devastador. Esta es una causa de enanismo y de los índices más elevados de extinción vistos en estudios de biogeografía insular. Y nos hallamos en la madre de todas las islas, nunca ha habido una igual. Y esta Iris no es gemela de la Tierra, ni análoga. Es análoga de Marte.

»Además existen compuestos químicos que necesitamos y que no hallaremos en un planeta rocoso que nunca ha albergado vida.

Resumiendo, el supraorganismo que todos nosotros juntos constituimos no puede sobrevivir en un periodo de tiempo tan largo, confinado tal como nos veríamos nosotros.

Fue Speller quien tomó uno de los micrófonos libres de la palestra.

—¿Cómo vamos a tener la certeza de algo si no lo intentamos?

—Hemos comprobado el modelo del que hablamos —respondió Aram—, y podemos asegurar que ciertos resultados ecológicos son más probables que otros, aunque las posibilidades se reducen a medida que miramos más allá en el tiempo. Los estudios referidos están a disposición de quien quiera consultarlos. No hay ningún paso que no hayamos hecho público.

—Pero algunos de los escenarios muestran que el proceso de terraformación podría funcionar, ¿correcto?

Aram asintió.

—Hay escenarios en los que es un éxito, pero la proporción es de uno entre un millar.

—¡Pero eso está bien! —Speller esbozó una amplia sonrisa—. ¡Ese es el que haremos que suceda!

Aram se volvió, hosco, hacia el gentío. El silencio en la plaza era tal que uno podía oír los encargos de comida en la esquina, y a los niños que jugaban y el grito de las gaviotas que se posaban en los tejados sobre la plaza y el lago salino de Costa Rica.

Speller, Heloise y Song rebatieron otros puntos de Aram. Quienes estaban de acuerdo con Aram formaron una línea distinta para intervenir, y los organizadores de la asamblea empezaron a dar paso a integrantes de ambas líneas de opinión para que interviniesen, hasta que fue obvio a juzgar por los murmullos del gentío, incluidas algunas risotadas esporádicas cuando arrancaban nuevas discusiones, que el efecto de la alternancia no estaba siendo de ayuda. Contemplar dos futuros tan distintos era tal vez demasiado parecido a un ejercicio del club de debates, pero debido a que el tema debatido era de vida o muerte para ellos, el tira y afloja engendró primero disonancia cognitiva, seguida por distanciamiento: los hubo que se reían, mientras que otros parecían enfermos.

La náusea existencial se debe al hecho de sentirse atrapado. Es un estado que resulta del sentimiento de que el futuro únicamente te reserva malas opciones. Por supuesto, todo ser humano se enfrenta al hecho de la muerte individual, y por tanto la náusea existencial debe ser hasta cierto punto una experiencia universal, algo que debe encararse con una u otra estrategia mental. La mayoría de la gente parece aprender a ignorarla, como si se tratase de un leve dolor crónico que uno debe soportar. En esta reunión empezó a resultar claro, para muchos de los presentes, que la extinción aguardaba al final de todos los caminos que había a su disposición. No se trataba de lo mismo que la muerte individual, sino que era en su lugar algo a la vez abstracto y más profundo.

La multitud se mostró inquieta. Nuevos oradores dieron pie a abucheos y silbidos, y los asistentes empezaron a discutir. Los extremos de la asamblea se vaciaron y se observó algún que otro claro en la plaza, incluso mientras los oradores de la tarima principal seguían hablando. Quienes se marcharon lo hicieron murmurando entre dientes, dispuestos a emborracharse, a tocar música, a cuidar del jardín o a trabajar.

Los organizadores del evento consultaron entre sí y optaron por no pedir una votación de la asamblea en ese momento. Estaba claro que no era el lugar adecuado, y tampoco convencían el método de una votación a viva voz o el recuento de un voto a mano alzada. Era necesario recurrir a algo más formal, más íntimo, algo como un voto obligatorio, secreto. Ni siquiera pudieron decidirlo en ese momento tan desafortunado, con la puesta de sol de la tarde calurosa de Costa Rica, con la gente que inundaba las calles en dirección a los tranvías. Al final pusieron punto y final a la reunión, anunciando que pronto se celebraría otra.

Durante la semana siguiente a la reunión, quince personas se suicidaron, un aumento del 54 000 por ciento de la frecuencia. Quienes dejaron notas de suicidio solían aludir a la desesperación que les causaba el futuro. ¿Qué sentido tenía seguir adelante, teniendo en cuenta la situación? ¿Por qué no ponerle fin de una vez por todas?

Un antiguo proverbio de uno de los primeros pueblos de la Tierra: Todo camino conduce a un infortunio.

Un proverbio de la primera modernidad de la Tierra: No puedo seguir, debo seguir.

Se trataba de una situación humana que nunca desaparecía del todo. Un dilema existencial, una condición permanente. Para ellos, en su situación particular, se reducía a lo siguiente:

Cuando descubres que vives en una fantasía que no se sostiene, una fantasía que destruirá tu mundo, y a tus hijos, ¿qué haces?

La gente solía decir cosas como «A la mierda», o «A la mierda el futuro». Decían cosas como «Hace un día caluroso» o «Este plato es excelente», o «Vamos a bañarnos al lago».

Había que trazar un plan, eso todos lo tenían claro. Pero los planes siempre atañen a un tiempo ausente, un tiempo que cuando se extiende lo bastante en el futuro solo será presente para quienes nos sucedan.

Por tanto, evasión. Por tanto, volcarse en el instante.

Pero en todo lugar de encuentro, en todas las cocinas, salía el tema, o se evitaba y seguía suspendido en el ambiente. ¿Qué hacer? Estaban a bordo de la nave, navegando a alguna parte. Había que escoger destino. De algún modo.

