Asylum

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Capítulo Treinta y seis

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Estaban a la mitad del camino por las escaleras, cuando se encontraron con Teague, flanqueado por otros dos oficiales. Encorvado por el peso de Félix, Dan levantó una mano para proteger sus ojos de las linternas cegadoras.

—Ahora deciden aparecer —dijo Jordan entre dientes, aunque los tres estaban felices de ceder la tarea de cargar a Félix a tres hombres adultos; el chico había aumentado varios kilos de músculo y cada momento que pasaban intentando cargarlo fuera del sótano era otra oportunidad para que el director volviera a apoderarse de Dan.

—No podía encontrar a estos brutos por ninguna parte, así que llamé a la estación de policía antes de seguirlos al sótano —explicó Jordan—. Al menos uno de nosotros estaba usando la cabeza.

—¿Alguien está herido? —preguntó Teague, guiando a los chicos escaleras arriba. Cuando llegaron al hueco donde estaban los ficheros alfabetizados, supervisó el traspaso de Félix a los otros oficiales.

—Félix recibió un golpe en la cabeza —respondió Dan. Observó cómo lo levantaban e intentaban, con gran esfuerzo, pasar por la abertura que llevaba a la oficina pública del director. Qué curioso, pensó Dan… Si no había sido Jordan quien los había atrapado allí dentro con el fichero, ¿quién había sido? Teague lo miró, levantando una ceja.

—Sí, fui yo quien lo dejó sin sentido —continuó Dan, alisándose el cabello en la nuca; un terrible dolor de cabeza se estaba gestando en esa parte—. Le diré todo, solo…

—Necesitamos salir de aquí —Abby apareció a su lado y completó la frase, enganchando su brazo con el de Dan—. Por favor, interróguennos afuera, o en la estación. Donde quieran, pero no aquí.

—Está bien. Pero los estaré vigilando.

Teague cumplió con lo que había dicho y ni bien salieron de Brookline los acorraló. Afortunadamente, la lluvia había parado. En cuanto los subalternos hubieron subido a Félix en una camilla y después en la ambulancia, reaparecieron para ayudar a vigilar a los chicos.

—Entonces —dijo Teague, apuntando la linterna hacia sus ojos nuevamente.

—Ya basta —dijo Jordan, agachando la cabeza—. Encontramos a su asesino, así que ¿podría por favor no…?

No pudo terminar la frase. A través del resplandor de la linterna de Teague y las luces de los autos de policía, Dan vio una sombra que se aproximaba a toda prisa por el jardín.

—¡Teague! —gritó Dan. Algo pequeño y afilado había reflejado las luces. La figura sostenía un cuchillo—. ¡Cuidado!

Pero Teague no era el blanco. Dan apenas tuvo tiempo de protegerse el rostro con los brazos antes de que la mujer se le lanzara, gritando. La reconoció medio segundo antes de que estuviera encima de él. Era la esposa de Sal Weathers.

La mujer lanzó un grito horroroso.

Dan cayó hacia atrás y sintió que el cuchillo le pasaba suficientemente cerca como para cortarle la manga de la camisa. Sus amigos y Teague se unieron a la pelea e intentaron hacer retroceder a la mujer sin que los cortara. El oficial desenfundó su arma y gritó:

—¡Nadie se mueva!

—¡Espere! ¡No la lastime! —Abby corrió hacia la mujer y se lanzó entre ella y Teague. La esposa de Sal se quedó inmóvil por un momento y fue todo lo que los oficiales necesitaron para tomarla por los brazos y alejarla a la fuerza, arrastrándola por la hierba.

Se había puesto a gritar otra vez, absolutamente furiosa.

—¡Esperen! —gritó Abby siguiéndolos—. ¿Vieron eso? —preguntó a los chicos por encima de su hombro—. Su frente… ¿la vieron?

No iba a esperar una respuesta y, tanto Dan como Jordan, tuvieron que correr para alcanzarla.

—¿Te cortó? —preguntó Jordan jadeando.

—No, pero mi camisa sufrió bastante.

Un último chorro de adrenalina llevó a Dan hasta donde la esposa de Sal estaba arrodillada sobre la hierba húmeda. Finalmente le habían quitado el cuchillo. Abby estaba de pie frente a ella y, lentamente, sacó un objeto de su bolsillo. Un trozo de porcelana rota que brilló bajo las luces de los automóviles de policía.

