Asylum

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Capítulo Treinta y cinco

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Volvió en sí bajo la fuerte luz de un foco blanco. El filamento titilaba y la vieja instalación eléctrica zumbaba ruidosamente, lista para cortarse en cualquier momento. Dan gimió y trató de moverse.

No pudo.

Al principio pensó que era el dolor de cabeza lo que lo tenía atrapado pero, a medida que recuperaba la conciencia y la sensación, se dio cuenta de que había correas abrochadas firmemente sobre su pecho, cabeza, cintura y tobillos.

Gritó y el sonido resonó de vuelta hacia él. Las correas lo sostenían con fuerza y sus forcejeos solo incrementaban el dolor y el miedo que lo estaban desesperando. Lo más que podía hacer era girar la cabeza un centímetro hacia cada lado.

El anfiteatro de operaciones. Ahí era donde estaban. Las mesas, las camillas… Eso significaba que había una bandeja con instrumental quirúrgico afilado a pocos centímetros de su cráneo.

—¡Déjame salir! —gritó—. ¡No puedes hacerme esto!

Dan giró el cuello hacia el otro lado. Abby estaba atada a su propia mesa y tenía una mordaza en la boca. Había una camilla de metal dispuesta junto a ella. La luz blanca se reflejaba en la bandeja de acero inoxidable que estaba a su lado e iluminaba los taladros, bisturíes, ganchos; el horror de los instrumentos necesarios para realizar una lobotomía.

La lámpara del techo brilló como si hubiera habido un aumento repentino de corriente, y obligó a Dan a parpadear. Cuando la electricidad se estabilizó, una sombra apareció en el oscuro perímetro del anfiteatro. Apenas podía distinguirla entre los manchones borrosos de su vista, pero no podía ver quién era. ¿El hombre de la palanca? ¿Ted Bittle? ¿Jordan? Dan estaba suficientemente alterado como para creer cualquier cosa.

Entonces la realidad lo sobresaltó.

¿Félix? —los ecos que resonaban en la sala casi ahogaron su voz—. ¿Qué demonios está sucediendo? ¿Cómo llegaste aquí abajo?

—Nunca me fui —dijo Félix lentamente.

—¡Desátanos, idiota! Sácanos de aquí.

—Oh, no vas a ir a ninguna parte, Daniel Crawford —dijo Félix, con una risita. Cuando se acercó, Dan pudo ver que estaba descalzo y tenía una mirada desquiciada. Llevaba una bata de médico blanca sobre un par de interiores.

—¿Cómo crees que debería llamar a mi obra maestra? Estaba pensando en: Venganza.

Su boca se retorcía de forma extraña cuando hablaba; se movía demasiado sobre cada palabra. Y su voz no sonaba como la de Félix; era aguda y burlona, como la de un payaso. También caminaba de forma rara, sacudiéndose de un lado a otro, como si fuera una marioneta manipulada por alguien desde lo alto.

—Félix, ¿de qué estás hablando? —preguntó Dan. Era Félix, el callado y modesto Félix. ¿Por qué demonios querría justamente venganza?

Pero en el fondo, Dan sabía que ese ya no era Félix. Era el cuerpo de su compañero de habitación, pero el hombre que estaba en su interior, el hombre que quería venganza, era alguien más. Alguien que no quería vengarse de Dan, sino de Daniel Crawford. Era El Escultor.

Félix se fue acercando hasta la mesa de Dan y se inclinó sobre él.

—Todos ustedes son tan fáciles de moldear, tontos de arcilla carnosa —canturreó. Sus ojos estaban completamente negros. Deslizó su pulgar casi con ternura por la nariz de Dan—. La primera fue demasiado fácil. Lo encontré solo en la escalera, pensando que podía vigilarlos a todos. Pero yo estaba vigilándolo a él y ni siquiera me vio venir. A esa la llamé Preludio. Lo único complicado fue encontrar otro tonto a quien echarle la culpa. Fue cuando necesité la ayuda de Félix. Un laboratorio de biología ya tarde en la noche para mezclar un poco de cloroformo y ¡puf!, estábamos listos para cualquier cosa.

A Dan le pareció que podía ver al verdadero Félix luchando allí dentro, intentando retomar el control. Las luces de sus ojos se hacían más brillantes y más oscuras a intervalos, como si la energía de su cuerpo se encendiera y se apagara. Necesitaba darle a Félix suficiente tiempo para triunfar.

