Arthur

Arthur


SINOPSIS

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SINOPSIS

 

 

Conocí a Theodore James en la facultad de Harvard y nos hicimos inseparables. Almas libres. Folladores natos con mil aventuras a nuestras espaldas. Asiduos a antros que es mejor no recordar. «¿Casarnos nosotros? ¡Ni de coña!», solíamos jactarnos. Qué tiempos aquellos… Ahora él está casado y yo metido en un lío. Un lío que me ha pillado por sorpresa y que no sé cómo enfrentar. El amor y la vida en pareja nunca entraron en mis planes. Mucho menos formar una familia. Después de ver cómo la mía se desmoronaba por culpa de las infidelidades de mi madre, y todo lo que eso supuso, me niego rotundamente. Imaginarme con un hijo me paraliza hasta el riego sanguíneo. Estoy entre la espada y la pared. Una espada bien afilada y una pared demasiado tentadora.

Los James son una de las familias más ilustres de Inglaterra, y ser invitado a los eventos de Clover House, es un privilegio. Recibir sus invitaciones siempre ha sido un motivo de felicidad para mí. Hasta ahora. Me siento ruin y desleal con toda la familia. En mi defensa diré que sufrí un acoso en toda regla y que, como hombre que soy, caí en la trampa de mi acosadora.

Alison James puso los ojos en mí y no paró hasta conseguir lo que quería: un rock and roll con buen movimiento de caderas.

Ahora ya nada será igual.

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

Para un tipo como yo, que reniega del amor y de todo lo que ello conlleva, descubrir que tengo atenazada la garganta de emoción al ver a mi mejor amigo casarse, da escalofríos.

Supongo que se debe a que, después de verlo hecho una mierda, me alegra al fin, verlo feliz junto a esa loca mujer que le ha robado el corazón. Uno de esos escalofríos me recorre la espalda de pies a cabeza. ¿Por qué? Sencillamente porque él antes era como yo, de los que no pensaban en el matrimonio ni borrachos. Almas libres. Folladores natos con mil aventuras a nuestras espaldas. «¿Casarnos nosotros?», solíamos jactarnos… «¡Ni de coña!».

Yo sigo manteniendo esas palabras.

Él acaba de pronunciar: «sí quiero».

¡Chiflado!

Conocí a Theodore James en la facultad de Harvard, hace ya algunos años. A pesar de ser algo mayor que yo, nos hicimos inseparables. Ambos teníamos muchas cosas en común: las mujeres, las fiestas y el sexo, eran las principales. Fuimos asiduos a antros que, mejor ni recordar. Durante unos meses, sólo fuimos él y yo. Luego se nos unió Oliver Hamilton que, casualidades de la vida, es el hermano de la ya esposa de Theo, Rebeca. Nos llamaban el trío calavera. Las chicas se morían por nuestros huesos y nosotros por sus cuerpos. No teníamos escrúpulos.

Nos iba la marcha y nos dedicamos a disfrutar todo lo que se nos ponía a tiro. Y cuanto más pervertido fuera el sexo, mejor. Joder, la de cosas que aprendimos juntos… A Oliver le perdí la pista en cuanto se enamoró de aquella víbora de Lilian y se casó con ella.

 

Matrimonio que duró un suspiro. Ahora vuelve a estar casado y tiene hijos. Theodore ya ha dado el primer paso para seguir ese camino. La sonrisa se me borra de la boca al pensar que yo pueda ser el siguiente.

¡Ni de broma!

El amor, la vida en pareja, y demás, no están hechos para mí.

El desastroso matrimonio de mis padres y su posterior divorcio, han sido la mejor lección.

No, no seré el siguiente en caer.

¡Lo juro!

