Aurora

Aurora


16

Página 24 de 37

1

6

Las nubes oscurecían el cielo nocturno cuando Hojarasca descendió por la dura ladera de piedra. Una suave brisa prometía una noche sin escarcha, y percibía olor a lluvia. La mayor parte de los gatos estaban durmiendo. El Clan de la Sombra se había apiñado cerca del borde de las Rocas Soleadas, lo más lejos posible del Clan del Trueno.

La aprendiza iba arrastrando las patas de agotamiento, pero su mente bullía de imágenes y recuerdos de los horrores del día, mezclados con la incertidumbre por el viaje que tenían por delante. Consciente de que no podría dormir, se dirigió al bosque. Incluso en la estación sin hojas, el húmedo olor forestal y la sensación de la tierra bajo las zarpas la tranquilizaron.

Al acercarse a los árboles, oyó que la llamaba la voz de Cora.

—¡Hojarasca!

La minina doméstica estaba resguardada entre unas quebradizas hojas de helecho.

—¿Cora? ¿Qué estás haciendo aquí fuera?

—Hay algo que necesito decirte… —respondió la atigrada arañando el suelo.

Hojarasca la miró fijamente.

—¿Qué?

—Me marcho —dijo Cora directamente—. Me voy a casa.

Hojarasca contuvo sus deseos de gritar: «¡No! ¡Por favor, quédate!». En vez de eso, le tocó la punta de la oreja con la nariz.

—Ésta no es vida para mí —continuó Cora—. Yo soy feliz con mis dueños, y ellos estarán echándome de menos. No tenía intención de quedarme tanto tiempo, pero Betulino me necesitaba y yo había empezado a…

—Habías empezado a disfrutar de la libertad —la interrumpió Hojarasca, desesperada por recordarle a su nueva amiga lo que perdería si regresaba con sus Dos Patas.

—Supongo que sí —admitió Cora—. Pero hoy he visto lo frágil que es vuestra libertad. Tenéis que pelear por todo… por la comida, incluso por un sitio en el que refugiaros. —Sacudió la cabeza, disculpándose—. A mí me gusta saber dónde voy a dormir cada noche, y que habrá comida a mi disposición siempre que tenga el estómago vacío. Además, aprecio a mis dueños. No todos los Dos Patas son tan malos como los que están destrozando vuestro hogar.

—¿Quieres que te enseñe cómo atravesar el bosque? —se ofreció Hojarasca—. Estrella de Fuego te prometió una escolta.

Cora negó con la cabeza.

—El bosque parece bastante tranquilo a estas horas —maulló—. No habrá monstruos de… los Dos Patas pululando por la noche. Además, tú necesitas descansar antes del viaje. —Se volvió hacia las Rocas Soleadas—. Me gustaría que le dieras las gracias a Estrella de Fuego de mi parte.

Apenada, Hojarasca apretó el hocico contra la mejilla de su nueva amiga. Cora cerró los ojos y suspiró. Luego se irguió.

—Ya me he despedido de Betulino. Fronda ya ha vuelto a comer con normalidad, y ahora estarán bien juntos.

—Gracias por cuidar de mí cuando estábamos en aquella caseta de los Dos Patas —susurró Hojarasca—. Te echaré de menos.

—Yo también a ti. Y estaré atenta por si veo a Látigo Gris —prometió Cora—. Si me encuentro con él, le contaré adónde habéis ido, y que el clan está esperándolo.

La aprendiza notó un cálido lametazo en la oreja.

—Adiós, Hojarasca —murmuró Cora—. Buena suerte.

—Buena suerte, Cora.

Con el corazón encogido y deseando haber sido capaz de convencer a su amiga para que se quedara, Hojarasca la vio desaparecer en las sombras del bosque.

Un ruido en los helechos la hizo saltar. Acedera salió entre los árboles.

—¿Cora se ha ido a su casa?

—Dice que sus Dos Patas estarán echándola de menos —explicó Hojarasca.

—Lo he oído. ¿Estás bien?

—Por supuesto.

Se preparó para un comentario mordaz sobre que una minina doméstica no pertenece al bosque, pero, en vez de eso, Acedera se limitó a pestañear comprensivamente.

—Durmamos aquí fuera esta noche —propuso la guerrera—. Al fin y al cabo, es nuestra última noche en nuestro bosque.