—Entonces asesinaste a Joe e incriminaste a ese hombre de la ciudad —dijo Dan—. Tú solo simulaste encontrar el cuerpo.

Félix volvió a tocar la nariz de Dan, provocándole náuseas.

—La segunda estatua fue solo por diversión. A esa la llamé Caos. Es una lástima que el moldeado no haya perdurado.

—Yi —Dan recordó que le había parecido que Yi había sido colocado en pose, que tenía las piernas situadas de una forma demasiado cuidada como para haber sido un accidente.

No —de pronto Félix estaba cara a cara con él, mirándolo a los ojos. Gotas de saliva caían desde esos labios demasiado rosados sobre el mentón de Dan. La locura risueña había desaparecido, ahora solo había furia—. Caos. Caos.

Félix se alejó bailoteando y dio una vuelta completa a la mesa mientras hablaba.

—Y entonces, para mi gran final, tuve que tomar cartas en el asunto antes de que ese hombre horrible arruinara toda nuestra diversión. Estuvo a punto de descubrirnos, Daniel Crawford; sabía lo que estaba sucediendo. A esa escultura la llamé Medidas preventivas.

Sal Weathers había estado a punto de descubrirlos. Sabía lo que se había desatado en Brookline.

—Pero ahora esos tontos están fuera de mi camino y es tu turno, tu turno —Félix reía, regodeándose. Pero entonces, entrecerró los ojos—. He estado esperándote, esperándote por tanto tiempo. Serás mi mejor escultura, mi obra maestra.

Dan se preguntó en qué momento habría ocurrido la trasformación exactamente. Quizás había comenzado desde el primer día. Había sido él quien había encontrado las fotografías y le había dado a Dan la idea de verlas por sí mismo. Quizá Dan nunca había conocido al verdadero Félix.

Pero el hecho de haber estado durmiendo junto a esta cosa durante días, quizá semanas, le daba esperanzas. Sentía que Félix debía estar ahí dentro todavía, en alguna parte; de otro modo seguramente lo hubiera matado hacía tiempo.

—¿Y el hombre de la palanca? ¿El que te atacó? —preguntó, tratando de darle tiempo a Félix, de hacerlo hablar.

—Oh, él —dijo Félix, como si solo pensar en ese hombre le aburriera—. Lo dejé entrar por la ventana con la falsa promesa de darle drogas. Cuando no se las pude entregar, se puso un poco… violento —Félix dijo la última palabra moviendo los dedos—. Claro que mi objetivo real era tu amigo el matemático. Mi plan era encontrarme con él abajo y después encontrarme con mi coartada en el ático. No contaba con que trajera una palanca, ni con que tú te despertaras, no después de que había tomado prestado tu teléfono. No fue mi mejor momento, es cierto, pero hice un gran trabajo jugando con tu mente. Como cuando tú solías jugar con la mía —siseó las últimas palabras en el oído de Dan.

—Estás loco —gritó, sacudiéndose contra las correas que seguían demasiado apretadas.

—¿Lo estoy? —Félix parecía genuinamente sorprendido por la noción. Tomó un bisturí de la bandeja y se metió el extremo sin filo en la boca para morderlo. Después lo sacó y lo usó para hacer ademanes—. Quizá lo estoy. No importa mucho ahora. Finalmente me voy a vengar de ti por todos esos experimentos fallidos. Aunque supongo que uno de ellos no falló, ¿verdad, Crawford? Es decir, ¡aquí estamos! —Félix estaba demasiado cerca de Dan otra vez—. ¿Eso te hace feliz? ¿O te pone triiiiiiste? —Félix utilizó la punta afilada del bisturí para bordear su propia mueca de payaso. Le dejó una curva roja, un rasguño fino, visible aún después de que había retirado el instrumento.

—¡Pero yo no soy Daniel Crawford! ¡Soy Dan, tu compañero de habitación! —gritó Dan.

—¿Compañero de habitación? —dijo Félix, pensativo—. Sí, tú y yo estuvimos en la misma habitación, esta habitación. Pero nunca fuimos compañeros. Oh no —al decir esto, Félix bajó el bisturí hacia la cabeza de Dan hasta que estuvo justo encima de su ojo.

Fue entonces cuando se cortó la luz.

—¡No! —gritó Félix. Sus pasos veloces resonaron por la habitación, alejándose en dirección a los interruptores.

Dan respiró aliviado, pero el alivio duró poco. Una mano le tapó la boca, haciéndole imposible hablar. Trató de sacudirse para quitársela, pero era inútil.

