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PLANETA DEL OLVIDO

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Ron Goulart

 

RON GOULART, autor de esta narración, es un hombre relativamente joven cuya profesión es la de redactor publicitario en una compañía de San Francisco, California. En sus horas libres se dedica a escribir novelas de Ciencia-Ficción, destacando en todas ellas, aparte de sus indudables dotes como escritor, un fino humor satírico que hace que sus narraciones provoquen en muchos casos verdaderas carcajadas al lector. En esta graciosa novela nos presenta un hospital del futuro, en el que el automatismo juega el papel principal de la obra.

 

Arnold Vesper oprimió con la palma de la mano el resorte necesario para que la máquina expendedora de flores arrojara una fina lluvia de confeti y pétalos amarillos. A continuación dio un golpecito a la máquina y su tarjeta de crédito salió por la ranura de devoluciones. Recogiéndola, Vesper se volvió con un pequeño gesto de desagrado, y se dirigió hacia las escaleras mecánicas que le conducirían hasta la entrada de visitantes del hospital.

En realidad, él no conocía personalmente al Sr. Keasby. Por lo tanto, no habrían sido necesarias las flores a no ser por el hecho de que su padre hubiera insistido sobre este particular. Bueno, la verdad es que él siempre había hecho demasiado caso de los caprichos del anciano. Este vivía en una Residencia para Ancianos del tipo Sun Tower en el Sector Laguna, del Gran Los Ángeles. Su padre se había enterado de que su viejo camarada Keasby estaba enfermo en un Hospital Urbano de Caridad y pidió a su hijo que le hiciera una visita en su nombre.

Aquí teníamos, por tanto, al pobre Vesper, haciendo encargos para su padre, a los treinta años de edad. Bueno, en realidad habría podido prescindir de las flores.

El Hospital Urbano de Caridad número 14 era un edificio de color amarillo pálido y daba la impresión de que toda su fachada fuera de consistencia un tanto pegajosa. La verdad es que el amigo de su padre podría haber ahorrado un poco más de dinero de su salario todos los meses y de esta forma habría tenido derecho a un buen seguro de enfermedad y no habría tenido que ir a parar a un Hospital de Caridad como éste. Vesper deseaba de corazón que el pobre viejo no fuera de aquellos que gustaban de interminables historias acerca de la organización de los centros de alimentación allá por el año de 1990. Bastante tenía con escuchárselas a su padre de vez en cuando.

El portero automático era de los del tipo gordo y rosado. Tan pronto como le vio entrar, comenzó a decir:

—Las visitas terminan siempre a las ocho en punto. Asegúrese de que está fuera del hospital a esa hora y no me obligue a echarle de una forma menos cordial, ¿entendido?

—De acuerdo —dijo Vesper—. ¿Dónde está la Sala 77?

—Vaya hacia la derecha y a continuación hacia la izquierda hasta el corredor cuatro, ascensor G. Suba al tercer piso, al salir tuerza a la izquierda y después a la derecha. Váyase ahora.

Vesper se fue hacia la derecha tal y como le había indicado el robot-portero y al final del pasillo torció a la izquierda. Observó entonces que todos los corredores que partían de éste ostentaban letras y no números. Continuó andando, disminuyendo el paso.

De pronto, en frente de él se empezó a abrir una porción del piso, al tiempo que comenzaba a sonar un timbre en algún lugar del techo. Una camilla con ruedas y mandos automáticos apareció entonces delante de él, transportando a un individuo robusto, de mediana edad, que no dejaba de prorrumpir en gemidos. La camilla emitió un pequeño ruido y comenzó a moverse hacia delante. El timbre dejó de sonar entonces. Vesper se hizo a un lado y se quedó quieto para dejar pasar la camilla, pero entonces se dio cuenta de que ésta comenzaba a hacer eses, como si hubiera perdido algún tipo de control. El pobre hombre que iba en la camilla dio por fin con sus huesos en el suelo, al tiempo que comenzaba a sonar nuevamente el timbre. Vesper corrió en su ayuda, pero al llegar a su lado se lió los pies con la sábana, una sábana grisácea y llena de manchas, teniendo que arrodillarse para no caer de bruces al suelo. Al dirigir su mirada hacia el paciente se dio cuenta de que el pecho de éste estaba lleno de sangre. Su estómago comenzó a encogérsele poco a poco, al tiempo que hacía unos enormes esfuerzos por tragar saliva.