Hojarasca se quedó sin aliento ante la idea de no volver a pasar otra noche bajo aquellos árboles, y, por un momento, tuvo ganas de tumbarse, hundir la cara en el montón de hojas y olvidarse de que aquello estaba sucediendo. ¿Cómo podían marcharse si no sabían adónde iban? Pero siguió a Acedera entre los helechos, y juntas aplastaron hojas hasta formar un lecho lo bastante grande para las dos. Mientras se acomodaban, Acedera rozó la nariz de Hojarasca con su suave cola.

—Tu clan sigue estando aquí —murmuró la guerrera.

—Lo sé.

Hojarasca intentó no pensar en Cora, corriendo sola hacia su casa a través del bosque.

Antes de cerrar los ojos, la aprendiza de curandera levantó la vista y dio gracias al Clan Estelar por el refugio que había proporcionado al Clan del Trueno en lunas pasadas. Ojalá pudiera estar convencida de que había un hogar tan seguro como había sido ése, esperándolos al final de su viaje.

Una fría lluvia despertó a Hojarasca goteando sobre su pelaje. La gata abrió los ojos a un día gris y acuoso. Se estiró y se sacudió las gotas de lluvia del pelo. Su movimiento despertó a Acedera.

—¡Brrr! —se quejó la guerrera parda, poniéndose en pie—. ¡Menudo día para viajar!

A pesar de aquel comentario, Hojarasca vio que su amiga no se atrevía a sugerir que Estrella de Fuego retrasara la partida hasta que cesara la lluvia. Desolada, se dio cuenta de que todos los gatos sabían que no podían quedarse en el bosque ni un instante más.

Salieron de su empapado lecho y bajaron al pie de las Rocas Soleadas, donde los dos clanes estaban empezando a agruparse. Trigueña estaba compartiendo lenguas con un aprendiz del Clan de la Sombra, deteniéndose cada poco para sacudirse la lluvia de las orejas.

—Me pregunto cómo se sentirá Trigueña al estar de nuevo con el Clan del Trueno —susurró Acedera, siguiendo la mirada de Hojarasca.

—Supongo que se sentirá un poco extraña —murmuró.

—El suelo va a estar muy mojado… —maulló Cenizo, preocupado, junto a los guerreros y aprendices del Clan del Trueno.

Los demás gatos miraban con ansiedad a Zarzoso, y Hojarasca supo que no tenían el pelo erizado tan sólo por la lluvia. Todos estaban nerviosos por el inminente viaje.

—Con barro o sin él, nos marcharemos en cuanto llegue el Clan del Río —declaró Estrella de Fuego—. ¿No oís a los monstruos de los Dos Patas?

Hojarasca aguzó el oído y, desde luego, por encima del tamborileo de la lluvia, podía oír perfectamente el rugido de los monstruos más allá de los árboles. Nunca los habían oído tan cerca de las Rocas Soleadas, y se alarmó ante la idea de que también amenazaran su último refugio.

—Quiero que todos los guerreros y los aprendices cacen cuanto puedan antes de partir —maulló Estrella de Fuego—. Compartiremos nuestra caza con el Clan de la Sombra.

—¡El Clan de la Sombra organizará sus propias partidas de caza! —exclamó Estrella Negra desde el otro lado de la roca.

Hojarasca vio cómo a su padre se le ensombrecía el rostro un segundo.

—Muy bien —respondió el líder del Clan del Trueno—. Nuestros guerreros os enseñarán los mejores lugares para cazar…

—Nosotros podemos encontrar nuestras propias presas —gruñó de nuevo Estrella Negra.

Estrella de Fuego frunció los bigotes, pero se dio cuenta de que era mejor no decir nada. Se volvió hacia Zarzoso: el joven guerrero agitaba la cola y amasaba el suelo con impaciencia.

—Quiero que organices dos partidas de caza, Zarzoso, pero no dejes que nadie se acerque demasiado a los Dos Patas.

—Suena como si estuviera hablando con Látigo Gris —bufó Musaraña al oído de Hojarasca—. ¿Por qué no nombra lugarteniente a Zarzoso de una vez y acaba con esto?

—Porque eso sería admitir que Látigo Gris está muerto —contestó Manto Polvoroso a sus espaldas.

Estrella de Fuego se sacudió la lluvia de los bigotes y se volvió hacia Carbonilla.

—Prepara hierbas de viaje para todo el mundo —ordenó—. ¿Tendrás suficiente?

—Oh, sí —contestó la curandera—. Sólo espero que el lugar al que vamos tenga las hierbas que necesito para reabastecer mis provisiones.

