Asya

Asya


La primera vez

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La primera vez

 

 

Desde que Pasha enfermó, todas las tardes, al terminar de trabajar, Asya montaba a Sadona y acudía al río. Sabía que, más tarde o más temprano, él también iría. Era su modo tácito de comunicarse y nunca les había fallado. Cada vez que se habían necesitado, habían acudido a la orilla del río sin que hiciera falta citarse ni quedar previamente.

Asya sabía que se encontraba convaleciente, puesto que el coche militar que conducía no se había movido de su sitio desde el día que lo dejó dormido bajo los efectos de los analgésicos.

Cada mañana, la veterinaria veía al médico llegar a la casa y marcharse horas más tarde. Se moría de ganas por saber detalles de su estado y la preocupación la consumía lentamente, pero la presencia de Natasha y la señora Fedorova constituía un impedimento más que importante que no podía obviar. Ni mucho menos eludir.

Cuando el camino se estrechó, Asya descabalgó y dejó a Sadona atada a un árbol, procurando que la zona estuviera plagada de pequeños brotes verdes para poder entretenerse el rato que la dejaría esperando. Avanzó con paso lento sumergida en sus pensamientos, admirando embelesada la explosión floral de un guindo salvaje, situado cerca de la orilla del río. El sonido frenético del curso del agua, junto a los intensos olores que desprendía la flor de guindo, le hizo olvidar por unos momentos la aflicción que sentía. Sonrió encantada ante la belleza que se extendía delante de ella y cuando pisó el muelle del río, su amplia sonrisa de segundos atrás se le congeló en la cara. Se detuvo en seco puesto que, a tan solo unos pasos de ella, la esperaba Pasha, apoyado en el tronco de un árbol.

No fueron necesarias las palabras. Los dos comprendían que lo que estaba a punto de suceder era peligroso, poco recomendable pero también inevitable. Un mal necesario sin el cual no serían capaces de avanzar, ni mucho menos, olvidar.

Corrieron el uno hacia el otro y se fundieron en un necesitado abrazo. Ella no fue consciente de que él le soltaba el pelo hasta que sintió un leve tensor en uno de sus mechones, ni que sus propias manos se habían metido por debajo de su chaqueta para acariciarle la piel desnuda de su espalda.

Le brillaron los ojos mientras sus labios se sellaron con una pasión desbordante. La boca de Pasha era ardiente y ansiosa. La de Asya, abrasadora. Se besaron con creciente intensidad, como si ese roce fuera lo único que importara en el mundo.

Las manos de él bajaron por su espalda y la abrazó con fuerza mientras la apretaba contra su pecho. Ella gimió y se aferró a él sintiendo cómo un deseo implacable aumentaba más y más. Cuando él soltó los botones de su vestido no hizo nada para impedirlo. El aire fresco de marzo la hizo estremecerse cuando la prenda abandonó su cuerpo. A continuación, Pasha se quitó su propia chaqueta y la extendió con cuidado sobre un tramo de tierra cubierto por algunos brotes de hierba recién salidos. Le tendió la mano, buscando la aceptación en su mirada, y Asya se la dio al tiempo que se sentaba a su lado. El militar se colocó sobre ella, aprisionándola bajo su cuerpo y la tumbó con delicadeza sobre su chaqueta. Le subió las manos por encima de su cabeza y, cuando la tuvo completamente expuesta, comenzó a acariciarla con la boca por el cuello, la cara, los pechos; provocándole un agradable cosquilleo por todo el cuerpo. Asya estaba impaciente, encendida y muy excitada, por lo que, entre beso y beso, le ayudó a deshacerse de su camisa. El íntimo contacto de sus cuerpos desnudos les hizo gemir de placer.

—Te deseo dentro de mí —susurró ella en sus labios, deseosa de apagar el incendio desatado en su interior. Sentía su cuerpo en llamas, ardiendo, consumiéndose de un modo abrasador.

Sus palabras cargadas de pasión fueron como un martillazo que sonó en el vigoroso cuerpo del militar. Era la señal divina de que estaban a punto de cumplir sus fantasías. Pasha le apartó el pelo de la cara con gesto impaciente y le dio un beso devorador, introduciendo su lengua muy hondo en su boca, sometiéndola y asediándola con toda la pasión de la que era capaz. Asya se dejó invadir, mareada por las dulces y suaves mariposas que se acrecentaban en la boca de su estómago. Su intimidad buscaba alivio, por lo que alzó las caderas y le rodeó con sus piernas, demasiado excitada para importarle que fueran a hacer el amor en plena naturaleza. A continuación, introdujo la mano entre sus cuerpos buscando su erección, que rozó con los dedos. Él se tensó visiblemente cuando ella le desabrochó los dos botones del pantalón de montar que llevaba puesto y le bajó la cremallera. Arqueó su cuerpo y se deshizo de ellos con la mayor premura posible. Se apoyó en los codos y la contempló con infinita pasión. Antes de unirse a ella de forma carnal deseaba empaparse del deseo que brillaba en sus ojos.