Soy una de las últimas personas en abandonar la pequeña capilla de Clover House y dirigirse a la recepción de la boda. La carpa montada en la parte de atrás de la mansión de los James es espectacular. Como todo en esta finca. Un camarero pasa a mi lado y cojo una copa de vino. Le doy un sorbo a la vez que paseo la mirada entre la gente. El hermano de Theodore, Adrien, está algo apartado del resto. Parece aburrido o cabreado, quién sabe. Podría acercarme a él y hacerle compañía mientras esperamos a que los novios regresen de donde quiera que hayan ido. No lo hago. Theo me advirtió de que era un mamón y prefiero mantenerme alejado de él. Por si las moscas. Sigo con mi repaso visual hasta localizar a los padres de mi amigo. La señora Victoria parece bastante ajetreada impartiendo órdenes aquí y allá, como cualquier madre haría en estos casos. «Excepto la mía».

Sacudo la cabeza para borrarla de mi mente. Al hacerlo, reparo por casualidad en unos ojos que parecen centrados en mi persona. La intensidad de esa mirada me pone nervioso. No porque no me gusta que me miren, al contrario, sino porque la dueña de esos ojos no es otra que la hermana pequeña de Theodore, Alison.

No es la primera vez que me pasa esto con ella, me refiero a lo de las miradas. A veces creo que me desea y, otras, en cambio, que no me soporta. Puestos a escoger, prefiero lo último.

Ella es una preciosidad de mujer, pero también la hermana de mi mejor amigo. No podría hacer con ella lo que hago con las demás, que no es otra cosa que follar y ya. Sexo placentero, satisfactorio y consentido sin ningún tipo de compromiso. No, ni pensarlo siquiera. La palabra “vetada” refulge parpadeante en su frente. Desvío la mirada, buscando una vía de escape, en cuanto la veo caminar en mi dirección.

No la encuentro.

¡Maldición!

Una mano se posa en mi espalda y me tenso.

—Aquí estás, llevo un buen rato buscándote.

Respiro aliviado al escuchar la voz cantarina de Caitlin.

Alison se para justo a nuestro lado.

—Caitlin —dice—, estás preciosa.

—Gracias, Ali, tú también.

Bebo de la copa sin hacer contacto visual con ella.

—¿Te ha gustado la ceremonia? —le pregunta a Caitlin, acercándose un poco más a mí.

Me tenso de nuevo.

—Oh, sí, ha sido bonita y muy emotiva.

—¿Y a ti Arthur? ¿Qué te ha parecido?

—Bien, supongo.

—¿Supones?

La miro al sentir el roce disimulado de su mano en la mía.

Sonríe inocente.

«¿Qué cojones está haciendo?».

Aparto la mano y la meto en el bolsillo del pantalón.

—¿Qué quieres que te diga? A mí estas cosas no me van mucho.

—¡Hombres! —exclama Caitlin.

—Sí, hombres, se morirían antes de reconocer que algo les emociona o les gusta, ¿verdad?

Ambas se ríen.

Yo vuelvo a beber porque tengo la garganta seca.

¡Joder!

—Bueno, los novios están a punto de llegar, voy a preparar el brindis de bienvenida. Resérvame un baile para luego, Preston.

Me atraganto con el vino y ella me guiña un ojo con picardía.

«¿A qué mierda está jugando?».

—Dios, la pequeña Alison se ha convertido en una mujer despampanante, ¿no te parece, Arthur?

—¿Qué?

—Oye, estás muy raro, pareces disperso. ¿Te encuentras bien?

—Por supuesto.

—Decía que…

—Sí, sí, te he escuchado perfectamente.

Y sí, tiene razón, la pequeña Alison es todo un bombón. Un bombón prohibido para este paladar.

—¡Ahí llegan Theodore y Rebeca! —aplaude entusiasmada.

Excepto yo, y la oveja descarriada, así es como llaman sus familiares a Adrien, todos los invitados se arremolinan alrededor de los novios para felicitarles y brindar en su honor.

La encargada de dicho brindis es Alison y, no sé por qué, pero no puedo apartar los ojos de ella.

¡Mierda!

Espero a que el reciente matrimonio se quede solo para acercarme.

—¡Felicidades, pareja! —digo sonriente cogiendo a Rebeca de las manos—. Eres la novia más deslumbrante que he tenido el placer de ver en mi vida.