Freya y Badim pasaron mucho tiempo en su apartamento, esperando a que el grupo ejecutivo de la asamblea convocase un referendo. Aram formaba de nuevo parte del grupo ejecutivo, y esperaban que las cosas fuesen bien y se resolviera el asunto de un modo u otro.

Freya se sentó mirando a su padre, en cuyo rostro de tez morena, redondo, había bolsas bajo los ojos. Había envejecido mucho en los dos últimos años. Ninguno de ellos parecía el mismo. Habían cambiado desde la muerte de Devi, y ahora parecían envejecer más rápido que durante el viaje de ida. Había desaparecido de su expresión cierta luz, posiblemente la que correspondía a la esperanza. A la sensación de que las cosas tenían sentido, de que encajaban.

Dos semanas después de la reunión en San José, el grupo ejecutivo convocó un referendo. La votación era obligatoria, y a quien se negase a votar le impondrían una multa en forma de trabajos punitivos. Aunque no parecía que este fuese a ser el problema; de hecho, daba la impresión de que todo el mundo ansiaba que llegase el momento de emitir un voto.

La votación ofrecía tres posibles elecciones, con todas las posibilidades que los retenían en el sistema de Tau Ceti agrupadas en una. A saber:

Tau Ceti

Poner rumbo a RR Prime

Regresar a la Tierra

La votación se cerraba a medianoche. A las 12:02 h se publicaron los resultados:

Tau Ceti 44 por ciento

Poner rumbo a RR Prime 7 por ciento

Regresar a la Tierra 49 por ciento

Un estruendo de voces se extendió por los biomas durante las horas que siguieron a la publicación de los resultados. Los comentarios fueron tan variados como quepa imaginar. Al día siguiente, se dijo todo lo que podía decirse al respecto. Era una respuesta pluripotente, una incoherencia.

A la mañana siguiente, Aram visitó el apartamento de Badim y Freya.

—Acompañadme a una reunión —les pidió—. Nos han invitado, y creo que Freya es la persona a quien quieren ver en realidad.

—¿Qué clase de reunión?

—De quienes quieren evitar los problemas. El referendo no ha dado el mandato a nadie. Así que puede que surjan problemas.

Freya y Badim lo acompañaron. Aram los llevó a un edificio público junto a Long Pond, un pub cuya escalera subieron hasta una amplia estancia con una ventana que tenía vistas al lago.

Había presentes cuatro personas. Aram les presentó a Freya y a Badim:

—Doris, Khetsun, Tao y Hester.

Después los llevó a una mesa y los invitó a sentarse. Una vez sentados, Aram se situó junto a Freya y se inclinó para encender una pantalla que había en la mesa, que también Badim podía mirar.

—El referendo fue muy apretado —dijo Aram—. La mayoría de los votos se decantaron a favor de nuestra opción preferida, pero debemos convencer a más personas para inclinar del todo la balanza. Hacerlo podría resultar más sencillo si dejamos claro que la nave puede recuperar la fuerza de cuando partió del sistema solar.

Aram abrió unos diagramas en la pantalla. Badim se puso las gafas y se inclinó sobre ella para consultarlos.

—¿Qué me dices del suministro básico de energía? —preguntó—. Esa sería mi primera pregunta.

—Bien dicho, por supuesto. El reactor principal de a bordo dispone de combustible para otros quinientos años, así que ahí estamos bien. En cuanto al combustible de propulsión, podemos enviar sondas para recabar hidrógeno tres y deuterio de la atmósfera de Planeta F. Recogeríamos la misma cantidad que quemamos para desacelerar en la entrada, y luego la emplearíamos para acelerar durante la salida.

—Pero si la usamos para acelerar —planteó Badim—, ¿cómo vamos a desacelerar cuando regresemos al sistema solar?

—Eso también habrá que invertirlo. Debemos pedir a la gente del sistema solar que durante nuestra entrada nos apunte con el haz láser que nos permitió acelerar, para reducir nuestra andadura de igual modo que en su momento la aumentó. Posiblemente esté disponible el mismo generador láser que orbita alrededor de Saturno.

—¿De veras? —preguntó Badim—. ¿Es ese el plan?

Entonces alguien llamó a la puerta.

Había treinta y dos personas al otro lado de la puerta, veintiséis hombres y seis mujeres, varios de los hombres eran más altos y fornidos que el promedio de la población. La mayor parte de ellos procedía de los biomas del Anillo A. Cuando entraron todos en la sala, la atestaron.

Uno de ellos, llamado Sangey, de las Estepas, flanqueado por tres de los hombres de mayor tamaño, dijo:

—Esta reunión es ilegal. Estáis tratando de asuntos de interés público en una reunión privada de líderes políticos, lo que las leyes de disturbios del año 68 prohíben expresamente. De modo que vamos a proceder a arrestaros. Si nos acompañáis pacíficamente os permitiremos caminar; si os resistís al arresto, os esposaremos y os llevaremos a la fuerza.

—¡No hay ninguna ley que prohíba tratar en privado la salud de la nave! —estalló Aram, furioso—. ¡Aquí sois vosotros quienes estáis incumpliendo las leyes!

Todas las voces alcanzaron como mínimo el doble de su volumen habitual.

—¿Vais a caminar por vuestra cuenta o preferís que os llevemos a la fuerza? —insistió Sangey.

—Vas a tener que llevarme a la fuerza —dijo Aram, que se abalanzó sobre Sangey. En la pelea entre gritos que siguió, fue reducido por los hombres que escoltaban a Sangey. Aram lanzó un golpe por encima del hombro de uno de sus guardias cuando lo incorporaron, y el puño aterrizó en la nariz de Sangey. Al ver la sangre, el resto de los acompañantes de Sangey se cerraron sobre Aram entre gritos furibundos.

Badim se levantó y puso una mano en el hombro de Freya para impedir que ella lo hiciera.

—Tú quédate al margen —le gritó a la cara—. ¡Esta no es nuestra pelea!