Hojarasca parpadeó. No se le había ocurrido pensar en eso. ¿En su nuevo hogar habría caléndula, milenrama, consuelda y todas las valiosas plantas con las que ella había aprendido a curar? Le temblaron las patas al pensar en tener que cuidar del clan sin el auxilio de esas hierbas, y respiró hondo para tranquilizarse antes de correr a ayudar a Carbonilla a preparar las provisiones que necesitarían para el viaje.

Zarzoso guió una partida de caza al goteante bosque, y Musaraña lo siguió con otra. Estrella Negra los observó desaparecer antes de susurrar algo a su lugarteniente, Bermeja. Al cabo de un momento, la gata rojizo oscuro, con el pelo pegado a su delgado cuerpo, descendía de la ladera rocosa con varios guerreros del Clan de la Sombra.

Carbonilla sacudió la cabeza.

—El Clan de la Sombra tendría que haberse unido a las partidas del Clan del Trueno —murmuró—. No tienen ni idea de cuáles son los mejores sitios de caza, y con las pocas presas que hay en el bosque necesitarán toda la ayuda posible.

—¿Por qué Estrella Negra es tan obstinado? —maulló Hojarasca.

—El Clan de la Sombra siempre ha sido muy orgulloso. —Carbonilla empezó a sacar hierbas de la grieta en la roca—. Ahora que los han expulsado de su hogar, el orgullo es lo único que les queda.

—Pero ¿no sería más inteligente que uniéramos nuestras fuerzas? —protestó la aprendiza—. Nos espera un viaje muy largo y complicado.

—Las fronteras entre los clanes tienen unas raíces muy profundas —le recordó su mentora—. Y las tradiciones son lo único a lo que podemos aferrarnos a partir de ahora.

—Entonces, ¿estás de acuerdo con Estrella Negra? —preguntó Hojarasca con incredulidad.

—Por supuesto que no, pero lo entiendo. Aunque resulta de lo más frustrante —añadió—. Al despertarme, me he ofrecido a examinar a sus heridos, pero Estrella Negra se ha negado en redondo. Me ha dicho que el Clan del Trueno ya hizo bastante por el Clan de la Sombra ayer, y que no tenía intención de aumentar la deuda que había contraído su clan con nosotros.

—¿Cómo puede hablar de deudas? —exclamó Hojarasca—. Ayer, los cuatro clanes se enfrentaron juntos a los Dos Patas, y fuimos tan impotentes como el Clan Estelar para detenerlos.

—Lo sé —maulló la curandera—. Aunque espero que no seamos incapaces de encontrar un nuevo futuro para todos, así que vamos a mezclar las hierbas. Cada viaje comienza con un solo paso, y éste es cosa nuestra.

Bajo la incesante lluvia, las dos gatas empezaron a combinar las amargas hierbas que darían a los gatos fuerzas para el viaje. Malnutridos desde hacía tiempo, necesitarían más que nunca aquella antigua mezcla, transmitida de curandero a curandero durante incontables lunas.

Cuando el montón de hierbas estuvo completo, Hojarasca recordó que no le había contado a su padre lo de Cora.

—¿Puedes disculparme un momento? —le preguntó a Carbonilla.

—Aquí ya no podemos hacer nada más —respondió su mentora—. Yo iré a ver cómo se encuentra Fronda —añadió, mirando hacia la maternidad.

Fronda estaba sentada en el refugio del saliente, lavando a Betulino. El cachorro se retorcía malhumorado —con un aspecto tan normal como el de cualquier otro cachorro— mientras su madre le limpiaba las orejas con su áspera lengua. Al verlo, Hojarasca sintió una oleada de esperanza. Se imaginó a Betulino creciendo y entrenando para convertirse en guerrero en su nuevo hogar, y una profunda certeza de que el Clan del Trueno sobreviviría la inundó como la luz del sol. Se apresuró a envolver las hierbas de viaje con unas hojas para protegerlas de la lluvia, y subió la ladera en busca de su padre.

El líder del Clan del Trueno estaba mirando por encima de la copa de los árboles que se extendían más allá de las Rocas Soleadas. Se erguía bajo la intensa lluvia, con la cola enroscada alrededor de las patas y las orejas bien tiesas, olfateando el aire casi como si le apeteciera la idea del viaje que tenía por delante. Costaba creer que hubiera perdido una vida tan sólo un día antes.

