Aster

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PLANETA DEL OLVIDO

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La puerta exterior de ésta se abrió cuando el del traje espacial llegaba a ella, y Colgrave efectuó un deslizante aterrizaje en el interior. Su actuación con el traje no la habría mejorado el mismo Ajoran. Cerró la llave impelente del mismo y fue a la puerta interior, con la mano izquierda levantada a través de la delantera del casco, hurgando la espita de oxígeno, pues quería ocultar durante un momento su rostro a quien estuviese al otro lado de la puerta; previsor, tenía en la diestra su arma.

Abrióse la puerta. El encargado estaba en posición de firmes, rígido, ante el panel de control, a dos metros, con su rifle en el suelo y la vista enfrente. Bendiciendo mentalmente la disciplina de Rala, Colgrave fue a su lado, tomó el arma del suelo y asestó con la culata un fuerte golpe en la parte posterior del cráneo del hombre.

Cuando éste volvió a abrir sus ojos, pocos minutos después, le dolía la cabeza y tenía una mordaza en la boca, las manos atadas a la espalda, en tanto que Colgrave vestía su uniforme.

Colgrave le ayudó a ponerse en pie, y empujándole con la boca de la pistola, ordenó perentorio.

—A la cámara de mando.

El hombre echó a andar y Colgrave le siguió, con el gorro del uniforme bajado para ocultar su cara. Al cinto llevaba la pistola de Ajoran y un aturdidor que había quitado a su prisionero. El rifle de energía de éste y el que iba sujeto al traje espacial los había escondido en un gabinete anexo a la cámara intermedia. Había reunido casi un arsenal.

Cuando llegaron al ancho pasillo principal del nivel superior de la nave, detuvo al hombre y volvieron sus pasos a la última puerta ante la que habían pasado. Colgrave la abrió. Un despacho de una extraña especie... Empujó al hombre adentro y le siguió, cerrando la puerta.

Salió pocos segundos después, metióse nuevamente el aturdidor en el cinto y se quedó a la escucha. El Talada parecía sumido en un silencio casi espectral. No era sorprendente, pensó. El número de hombres que le seguían, indicaba que a bordo sólo permanecían aquellos de la tripulación, necesarios para coordinar la captura y mantener las medidas de seguridad planetaria de la nave. Podrían ser diez o doce, a lo más, y cada uno de ellos ocuparía su puesto en aquel momento.

Colgrave se dirigió al pasillo principal, andando por él quedamente. Ahora pudo oír un intermitente murmullo de voces procedentes de la cabina de mando. Una de las voces parecía ser de mujer, pero no estaba seguro.

Llegado a aquel punto nada se ganaba con vacilar. La cámara de mando era el centro nervioso de la nave, pero podían haber más de cuatro o cinco personas en ella. Colgrave tenía en cada mano un arma cuando llegó al espacio abierto ante la puerta. La atravesó y bajó sin prisa la escalinata de alfombrados peldaños que conducían a la cámara de mando, reteniendo en su vista y en su mente los detalles de la escena que en ella se desarrollaba.

La compañera de Ajoran era la más próxima, y se hallaba sentada ante una mesita, con la atención puesta en el hombre del transmisor-receptor instalado en una esquina de la izquierda, quien estaba vuelto de espaldas y llevaba un arma al cinto. Más allá, había otro hombre frente al pasillo, pero inclinado sobre algún instrumento colocado en la mesa, el cual le escudaba casi por completo, lo que le hacía ser el más peligroso de los tres. Nadie más estaba a la vista, pero no quería esto decir que no hubiese allí alguien oculto.

Hace reparó en su presencia cuando llegó al pie de la escalerilla; movió la cabeza bruscamente y pareció a punto de hablar, pero sus ojos se dilataron de par en par al reconocerle.