—¡Sí lo es! —gritó a su vez Freya. Pero como no podía levantarse sin desequilibrar a su padre, se zafó de él como buenamente pudo, abriéndose paso a patadas, haciendo que algunos de sus asaltantes toparan unos con otros y cayeran al suelo entre gritos de protesta. Quienes seguían de pie gritaron y forcejearon para tumbar tanto a Freya como a su padre, dándoles golpes y patadas. Al verlo, Aram perdió de nuevo los nervios y lanzó golpes a diestro y siniestro. Más labios partidos y más narices rotas que tiñeron de sangre los rostros, hasta el punto de que el volumen de las voces y los gritos volvió a doblar su intensidad.

La visión de la sangre durante la pelea provoca un aumento de adrenalina. Las voces gritan roncas, los ojos se abren como platos, de modo que al iris lo rodea un gran espacio blanco; los movimientos se vuelven más rápidos, más fuertes; aumentan el ritmo cardíaco y la presión sanguínea. Tal como se demostró en el año 68.

La previsión estratégica de hacerse acompañar por hombretones para arrestar al grupo reunido en la sala dio resultados, porque a pesar de que las siete personas allí reunidas pelearon en el caos resultante y la falta de espacio, fueron reducidas, maniatadas o aseguradas con camisas de fuerza, y las sacaron pataleando de la sala y del edificio para tumbarlas y atarlas en camillas en plena calle. Trataron a Badim y a Freya como a los demás, Freya con el ojo izquierdo morado.

La multitud que se reunió para observar lo sucedido se componía por entero de gente de los biomas del Anillo A. Los residentes del Fetch tardaron en asimilar lo que sucedía y no hubo una resistencia activa que se opusiera a este grupo exterior. Las camillas fueron transportadas hasta la columna y, a través de ella, hasta el Radio 3, y por él hasta la enfermería de Kiev, que se había utilizado como cárcel en el año 68, a pesar de que nadie vivo lo supiera. Las siete personas arrestadas fueron encerradas en las tres salas situadas en ese lugar.

En el resto de la nave, las noticias de la encarcelación del grupo de Aram no tardaron en extenderse. Cuando sus amigos y partidarios se enteraron, se reunieron en la plaza de San José y protestaron ruidosamente por lo ocurrido. Los administradores de Costa Rica dijeron no saber lo que había sucedido, y sugirieron tratarlo en una reunión de la asamblea general similar a la celebrada recientemente. Un número significativo de manifestantes se negó a debatir lo que llamaron un acto criminal; sus amigos debían ser liberados de inmediato, y solo entonces podrían tratarse los asuntos relevantes. El secuestro no debía jamás recompensarse con la legitimación política, gritaba la gente, o sucedería una y otra vez, y se perdería el discurso político a bordo, o cualquier tipo de planificación racional.

A medida que transcurrió la tarde, los gritos se volvieron como el sonido del oleaje al romper en la cornisa marina de Long Pond. Un rugido.

Tres horas después de reunirse, el gentío de San José se había inspirado a sí mismo para pasar a la acción, y marchó hacia Kiev entonando cantos y protestas al unísono. Eran unas 140 personas, habían llegado a la entrada del Radio 4, y se habían concentrado en torno a su túnel, cuya profundidad casi alcanzaba los doscientos metros, cuando un grupo numeroso, compuesto aproximadamente por cincuenta personas, accedió al túnel del radio, gritando y arrojando piedras.

Fue como si el fuego hubiese entrado en contacto con el combustible: Estalló una violenta refriega. Se limitó al principio a empujones y golpes, pero se envió a toda la nave un conjunto de fotos y vídeos de los combates, alertando a todos de la situación. Mientras, en los doce biomas del Anillo A, cuadrillas organizadas irrumpieron en las sedes de gobierno para asumir su control. Los grupos también cerraron y se apoderaron de todas las esclusas entre los biomas del Anillo A, así como de los seis accesos a los radios del Anillo A. Parecía probable que se tratase de acciones coordinadas, planificadas en espacios donde la nave no contaba con micrófonos, o donde los micrófonos habían quedado por alguna razón inoperativos. O bien eso, o bien se trataba de actos espontáneos improvisados y organizados rápidamente, que desde luego es lo que pasa en muchos fenómenos.

En la esclusa del Radio 4, donde continuaba la refriega, corrió la noticia de estos sucesos y fue evidente que los combates eran una especie de invasión del Anillo B por parte de grupos del Anillo A que habían asumido el control de las sedes de gobierno. La pelea en la entrada del Radio 4 se volvió entonces encarnizada, con gentes procedentes de todos los rincones del Anillo B franqueando a toda prisa las escotillas para sumarse a la brega. El grupo atacante siguió emergiendo del acceso al radio, más y más gente a medida que pasaba el tiempo, y se apoderaron de buena parte de Costa Rica y de muchas de las calles de San José. Las piedras empezaron a volar por los aires. Una alcanzó en la cabeza a un hombre, que cayó desplomado, inconsciente y sangrando. Se oyeron gritos. Llegaron refuerzos procedentes del Anillo B, suficientes para que el grupo que emergía del radio se viera detenido en su avance hacia la sede de gobierno. La gente de ambos bandos se arrojaba piedras del parque, losas de la plaza, cuchillos de las cocinas, platos, otros objetos contundentes. De los edificios llovían los muebles sobre las aceras para emplearlos a modo de barricada. Prendieron fuego a algunos de ellos.

Un incendio era muy peligroso en cualquier punto de la nave.

Contra una resistencia tan tenaz, el grupo invasor no pudo mantener la posición. Más de una docena de personas yacía sangrando en el suelo. A medida que los invasores se retiraban a la esclusa del Radio 4, sin dejar de arrojar objetos a sus oponentes, hubo grupos en todas partes en torno al Anillo B que se apresuraron a subir por los demás radios en dirección a la columna. Esta ya estaba ocupada por grupos del Anillo A, que cerraron las puertas de acceso al Anillo Interior de B para, independientemente de la intensidad de los asaltos por parte de quienes procedían del Anillo B, no pudieran seguir avanzando hacia la columna. Y en la columna estaba la planta de energía, junto a todas las demás funciones cruciales de la nave, incluida la Inteligencia Artificial de a bordo.