Comenzaron a dolerle los oídos y al tratar de levantarse para no mirar aquel cuerpo ensangrentado, se le doblaron las rodillas y cayó desvanecido al lado de aquel hombre.

El doctor que estaba a su lado cuando recobró el conocimiento era un humano. Tenía la cabeza ligeramente puntiaguda y el cabello le caía sobre la frente en un solo mechón que más bien parecía un cepillo de plástico. Lo más peculiar de su persona era que no tenía barbilla.

—Me imagino que no se encuentra usted muy bien —dijo a Vesper.

Aquello parecía ser una sala del hospital, con cinco camas orientadas todas ellas en la misma dirección. Vesper, desnudo a excepción de una chaqueta de pijama que alguien había usado anteriormente, se hallaba en una de las cinco. Las restantes estaban vacías.

Mirando a través de un ventanuco que había en la parte superior de la pared contraria, pudo darse cuenta de que ya era de noche.

—¿Cómo está aquel pobre hombre?

El doctor le hizo un gesto de silencio con los labios.

—Será mejor que no hablemos de él. Me pone la carne de gallina su sola mención. He de confesarle con toda sinceridad que la sangre también a mí me revuelve el estómago.

—Bien, ¿y cómo estoy yo? Me consta que me encuentro perfectamente.

El médico estaba sentado en una silla, al lado de la cama de Vesper.

—A propósito, soy el doctor William F. Norgran y desearía que me diera toda la información relativa a su caso.

—Me he desmayado, simplemente, ¿no ha sido así? —Vesper se movió un poco hacia atrás para sentarse ligeramente en la cama y prosiguió:

—Mire usted, yo he venido a visitar al Sr. Keasby. Es un viejo amigo de mi padre que está hospitalizado aquí, en la sala 77. Mi padre ya no está para hacer visitas. Además, vive lejos de aquí, en una residencia para Ancianos del tipo Sun Tower, en el Sector Laguna, del Gran Los Ángeles.

—Los viejos me crispan los nervios —dijo el doctor Norgran haciendo un gesto de asco.

—Lo que yo deseo ahora es que me devuelvan mi ropa para poder marcharme —dijo Vesper.

—Déjeme que le aclare algunas cosas, señor...

—Vesper, Arnold Vesper.

—Señor Vesper, sepa usted que cuando alguien queda internado en el Hospital Urbano de Caridad número 14, ha de pasar por un reconocimiento completo. No podemos hacer las cosas a medias. Es nuestra obligación principal para con el público usuario.

—Pero yo tengo derecho a los servicios Multimédicos. Si estuviera enfermo no tendría que acudir a un Hospital Urbano de Caridad. Trabajo para una de las más importantes compañías de Investigaciones Motivacionales, en la sección de Margarinas, y ello me da derecho, como ya le he dicho, a las prestaciones del Seguro Multimédico.

—Entiendo —dijo el doctor Norgran al tiempo que carraspeaba—. Es posible que le hayan ¡retenido algunas cantidades de su sueldo para poder disfrutar de esos privilegios, pero nosotros no podemos hacer demasiado caso de esta circunstancia, teniendo en cuenta su estado. Ahora dígame por favor: ¿Ese trabajo de Investigaciones Motivacionales a que usted se dedica, es en realidad tan divertido como dicen? Le pregunto esto porque mis padres no me dejaron que me graduara en esta técnica y en cambio me obligaron a que me graduara en Medicina. Y aquí me tiene usted, sin vocación alguna, metido en un hospital de caridad. Cuando estuve como interno del Hospital Cinematográfico de Hollywood me pasaba todo el tiempo desmayándome y con unos tremendos dolores de cabeza. Quizás es por eso por lo que me metieron en este hospital.

—Es muy difícil abordar un tema sobre Investigaciones Motivacionales sin estar graduado en la materia —dijo Vesper mirando a su alrededor. No parecía haber armarios ni cuarto de baño en toda la habitación—. ¿Dónde está metida mi ropa?

—Uno de los ordenanzas automáticos la ha guardado en lugar seguro. Francamente, señor Vesper, es infernal esto de ser un médico humano en un lugar como éste. No existe ni una sola probabilidad de sobresalir, máxime teniendo en cuenta las náuseas que me provoca la sola visión de la sangre. No sé si usted sabe que los Directores de la mayoría de este tipo de hospitales son casi siempre robots. Aquí, el director es un tal Doctor "Reloj" y créame si le digo que no es muy agradable ni nada fácil trabajar bajo sus órdenes.