Al oír que Hojarasca lo llamaba, se volvió hacia ella.

—¿Sí?

—Creo que debo contarte que Cora regresó con sus Dos Patas anoche.

Estrella de Fuego asintió.

—Había empezado a tener la esperanza de que se quedara… —confesó la aprendiza.

—Éste no es momento para que un forastero se una al clan —señaló Estrella de Fuego delicadamente.

—Pero ¡era maravillosa con Betulino!

—Aun así, eso no la convierte en una gata de clan —replicó él—. Durante todo el tiempo que estuvo con nosotros, los olores del bosque jamás la atrajeron lo bastante para que se alejara de la seguridad del campamento. Vino hasta aquí huyendo de la caseta de madera, simplemente porque ese peligro era mayor que la idea de vivir con nosotros. Sé muy bien qué piensan los mininos domésticos de los gatos que vivimos en el bosque, Hojarasca. Cora será más feliz con sus dueños.

A Hojarasca le sorprendió que su padre usara una palabra propia de mininos caseros, y se preguntó si estaría pensando en sus primeras lunas de vida con los Dos Patas. Cora no había tenido tiempo de hablar con él de Tiznado. ¿Estaría Estrella de Fuego pensando ahora en aquel viejo amigo?

—La echarás de menos, ¿no es cierto? —preguntó el líder inesperadamente.

—Sí, la echaré de menos —admitió Hojarasca—. Ha sido una buena amiga, pero sabía que teníamos que marcharnos. —Se quedó mirando al bosque—. Estamos dejando atrás muchas cosas queridas —murmuró.

Los ojos de su padre se empañaron de pena.

—Sí, como a Látigo Gris.

A Hojarasca no se le ocurrió nada que pudiera consolarlo. Por mucho que Estrella de Fuego quisiera creer que su lugarteniente seguía vivo, era casi imposible que Látigo Gris pudiese encontrar la forma de regresar con ellos.

—Sé que debemos irnos —continuó el líder—. Quiero marcharme tanto como cualquiera, pero no soporto la idea de que podría no volver a ver a Látigo Gris.

—Eso no lo sabes con seguridad —maulló Hojarasca, esperanzada—. Cora me dijo que estaría atenta, y que si lo veía, le contaría adónde hemos ido.

Un destello de esperanza brilló en los ojos de Estrella de Fuego, pero luego se apagó como una débil brasa.

—¿Cómo va Látigo Gris a escapar de los Dos Patas? —preguntó abatido—. ¿Y cómo encontrará luego nuestro nuevo hogar…?

—¿Vas a nombrar un nuevo lugarteniente? —se atrevió a preguntar Hojarasca.

—¡No! —Estrella de Fuego dio un salto, y la aprendiza retrocedió acobardada—. No hace ninguna falta —añadió en voz más baja—. Si existe la más mínima posibilidad de que Látigo Gris esté vivo, entonces sigue siendo el lugarteniente del Clan del Trueno.

Pero, antes de que pudiera añadir más, sonaron unos maullidos a sus espaldas. Las partidas de caza del Clan del Trueno habían vuelto y estaban subiendo la ladera rocosa. Llevaban algunas presas —pájaros y ratones—, no demasiadas, pero suficientes para que cada uno tomara una pequeña comida. La partida de caza del Clan de la Sombra regresó poco después. Entre todos, sólo habían conseguido cazar un tordo.

—¿Compartirás nuestras piezas con ellos? —le preguntó Hojarasca a su padre.

—A Estrella Negra le ofendería el ofrecimiento —contestó él.

—Supongo que pueden cazar mientras viajamos —maulló Hojarasca.

—Ojalá podamos cazar todos. Lejos de la influencia de los Dos Patas debería de haber más presas. —Estrella de Fuego se sacudió—. Ve a comer algo —ordenó—. El Clan del Río llegará dentro de poco.

—De acuerdo.

Hojarasca corrió hasta donde estaban Zarzoso y Esquirolina, compartiendo un pinzón. Los dos parecían calados hasta los huesos.

—¿Quieres un poco? —le ofreció Esquirolina a su hermana.

—Sí, por favor.

Hojarasca notaba el estómago vacío, y ante el olor a carne fresca se le hizo la boca agua. Esquirolina y Zarzoso se apartaron y le dejaron tomar un pedazo.

—¿Quieres llevarle algo a tu hermana? —le preguntó la joven al guerrero.