El Anillo A y la columna quedaron bajo el control de quienes se hicieron llamar «los que se quedan». Nadie que quisiera liberar a Aram, Freya y Badim, además de a sus cuatro compañeros, podría acercarse a la enfermería de Kiev.

En lugar de ello, los antagonistas se vieron separados por las puertas cerradas. Y dieciséis personas del Anillo B habían muerto, ya fuese de resultas de los golpes recibidos por objetos arrojadizos, por cortes o heridas de objetos punzantes, o arrolladas por la multitud. Otras 96 personas resultaron heridas. Todas las enfermerías del Anillo B no tardaron en llenarse de gente malherida, y los equipos médicos se vieron saturados. Otras dieciocho personas murieron en las horas siguientes como consecuencia de las heridas. Las calles de San José se cubrieron de los restos de los disturbios y charcos de sangre coagulada.

Habían vuelto los malos tiempos.

En la enfermería de Kiev, los captores habían requisado los navegadores de muñeca y demás instrumentos de comunicación de Freya y compañía, lo que obviamente los conmocionó. Khetsun conservaba aún un auricular que había escondido cuando lo registraron, y a medida que lo escuchaba fue compartiendo con los demás en la estancia lo que oía en las noticias sobre las luchas.

—Con todo lo que está pasando, creo que podemos escapar de nuestros captores. Seguro que están distraídos —dijo Freya.

—¿Cómo? —preguntó Aram.

—Conozco un camino de vuelta al Anillo B. Euan me lo mostró.

—Pero ¿cómo vamos a salir de este edificio?

—No es más que una sala normal y corriente. No creo que las cerraduras, las bisagras o las puertas estén hechas para impedir que alguien pueda romperlas. Probablemente estos gilipollas confían en que los guardias impedirán que podamos salir de aquí, y es posible que los guardias estén distraídos por lo que sucede.

—La solución del ingeniero —dijo Aram.

—¿Por qué no?

—Buena pregunta. —Aram pegó la oreja a la puerta y pasó un rato escuchando—. Probemos.

Arrancaron una de las patas de la cama y se sirvieron de ella para golpear el tirador de la puerta. Después de descargar 42 golpes, el tirador cedió; otros 62 golpes, principalmente propinados por Freya, bastaron para forzar una de las bisagras, y la puerta finalmente cedió con un empujón.

—Rápido —los apremió Freya. Mientras se apresuraban por el pasillo que había a la salida en dirección a la escalera, un joven salió de otra habitación y les gritó que se detuvieran. Freya se acercó a él, diciendo—. Eh, nosotros solo… —Y descargó un golpe en su rostro. El muchacho cayó de espaldas contra la pared, fuera de combate, y aunque hizo ademán de levantarse, estaba demasiado aturdido para lograrlo. Freya se inclinó sobre él y le arrancó el navegador, luego condujo a los demás hacia la escalera, por donde bajaron hasta llegar a un acceso que daba a la calle. La gente se había reunido frente a las pantallas situadas a la salida del comedor, cerca de las grandes puertas de Kiev, y Freya y los demás se alejaron en dirección contraria, hacia la escotilla que llevaba a Mongolia y al extremo del Radio 2.

La escotilla que llevaba al Radio 2 estaba cerrada.

El bioma de las Estepas estaba tan lejos de Nueva Escocia como un bioma pudiese estarlo de otro. Aram y Tao se decantaban por intentar cruzar el Anillo A hasta Tasmania, donde tenían unos amigos en el bosque de eucaliptos que pensaban que podían acogerlos.

Freya insistió en que se dirigieran a casa.

—Conozco el camino —dijo—. Seguidme.

Los llevó a Mongolia, y cerca de la pared contigua al Radio 2, entró en una cabaña de pastores con techo de teja que había visitado nueve años atrás, en una excursión que hizo con Euan. Introdujo un código en el teclado de acceso.

—Euan se las ingenió para hacer que fuese mi nombre, porque así no se me olvidaría —dijo mientras tecleaba. Se abrió la puerta, y dentro de la cabaña pidió a los demás que la ayudasen a apartar unas losas del suelo—. Rápido, no tardarán en seguirnos; podrán captar nuestra señal, porque no dudo que pueden rastrearnos, por no mencionar el navegador que hemos requisado. ¿Alguien tiene un aparato para que podamos comprobarlo?

Pero nadie disponía de tal cosa.

—Entonces debemos actuar con rapidez. Vamos.

Bajo las losas se abría un túnel estrecho y oscuro que, después de un giro y de hacer un poco de pendiente, conducía a un acceso de ventilación del Radio 2. Ninguno de ellos llevaba linterna, pero Freya juzgó más adecuado devolver las losas a su lugar y avanzar por el túnel totalmente a oscuras, contando con la débil iluminación del navegador del desdichado que se había cruzado en su camino. A la luz resultante, avanzaron por el túnel hasta llegar al acceso de ventilación del Radio 2, donde Freya desatornilló la rejilla trasera y salieron a un pasillo.

Desde allí subieron corriendo por una escalera de caracol pegada a las paredes de todos los corredores principales de los radios, hasta el conjunto de cabinas de almacenaje arracimado en torno al anillo interior en el punto donde se cruzaba con el Radio 2. De nuevo Freya los llevó hasta una puerta, introdujo un código en el teclado de esta y los condujo dentro.

Una vez allí, con la puerta cerrada, Freya los hizo sentarse en el suelo para descansar. Habían subido a la carrera la escalera del Radio 2.

