Asylum

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Capítulo Treinta y tres

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Dan corrió apresuradamente bajo la lluvia, sin importar que ya estaba empapado hasta los huesos. Necesitaba regresar. Necesitaba la seguridad de estar rodeado de otras personas. Necesitaba decirle a la policía lo que había encontrado.

Pero sospecharán de ti. Sabes que lo harán.

Se detuvo bruscamente cuando ya estaba a una última carrera corta de la puerta de entrada de Brookline.

Era cierto. Lo harían. Pensarían que él lo había hecho.

¿No acababa de decirle el señor Bittle que Sal Weathers estaba esparciendo la noticia de la visita de Dan a su casa por toda la ciudad? ¿Y no creería el oficial Teague que era

más que una coincidencia que él hubiera sido el primero en llegar a la escena del crimen una vez más? Ya no importaba que no hubiera perdido el conocimiento ni nada de eso esta vez; la evidencia circunstancial sería más que suficiente.

Mantén la calma, Crawford. Nadie sabe dónde estabas.

Oh, Dios: con el pánico, había dejado caer las tijeras en el bosque. ¿Debería volver para buscarlas? No, demasiado tarde.

Esperó a que su pulso se normalizara lo más posible. Ya casi no notaba la lluvia. Respirando profundamente una última vez, entró trotando por la puerta principal a la misma velocidad que lo haría cualquier otro estudiante que estuviera escapando de la lluvia.

Primer piso. Segundo piso. 3808. Abrió la puerta de su habitación con toda la calma que pudo y luego la cerró de un portazo. Se dio cuenta de que Félix no estaba.

Gracias a Dios.

Estás bien, estás bien; todo va a estar bien.

Se secó con una toalla; seguía temblando violentamente, después se abofeteó el rostro con ambas manos, tratando de decidir qué hacer a continuación.

¿A dónde fuiste? ¿Cuál es tu coartada? ¿A alguien se le ocurrirá preguntarle al señor Bittle si te ha visto?

El señor Bittle.

Pariente de un asesino. ¿Podría haber sido el imitador todo este tiempo? ¿Qué estaba haciendo esa noche en la iglesia con las puertas cerradas? ¿Por qué había querido mantener a Dan alejado del santuario?

Oh, Dios; pensó que iba a vomitar.

Alguien llamó repentinamente a la puerta y casi le da un ataque al corazón.

—¿Quién es? —gritó, y su voz se quebró en la última palabra.

—Soy yo —dijo Jordan—. Abre.

Se dio una última mirada en el espejo, se arregló el cabello y trató de verse lo más parecido a alguien normal.

En el pasillo, Jordan no se veía mejor; era un manojo de nervios, energía, bufanda y lentes.

—Ven rápido —dijo Jordan sin aliento—. Abby está hecha un desastre total.

¿Abby? ¿Un desastre? Por supuesto. La llamada. Su padre. Lucy.

—¿La llamada no salió según el plan? —preguntó, siguiendo a Jordan al pasillo.

—Ni un poco. Oye, ¿por qué estás mojado?

Dile que estabas en la ducha.

—Estaba fuera.

¿Por qué estabas fuera?

—Fui a buscar algo de comer. Seguía con hambre después del pastel.

Bien hecho, Dan.

—Lleva un paraguas la próxima vez, tonto.

Encontraron a Abby sentada en su cama, con las rodillas abrazadas contra el pecho. Dan notó que el retrato de la niña que antes colgaba sobre su cama ya no estaba.

—Oye, oye —dijo Jordan, acercándose rápidamente y sentándose junto a ella. Puso un brazo sobre sus hombros. Temblaba descontroladamente y una nueva ola de llanto la invadió—. Cálmate, Abs, y dinos qué sucedió.

—Lo ll-llamé… lo llamé y… Dan, ¡estaba tan enojado! Nunca lo había oído gritar así. Gritaba y gritaba y luego se quedó en silencio y eso fue peor —hizo una pausa, sin aliento y luego inhaló ruidosamente y el llanto disminuyó por un momento—. Quizá me equivoqué con todo —lo miró con sus ojos color café brillantes y llenos de lágrimas nuevas—. ¿Debería haber mantenido la boca cerrada?

—No lo sé. No estoy seguro, de verdad. No conozco a tu padre.

Abby dejó de llorar el tiempo suficiente para quedarse observándolo. Jordan lo miró como si se hubiera vuelto loco. Si solo supiera.

—Todo lo que sé es que tenías las mejores intenciones y no puedes enfadarte contigo misma por eso.

—Exacto —aportó Jordan—. Tu papá recapacitará a la larga.

—P-papá se niega a volver a hablar del tema. Es comprensible, supongo. Es decir,

traté de explicarle, pero me dijo que estaba enferma delirante por mencionarlo siquiera… —Jordan señaló la caja de pañuelos de papel que estaba sobre el escritorio y Dan se la alcanzó—. ¡No entiende! No lo hice por m-maldad. Es su hermana… Creí que estaría feliz.

Abby tomó un pañuelo y comenzó a cortarlo en tiras.

—Lo intentaste —dijo Jordan suavemente—. Lo intentaste y eso es todo lo que importa. Probablemente necesita algo de tiempo para pensarlo.

—Jordan tiene razón, es… ¿Qué demonios fue eso? —Dan había ido a sentarse en el escritorio de Abby, pero se detuvo al escuchar un crujido afuera de la puerta—. Shh-hh —ordenó, presionando un dedo contra sus labios.

Un pequeño cuadrado de papel apareció por debajo de la puerta.

—No es posible —balbuceó.

Tú eras el que escribía las notas. Nadie más. Eras tú todo el tiempo. ¿Quién demonios es este?

Dan abrió la puerta de un golpe, pero llegó un segundo demasiado tarde. El pasillo estaba vacío. Se agachó, levantó la nota y la desdobló con una sensación desagradable que ya era familiar. Al menos la letra de esta nota no era la caligrafía serpenteante del director. Dan no se había vuelto completamente loco.

—¿Qué dice? —preguntó Jordan desde la cama.

Dan leyó la nota.

Es hora de tu tratamiento. Ven al sótano a medianoche.

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