Colgrave tendría que alcanzar al hombre de la mesa en el instante en que ella chillara. Pero no gritó, sino que alzó la mano derecha, y con dos dedos separados señaló con vehemente ademán de la cabeza al operador comunicante y luego al hombre de la mesa.

¿Sólo dos? Bien, probablemente era verdad. Pero mejor sería emplear el aturdidor con Hace antes de intentar contender con los dos hombres armados.

En aquel momento, el operador miró en torno.

Era joven, y su reacción fue tan rápida como la de Hace. Se echó a un lado de su silla con un grito de prevención, y rodó por el suelo requiriendo al par su arma. El hombre tras la mesa, no tuvo oportunidad alguna, pues al incorporarse, sobresaltado, un disparo de energía le alcanzó en la cabeza. Tampoco la tuvo realmente el operador, pues Colgrave giró rápido el arma a la izquierda, y al ver unos ojos rezumando odio clavados en él y una mano a punto de alzar el arma, disparó de nuevo.

Esperó luego varios segundos, alerta a cualquier movimiento ulterior. Pero la cámara de mando permanecía tranquila. Así pues, la compañera de Ajoran no había mentido.

Permanecía aún donde antes estaba, inmóvil hasta que Colgrave se volvió hacia ella. Entonces dijo quedamente, con expresión incrédula:

—¡Parece cosa de magia! ¿Cómo pudo usted entrar en la nave?

Colgrave miró el negro y feo verdugón que su puño había causado en la mandíbula de Hace, y respondió.

—Con el traje espacial de Ajoran, desde luego.

Hace, vacilando, dijo:

—¿Ha muerto?

—Por completo —respondió irónicamente Colgrave.

—Hubiese deseado matarlo yo misma. Lo habría hecho finalmente, creo... —Vaciló de nuevo—. Ahora no importa ya. ¿Qué puedo hacer para ayudarle a usted? Andan en apuros allá en el pantano.

—¿Qué clase de apuros?

—No resulta claro. Ignoramos lo que ocurre pues no hemos podido obtener ningún informe inteligible de los dos comunicantes. Estaban excitados, gritaban... algo casi irracional.

Colgrave frunció el entrecejo y movió luego la cabeza.

—Vamos a limpiar primero la nave. ¿Cuántos hay a bordo?

—Nueve, además de estos dos... y yo.

—El de la cámara intermedia está ya a buen recaudo —dijo Colgrave—. Ocho, pues. ¿Y en el salvavidas?

—Nadie. Ajoran había preparado una trampa allí para usted en caso de que volviese antes de que lo atraparan. Usted habría llegado a su interior, pero no hubiese podido poner en marcha los motores y por lo tanto sin poder volver a salir luego.

Colgrave gruñó:

—¿Puede usted hacer que los hombres de la tripulación vengan individualmente a la cámara de mando?

—Sí, creo que puedo conseguirlo.

—Quiero ante todo que preste atención a las armas.

—Desde luego —Hace sonrió levemente y se puso en pie—. ¿Por qué confía usted en mí?

—No sabría decirlo.

Los tripulantes fueron entrando uno por uno, sin sospechar nada; de espaldas también, con el aturdidor, uno por uno los fue dejando fuera de combate. Poco después, un transportador de carga iba al tanque de Talada. Hace permaneció apartada, mientras Colgrave abría la plancha de la profunda cavidad, echándola hacia atrás. De aquella especie de bodega brotó un denso hedor. Colgrave miró un momento al aceitoso líquido flotando tres metros abajo; luego arrastró por turno a los ocho hombres que iban en el transportador, fue metiéndolos en el tanque y, finalmente, volvió a cerrar la tapa.

Una voz de hombre balbuceaba palabras sollozando. Otra chillaba como presa de súbito espanto; luego se oía una rápida y jadeante respiración mezclada de pánico con los sollozos.

Colgrave cerró el transmisor-receptor y miró a Hace.

—¿Es así como fue antes?