Debería haber sabido que Abby se la había llevado. Claro que había estado visitando el sótano sin él. Dan finalmente lo comprendió.

—¿Reconoces esto? —preguntó Abby suavemente.

El cabello de la mujer se había revuelto en el tumulto y ahora que su flequillo había quedado apartado hacia un lado, la cicatriz de su frente se veía claramente. Una cicatriz igual a la de la niña de la fotografía. Abby giró la figurita de porcelana, haciéndola bailar.

Desde donde estaba arrodillada, Lucy se inclinó para tratar de alcanzar la bailarina. Abby dejó que la tomara, sonriendo tristemente.

—¿Eres Lucy, no es cierto? ¿Lucy Valdez? Mi nombre es Abby Valdez. Tú tenías un hermano… tienes un hermano. Mi padre. Sé que es mucho para asimilar, pero creo que le encantaría verte. Y quiero que sepas que tu padre… Bueno, nunca se perdonó por haberte enviado aquí.

Lucy acunó la bailarina rota en las palmas de sus manos, sosteniéndola cerca de su pecho.

Dan se preguntó si había encontrado el cuerpo de Sal en el bosque o si su ira provenía únicamente del hecho de que sospechaba que él era el director.

—Oficial Teague —llamó Dan, y el policía se aproximó.

—¿Está todo bien?

—En el sótano, antes de dejar inconsciente a Félix, me dijo que había asesinado a otra persona. Un hombre de la ciudad. Dijo que dejó el cuerpo en el bosque, cerca de la Iglesia Bautista de Camford.

—Eso es extremadamente específico —dijo Teague con recelo—. ¿Estás seguro?

—Solo le estoy contando lo que él dijo.

Dan sabía que le iba a costar salir de este lío. Cuando Félix volviera en sí, podía no recordar nada de lo que había hecho. Y entonces sería su palabra contra la de él. Tenía el presentimiento de que sabía quién le agradaba menos al oficial.

Pero, por el momento, Teague asintió y pidió por radio que alguien de su equipo inspeccionara el bosque.

Jordan se acercó a Dan con una manta y la colocó sobre sus hombros.

—Abby tenía razón —dijo—. ¿Puedes creerlo?

—Sí, puedo. Debería haberle creído antes.

Abby estaba arrodillada sobre la hierba cerca de su tía, observándola a una distancia prudente.

—¿Y qué hay de Félix? —preguntó Jordan con un suspiro. Estiró los brazos dentro de la manta, como si fuera una capa, y cubrió un bostezo con la parte interna del codo—. ¿Estaba…? ¿Crees que se recuperará? ¿Van a meterlo a la cárcel?

Dan se encogió de hombros.

—Eso depende de la policía, supongo. No creo que lo que sucedió haya sido totalmente su culpa, pero no tengo idea de cómo funciona la ley en estos casos. Espero que reciba ayuda, la clase correcta de ayuda —miró por encima de su hombro hacia Brookline, que se alzaba tras ellos—. No la clase de ayuda que este lugar ofrecía.

—¿Y nosotros?

—Van a cerrar el curso —dijo Dan con seguridad—, y nos iremos a casa.

—Genial —Jordan pateó el suelo—. Supongo que siempre supe que mi fantasía sabática terminaría y yo tendría que dejar Oz. Ahora debo volver a casa y fingir ser heterosexual por un año más. ¿Cómo lo soportas?

—Déjame decirte que es una carga espantosa —ambos rieron, pero Dan no pudo evitar preocuparse por Jordan. ¿Qué harían sus padres cuando se enteraran a dónde había ido realmente a pasar el verano?—. ¿Sabes? Si quieres, es decir, si en tu casa se ponen muy terribles, podrías venir a quedarte conmigo. Por un tiempo, o no sé. Estoy seguro de que mis padres estarían de acuerdo.

Jordan se acomodó los lentes y resopló, y Dan estuvo seguro de que rechazaría la oferta.

—¿Tu mamá sabe cocinar?

—No, pero mi papá sí.

—Acepto —Jordan estiró la mano y él la estrechó.

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