Arturo

Arturo


Libro tres: Aneirin » 10

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—Se os necesita aquí, Gwenhwyvar. Vos y Bedwyr debéis proporcionarle a Arturo el tiempo necesario para curar —explicó Myrddin—. Os digo muy en serio que temo por el mundo si la noticia de la debilidad de Arturo llega a oídos de los enemigos de Inglaterra. Nadie debe saberlo —dijo el Emrys con gran seriedad—. Guardad bien el secreto.

—Mañana enviad a los señores de regreso a sus reinos y a los

cymbrogi de vuelta a Caer Lial. Regresaré aquí dentro de tres días y traeré a Arturo conmigo, u os llevaré a vosotros con él.

Gwenhwyvar apretó la mano de Arturo.

—No temas —susurró Arturo—. Voy a Avallon a curarme. Regresaré cuando haya recuperado las fuerzas. Esperadme, no tardaré.

Gwenhwyvar asintió con la cabeza y no dijo nada más. Se arrodilló y besó a Arturo largamente.

—Adiós, mi amor —murmuró, y colocó la espada

Caliburnus en la mano de su esposo.

—Bedwyr…, él debería tenerla —protestó débilmente Arturo.

—Guárdala —replicó Bedwyr—, la necesitarás cuando regreses.

Gwenhwyvar besó de nuevo a Arturo y apoyó la cabeza contra su pecho. Le susurró algo y él sonrió…, no sé qué es lo que le dijo. Saltó de la embarcación y nos observó a Bedwyr y a mí mientras la empujábamos a aguas más profundas. Una vez ésta quedó libre de la arena, el piloto volvió la proa hacia mar abierto e izó la vela.

El Emrys se puso en pie y nos gritó:

—¡No temáis! Arturo regresará. Tened fe, amigos míos. La amenaza final no ha llegado. ¡Esperadnos!

Los tres nos quedamos en la playa y contemplamos el barco mientras se alejaba. Miramos hasta que el diminuto y brillante punto de luz que era la linterna de Barinthus desapareció en la nebulosa oscuridad del mar y la noche. Un dolor, agudo como un lanzazo, me atravesó el corazón. En el lúgubre suspiro del viento y las olas, había escuchado el lamento por los desaparecidos.

Un ave marina despertada de su descanso nocturno elevó el vuelo sobre nuestras cabezas y lanzó un solitario graznido. Buscando alguna palabra de consuelo, dije:

—Si hay curación para él en algún lugar de este mundo, la encontrará en Avallon.

Gwenhwyvar, con los negros ojos relucientes a causa de las lágrimas contenidas, se arrebujó en su capa, luego dio media vuelta, irguió la espalda, y empezó a ascender por el sendero de la colina. Bedwyr permaneció mucho rato con la mirada perdida en la lejanía mientras las incesantes olas bañaban sus pies. Me quedé junto a él con el corazón a punto de partírseme en dos. Por fin extendió una mano hacia mí, tomó la antorcha que yo sostenía, y, con un fuerte impulso, la arrojó al mar. Mis ojos contemplaron fascinados cómo su flamígero arco se hundía como una estrella que cayera a la Tierra y la escuché sisear cuando chocó con el mar y se extinguió.

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