—¿No es eso ya locura? —Su voz era titubeante—. Ambos son totalmente incapaces de responder. ¿Qué puede haber ocurrido en ese pantano para haberlos aterrorizado a tal extremo? Cuando menos algunos deberían haber vuelto a la nave... —Hizo una pausa—. Colgrave, ¿por qué nos quedamos aquí? Usted sabe cómo son... ¿por qué preocuparse por ellos? No necesita a ninguno para manejar la nave. Una persona puede llevarla a la Tierra en caso necesario.

En el pálido y bello rostro de Hace fulguró rápida una mirada de enojo.

—¡Yo no soy de Rala! Fui raptada en una incursión a Beristeen cuando tenía doce años. Desde aquel día, nunca deseé otra cosa sino escapar de Rala.

Colgrave rezongó y se frotó la mandíbula.

—Comprendo... Bien, no podemos partir ahora. Sencillamente, porque dejé el Archivo Sigma en ese pantano.

Hace le miró con fijeza.

—¿No lo ha destruido usted?

—No. No llegó la cosa hasta ese extremo.

Ella rió brevemente.

—¡Colgrave, es usted magnífico! Ajoran estaba convencido de que el archivo estaba perdido, y que la única probabilidad de salvar su pellejo era capturarle a usted vivo para descubrir lo que había sabido de los Mundos Lorn. No, no puede usted abandonar el archivo, desde luego. Lo comprendo. ¿Pero por qué no elevamos la nave a la atmósfera hasta mañana? —Y señalando con un ademán de la cabeza al transmisor-receptor dijo—: Ese trastorno, cualquiera que haya sido lo ocurrido allí, deberá haber cesado para entonces. El pantano volverá a la calma. Y entonces podría usted buscar un medio para recuperar el archivo sin demasiado peligro.

Colgrave meneó la cabeza y se puso en pie.

—No, no sería necesario. El rastreador humano era dirigido desde la nave, ¿no es así? ¿Dónde está el aparato de control?

Hace indicó la mesa, a seis metros de ella, ante la que había estado sentado el hombre cuando Colgrave penetró en la cámara de mando.

—Ahí encima. Eso es lo que él estaba haciendo.

—Echémosle un vistazo —dijo Colgrave—. Quiero que el rastreador vuelva a la nave.

—Fue en dirección a la mesa. Hace se puso en pie y le siguió.

—Siento no poder decirle cómo funciona —observó.

—Yo seré capaz de hacerlo —repuso Colgrave—. En una ocasión jugueteé unas cuantas horas con un rastreador humano capturado que había sido embarcado en Tierra. Este parece ser de un modelo muy similar. —Miró las oscuras manchas en la pantalla que formaban el centro del aparato de control, y apretó un botón a un lado del mismo—. Vamos a ver lo que está haciendo ahora, antes de que lo vuelva a la nave.

La pantalla se aclaró súbitamente. La escena era aún oscura, pero los detalles de la máquina, distintos. Una ondulante capa de hierba se deslizó lentamente bajo el rastreador, aproximándose cada vez más a una frondosa maleza, la cual se cerró a su alrededor. Hace dijo:

—El operador estaba intentando descubrir a través del rastreador lo que estaba sucediendo a los hombres, pero salió fuera del radio de sus linternas casi tan pronto como empezó el disturbio. Al parecer, esos artefactos no se paran una vez puestos en movimiento.

—No, a menos que uno conozca el mecanismo de detención —convino Colgrave—. El teleguía los pone en marcha y observa lo que están haciendo. Y ellos prosiguen, y acabada su tarea vuelven al punto de partida. Todavía está siguiendo mi pista. Ahora...

—¿Qué es esa luz? —preguntó inquieta Hace—. Parece como el reflejo de un incendio.

El rastreador había surgido de la espesura, girando a la izquierda, y estaba deslizándose sobre una franja de agua, e internándose en ella. En la superficie de enfrente había pálidos resplandores anaranjados.

