Asya

Asya


¿Por qué no podemos olvidar?

Página 27 de 55

¿Por qué no podemos olvidar?

 

 

Pasha despertó con la impresión de que un tanque enemigo le había pasado por encima. Le dolían todos y cada uno de los músculos que poseía y una sensación de mareo le obligó a reposar la cabeza en la almohada, tras el primer intento de levantarse. Trató de hacer memoria y, poco a poco, recordó la subida de fiebre, el hecho de haberle pedido ayuda a Asya y el rato que compartieron mientras ella le administraba remedios para curarle. Creyó recordar haber sentido la mejilla de ella en su pecho, pero no supo si eso había sucedido en realidad o era tan solo producto de su imaginación.

El tic tac rítmico del reloj de cuco, colocado en la pared de su dormitorio, atrajo su mirada y comprendió sorprendido que había estado durmiendo al menos unas catorce horas, puesto que eran las nueve de la mañana.

Hizo el segundo intento de incorporarse y, en esta ocasión, logró su propósito. Se levantó con dificultad de la cama y se acercó a la ventana, donde se apoyó en el marco de la misma cruzando los brazos. Los rayos del sol, que entraban a raudales por el cristal, adquirieron la apariencia de oro líquido al filtrarse entre unas cuantas nubes rebeldes que cubrían la superficie celeste del horizonte.

Un trote de caballo llamó su atención y su corazón dio un vuelco brusco al encontrarse en su campo visual con Asya. Subida a lomos de Sadona, tenía la soberbia apariencia de una guerrera, con sus oscuros cabellos ondeados por el viento y sus labios rojos, ligeramente entreabiertos por el esfuerzo. Las mejillas sonrojadas contrastaban con su mirada color esperanza que aquella mañana lucía serena, como si todo el peso del mundo se hubiese alejado de ella. Además, al no saberse observada, actuaba con total naturalidad y el tensor que notaba en ella cada vez que se veían, había desaparecido. Sujetaba los arneses del animal en actitud relajada y su pecho subía y bajaba de un modo muy sensual con el trote del caballo.

Pasha se ocultó tras la cortina sintiendo que no debía espiarla, pero su poderosa presencia le atraía como un imán y no pudo estar alejado del cristal más de treinta segundos. Cuando regresó a su particular punto de vigilancia, la vio bajar de un salto de Sadona. Dos granjeros la saludaron con excesivo afán y en sus miradas se podía leer un libidinoso deseo. Las mandíbulas de Pasha se crisparon de forma involuntaria y tuvo que aguantarse las ganas de gritarles desde lo alto de su ventana para que apartasen la vista de ella. Más calmado por la indiferencia de Asya hacía ellos, se preguntó con amargura cómo aguantaría verla al lado de otro hombre. Uno al que ella mirase, como lo había mirado algunas veces a él; con deseo contenido, pasión arrolladora, arrebato. Pero ¿qué alternativa tenían? ¿Vivir solos, infelices y condenados para el resto de sus vidas?

La voz de su hermana lo sobresaltó y desvió la mirada, sintiéndose invadido por una buena dosis de culpabilidad. Se percató de su presencia demasiado tarde para apartarse de la ventana. Inspiró hondo y se preparó resignado para recibir su regañina.

—¿Qué tendrá esa mujer que no puedes apartar la vista de ella? —La voz de Natasha no sonó acusadora; sino más bien, apenada. No sermoneó a su hermano ni expresó su opinión al respecto. Lo miró con franqueza a los ojos y le acarició la mejilla en actitud consoladora—. Has conseguido levantarte, me alegro que estés mejor. Nos asustamos mucho, mamá y yo, al ver que no despertabas anoche, aunque Asya nos había dejado una nota explicándonos tu estado.

—Asya significa mucho para mí, eres mi hermana y me conoces mejor que nadie. Nunca he dejado de amarla. —Los dos contemplaron a través del cristal al amor de Pasha, tratando de asimilar lo que vendría a continuación. La veterinaria, ajena a la tormenta que estaba a punto de formarse en la casa, seguía con sus quehaceres, y en este instante revisaba de cerca la pata de un espléndido potro que relinchaba inquieto, deseando librarse de la atención de su cuidadora.