—Shhh —sintió una voz en su oído. Incluso con ese único sonido supo quién había ido a rescatarlos.

Jordan.

Dan dejó de forcejear. Sintió cómo caían las correas que le sujetaban la cabeza, después las del pecho, y finalmente las de la cintura y los tobillos. Se sentó deprisa, masajeándose las piernas adormecidas. Jordan le apretó el hombro como advertencia.

La luz se encendió con un zumbido eléctrico ruidoso. Allí estaba su amigo, entrecerrando los ojos. Sus lentes reflejaban el súbito estallido de luz.

—Sabía que ustedes dos no servían para nada sin mí —dijo Jordan entre dientes, retrocediendo cerca de Dan.

—¡Tramposo! —chilló Félix desde donde estaban los interruptores cerca de la puerta. Bajó la escalera que llevaba al área de operaciones brincando de lado a lado como un conejo demente—. ¡Carnosos, flexibles, moldeables, esculpibles, tramposos tontos! —hablaba atropelladamente, arrastrando las palabras de forma delirante, con los ojos bien abiertos y una mirada salvaje, mientras corría hacia ellos con el bisturí en alto.

—¡Muévete! —gritó Dan, bajando de la mesa de operaciones de un salto. Empujó a Jordan tras de sí y agarró una camilla.

Félix se lanzó sobre él, blandiendo el bisturí en todas direcciones. Dan mantuvo la mesa con ruedas entre ellos, usándola para bloquear los ataques.

Félix rio, pasando el bisturí de una mano a la otra.

—No me había divertido tanto en años.

Con la última palabra se lanzó volando por encima de la mesa. Dan se agachó, pero Félix era más fuerte y más rápido; lo tomó por el cuello de la camisa y lo arrojó contra el suelo. Dan apretó la muñeca de Félix con su mano para evitar que el bisturí le cortara la cara. Pero el chico tenía casi diez kilos de músculos más que él y la fuerza de sus brazos disminuía rápidamente.

Félix lo tenía atrapado. El bisturí bajaba centímetro por angustiante centímetro, hasta que Dan pudo sentir la punta afilada rozándole la mejilla.

No. No vas a permitirle que te haga esto. Eres mejor que él.

Con una fuerza que no sabía que poseía, empujó a Félix hacia atrás y lo hizo rodar por el suelo. El bisturí cayó de su mano.

Giró hacia un lado y se puso de pie de un salto. Se alzó amenazador sobre Félix, que gritó, retrocediendo. Dan se inclinó, repentinamente fuerte, tan fuerte, y lo tomó por la bata. Lo levantó y lo lanzó sobre la mesa de operaciones. Rugió por el esfuerzo, pero entonces todo había terminado y Félix estaba tendido, indefenso.

—¡Amárralo! —ordenó Dan—. ¡Amárralo! No podemos dejar que se libere.

Mientras Dan sostenía a Félix contra la mesa, Jordan tomó las correas y las abrochó rápidamente. La del pecho primero, después las piernas. Félix forcejeaba salvajemente y después de dos intentos de abrochar la correa superior, finalmente Jordan tuvo que sujetarle la cabeza entre sus manos mientras Dan apretaba la correa. Había pequeñas gotas de saliva y sangre en los labios de Félix. Sus músculos se hinchaban y luchaban contra las amarras.

Empapado en sudor, trabajando a su máxima potencia, Dan se inclinó para tomar el bisturí.

El tiempo de experimentos y curas terminó. Debes ponerle fin a esto, Dan, de una vez por todas.

—Dan, ¿qué estás haciendo con eso? —preguntó Jordan, observando con nerviosismo el bisturí en su mano—. No irá a ninguna parte. Vámonos y dejemos que la policía se encargue de esto.

No —Dan estaba furioso—. Nadie más. Solo yo puedo ponerle fin a esto.

El bisturí descendió contra su voluntad.

No, no, esto no es lo que quiero, este no soy yo…

Yo soy .

El bisturí se acercaba cada vez más a Félix.

No.

La visión le llegó fuerte y rápido, arrancándolo de su cuerpo y llevándolo a otro. Era otro tiempo, otra década, y él era nuevamente Daniel Crawford, el director.

El anfiteatro estaba repleto de espectadores. Todos se inclinaban hacia adelante en sus sillas, estirando el cuello, para observar sus técnicas. La mitad de ellos creía sus afirmaciones y la otra mitad no, pero todos querían conocer su procedimiento secreto,por si acaso funcionaba.