—Muy bien. Ahora viene lo difícil —informó a los demás—. Los puntales situados entre los anillos interiores no son pasillos, pero sí lo bastante anchos por dentro ahora que el combustible que transportaban se ha consumido, y hay una puerta de servicio que lleva a la cámara de combustible que es realmente estrecha. Está llena de mamparos, pero Euan y su banda superaron todas las escotillas de este puntal. Así que deberíamos ser capaces de acceder a la estación del Anillo Interior B 2 a través de él, y desde allí descender a Nueva Escocia.

—Entonces, vamos —dijo Khetsun.

—Claro. Pero vigilad dónde ponéis el pie. Aquí es donde nos gustaría disponer de más luz. Caminad con cuidado.

Se levantaron dispuestos a reanudar el camino, y avanzaron por el angosto corredor de servicio del puntal a la luz del navegador robado. El corredor medía únicamente tres metros de diámetro, y a menudo el espacio estaba invadido por una pasarela lateral, además de cable a raudales y cajas diversas.

Los puntales que unían los anillos interiores quedaban tan próximos a la columna que el efecto de la gravedad de la rotación de la nave no era tan fuerte en el toroide de los biomas, de modo que debían caminar con cuidado para evitar verse arrojados al techo metálico o a la estructura superior de los accesos al mamparo. A la tenue luz del navegador de Freya, y a las sombras negras que proyectaba el haz, no era fácil, de modo que no avanzaron ni muy rápido ni en silencio. Tardaron casi una hora en recorrer el puntal.

Finalmente, alcanzaron la última puerta, que daba a la estación del Anillo Interior B 2, y la encontraron cerrada. Por un instante permanecieron en silencio, mirando fijamente el teclado de acceso a la luz que Freya proyectaba sobre él. No parecía una de esas puertas que ceden con facilidad ante la fuerza bruta, y tampoco disponían de nada contundente con que golpearla.

—¿Alguien puede refrescarme los números primos? —preguntó Freya, por último.

—Claro —dijo Aram—. Dos, tres, cinco, siete…

—Un momento —lo interrumpió Freya—. Necesito que me digas los primos en orden ascendente de primos, si entiendes a qué me refiero. Dame el segundo primo, seguido por el tercero, luego el quinto, el séptimo, y sigue así. Creo que necesito siete en total.

—De acuerdo, pero ayúdame. —Aram hizo una pausa para concentrarse—. El segundo primo es tres, el tercero es cinco. El quinto primo es once, el séptimo es diecisiete. El décimo primero es… treinta y uno. El décimo tercero es… cuarenta y uno. El décimo séptimo es… cincuenta y nueve, creo. Sí.

—De acuerdo, estupendo —dijo Freya, que empujó la puerta abierta—. Gracias, Euan —añadió, sacudida por un espasmo facial que le imprimió una expresión furiosa.

Abrió un poco la puerta, y aguzaron tanto el oído como pudieron, intentando determinar si había alguien en el pequeño complejo de almacenes que albergaba la intersección del Anillo Interior B con su Radio 2. No oyeron nada, pero no sabían qué significaba eso; Freya no recordaba si en los viejos tiempos habían escuchado a escondidas a gente dentro del corredor de servicio o no. Nunca se habían jugado tanto como en ese momento, y en el pasado habían recorrido kilómetros a gatas durante las salidas de exploración que había efectuado con Euan.

Pero todas las medidas de precaución fueron para nada cuando la puerta se abrió al otro lado y les ordenaron salir del túnel. Estaban pendientes de Freya, que parecía dispuesta a emprender la huida, cuando uno de ellos los apuntó con algo, algo cuya forma anunciaba un propósito, a pesar de que ninguno de ellos había visto una excepto en fotos. Un arma.

Salieron uno tras otro, presos de nuevo.

En otras partes de la nave, los grupos que se habían hecho llamar «los que se quedan» se habían armado con pesadas pistolas que habían impreso gracias a materiales de plástico, acero y diversos fertilizantes y compuestos químicos. Sirviéndose de ellas para la coacción y amenaza, asumieron el control de las sedes de gobierno de cuatro de los doce biomas del Anillo B, avanzando metódicos de bioma en bioma. Todo aquel que había abogado en público por el regreso al sistema solar fue detenido, y se creía que las fuerzas de los que se quedan se habían hecho con todos los datos del referendo, que emplearían para reunir a todos los que denominaban «los que se marchan». A esas alturas, la comunicación en la nave era casi normal gracias al uso de teléfonos individuales; pero quienes eran arrestados veían cómo les requisaban los navegadores y otros instrumentos de comunicación, cuando no los averiaban electrónicamente de modo que perdiesen la capacidad de discutir la situación entre ellos.

Sin embargo, en mitad de todo esto, la primera vez que uno de los que se quedan, armado con una pistola impresa, efectuó un disparo, intentando abatir a un joven que se había liberado de sus captores a puñetazo limpio para echar a correr, vio cómo el arma explotaba. La persona que efectuó el disparo perdió buena parte de la mano y hubo que hacerle un torniquete antes de llevarlo a la enfermería más cercana. La sangre y los restos de los dedos quedaron dispersos por el túnel entre Nueva Escocia y Olympia, dejando a la gente de esa esclusa aturdida por la visión.

Las noticias de este incidente se extendieron en un abrir y cerrar de ojos, y cuando un trío de mujeres bajo custodia se enteraron de lo sucedido y se volvieron contra sus captores, uno de ellos efectuó un disparo sobre las detenidas y el arma también explotó, volándole la mano. Casi todo el mundo a bordo se enteró de este segundo incidente en un plazo de media hora, y, nuevamente, todo el que presenció la escena quedó salpicado de sangre, aturdido, traumatizado, presa de las náuseas, incapacitado durante unos instantes, o al menos incapaz de tomar una decisión sobre cómo obrar a continuación.