—¿Ha dicho usted Doctor "Reloj"? —preguntó Vesper asombrado.

—Rueño, al menos así es como nosotros le llamamos. Los pocos humanos que conservamos el suficiente sentido del humor, le hemos puesto este sobrenombre a causa de los ruidos que produce. Unos sonidos graciosísimos que brotan a veces de su cuerpo metálico. Su nombre oficial es el de Doctor Autómata A—12 número 675 RHLW. Un viejo endiablado, créame usted.

Vesper asintió sin hacer comentarios, y dijo:

—Deseo irme tan pronto como me haya reconocido. Comprenderá perfectamente, sintiendo como siente usted esa repulsión hacia la sangre, que lo que a mí me ha sucedido ha sido un simple desmayo, sin más consecuencias. A propósito, ¿murió aquel pobre hombre?

El doctor Norgran hizo un gesto negativo con su mano, diciendo:

—Dejemos ese tema a un lado. Ahora, señor Vesper, desearía pedirle que me hiciera usted un gran favor. He de confesarle algo, aunque estoy seguro de que es algo pasajero, y, ello es que he cobrado un espantoso terror a tocar a la gente. Claro que esto no tiene nada que ver con usted. Es simplemente una manía que me ha cogido.

—Me parece que no acabo de comprenderle.

—Bueno, lo que quiero decir es que preferiría que fuera el mismo Doctor "Reloj" el que le examinara. Es que yo últimamente me pongo tremendamente nervioso si tengo que examinar a alguien. Es una tontería de mi parte, ¿verdad?

—Entonces, ¿por qué no deja usted que me vaya de una vez?

El doctor meneó la cabeza, como si Vesper le hubiera propuesto cualquier desatino.

—Imposible. ¡No, no! Usted ya está siendo sometido a tratamiento y si es cierto que tiene derecho a las prestaciones del servicio Multimédico, seguramente a estas horas ya estará su tarjeta de identidad siendo comprobada por los robots-oficinistas, que no dudo la habrán hallado entre sus efectos.

—¿Ha dicho usted efectos? Yo creía que solamente se empleaba esta palabra para designar las pertenencias de personas ya fallecidas...

—Perdóneme usted —dijo el doctor sonrojándose—. No tiene usted por qué preocuparse, señor Vesper. El personal de Multímedical y nuestros propios jefes están al tanto de todo lo que sucede. Usted procure dormirse profundamente ahora, ya que el Doctor "Reloj" no podrá verle hasta mañana por la mañana. Se pasa las noches enteras arriba, en la Sala de Insolación número 3.

—Pero, ¿y mi trabajo?

—El hospital notificará lo sucedido a sus jefes. De todas formas, es probable que salga usted de aquí antes del primer café de la mañana. ¿Tiene usted familia?

—Estoy divorciado y vivo en un rancho elevado, en Gower, en el sector de Hollywood.

Tengo un apartamento con dos habitaciones.

—Es usted afortunado —dijo el Doctor Norgran al tiempo que introducía su mano debajo de la cama haciendo funcionar un dispositivo para que éste le hiciera acostarse correctamente de nuevo, poniéndole una inyección en la nalga izquierda.

—Es sólo para ayudarle a dormir. Hasta mañana. Confío en que a nadie se le ocurra ponerse mal esta noche, pues estaré de guardia hasta el amanecer.

—Espere... —comenzó a decir Vesper, mientras caía profundamente dormido.

Un chirrido le despertó, junto con la visión enfrente de sí de un robot de anchos hombros tocado con una impecable bata blanca, que le observaba detenidamente. El robot tenía una mandíbula cuadrada y una muy convincente cabeza con cabello gris peinado hacia atrás. Cerca de los ojos y de la boca le habían trazado unas arrugas para que pareciera estar siempre de buen humor.

—¿Cómo estamos? —preguntó el robot con una voz agradablemente familiar—. Soy el Médico Autómata A-12 número 675 RHLW, aunque mis jóvenes colegas me llaman Doctor "Reloj". —Guiñando un ojo a Vesper, continuó—: La verdad es que creen que no estoy al tanto de ello. —El guiño del ojo continuaba extrañamente y entonces el Doctor "Reloj" produjo un extraño sonido, al tiempo que ese globo ocular de su ojo derecho salía disparado de su cuenca.