Los gatos del Clan de la Sombra estaban compartiendo penosamente su escasa captura; cada uno daba un pequeño mordisco, antes de pasar la presa al siguiente.

Zarzoso negó con la cabeza.

—No pienso malgastar mi tiempo.

Hojarasca se sorprendió por la amargura de su tono.

—Nos hemos encontrado con Trigueña mientras estábamos cazando, y Zarzoso le ha preguntado si quería cazar con nosotros —explicó Esquirolina—. Ella nos ha contestado que era guerrera del Clan de la Sombra y que jamás cazaría para otro clan.

—No sé por qué se ha mostrado tan desdeñosa —gruñó Zarzoso—. Es como si hubiera olvidado que nació en el Clan del Trueno, o que viajamos juntos al lugar donde se ahoga el sol.

—Para ella debe de ser difícil volver a estar rodeada del Clan del Trueno —aventuró Hojarasca—. Probablemente sienta que tiene que demostrar su lealtad al Clan de la Sombra más que nunca.

—Hojarasca tiene razón —maulló Esquirolina—. No te lo tomes como algo personal, Zarzoso. No hace mucho, tú mismo me dijiste que primero está la lealtad hacia tu clan. Deja que Trigueña sienta lo mismo por el Clan de la Sombra, al que pertenece ahora.

—Supongo que estáis en lo cierto… —concedió el guerrero a su pesar—. Yo sólo quería cazar de nuevo con mi hermana.

Hojarasca percibió la tristeza en su voz, y pensó que debía de ser muy duro tener hermanos en otro clan. Miró a Esquirolina y se sintió agradecida por que ella y su hermana compartieran el mismo hogar, estuviera donde estuviese.

—¡Hojarasca! —la llamó Carbonilla desde la guarida—. ¡Ven a ayudarme!

La aprendiza subió corriendo la ladera.

—¿Puedes llevar estas hierbas a las reinas y los veteranos?

—¿Y qué hago con Betulino?

—Dale sólo media dosis.

Hojarasca miró cautelosamente a Estrella Negra.

—¿Vamos a compartirlas con el Clan de la Sombra?

—Nos sobra un poco de mezcla —maulló la curandera con ojos centelleantes—. Se la ofreceré a Cirro y le diré que no la necesitamos. Estrella Negra puede aceptarla o no, que haga lo que le parezca.

Hojarasca admiró la bondad de su mentora y su astucia: era una oferta que Estrella Negra podría aceptar sin quedar en mal lugar. Recogió un fardo de hierbas y se lo llevó a Fronda. La reina aceptó con gratitud la amarga mezcla, aunque Betulino no se mostró tan agradecido.

—¡Sabe a carroña! —se quejó.

—Tú jamás has probado la carroña —replicó Fronda—. Ahora, trágatelo.

Hojarasca ronroneó divertida y llevó el fardo a Escarcha, Rabo Largo y Cola Pintada, que estaban acurrucados bajo el saledizo.

Cuando depositó las hierbas delante de los veteranos, Escarcha negó con la cabeza.

—No desperdicies eso con nosotros —murmuró—. No vamos a irnos con el clan.

Hojarasca parpadeó.

—¡Que no venís! ¿Por qué?

Estrella de Fuego se acercó.

—¿Qué ocurre?

—¡Escarcha dice que no van a venir con nosotros!

—Somos demasiado viejos para un viaje así —explicó Cola Pintada con voz quebrada—. Sólo os retrasaríamos.

Rabo Largo sacudió la cola.

—¿Y de qué serviría yo? ¡No puedo ver siquiera dónde pongo las patas!

—El clan te ayudará durante todo el camino —lo tranquilizó Estrella de Fuego amablemente, y luego miró a las veteranas—. Igual que a vosotras.

—Lo sabemos —maulló Escarcha—. Pero Cola Pintada y yo somos demasiado viejas para tantos cambios. Preferimos morir aquí, bajo el Manto Plateado, sabiendo que el Clan Estelar nos está esperando.

Hojarasca se estremeció. ¿Acaso el Clan Estelar no iría a donde fuesen ellos?

Estrella de Fuego asintió, muy serio.

—No puedo obligarte a venir con nosotros, Escarcha —murmuró—. Sé que tus patas están fatigadas, al igual que las tuyas, Cola Pintada, y que ya estáis oyendo los susurros del Clan Estelar. Sin embargo, a ti, Rabo Largo, no pienso dejarte atrás. —Al ver que el atigrado abría la boca para protestar, Estrella de Fuego prosiguió—: Ayer oíste cómo llegaban los gatos del Clan del Viento antes que nadie. Puede que hayas perdido la vista, pero tu oído y tu olfato son tan buenos como los de cualquier guerrero. Por favor, ven con nosotros.