Colgrave los examinó, y dijo:

—A mi parecer, eso significa que hay una luna en el firmamento. —Pulsó otro botón del aparato, se desvaneció la escena y prosiguió—: Esto borra las últimas instrucciones que le dieron. Regresará a la nave dentro de pocos minutos.

Hace le miró.

—¿Qué es lo que usted pretende?

—Voy a montar en él para volver al pantano.

—¡Ahora no! Por la mañana usted...

—No creo que pueda correr ningún peligro. Y ahora, busquemos un lugar seguro donde pueda permanecer usted encerrada hasta mi regreso. Como usted misma dijo, basta una persona para remontar esta nave y marcharse con la música a otra parte...

 

VI

A ciento cincuenta metros sobre el suelo, sentarse en el sillín del rastreador no era cosa tranquilizadora. Pero la máquina resultaba considerablemente más fácil de maniobrar que lo hubiese sido el traje espacial, y la ruta directa por aire al árbol gigantesco en el cual había escondido el Archivo Sigma, era la más corta y rápida.

Colgrave estaba casi seguro de que nada había sucedido al archivo, pero no lo sabría con toda certeza hasta que lo volviera a tener en sus manos.

La luna anaranjada que había remontado el horizonte era grande, de un diámetro aparentemente doble del sol. Colgrave estaba manteniendo una marcha descendente en dirección al rastreador. Pero no pasaron sino pocos minutos antes de que descubriese el gran árbol a la tenue luz, enfrente y un tanto a la derecha. Guió la máquina sobre él, dio dos lentas vueltas en torno a su copa, mirando hacia el enmarañado sistema de raíces del gigante. Apretó Colgrave el botón de cierre, y permaneció en el sillín durante unos momentos, mirando en derredor y a la escucha.

En el pantano reinaba un pandemónium de chirridos, gorjeos, suaves ululares y débiles gritos. Un silbido penetrante se oyó tres veces sobre la copa del árbol. Tras él, no muy lejos, se percibía un lento y pesado chapoteo que se atenuaba gradualmente. Al propio tiempo, le pareció a Colgrave oír algo así como extrañas palabras. Podrían ser voces humanas, débiles por la distancia, o simplemente producto de su imaginación.

Nada se movía en la proximidad, y Colgrave sacó el aparato de control, se deslizó del sillín al suelo, y se posó sobre la masa de las raíces del árbol. Fue más allá, encontró un lugar seco y colocó en él el aparato de control fuera de la vista, tras lo cual fue rodeando cautelosamente el enorme tronco, resbalando diversas veces el fango de la viscosa maraña de raíces...

Allí era donde había escondido el Archivo Sigma, una especie de cala pequeña se extendía casi hasta el tronco, con una profundidad de metro y medio. Colgrave se metió en ella. Se movió al extremo de la calita, hizo una profunda inspiración, se agachó, y un agua caliente le cubrió la cabeza. Tanteó entre las enrejadas raíces, tocó el archivo, lo empuñó por el asa, lo sacó afuera, y saliendo del agua, empezó a dar un rodeo alrededor del árbol.

Colgrave se detuvo. Se trataba casi de una repetición exacta de lo que había sucedido después de que llevara a ocultar allí el Archivo Sigma. Entonces era de día, y lo que ahora veía, como una voluminosa forma antropoide a la sombra del árbol, ya había sido claramente visible en aquella ocasión. Era un monstruo verdoso, grande como un gorila, con una inmensa cabeza redonda de bruscos movimientos, que no mostraba en absoluto rasgo alguno a través de sus frondosos apéndices. Era más voluminoso de lo que le había parecido a distancia desde la ladera del cerro, y de una altura aproximadamente de dos metros y medio.

La primera vez, la bestia había estado sólo a poca distancia, cuando la vio moviéndose en su dirección en torno al árbol. Su reacción instantánea había sido entonces sacar el arma de su funda...