—No puedes hablar en serio —dijo, finalmente, Natasha luciendo un gesto abatido en el rostro—. No lo entiendo. Lo tienes todo para ser feliz, te encuentras en la posición de elegir a la mujer más hermosa y espléndida que quieras y tú sigues anclado en el pasado. Pasa página, ya no eres un mocoso que corre a su lado por las verdes praderas en búsqueda de perros abandonados. Desde siempre ha ejercido un extrañísimo poder sobre ti, lucha contra ella y libérate de una vez por todas. Date importancia, aniquílala, dale a entender que un respetado comandante del ejército no sigue aferrado a un efímero tonteo juvenil. Y si nada de lo que digo te hace entrar en razón, acuérdate que eres el cabeza de nuestra familia y tienes el deber de destrozarle la vida a ella y a los suyos. Por mucho que te empeñas en creer lo contrario, no tienes elección, hermano.

—He dicho que la amo, no que planee mi futuro con ella. Sé que eso es… imposible.

Pasha dejó de mirarla y se apartó de la ventana. Recogió su arrugada camisa colocándola sobre los hombros, no porque tuviera frío sino por sentir la necesidad de hacer algo para distraerse del objeto de su deseo.

—Es una bruja; de lo contrario, no me explico que sigas tan colgado de ella. Con seguridad habrá vertido sobre ti algún hechizo para que no dejes nunca de amarla.

—Asya no es ninguna bruja, y aclarado este punto, quiero que me escuches con atención. —Pasha cogió a su hermana del brazo y la taladró con una mirada categórica—. No la vuelvas a molestar. Nunca. Lo que hiciste con ella fue muy ruin.

—Ya veo. —Natasha adoptó una actitud irónica liberándose de la presión de su brazo—. Ha aprovechado nuestra ausencia para venir a quejarse. Muy lista y oportunista.

—De nuevo, la juzgas sin saber. No vino a buscarme, fui yo quien lo hizo para pedirle ayuda. De no haber sido por ella, me habríais encontrado delirando. Me subió mucho la fiebre y la pierna se me había inflado adquiriendo un preocupante tono azulado.

—Nos lo contó en la nota. Hablando de eso, acaba de llegar el médico, está esperando a que le dejes pasar. —Natasha hizo el intento de retirarse, pero se detuvo al ver la mano de su hermano cogida de su brazo, señal de advertencia.

—Natasha, hablo en serio. No permitiré que la vuelvas a molestar, ¿me has entendido?

No le quedó más remedio que asentir levemente y, aun cuando la voz tajante de su hermano le indicó que lo más sensato sería callar, no pudo aguantarse, expresándole su opinión al respecto:

—No me arrepiento de haberla puesto en su lugar. Todo lo que hice fue por tu bien. Algún día lo comprenderás. Encuentra el modo de sacarla de tu corazón. Encuéntralo, Pasha; de lo contrario, pisarás brasas encendidas toda tu vida. ¿Y sabes qué pasa cuando uno camina sobre el fuego? Que acaba quemándose.

Las lágrimas invadieron sus hermosos ojos azules, ribeteados por encorvadas pestañas del mismo tono claro que su cabello, y se dio la vuelta para salir corriendo.

Pasha suspiró, cubriéndose el rostro con sus manos. Natasha no era muy ortodoxa en sus acciones, pero sus advertencias tuvieron el poderío necesario para sembrar la duda en su cabeza.

Se acercó de nuevo a la ventana regresando la atención a la dueña de su corazón que, en este preciso instante, se quitaba la chaqueta de montar y desabrochaba los botones superiores de su camisa, ceñida al cuerpo, color beige con estampado floreado. A continuación, se dispuso a reunir todos los mechones oscuros en una coleta baja que enseguida ató con un cordel. El comandante sintió el fuerte impulso de ir tras ella, soltarle la melena y desabrocharle el resto de los botones de la camisa para quitársela. Sentir, de una vez por todas, el tacto de su piel pegada a la suya y besarla hasta que su corazón estuviera saciado de su sabor. Y, en este ardiente instante, tuvo una sorprendente revelación. Para poder olvidarla, primero debería tenerla.

Tras ese valioso descubrimiento, regresó a la realidad y llamó al médico. Necesitaba volver cuanto antes al río para poner en práctica sus nuevas aspiraciones pero, para que eso ocurriera, antes debía sanear su cuerpo.

 

Ir a la siguiente página

Report Page