Y el pobre y quebrado Dennis, amarrado a la camilla. Al menos, como un efecto secundario de las operaciones preparatorias, finalmente se había curado de su ira.

Entonces, llegó el chirrido del intercomunicador. Esa estúpida secretaria nueva, Julie. Si se trataba de algo menos que terrible, pediría su cabeza.

—¡La policía! ¡La policía está en camino!

¿La policía? ¿En camino hacia aquí?

Y ahora su público estaba escapando en medio de la histeria. Se enfureció con el sonido de sus pasos y las voces que se elevaban a su alrededor como la corriente de un mar arrasador. Esos médicos cobardes tropezaban unos con otros y caían mientras corrían… Así que la policía estaba en camino. Qué tal.

Dennis gritó, sobresaltando a Daniel e interrumpiendo sus pensamientos. ¿No le había dado una dosis suficientemente elevada de sedantes? ¿Tenía importancia? Este iba a ser el experimento final, después de todo.

Maldiciendo, Daniel se apresuró a terminar, de una forma mucho más descuidada que la que hubiera querido y, entonces, desechando sus guantes ensangrentados, huyó; fue el último en irse. El último con excepción de Dennis. Apagó las luces.

Los otros se habían marchado hacía tiempo cuando llegó a su oficina. Perdió un tiempo valioso colocando el fichero contra la puerta que llevaba a los niveles inferiores, como un último intento de simular que todos sus consultorios se encontraban sobre el nivel del suelo. Se quitó los lentes y los colocó rápidamente en el gancho, dejando marcas de sangre en la pared. Fotografías, papeles, todos quedaron desparramados. Apenas le importaba. Este era un contratiempo menor; les daría eso, pero su trabajo perduraría. Su legado. Su vida.

La puerta se abrió de golpe. Llegaban multitudes de policías. Y entonces aparecieron las esposas y los grilletes, parecidos a los que sujetaban a Dennis más abajo.

Alguien lo había delatado.

Fue la niña, pensó, tenía que ser la niña. Era la preferida de todas las enfermeras, con su baile, su sonrisa, su hermoso cabello… Una de ellas debe haberse ablandado, debe haberla dejado salir y ahora, por su culpa, todo se estaba derrumbando. La soplona con la pequeña cicatriz en la cabeza. Había visto y comprendido demasiado.

Pero su legado había perdurado y ahora el director Crawford estaba de vuelta a donde pertenecía. En el anfiteatro donde Dennis lo había esperado todos estos años. Solo que algo no estaba bien. Su vista no era totalmente perfecta… Todo daba vueltas.

—¿Dan? ¿Dan? —alguien estaba diciendo su nombre.

Se tambaleó hacia adelante, encontró la camilla y la sujetó para recuperar el equilibrio. Un rostro pálido y tembloroso lo observó desde abajo. Dennis, ¿o era… Félix? En cualquier caso, él tenía el bisturí, estaba justo allí, en su mano, esperando para cortar…

Dan se obligó a concentrarse y volver a mirar. Este no era él. Él no era el director y nunca lo sería.

Dejó caer el bisturí. El ruido que hizo al golpear el suelo retumbó por el anfiteatro.

No soy tú. Nunca seré tú.

—Carnoso, flexible, moldeable tonto, esto no ha terminado —susurró Félix—. Está lejos de haber terminado.

Dan empujó la camilla con miedo y repulsión, lejos, muy lejos de su alcance. Se tambaleó y cayó de lado. Amarrado a ella, Félix gimió antes de quedarse en silencio.

—Es este lugar —gritó Dan. Jordan había ido adonde estaba Abby, había soltado sus correas por la fuerza y la sacudía para que despertara—. Tenemos que salir del manicomio —se tambaleó hacia sus amigos—. Debemos irnos, todos.

Llegó hasta la otra camilla justo cuando Abby estaba bajándose, todavía aturdida. Se arrojó en sus brazos, pero Dan solo le dio un abrazo rápido antes de apartarse.

—Tenemos que salir de aquí, es Brookline… Félix y yo… Tienen que ayudarme a alejarlo de este lugar.

—Eso va a ser difícil. Está inconsciente —Jordan había llegado en una carrera hasta la camilla caída. Miró hacia arriba desde donde estaba arrodillado, con los lentes torcidos—. Pero si todos levantamos juntos creo que podemos llevarlo amarrado.

Dan asintió, cobrando ánimo mientras se acercaba adonde estaba Jordan.

—Entonces, eso es lo que haremos.

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