Ahora permaneció quieto, mirándola. Sentía los acelerados latidos de su corazón. Pero, se dijo a sí mismo, aquél era un monstruo esencialmente vegetariano, y era pacífico, porque disponía de medios completamente eficaces de defensa. Podía sentir el impulso de atacar a un carnívoro que se le acercase y hacer que abandonara sus propósitos de agredirle. Colgrave siguió adelante. No tenía intención ni debía causar daño alguno a aquel desmesurado "fleegle" se dijo a sí mismo. Ya que tampoco éste tenía la intención de causárselo a él. La bestia no se apartó de su sitio al ir él hacia ella, sino que se volvió lentamente para estar frente a él cuando dio otros pasos para acercársele.

Colgrave miró hacia atrás pero nada observó, ni oyó ningún movimiento a su espalda.

Vio al rastreador humano flotando inmóvil sobre el fuego, puso en el suelo el archivo y sacó el aparato de control del rastreador de donde lo había dejado. Minutos después, se hallaba de nuevo en el sillín de la máquina, a la luz de la luna, apartado del árbol gigante, y con el Archivo Sigma sujeto al cinto.

Marcó una serie de instrucciones en el aparato de control, las comprobó cuidadosamente y luego de colocarlas en el marco lo conectó de nuevo.

El rastreador humano giró decididamente y fue deslizándose a través del pantano. A unos cien metros había tres "fleegles", de tamaño un tanto menor que el que estuviera debajo del árbol, vadeando lentamente por el fango que les cubría las piernas. Se detuvieron al aparecer la máquina, y Colgrave experimentó un sentimiento de amistosidad y de admiración por aquellos seres, hasta que quedaron ya muy atrás. Poco después el rastreador humano se detuvo en el aire sobre el primer componente de la tripulación extraviada del Talada.

El hombre se había arrastrado a una espesura y estaba llorando lastimeramente; y cuando dos garfios de la máquina penetraron en la espesura y lo prendieron, aulló de terror. Colgrave miró curioso, deseando contemplar la escena. Recogido el hombre tras abrirse el tanque preservativo por un momento se le llenaron las ventanas de la nariz con el hedor del líquido. Hubo luego un chapoteo y cesó bruscamente aquel aullar. Y se oyó de nuevo el ruido de la puerta del tanque al cerrarse.

El rastreador humano funcionó otra vez girando a un nuevo punto. Sus instrucciones eran ahora recoger a todo ser humano que se encontrara por allí en su radio de acción.

Habían estado con los nervios de punta desde el principio, se dijo Colgrave. Sus rifles habían abatido ya a una bestia que, rugiendo monstruosamente y en la oscuridad se dirigía hacia ellos. Probablemente, los rifles podían dar buena cuenta de cualquier otra que pudieran tocar. Pero no les había gustado el aspecto del pantano por el que les estaba conduciendo el rastreador humano. Vadeando baches, resbalando en el fango y proyectando sus linternas en derredor a cada sombra amenazante, seguían a la máquina, maldiciendo entre sí la orden que les había enviado en persecución del agente de información de la Tierra, en aquella hora en que estaba cayendo la noche.

De pronto, un gran ogro verde había aparecido en uno de los haces de luz...

Y al ir a tomar una decisión, comenzaron a olvidar... Progresivamente iba invadiéndoles una extraña amnesia. Los hombres llevando rifles, olvidaban que los llevaban. Hasta que volvieron a ver "fleegles"...

Las pocas horas pasadas se habían borrado de su memoria, de su cerebro. Se hallaban de noche en un pantano sin saber cómo o por qué estaban allí. Pero tenían rifles en sus manos y una especie de ogro los contemplaba.

Meses olvidados, ahora... El "fleegle" podía mantenerse firme.

Y hacia ese momento comenzó la desbandada de los hombres, desperdigándose a través del pantano. Pero los "fleegles" estaban por doquier, y tan pronto como se alzaba un arma a impulsos del pánico, se iba otro pedazo de su memoria. Hasta que fue abatida la última arma.

