Asya

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Una noche oscura

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Una noche oscura

Diciembre de1939

 

 

Pasha pegó su fornido cuerpo al tronco grueso de un árbol y esperó unos segundos prudenciales antes de mover la cabeza para observar con atención los alrededores. El aire gélido se filtró a través de sus fosas nasales y le costó un par de intentos inspirarlo.

Aquel día, lideraba un escuadrón de dieciséis hombres para verificar el limbo de tierra que separaba Finlandia del territorio ruso. La mañana estaba especialmente fría y las caras enrojecidas de los militares demostraban el gran esfuerzo que estaban haciendo para enfrentar el temporal.

Un nuevo conflicto bélico a nivel mundial había comenzado meses atrás y el treinta de noviembre de ese año, la Unión Soviética le había declarado la guerra a Finlandia.

La misión del escuadrón era sumamente complicada porque del éxito de la misma dependía la vida de los doce mil soldados, asentados a veinte kilómetros del limbo que separaba los dos países. Los rusos contaban con el factor sorpresa ya que era poco probable que los finlandeses se hubiesen replegado en la frontera con tanta rapidez.

No obstante, los oficiales tuvieron que reconocer que, en tiempos de guerra, lo poco probable no se podría dar por imposible y, por esa poderosa razón, el general Vladimir Rotoski envió al comandante Pasha Fedorov, junto a sus hombres, a la frontera para comprobarlo.

Pasha agudizó los oídos puesto que el sepulcral silencio fue interrumpido por la caída de una rama de pino cubierta por un generoso estrato de nieve. Tras hundirse en la esponjosa superficie nevada, unas brillantes virutas comenzaron a elevarse del suelo plateado formando una sinuosa espiral. La mirada atenta del comandante se relajó y abandonó con sumo cuidado su escondite. Giró la cabeza hacia sus hombres y les hizo una señal con la mano, indicándoles que la zona estaba segura. Caminaron en silencio unos metros, dejando tras ellos unas gruesas huellas en el suelo nevado.

Al mediodía cruzaron la frontera con entusiasmo puesto que aquello parecía desierto. Solo les faltaban por comprobar un par de kilómetros alrededor del puesto fronterizo y podrían regresar para informar a sus superiores de la situación.

Antes de llegar al pequeño edificio de piedra, que Pasha supuso que sería el puesto fijo fronterizo, se pararon ya que podría tratarse de una trampa. Era muy poco común que un punto de tanta importancia estuviera desatendido.

Una más que bienvenida ventisca apareció de repente y se encargó de tapar las huellas que las pesadas botas de los militares dejaron en la nieve.

Pasha, junto a dos de sus mejores hombres, tomó posición horizontal en el suelo y, ayudado por los brazos, avanzó despacio, ocultándose entre los arbustos bajos coronados por sendos mantos plateados. Solo llevaba un par de metros de avance cuando escuchó un zumbido de voces.

Aquella misión y sus hombres eran responsabilidad suya, por lo tanto, se arriesgó y, tras alzar un poco la mirada, camuflada con una gorra militar color tierra, inspeccionó los alrededores. Lo que vio superó con creces las peores expectativas. Detrás del edificio de piedra se hallaba una marea de efectivos finlandeses, moviéndose afanados de un lado para otro, montando carpas y encendiendo hogueras; con seguridad, llevando a cabo acciones referentes al asentamiento de la base militar en ese lugar. Grandes pabellones oscuros con el logo finés dibujado bien a la vista se alzaban, de forma majestuosa, indicando que ese era su país y sus tierras.

Pasha había visto poco, aunque lo suficiente para comprender que debían batirse en retirada cuanto antes. Se arrastró con cuidado hacia atrás, avisando a sus compañeros que hicieran lo propio. Segundos más tarde, se reunieron con los otros soldados, conscientes de que el batallón enemigo preparaba la partida hacia territorio ruso.

El comandante sabía que tenía que actuar con rapidez, de lo contrario, la misión fracasaría y el bando finlandés podría tomar al ejército ruso por sorpresa. A esas alturas quedaban pocas opciones de retirada limpia. Era del todo imposible regresar por donde habían venido sin dejar rastro porque, por muy cuidadosos que fuesen, dejarían huellas y atraerían al enemigo, de forma irremediable, hacia los doce mil soldados rusos desprevenidos.

—Camaradas, al iniciar esta misión pensamos que era una sencilla, de reconocimiento y hemos subestimado a nuestro enemigo. He podido ver con mis propios ojos que el escuadrón finlandés está asentado en la frontera. No os voy a mentir, nuestra situación es muy complicada. Estamos atrapados y, por desgracia, las opciones disponibles son muy escasas. Debemos actuar con rapidez. —Pasha recorrió con la mirada las caras enrojecidas por el frío de sus valientes soldados sabiendo que era su deber quitar el miedo de sus rostros e insuflarles la energía necesaria para seguir luchando—. Podríamos salvarnos, es cierto, estamos a tiempo de huir, pero las huellas nos delatarían y pondríamos en peligro las doce mil vidas de nuestros camaradas. Creo que estáis de acuerdo conmigo en que es preferible la muerte de dieciséis hombres a la de todos nuestros compañeros.

—¿Qué propone, mi comandante? —preguntó Andrei Staliski, teniente oficial primero y amigo personal de Pasha—. Somos soldados valientes que no nos dejaremos derrotar sin luchar por salvar nuestras vidas.

—Solo hay una posibilidad, pero es sumamente peligrosa —afirmó Pasha con la mirada ensombrecida—. Es preciso retroceder unos cincuenta metros hasta llegar a un lugar llano y algo apartado del camino principal. Allí buscaríamos una zona cubierta por grandes mantos de nieve y nos enterraríamos bajo la misma.