Rabo Largo cerró sus ojos ciegos y respiró hondo, temblando. Luego los abrió de nuevo y se volvió hacia Estrella de Fuego, como si estuviera mirándolo directamente.

—Gracias —maulló—. Iré con vosotros.

Borrascoso apareció en la entrada del saledizo a toda prisa.

—¡Estrella de Fuego! Hay un problema. El Clan del Río no puede marcharse hoy.

El líder agitó las orejas, alarmado.

—¿Por qué no?

—Arcilloso se muere. No podemos dejarlo solo.

Escarcha dio un paso adelante.

—Nosotras nos quedaremos con él.

—Podemos cuidarlo hasta que el Clan Estelar esté preparado para llevárselo —añadió Cola Pintada, asintiendo.

Borrascoso las miró, asombrado.

—Pero él no pertenece a vuestro clan…

—Eso no importa —contestó Escarcha—. Nosotras nos quedaremos aquí igualmente, así podremos hacer por Arcilloso lo que esté en nuestras manos.

—El campamento del Clan del Río está mucho más resguardado que este lugar —maulló Hojarasca—. Si os mantenéis dentro del carrizal, estaréis a salvo de los Dos Patas.

—Eso es cierto —dijo Estrella de Fuego—. Llevaremos a Escarcha y a Cola Pintada al campamento del Clan del Río, y, si Estrella Leopardina lo aprueba, las dejaremos con Arcilloso. De este modo, el Clan del Río podrá iniciar la marcha con nosotros.

—¿Qué sucede? —preguntó Estrella Negra acercándose al grupo.

—Arcilloso se muere —explicó Estrella de Fuego—. Debemos ir al campamento del Clan del Río antes de desplazarnos al territorio del Clan del Viento.

Estrella Negra frunció los bigotes.

—Nosotros nos adelantaremos y os esperaremos en el lindero del bosque.

Una voz quebrada sonó a sus espaldas, y Hojarasca reconoció el pelaje gris de Nariz Inquieta.

—Me gustaría despedirme de Arcilloso —maulló el veterano del Clan de la Sombra—. Lo conozco desde que yo era aprendiz.

Estrella Negra miró al antiguo curandero, y, por primera vez, Hojarasca vio respeto en sus ojos.

—Por supuesto, Nariz Inquieta —maulló el líder—. Ve ahora con el Clan del Trueno. Volveremos a vernos en el límite del bosque.

Estrella de Fuego paseó la vista por la roca.

—¿Todo el mundo ha tomado hierbas de viaje?

—Sí —respondió Carbonilla—. De hecho, nos han sobrado. Quizá pueda aprovecharlas el Clan de la Sombra. No vale la pena que nos las llevemos.

Su tono indiferente no delató su verdadera intención.

Hojarasca lanzó una mirada a Cirro, que agitó la cola de emoción.

—¿Podemos utilizarlas, Estrella Negra? —suplicó el curandero.

—No tiene sentido dejar que se desperdicien —gruñó él.

Cirro empezó de inmediato a repartirlas. El líder del Clan de la Sombra observó a Rabo Largo entornando los ojos. Hojarasca se preparó, suponiendo que iba a decir que no podían llevar a un gato ciego en un viaje tan largo y peligroso.

Sin embargo, Estrella Negra la sorprendió:

—El guerrero ciego puede venir con nosotros mientras vais al Clan del Río. Es absurdo llevarlo a través del río y otra vez de vuelta. Tengo guerreros que pueden guiarlo por el bosque.

Estrella de Fuego le dedicó un guiño agradecido.

—Gracias —respondió, y tocó a Rabo Largo con la punta de la cola—. ¿A ti te parece bien?

Rabo Largo asintió, y siguió a Estrella Negra ladera abajo, hasta donde aguardaban los gatos del Clan de la Sombra.

—¡¿Estáis todos listos?! —exclamó Estrella de Fuego, dirigiéndose a su clan.

Maullidos afirmativos sonaron por toda la roca, y todos se pusieron en marcha detrás de Estrella de Fuego, que los condujo hacia la orilla. El río ya era poco más que un arroyuelo, a pesar de la incesante lluvia.

Ir a la siguiente página

Report Page