El rastreador humano no seguía ya a los hombres, sino a niños de cuerpos desarrollados, ocultándose en tropel en la noche húmeda y oscura de un mundo de pesadilla, aturdidos y sin comprender lo qué ocurría, incapaces de hacer otra cosa sino gemir y lamentarse, chillando cuando los garfios de la máquina los asía y eran metidos en el tanque.

 

VII

Colgrave salió del compartimiento en el que se encontraba el rastreador humano, cerró la puerta y desconectó el aparato de control.

—No ha cerrado aún el tanque —observó Hace.

—Lo sé. Volvamos.

—Todavía no veo claro lo que ha ocurrido —prosiguió ella mientras caminaba a su lado por el pasillo—. ¿Dijo usted que perdieron al memoria?

—Sí. Es una cosa temporal. Yo sufrí la misma experiencia al llegar aquí, aunque no creo que fuera tan dura como lo ha sido para la mayoría de ellos. Si no estuviesen flotando ahora en ese líquido, dentro de unas horas comenzarían a recordar...

Abrió la compuerta que daba al tanque y empujó hacia ella a Hace, quien arrugó la nariz en automática repugnancia ante el olor del líquido preservativo, diciendo:

—Es una cosa muy rara. ¿Cómo podría cualquier ser viviente afectar de tal manera a una mente humana?

—No lo sé —respondió Colgrave—. Pero no es eso lo importante ahora. —Siguió a Hace, cerró la puerta tras sí, y añadió—: Ahora la cosa será más bien desagradable, pero aun así vamos a zanjarla.

Ella le dirigió una mirada ansiosa.

—¿Zanjar qué, Colgrave?

—Usted irá a la Tierra, como dijo que deseaba, pero lo hará con la tripulación que está ahí abajo.

Hace se volvió en redondo para mirarle de frente, con ojos llenos de terror.

—¡Ah... no! ¡Colgrave... yo... usted no podría...!

—No la quiero a usted en la nave —replicó él—. Sin embargo, podría haber pensado en otro medio para que no fuese usted un problema... de no haber muerto, como lo hizo, mi piloto.

—¿Qué tiene eso que ver conmigo? —Su voz era estridente—. ¿No le ayudé a usted en la cabina de control?

—Usted fue muy lista allí —dijo Colgrave—. Pero usted habría ido al tanque con el primer grupo, de no haber pensado que yo le sería útil en cierto modo.

—¿Pero por qué? ¿Es que tengo yo la culpa de lo que Ajoran hizo?

Colgrave se encogió de hombros.

—No lamento lo que le ocurrió a Ajoran. Pero no soy lo bastante estúpido como para pensar que un agente de información de Rala saliera con un traje espacial para ayudar a mi búsqueda, dejando la nave a cargo de un par de oficiales agregados. Ajoran salió afuera porque se le ordenó que lo hiciera. Y había además, otras cosas. Lo que lleva a la conclusión, mi estimada dama, que usted es el agente principal de esta operación. Y que le vendría de perlas el volver a Rala con el Archivo Sigma, no dejando a nadie con vida para decir cómo se le escapó de las manos.

Hace se humedeció los labios, sus ojos lanzaban salvajes miradas al rostro de Colgrave.

—Colgrave, yo... —comenzó, suplicando.

—No —atajó Colgrave.

Puso la palma de la mano sobre el pecho de la mujer, dándole un fuerte empujón que hizo tambalear a Hace ante la compuerta ahora abierta del tanque. Se oyó un chillido agudo y un chapoteo. Colgrave miró abajo. La aceitosa superficie estaba lisa de nuevo. Con rostro severo bajó la compuerta, la atrancó, y abandonó aquel lugar.