—¿Enterrarnos vivos? —Un fornido militar dio un paso al frente asustado—. ¿Por cuánto tiempo? —quiso saber ansioso.

—Hasta caer la noche, que en Finlandia, en esa época del año, sería dentro de unas cuatro horas, aproximadamente.

—¿Cuatro horas? Eso es mucho tiempo, moriremos congelados. Yo prefiero luchar que esconderme como una rata en las entrañas de la tierra —remarcó otro soldado con sarcasmo.

—Sí habría una mínima posibilidad de enfrentar el batallón finés, lo haríamos, pero nuestro número de hombres es ridículo. La opción que os propongo es peligrosa, pero es la única que puede darnos una mínima posibilidad de salvar la misión y a nuestros hermanos. Nuestro camarada tiene razón, existe la posibilidad de morir congelados —aceptó el comandante los temores de sus hombres—. No obstante, debemos arriesgarnos puesto que no hay otra salida viable.

Las miradas de los valientes soldados se tornaron sombrías y los ánimos decayeron de forma visible. No se atrevían a contestar una orden directa, aunque la posibilidad de morir congelados o asfixiados por tierra enemiga no era el sueño de ninguno de ellos. Pasha tenía sus propios temores, pero debía mantenerse fuerte y decidido por sus hombres y por la gran responsabilidad que pesaba sobre sus hombros. Retomó la palabra tratando de sonar lo más convincente y seguro de sí mismo posible.

—En todo caso, vosotros os enterrareis todos juntos, de ese modo vuestro calor corporal os mantendrá a salvo. Yo me ocuparé de dejaros bien camuflados y haré pequeñas incisiones en la nieve para que no os quedéis sin aire. Luego, por supuesto, borraré todas las huellas para que el enemigo no os descubra.

—¿Y usted? —Andrei interrogó con la mirada a su superior, sabiendo de antemano que si este tomaba una decisión no había modo de hacerle cambiar de parecer—. Piensa sacrificarse por nosotros, ¿verdad?

Pasha bajó la vista y contempló, durante un largo segundo, la superficie cubierta de nieve de sus botas de cuero.

—Alguien tiene que quedarse el último para borrar las huellas. Es justo que esa persona sea yo. Una vez que os deje a salvo, buscaré un lugar alejado de vuestro escondite para ocultar mi cuerpo. Podrían llegar con facilidad hasta mí, ya que no quedaría nadie para ocultar las posibles señas, pero es mejor que me encuentren a mí a que nos encuentren a todos. Y si nuestro Dios no está de nuestra parte, es preferible que perezcamos nosotros a que lo hagan todos nuestros camaradas.

Extendió la mano esperando el acepto de sus subordinados, consciente del enorme sacrificio que les estaba pidiendo y se quedó observando orgulloso cómo, de forma paulatina, quince manos se posaron unas sobre otras hasta formar una gran montaña. Después de retirarlas, se hicieron señales de ánimo, puesto que el obligado grito de valor quedaba descartado.

Tras aquello, los valientes militares rusos, encabezados por el comandante Fedorov, se fueron en búsqueda del lugar perfecto para esconderse. Una vez lo encontraron, comenzaron a cavar con las manos en la nieve. Cuando formaron un hoyo lo bastante grande para albergarlos a todos, se apilaron unos contra otros esperando que el comandante Fedorov hiciera el resto. Él mantuvo el tipo delante de las miradas resignadas de sus hombres y los cubrió de nieve sin apenas vacilar, pero en cuanto los cuerpos quedaron ocultos, se permitió el lujo de perder la compostura, cayendo de rodillas y llorar. Lloró por la juventud de aquellos valientes muchachos, que, al igual que él, tendrían miles de sueños por cumplir y toda una vida por delante. Sentía que, de alguna manera, les había arrebatado todo aquello si su plan se malograba. No quería ni imaginarse de qué modo conseguiría conciliar el sueño por las noches y perdonarse a sí mismo si fracasaba en su intento por salvar la misión.

Finalmente se armó de valor, infundiéndose ánimos a sí mismo. Se esmeró en cubrir cualquier huella y abandonó el lugar cuando estuvo seguro de que no quedaba nada que pudiera delatarlos aunque, antes, cogió una rama que conservaba algunas hojas secas y barrió lo mejor que pudo los alrededores. Pidió en su mente ayuda divina, rezando un pequeño fragmento de una liturgia que había aprendido siendo niño.

Al cabo de un rato, se apartó de aquella zona buscando con la mirada un sitio aislado para él. Observó un pájaro sobrevolar un árbol majestuoso y le pareció una señal divina esconderse a pocos metros del mismo, por lo que comenzó a cavar con rapidez ya que las pisadas de los soldados fineses se escuchaban con mucha claridad. No le quedaba demasiado tiempo. Se situó de lado y se ocultó bajo un manto brillante y frío de nieve, rogando a todos los ángeles del cielo que provocasen una buena ventisca capaz de ocultar las huellas de su escondite.

Estaba aterrado ante la posibilidad de morir en ese agujero húmedo y estrecho y tuvo que hacer uso de toda la fuerza de voluntad de la que era capaz por mantenerse quieto y no sucumbir ante el miedo. Deseó con todas sus fuerzas que los soldados, enterrados a escasos metros de él, tuvieran la suficiente entereza y control para mantener la calma y permanecer quietos. Unas horas de espera y autocontrol y quedarían libres. Poco a poco, su cuerpo se fue acostumbrando a las condiciones adversas; inspiró hondo, cerró los ojos y todo se cubrió de una densa oscuridad.

 

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