—Hay que ver las cosas que tenemos que soportar los viejos modelos —dijo suspirando, al tiempo que se agachaba metiéndose debajo de la cama.

—Ya lo tengo —se le oyó decir al cabo de un rato.

—Doctor "Reloj" —dijo Vesper sentándose en la cama, al tiempo que el robot, de nuevo con sus dos ojos en su sitio, se levantaba del suelo a su lado—. Me encuentro en perfecto estado. Lo único que me ha sucedido es que anoche me desmayé cuando iba a visitar a un viejo amigo de mi padre. Un tal Sr, Keasby que está en la sala 77. Sólo deseo que me devuelvan mi ropa para poder irme.

—Abra su boca un momentito. Está bien. —El robot dio un pequeño pellizco cariñoso en la mandíbula a Vesper—. Todo es sumamente complejo en la profesión médica. Esto es algo que he aprendido a costa de muchos años de trabajo y de que se me considere un médico anticuado.

—Seguramente llegaré tarde a mi trabajo. —La ventana indicaba que ya era media mañana por lo menos.

—Trabajo, trabajo... —dijo el Dr. "Reloj"—. Todos nos pasamos el día corriendo de un lado para otro. Bien, ahora —comenzó dando unos golpecitos en el pecho de Vesper—, inspire profundamente a través. Ya veo, ya veo.

—Mi padre trabajó en el Servicio de Investigación Culinaria durante treinta y nueve años, hasta su retiro —dijo Vesper mientras llevaba a cabo sus inhalaciones de aire—. Según tengo entendido, él y el señor Keasby trabajaron juntos durante algunas décadas.

—Póngase boca abajo ahora.

—Parece como si nadie supiera dónde está mi ropa —dijo Vesper al obedecer las instrucciones del robot.

—Nada pasa desapercibido para mí dentro del Hospital Urbano de Caridad número 14

—contestó el Doctor "Reloj"—. Tan pronto como sus ropas hayan de serle entregadas, el viejo Doctor "Reloj" se encargará de que así se haga. ¿Ha habido muchos casos de desvanecimientos en su familia? —preguntóle, al tiempo que le pasaba un dedo por la espina dorsal.

—No lo sé a ciencia cierta. Yo me desmayé al ver toda aquella sangre. ¿Consiguió salvarse aquel hombre? —preguntó, mirando al doctor por encima del hombro.

—Bien, bien —dijo por toda respuesta el Doctor "Reloj", dando un pellizco en la nalga derecha a Vesper—. ¿Se desmaya a menudo?

—No con mucha frecuencia.

—¿Cuál es su idea de lo que es frecuente, jovencito?

—Tres veces en toda mi vida.

—Entiendo —dijo el robot, al tiempo que emitía un sonido diferente a los anteriores—. Dígale a su enfermera que le dé como almuerzo "puche" y leche desnatada. Más tarde tendré que hacerle unos análisis en la Sala de Investigación número 4.

—Pero si yo deseo irme.

—No en el estado en que se encuentra usted.

—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Vesper sobresaltado.

—No se olvide usted del "puche". Ahora procure descansar.

Una vez dicho esto, el Doctor "Reloj" se dirigió hacia la puerta de la sala. Cuando apenas había dado unos pasos, comenzó a cojear ostensiblemente y tan pronto como hubo traspasado el umbral se vio cómo se balanceaba, cayendo fuera del alcance de la vista de Vesper, acompañado de un ruido estrepitoso.

La cama no le permitió a Vesper que se levantara a ayudarle. Empezó entonces a buscar a su alrededor, hasta que vio un interruptor sobre el que podía leerse la palabra enfermera. Alargó un poco el brazo y consiguió oprimirlo. Al cabo de unos minutos se oyó una voz femenina que decía:

—La sala 23 debería estar vacía. ¿Quién es el que ha llamado?

—Eso es lo de menos ahora —contestó Vesper—, el doctor "Reloj" acaba de caerse en el pasillo.

—No tiene importancia. Suele caerse muy a menudo. Ahora tenga la bondad de decirme quién es usted.

—Mi nombre es Arnold Vesper y lo único que deseo es salir de aquí inmediatamente.

Un absoluto silencio fue todo lo que Vesper obtuvo como respuesta a sus palabras.

El doctor Rex Willow movió su labio inferior hasta conseguir que el cigarrillo de color naranja que estaba fumando se desplazara hasta un ángulo más próximo a su nariz.