Transcurrieron unas dos horas. El Talada, suspendido en el espacio, cerca del borde del sistema solar que contenía al mundo de los "fleegles". Colgrave había completado sus estudios del sistema de navegación de la nave. Había un dispositivo corriente para las naves de largo radio de acción, de auto-localización y dirección automática. Una vez se trazaba el rumbo a la aeronave, no tenía otra cosa que hacer el nauta sino esperar tranquilamente la llegada al lugar de destino en el punto y hora previsto.

Pero había algo más en qué ocuparse antes de la partida, y de lo cual no se había atrevido a pensar en el planeta.

Los computadores del Talada sabían dónde estaba de nuevo, pero no habían registrado el hecho. Para la mayor parte de las rutas de navegación, ello no tenía importancia. Únicamente había de saberse a dónde se deseaba ir. El establecer una comprobación localizadora era una operación aparte, que le llevaría cuando menos otra hora.

Poco antes de su retorno a la nave, mientras el rastreador estaba recogiendo a un hombre que había ido más lejos que los demás, allá, en otro extremo del pantano, se fijó de pronto en el resplandor de verde luminiscencia a su izquierda. Volvió entonces a su sillín para mirarlo con los prismáticos.

Había un amplio calvero en la boscosa ladera del cerro, sobre el nivel del pantano. Colgrave había estado con la mirada fija en él, con una sensación de temor casi supersticioso. Un grupo de "fleegles" estaba metiéndose lentamente allí, y otros varios surgieron del mismo. Daba aquello una impresión de algo ordenado y dispuesto, extendiéndose muy allá de la verde y opaca luz bajo el cerro. "El equivalente de seres humanos", se dijo. Más allá pudo percibir unas vagas y verdes figuras descomunales más altas que aquéllas, moviéndose en derredor.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo cuando el rastreador depositó su último cautivo en el tanque. Girando la máquina se deslizó hacia el centro del pantano. Colgrave tenía la firme convicción de que no debería hacer nada que llamase la atención sobre su persona.

Pero cuando la máquina Ileso sobre una densa espesura eme debería haberle ocultado la visión, miró hacia allí. El calvero había desaparecido.

Una civilización subterránea de alguna clase, una inteligencia... En todo el tiempo que el hombre había estado en el espacio no había ningún recuerdo ni registro precedente de haberse establecido contacto con otra raza inteligente.

Quizá nunca dedicamos tiempo a saber realmente de su existencia, pensó Colgrave.

Nuestra ocupación principal parece haber sido el habernos estado combatiendo mutuamente. La próxima e inminente guerra con Rala impediría cualquier acción inmediata, a tenor de lo que el informe establecía. Pero algún día, una expedición científica partiendo de la Tierra iría a instalarse en el Mundo Fleegle, y establecer contacto con aquel mundo hasta ahora desconocido.

Colgrave se inclinó hacia adelante en su asiento, tiró hacia él el localizador del Talada, manipuló la palanca del sistema conmutador, y apoyó su mano sobre el dispositivo de activación, acelerando la velocidad de la aeronave. Siguió luego callado, con la cabeza levantada, un tanto inclinada a un lado, en actitud de escucha.

De alguna parte, desde muy lejos, una profunda y serena voz le estaba dirigiendo un mensaje. "¡OLVÍDELO!", decía.

Colgrave lanzó una perpleja mirada al localizador, lo desconectó, se puso en pie y seguidamente examinó, brevemente el mapa para orientarse y accionó la palanca de impulso. El Talada comenzó a moverse.

Colgrave desde su asiento, contemplaba en la pantalla un sol amarillo cuyo disco veía deslizarse lentamente, apartándose de él. Experimentó una momentánea sensación, de que algo estaba ocurriéndole... era como si se nublara su cerebro, algo muy importante, pues podía ahora quedar perdido para siempre. Pero seguidamente lo olvidó. Paralizada su memoria, se hallaba desconectado de sí mismo... Seguía olvidándolo todo.

 

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