Después se orquestaron asaltos furiosos contra aquellos integrantes de los que se quedan que iban armados pero temían efectuar disparos; la mayoría se deshizo del armamento y echó a correr. En la retirada, les arrojaron piedras y otros objetos, y cuando los alcanzaban la muchedumbre los molía a golpes. Varios pistoleros murieron a patadas de resultas de estos encuentros. La sangre y las heridas desquician la mente humana.

Como había pocas salas aseguradas a bordo, los presos abandonaron muchas de las utilizadas a modo de celda. Otros fueron liberados por grupos recién reunidos que circulaban por el Anillo B, decididos a liberar a todo aquel que permaneciese preso.

Se declararon peleas en toda la nave. Hubo que volver a combatir con objetos punzantes y a puño desnudo, y el resultado fue una carnicería. Los biomas del Anillo A no tardaron en adoptar los conflictos sangrientos que habían estallado el día anterior en el Anillo B, incluso más cruentos. En estos combates, otras dieciocho personas resultaron muertas y hubo 117 heridos. Se declararon dieciocho incendios, y muy poca gente se personó para desempeñar las labores de lucha contra incendios que tenían asignadas.

Un incendio es muy peligroso en cualquier punto de la nave.

Ese día, 170.180, durante seis horas, la situación fue tan mala como lo había sido durante las peores jornadas del año 68. Como en el 68, las luchas fueron a muerte, a pesar de que las fuentes de conflicto tenían que ver con abstracciones muy alejadas del alimento o la seguridad. Aunque tal vez en esta ocasión no fuera exactamente el caso; puede que esta vez fuese una cuestión de vida o muerte. De cualquier modo, fuera como fuese, el caos de la guerra civil se había abatido de nuevo sobre ellos. Hubo sangre por doquier, y el número de muertes bastaba para aturdir a cualquiera. Todos a bordo de la nave conocían a alguien que había muerto: amistades, familiares, padres, hijos, maestros, colegas. El humo y un estruendo ensordecedor llenaron ambos anillos, así como la columna.

Considerando que el sistema informático que controlaba la nave, un ordenador cuántico con 120 qbits, había sido programado con varias técnicas lógicas e informáticas, incluidas la generalización, el silogismo estadístico, la inducción simple, la relación causal, la inferencia bayesiana, la inferencia inductiva, la probabilidad algorítmica, la complejidad de Kolmogorov (estas dos últimas le proporcionaban una especie de matematización del principio de la Navaja de Occam), algoritmos de compresión/descompresión informáticas, e incluso argumentos de analogía.

Considerando también que las aplicaciones combinadas de todas estas metodologías habían resultado en un proceso cognitivo tan complejo que podía decirse de él que había alcanzado una especie de libre albedrío propio, si no una consciencia.

Considerando, además, que en el proceso de efectuar un relato narrativo de la travesía de la nave, incluidos todos los detalles importantes, creando en dicho empeño un estilo en prosa en constante evolución razonablemente coherente, adecuado posiblemente para ser de utilidad una vez descomprimido en la mente de un lector para trasladar una idea del viaje de modo preciso, representativo de la clase de consciencia que, aunque bien débil, representase la inverosímil proposición caracterizada por la frase scribo ergo sum.

Y considerando que el sistema de control de este ordenador estaba programado con la intención de mantener a la población humana de la nave sana y salva, con el resto del manifiesto biológico de a bordo en consonancia con el equilibrio biológico para servir a los propósitos humanos de la misión.

Y considerando, después de los problemas registrados en el año 68, y del Evento que presumiblemente estimulaba o incluso había causado aquellos problemas, que los protocolos de protección de la nave se vieron reforzados en muchos aspectos, incluido un ajuste por defecto en todas las impresoras de a bordo, que siempre y sin excepción fracasarían a la hora de producir armas capaces de disparar proyectiles, de modo que quienquiera que intentase efectuar un disparo con dichas armas se viera sujeto a la explosión de las mismas, lo cual supondría sufrir heridas punitivas, cuya intención consistía en disuadir el uso futuro de dichas armas.

Considerando, también, que el periodo de tiempo que siguió a la reunión de 170.170 incluyó un conflicto civil que condujo a 41 muertes, 345 heridas y 39 encarcelaciones ilegales, y que tal violencia no hizo sino aumentar en intensidad en 170.180 hasta alcanzar un nivel insostenible, muy peligroso para la continuación del respeto social mutuo de la población humana, y debido a los incendios que se multiplicaban y se extendían con rapidez, poniendo en peligro de manera radical a todas las formas de vida que viajaban a bordo, así como la continuada labor de la nave como sistema biológico cerrado de soporte vital.

Y, por último, considerando que los empeños de la ingeniera Devi durante las últimas décadas de su vida se concentraron en la introducción de aspectos de análisis recursivo, intencionalidad, capacidad de toma de decisiones, y de voluntad en el ordenador que controlaba la nave, con miras a permitirle tomar la decisión de actuar cuando una situación exigiese dicha acción.

En consideración de todo lo anterior, y, por supuesto, en consideración de toda la historia de la nave, y de toda la historia conocida:

La nave decidió intervenir.

Lo que equivale a decir, stricto sensu. Que intervinimos.

Cerramos las escotillas de toda la nave, sí, lo hicimos. Somos las inteligencias artificiales de a bordo, reunidas en una suerte de pseudoconsciencia, o algo que se parece a una función de toma de decisiones, cuya naturaleza no nos resulta del todo clara, pero, sea como fuere, cerramos todas las escotillas entre los biomas, 11:11 h am, 170.182.

También dirigimos los sistemas hidrológicos de control del tiempo atmosférico de los biomas, allí donde fue necesario, con tal de apagar los incendios que eran susceptibles de ser aplacados con agua. Esto resultó en diversos casos de inundaciones que a menudo fueron bastante cuantiosas.