Parecía ser humano y estaba sentado en el borde de la cama de Vesper cuando éste despertó de su forzada siesta. El doctor Willow le explicó que él era el médico enviado por la compañía de seguros Multimédicos a la que pertenecía Vesper, y una vez que hubo preguntado a éste acerca de su estado, le dijo:

—Sus compañeros de oficina le estiman a usted de verdad. Aquí tiene esto —de uno de los bolsillos interiores de su chaqueta sacó una pequeña caja de cartón y se la tendió a Vesper.

La cajita en cuestión sólo contenía tarjetas enviadas por sus compañeros de trabajo, en las que le deseaban un pronto restablecimiento. "Al menos —pensó Vesper—, podrían haber mandado tarjetas diferentes", al darse cuenta de que todas ellas eran exactamente iguales.

Vesper cogió la caja al tiempo que le decía al doctor:

—Hoy me han dejado sin comer. Parece como si se hubiera estropeado el sistema de comunicaciones y la enfermera no me contesta. Me hubiera dado usted un alegrón si me hubiera traído algún alimento en esta cajita. Bueno, en realidad lo único que deseo es que me saque usted de aquí cuanto antes.

—Ya nos ocuparemos de eso a su debido tiempo, Arnold.

—Son todas iguales —dijo Vesper, dejando la cajita en la mesita de noche.

—Cuando los sentimientos son similares, las formas de demostrarlos pueden parecer iguales —dijo el doctor Willow levantándose de la cama—. Me alegro de haberle visto, Arnold. Haga el favor de firmarme estas fichas perforadas. Todavía tengo que girar una inspección a los grandes hospitales de pago de otras zonas más pudientes. —A la vez que decía esto, entregaba a Vesper un manojo de fichas perforadas similares a las que se usan en los computadores electrónicos.

—¿Cómo se explica que esté usted aquí? Yo creía que éste era un Hospital de Caridad...

—El Seguro Multimédico va a todas partes. Bueno, en realidad éste no es un mal hospital si sólo es para un par de días, o para un caso de urgencia como el suyo, Arnold.

Firme ahora sobre esa línea roja. Después firme sobre la línea azul en los impresos azules.

—Mi pluma se la han llevado con la ropa —dijo Vesper.

—Use usted la mía.

La pluma de Willow tenía grabado el nombre de Seguro Multimédico y, además, una frase que decía: Le deseamos un pronto restablecimiento.

Vesper volvió a insistir:

—¿No podría arreglárselas para sacarme de este sitio?

—No, sin la completa aquiescencia del director del centro —aseguró el doctor Willow.

—Si al menos pudiera disponer de un teléfono... ¿No podría conseguir que me pusieran uno? Es lo menos que se puede pedir...

—Este es un centro benéfico, Arnold, no un hospital de pago. Tan pronto como pueda levantarse y le permitan dar unas vueltas por ahí, puede usted dedicarse a buscar uno.

Me parece haber visto un teléfono en la sala de espera de las visitas. Ahora hágame el favor de firmar de una vez estas fichas.

—Al menos habrá hablado usted con los médicos que me atienden, ¿verdad? — preguntó Vesper al tiempo que firmaba.

—Naturalmente. El doctor Norgran es una buena persona. El médico Autómata A—12

número 675 RHLW es el mejor robot de todos los que trabajan en hospitales de caridad.

—Esta mañana, cuando vino a examinarme, uno de sus ojos se le cayó al suelo...

—Bueno, los defectos físicos de un hombre no siempre son reflejo de sus virtudes o conocimientos.

—Pero él no es un hombre, sino una máquina...

—Si no termina de firmar de una vez me obligará a aumentar la cantidad que he anotado en mi tarjeta de crédito, en concepto de aparcamiento. Ya sabe usted lo estricto que debemos ser en ese respecto.

—De acuerdo —dijo Arnold, terminando de rellenar todos los espacios de los impresos, a excepción de uno en el que se le preguntaba cuáles eran los entretenimientos de su madre. Willow dijo que no era una pregunta a la que hubiera de contestar necesariamente y cuando ya se iba hacia la puerta, Vesper le preguntó:

—¿No va a decirles que me den algo de comer?

—Todo a su debido tiempo —contestó Willow sin volver la cabeza.