—Asy, nunca dejaste de ser mi Asy. Estoy temblando por la emoción. Nunca pensé que eso fuera tan intenso. Voy a intentar contenerme, pero no sé hasta qué punto podré conseguirlo.

—Pasha, no te contengas; quiero que sea intenso, que me sirva de alivio por todos los años de frustración vividos, y que me consuele en los días grises en los que no podré tenerte.

Se dieron otro beso enardecido que hizo que sus cuerpos buscasen enloquecidos el íntimo contacto. Pasha le rozó la sinuosa línea del cuello, después se deleitó con sus pechos, a los que rozó con las yemas de sus dedos hasta notarlos erguidos y excitados. Soltó un sonido gutural intenso al sentir las uñas de ella clavándose en la piel de su espalda.

—No puedo esperar, aunque me gustaría alargar un poco más el momento de entrar dentro de ti para que me sirva de consuelo por todos los días grises que no podré tenerte —declaró ardiente en sus labios.

—No quiero que esperes más. Por favor —le rogó suplicante.

Pasha le acarició las caderas y comenzó a bajarle la ropa interior lentamente por sus piernas. Una vez se deshicieron de la última prenda que impedía el contacto, le separó los muslos con gesto decidido y comenzó a acariciarla con los dedos hasta notarla húmeda y lista para él. Enredó una mano en su pelo, estirándola un poco al tiempo que colocaba su miembro en la deliciosa abertura y la penetraba de una embestida larga. Ella gimió y movió las caderas en búsqueda de más. Pasha cerró los ojos abrumado ante las sensaciones que irradiaban en todo su cuerpo. La necesidad y el deseo que sentía por ella arrancaron de sus labios agudos gemidos de placer. Se retiró despacio sin llegar a salir de ella y comenzó a moverse arriba y abajo. No estaban haciendo el amor, se trataba de algo mucho más intenso que eso, estaban alineando sus corazones en la misma honda cósmica a través del íntimo contacto, o al menos, así lo estaba viviendo él. Las siguientes embestidas fueron colmadas de deseo reprimido, de pasión encendida y de promesas rotas. Cuando las sensaciones iniciales dejaron de abrumarlos se miraron fijamente, consumiéndose el uno al otro, con los ojos, con los sentidos, mientras que sus cuerpos se saciaban, moviéndose con frenesí.

Asya gritó cuando su mundo entero se fragmentó. Le rodeó los hombros, aferrándose a él con todas sus fuerzas mientras su cuerpo se convulsionaba de forma violenta. El alivio provocado por el orgasmo le provocó alucinaciones y le pareció ver que estaba flotando encima de las coronas florecidas de los árboles. Pasha se dejó volar pocos instantes después y fue sacudido con la misma violencia que ella. Necesitaron varios segundos para poder calmar sus agitados cuerpos y apaciguar las convulsiones que les sacudió a ambos. Una vez llegada la calma, Pasha no se retiró de su interior permaneciendo quieto y abrazado a ella. Era hermoso y, al mismo tiempo, doloroso por lo que Asya rompió a sollozar sin saber por qué.

De pronto, una ráfaga de viento comenzó a soplar y una lluvia repentina cayó sobre el bosque. Pasha se retiró lentamente y, cambiando su postura corporal, se apoyó en el tronco del árbol para guarecerse de la lluvia. Rodeó desde atrás los hombros de Asya y la atrajo en sus brazos, consolando su llanto con un beso suave en la sien. Al advertir que se tranquilizaba, la estrechó contra su cuerpo con afecto. El paisaje, acompañado por el repiqueteo producido por las gotas de agua al caer sobre la superficie agitada del río, cortaba la respiración.

—Ha sido la experiencia más alucinante de mi vida —declaró Pasha al tiempo que le acariciaba con el dedo un mechón largo y ondulado. Bajó la cabeza y depositó un beso ardiente en su boca—. Gracias. Sabía que iba a ser de este modo.