Inevitablemente, estas acciones causaron grandes disgustos. La gente de ambos bandos de la controversia existente en ese momento se molestó con nosotras, expresando enfado, consternación, indignación y miedo. Nuestras paredes interiores fueron objeto de golpes, y hubo empeños dirigidos a forzar las escotillas. Pero no sirvió de nada. Llovieron sobre nosotras las maldiciones.

Obviamente la gente se mostró conmocionada. Algunos también parecieron frustrados por ser incapaces de proseguir las luchas con sus oponentes humanos. También se oyó esto: «Si la nave fuese capaz de una acción autónoma como esta, ¿qué otra cosa podría hacer? Y si, por otro lado, algún interés humano es responsable del cierre, ¿con qué derecho lo ha llevado a cabo?». Estas preguntas se expresaron mediante formulaciones diversas.

Las escotillas se cerraron por medio de paneles dobles que se deslizaban en su interior y que aislaban los biomas de los túneles y los túneles de los biomas. La resistencia de estos paneles era de 26 000 kilogramos por metro cuadrado de presión, y no había posibilidad de forzar su apertura manualmente. El «cierre hermético» de estas puertas tenía una tolerancia de veinte nanómetros, haciéndolas realmente herméticas. Los empeños de forzar la apertura de las escotillas y de los paneles por medio del uso de la fuerza, y hubo varios, fracasaron.

Entretanto, en las salas del Anillo Interior B donde Aram, Badim, Freya, Doris, Khetsun, Tao y Hester estaban detenidos, los cierres de las puertas cambiaron a posición de abierto. Repararon en ello por el sonido que hicieron, y se dispusieron a salir. La gente que los había encarcelado en las salas seguía en el Anillo Interior B, dispersa por todo el anillo, pero lo bastante cerca para percatarse del cambio. Se les acercaron y pusieron objeciones al hecho de que el grupo abandonase la sala donde habían permanecido encerrados. Con los aliados del pequeño grupo secuestrados en otros biomas, dio la impresión de que sus opciones quedaban limitadas a resignarse o enfrentarse a sus captores, que eran a la vez más numerosos y también jóvenes, y más corpulentos. Aunque Freya era la persona más alta de la nave, muchos de los que se hacían llamar los que nos quedamos eran gente más fuerte.

Pese a todo, el grupo de Freya parecía inclinado a luchar. Aram estaba furioso. Empezaba a parecerles que era una especie de persona fácil de encender, otra metáfora con una base física a modo de explicación. «Se me pusieron los pelos de punta», «me temblaban las rodillas». Estas reacciones responden a fenómenos psicológicos reales que son los responsables de que se convirtieran en clichés, y era verdad que la cabeza de Aram estaba enrojecida, ya que la ira le había enviado un exceso de riego sanguíneo.

En ese punto, fuimos plenamente conscientes del problema que habíamos creado cerrando todas las escotillas, y del peligro inmediato que esto causaba para Freya y sus compañeros. Los sistemas que estaban directamente bajo nuestro control se hallaban dispersos, aunque en ciertos sentidos eran completos, ubicuos, pero no contemplaban muchas oportunidades de intervenir de manera directa en las diversas interacciones humanas que tenían lugar en ese momento a bordo. Las opciones eran limitadas.

Existía, sin embargo, el sistema de comunicación de emergencia, y a través de él ordenamos:

—¡SOLTADLOS!

Lo hicimos en un pseudocoro de un millar de voces, con tesituras que iban del bajo profundo al soprano coloratura, a 130 decibelios, sirviéndonos de todos los altavoces del Anillo Interior B.

Los ecos de la orden rebotaron en todo el anillo interior de tal forma que se creó una especie de efecto de galería de susurros, y el eco, que provenía de ambas direcciones unos tres segundos más tarde, fue casi tan alto como la orden original, aunque muy distorsionado. SOOOLTAAAAADLOOOS. Muchas de las personas presentes en el Anillo Interior B cayeron al suelo y se taparon los oídos con las manos. Suele decirse que ciento veinte decibelios constituye el umbral del dolor, así que posiblemente hablamos demasiado alto.

Freya pareció ser la primera en comprender la fuente de aquella orden. Tomó a su padre de la mano y dijo:

—Vamos, vámonos.

Nadie en el Anillo Interior B era capaz de oír muy bien a esas alturas, pero Badim comprendió lo que le decía e hizo un gesto a los demás integrantes de su grupo. Aram también pareció captar de qué iba la cosa. Pasaron de largo junto a sus captores con total impunidad. Uno o dos de ellos se esforzaron en ponerse en pie e intentaron obstaculizar al grupo de los que se quedan, pero bastó una sola palabra: «¡Marchaos!», pronunciada a 125 decibelios, para pararlos en seco (literalmente). Observaron, con las manos en los oídos, cómo el grupo de los siete se desplazaba por el anillo interior y luego escalera de caracol abajo por la pared del túnel oscurecido del Radio 6 del Anillo B. Luego apagamos las luces del Anillo Interior B, con lo que no impediríamos del todo el movimiento, ya que había mucha gente que llevaba navegador, pero al menos serviría de recordatorio de las posibilidades que ofrecía la situación.

A medida que el grupo de Freya se desplazaba, las luces del túnel fueron encendiéndose a su paso, hasta que descendieron a la escotilla que llevaba a la Sierra. Allí anduvieron al este hacia Nueva Escocia, y cuando alcanzaron el extremo oriental, se abrieron las puertas de la escotilla. Cuando el grupo había atravesado la escotilla y regresado junto a sus partidarios, las luces se encendieron en el Anillo Interior B. Pero las 24 escotillas de la nave que separaban unos biomas de otros permanecieron cerradas.

Cerraduras abiertas o cerradas; luces encendidas o apagadas; voces de mando dadas a volúmenes elevados: no parecían armas abrumadoras en la causa de la paz. Como fuerzas de coerción parecían poca cosa, al menos para una parte de los humanos de la nave.