Ya comenzaba a anochecer cuando dos robots entraron en la sala con una camilla en la que llevaban a un hombre llamado Skeeman, al que pusieron en una cama, dejando una vacía entre él y Vesper. Este supo del nombre de su vecino porque el tal Skeeman, un individuo bajito, viejo y amarillento, no dejaba de decirles a los robots:

—Llamen al doctor Wollter y díganle que Milto Skeeman ha vuelto a tener lo mismo.

Los robots asintieron con una sonrisa, al tiempo que manipulaban el resorte necesario para que la cama hiciera dormir al paciente.

—¿A qué hora es la cena? —preguntó Vesper.

—No exija usted nada, que al fin y al cabo no paga ni un céntimo —contestó uno de ellos.

—Los pacientes inteligentes son los peores —dijo el otro—. Sólo piensan en comer, comer constantemente...

—También deseo levantarme para ir al cuarto de baño.

—No se preocupe por eso. Su grande y lujosa cama ya sabe lo que tiene que hacer en estos casos.

Y efectivamente, tan pronto como se hubieron ido los robots, la cama demostró que sabía lo que tenía que hacer...

Vesper calculó que serían las siete u ocho de la tarde cuando vio entrar un poco de luz a través del ventanuco. Se oyó un ruido en la puerta, ésta se abrió, y apareció el Doctor "Reloj".

—¿Cómo nos encontramos? —le preguntó a Vesper.

—¿Por qué va usted sentado en esa silla —preguntó Vesper asombrado.

El Doctor "Reloj" manipuló la silla de ruedas para acercarse al borde de la cama de Vesper y le contestó:

—Mis problemas carecen de importancia como para que hablemos de ellos. Hablemos de usted ahora. Hummm... Parece como si el "puche" que le he prescrito no hubiera dado el resultado apetecido.

—Hoy todavía no me han dado de comer. Me muero de hambre. Además, cuando no como, me suelen dar unos dolores de cabeza terribles y se me revuelve el estómago.

El Doctor "Reloj" levantó el brazo y se acarició su grueso cabello gris, como si estuviera meditando.

—Terribles dolores de cabeza, náuseas... Ya me lo imaginaba... Hijo mío, déjeme que le diga algo: Desde que hemos entrado en el siglo XXI, la Guerra Fría se ha intensificado.

Es razonable que sea así, toda vez que no podemos confiar en la mentalidad oriental.

Aunque aparentemente no haya armas sobre la superficie del globo, tenga usted por bien seguro que el guante de acero esconde un puño de terciopelo.

—Según creo recordar, no ha empleado muy correctamente el símil —corrigió Vesper.

—Bueno, lo único que quiero hacer resaltar es que durante todo este tiempo los orientales han estado usando armas sutiles contra nuestro país —dijo el Doctor "Reloj” riéndose—. Usted no se imaginaría jamás que una de las más temibles armas jamás conocidas por la humanidad, ha sido descubierta por un humilde médico, en el interior de un humilde hospital de caridad. Claro que la inmensa mayoría de los mártires han tenido casi siempre unos antecedentes humildes. Y quiero que sepa que también han existido algunos mártires felices entre nosotros, los robots. Puede que yo no sea humano, pero amo profundamente a nuestro viejo país y hago todo lo posible por combatir a nuestros enemigos, dentro y fuera de nuestras fronteras. En aras de ese sentimiento, he trabajado intensamente hasta descubrir el Germen de Contagio DDW.

—¿Qué germen es ese? —preguntó Vesper profundamente intrigado.

—El Germen de Contagio DDW —dijo el robot con voz temblorosa por la emoción—, es la más temible de sus armas. Los orientales nos lo envían para debilitar a nuestros ciudadanos. Arriba, en la Sala de Insolación número 3, tengo en tratamiento a docenas de pobres víctimas. Nadie, absolutamente nadie fuera de este hospital, ha podido determinar la existencia del Germen de Contagio DDW. Nadie sabe tampoco que yo he estado dedicado exclusivamente al descubrimiento del mismo. Algún día lo sabrán y entonces quizá se les ocurra erigir una estatua en mi honor. La primera de las estatuas erigidas en memoria de un robot.

—Mi enhorabuena, doctor, pero dígame: ¿cuándo me será permitido salir de este hospital?

—Nadie puede decirlo —contestó el Doctor "Reloj"—. Lamento profundamente tener que comunicarle que usted es una de las víctimas del Germen de Contagio DDW.

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