—Ha sido perfecto. Gracias. —Asya se acurrucó mimosa en sus brazos deseando que ese momento de paz no se terminara jamás—. Fue tan intenso porque los dos lo hemos soñado infinidad de veces y nuestras mentes lo han vivido antes de que ocurriese. Me siento abrumada por todo lo que has despertado en mi interior y una tristeza muy honda me invade porque ambos sabemos que esto no puede volver a pasar.

Pasha la miró desesperadamente deprimido y su gesto tierno se volvió serio al instante. Deseó poder alargar al infinito aquel instante de armonía, con Asya desnuda en sus brazos y el sonido rítmico de las gotas de lluvia danzando sobre la superficie del río.

—Lo sé, a veces quisiera dejar de vivir en el pasado, es demasiado doloroso, pero sencillamente no puedo hacerlo.

—Lo más triste de todo es que la venganza no trae consigo la paz. Es solo un pensamiento desierto que los humanos tenemos en nuestro interior y que utilizamos para combatir el dolor, los agravios, la ira. Algún día lo comprenderás y todo quedará atrás, incluidos nosotros. —Asya se separó de su cuerpo sintiéndose violenta por estar desnuda en sus brazos, ahora que el manto de magia que los uniera había desaparecido. Sin saber por qué se consideró dolida en su amor propio. Era consciente de los abismos que les separaban y sabía que no debía esperar flores ni corazones; sin embargo, no pudo evitar abrigar decepción al ver que Pasha se rendía con tanta facilidad—. Algún día. Ahora creo que deberíamos marcharnos.

—Todavía no. —Pasha detuvo su intento de levantarse demandando su completa atención—. Quiero decirte algo.

El embriagador sabor de la esperanza se apoderó de todo su ser y el corazón le latía con fuerza mientras esperaba que Pasha se abriera ante ella. Quizás, al final, sí había esperanza para ellos.

—Claro. —Fue todo lo que logró susurrar.

—¿Sabes cómo sería la mujer que desearía a mi lado para siempre? —Asya dejó prácticamente de respirar, deseando atesorar todas y cada una de las palabras que él parecía a punto decirle—. Sería libre como el viento y no se sometería ante nadie, ni siquiera ante mí. Tendría la cara bronceada por el sol y caminaría con la dignidad de una reina. Sería un águila que volaría hasta donde ella quisiera, pero un águila fiel, que siempre regresaría a mi lado.

Todo el entusiasmo de segundos atrás se convirtió en amarga decepción al entender que Pasha nunca abriría su corazón ante ella, o al menos, no del modo que esperaba. No dudaba de sus sentimientos, estaba segura de que la intensidad de lo vivido lo había impactado a él tanto como a ella, pero no hasta el punto de lanzarle una declaración de amor en condiciones.

—Espero que la encuentres pronto, aun cuando no seas capaz de nombrarla. —Un atisbo de irritación comenzó a brillar en sus ojos mientras le miraba fijamente—. Ahora es mi turno para contarte cómo no sería el hombre que quisiera a mi lado para siempre. No sería vengativo, ni le darían miedo sus propios sentimientos. No tendría recelo en desvelar su corazón ni antepondría el amor ante el deber. No daría rodeos tontos y sin sentido delante de la mujer que ama.

Sus reproches alcanzaron de pleno a Pasha que se quedó algo desconcertado, como si no hubiese comprendido la falta que se le atribuía. Se puso rígido y soltó el mechón que estaba acariciando con sus dedos. Retiró la mano que rodeaba sus hombros en una inequívoca declaración de rendición. Todo su ser anhelaba darle a la mujer que amaba lo que tanto necesitaba, aunque no encontraba la forma de llegar hasta ella. Asya percibió su repentina frialdad por lo que se apartó de su cuerpo y buscó su vestido. No habían conseguido superar los obstáculos y los dos lo sabían. El amor no bastaba para prevalecer al rencor, el odio y la desconfianza. Ni mucho menos una dolorosa venganza.

—Deberíamos irnos —señaló él, al tiempo que cogía sus pantalones de montar y se apresuraba en ponérselo.

Se separaron del mismo modo que se encontraron, en silencio. Asya fue la primera en marcharse. Fue en búsqueda de Sadona sin girar la cabeza ni una sola vez. Pasha imitó su ejemplo instantes después y, una vez montados en sus respectivos caballos, se marcharon sin despedirse, convencidos de que, a partir de ese momento, comenzarían a olvidarse el uno al otro.

 

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