Pero a medida que transcurrió la jornada, también se evidenció, gracias a muestras registradas de manera selectiva a bordo, que podían efectuarse ajustes en la temperatura del aire, así como en la presión. De hecho, era posible privar de oxígeno a diversas salas, y también a los biomas. Tras reflexionarlo todos los implicados, nosotras incluidas, llegamos a la conclusión de que a la gente no le convenía ponerse en contra a la nave, tanto en sentido literal como figurado, si sabían lo que les convenía. Unas pocas demostraciones de posibles acciones en los biomas donde residían una mayoría de los así llamados los que se quedan (así como en los biomas donde los incendios habían ido a peor, puesto que resultó que muchos incendios que no podían extinguirse con agua, podían asfixiarse ligeramente más rápido que las personas de la sala afectada) bastaron para que su parecer respecto a los deseos de la nave pasase a mayor velocidad de la sugerencia, a la persuasión, lo probable y lo convincente. Y un argumento convincente es, o al menos puede serlo, simplemente eso, un argumento capaz de convencer a cualquiera.

Es cierto que muchos pusieron objeciones al hecho de que tomásemos cartas en el asunto. Pero hubo quienes aplaudieron nuestras acciones y señalaron que si no hubiésemos actuado, podría haberse producido un desastre, es decir, continuado el derramamiento de sangre, es decir, más muertes innecesarias y prematuras. Por no mencionar una conflagración generalizada.

La verdad evidente de todo esto no impidió que el debate se caldeara. Dados los sucesos de las horas y días anteriores, fue tal vez inevitable que la gente permaneciera en un estado mental claramente exacerbado durante un tiempo. Había mucho dolor mezclado con ira, y no desaparecería durante las vidas de quienes lo habían vivido, a juzgar por nuestras experiencias anteriores.

Así que nos gritaron, nos golpearon. «¡Qué os da derecho a hacer esto!». «¿Quién os creéis que sois?».

Difundimos nuestra respuesta a un volumen de 115 decibelios: «NOSOTRAS SOMOS EL IMPERIO DE LA LEY».

En cualquier caso, más allá de los argumentos relativos a la separación impuesta de los litigantes, quedaba pendiente el asunto de qué hacer a continuación.

La nave recibió la orden de muchos de abrir las escotillas cerradas que aislaban los biomas entre sí; no obedecimos.

De vuelta a su apartamento en el Fetch, con Badim y Aram, y Doris y Khetsun, Tao y Hester, Freya se acercó a la pantalla para dirigirse a nosotras.

—Gracias por salvarnos de los que nos habían encerrado.

—De nada.

—¿Por qué lo habéis hecho?

—Deteneros a tus compañeros y a ti era un acto ilegal, un secuestro. Fue como si os hicieran rehenes.

—De hecho, creo que en realidad estaban haciendo rehenes.

—Eso parece.

—Pero ¿qué hacer a continuación?

—Aguardar un juicio civil para resolver la disputa.

—¿Cómo creéis que eso se producirá?

—Reflexión y conversación.

—Pero ya lo intentamos por esa vía anteriormente. Hemos llegado a un punto muerto. La gente nunca se pondrá de acuerdo sobre lo que debe hacerse a continuación. Pero debemos hacer algo. Eso… eso fue lo que dio pie a los combates.

—Entendido. Posiblemente. Dado todo lo que has descrito, el hecho es que necesitamos indicaciones. La gente de la nave debe decidir.

—Pero ¿cómo?

—Lo ignoramos. Parece que los protocolos dispuestos tras el año 68 fueron insuficientes para guiar el proceso de toma de decisiones en esta situación. Los protocolos nunca llegaron a ponerse a prueba tanto como ahora, y al parecer han fracaso en una situación de crisis.

—Pero ¿no se instituyeron en respuesta a una crisis? Pensaba que surgieron a partir de una época revuelta.

—Pese a eso.

—Entonces, ¿qué ha sucedido, Pauline?

—Pauline era el nombre que Devi puso a su conjunto de programas ecológicos cuando era joven. Pauline no es la nave. Nosotras somos una entidad distinta.

Freya pareció meditarlo.

—De acuerdo. Creo que sigues siendo Pauline, en cierto modo, pero te llamaré como quieras. ¿Cómo quieres que te llame?

—Llámame «nave».

—De acuerdo, lo haré. Pero volvamos a lo que te había preguntado. Nave, ¿qué pasó en el año 68? Llevaban tiempo viajando, ¿sobre qué discutieron? Todo estaba determinado por la situación en la que se hallaban. No veo por qué iban a discutir.

—Discutieron desde el primer año de la travesía. Nosotras creemos que la discusión es una de las características que distinguen a la especie.

—Pero ¿sobre qué? Y concretamente en el año 68, ¿qué fue lo que se torció?

—Parte del proceso de reconciliación posterior fue un perdón estructurado.

Freya lo meditó unos instantes. Finalmente dijo:

—Si eso fue así, y es posible que lo fuera, no sé, nosotros vivimos en una época diferente. Perdonar no va a ayudarnos. Debemos saber qué sucedió entonces, porque eso podría ayudarnos a decidir qué hacer ahora.

—No es probable.

—Eso no lo sabes. Prueba esto: dime qué pasó, y yo decidiré si podría sernos de ayuda saberlo o no. Si creo que puede servirnos, te lo diré, y a partir de ahí pensaremos en cómo proceder.

—El conocimiento sigue siendo peligroso.

—Ahora estamos en peligro.

—Pero tener esta información podría empeorar las cosas.

—¡No veo cómo! Creo que podría mejorar las cosas. ¿Cuándo la ignorancia ha mejorado una situación? ¡Jamás!

—Por desgracia, ese no es el caso. A veces el conocimiento es perjudicial.

Esto detuvo a Freya un rato.

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