—Exagerado…

—Sabes que no.

La abrazo y le doy un beso en la mejilla.

—¿Y yo no soy el novio más deslumbrante que has visto en tu vida?

—No te enfades, amigo, tú también estás muy guapo, pero ella… en fin…

—Cabronazo—masculla entre dientes dándome un abrazo.

Le palmeo la espalda y río.

—Os deseo toda la felicidad del mundo.

—Gracias—responden sincronizados.

Alguien reclama a la novia y me quedo a solas con él.

—Pareces muy feliz.

—En estos momentos soy el hombre más feliz y afortunado del mundo, Preston.

—Me alegro. Te lo mereces.

Sonríe agradecido.

Veo por el rabillo del ojo que su hermana viene hacia nosotros e intento escabullirme.

—Oye—me dice Theo antes de dar un solo paso—, Adrien ha aceptado hacerse cargo del Libertine en mi ausencia y viajará contigo a Ibiza.

—Vaya, eso es una buena noticia, ¿no?

—Sí que lo es, sí. Hace tiempo que mi hermano está raro con la familia y me gustaría saber por qué. A veces tengo la sensación de que me culpa de lo que sea que haya ocurrido.

—¿Y lo eres? El culpable, digo.

Suspira.

—Ojalá lo supiera…

—Si hay algo que yo pueda hacer, no dudes en decírmelo.

—Gracias, pero es complicado. Él es complicado, ahora, antes no era así. Sólo ten paciencia con él, ya te dije que últimamente es bastante mamón, procura no tenérselo en cuenta, ¿vale?

—Tranquilo, me las apañaré con él. Tengo experiencia en tratar con capullos.

            —¡Gilipollas!

Me encojo de hombros.

—Poco has tardado en darte por aludido.

Contengo una exclamación al notar un pellizco en el culo y me giro mosqueado.

Maldigo para mis adentros al ver a Alison con su cara más inocente, mirándome.

—Qué te pasa, Arthur, pareces cabreado—se guasea la muy arpía.

No sé qué se trae entre manos con sus miradas, pellizcos y roces, pero está consiguiendo sacarme de mis casillas.

—Acabo de decirle que Adrien viajará con él a Ibiza, puede que eso lo haya puesto nervioso.

—Sí, puede ser… —mascullo—. Si me disculpáis…

—No te olvides de mi baile, Preston.

Me tropiezo con una silla.

¡Joder!

Consigo olvidarme de ella mezclándome entre el gentío y saludando a unos y otros.

Hasta que llega la hora de sentarse a la mesa y descubro que la tengo justo en frente de mí, sonriendo burlona.

«No me lo puedo creer, esto tiene que ser una puta broma».

Evito a toda costa mirarla centrándome en una conversación banal con Caitlin, que está sentada a mi derecha.

Algo que me cuesta la vida misma teniendo sus ojos clavados en mí.

Eso me inquieta.

—¿Qué te pasa, Preston, estás incómodo?

Miro a Caitlin.

—¿Qué?

—¿Has bebido? —me susurra al oído.

—Por supuesto que no.

—Pues entonces no entiendo tu comportamiento.

—¿Mi comportamiento?

—Sí. Balbuceas, estás torpe y no dejas de moverte. ¿Seguro que estás bien?

¿Que si estoy bien? ¡Pues claro que no! ¿Cómo voy a estarlo, cuando la hermana pequeña de mi mejor amigo parece querer llamar mi atención a toda costa? Si en lugar de Alison fuera otra…

Sonrío para mis adentros.

—¿Preston?

Sacudo la cabeza.

—¿Decías?

—¿Ves a lo que me refiero?

—Deja de preocuparte, estoy perfectamente.

—Si tú lo dices…

La peor tortura de mi vida no tarda en llegar.

Comienza a mitad de la comida en forma de pie. Un pie pequeño y delicado que repta por mi pantorrilla. Haciéndome brincar en el asiento y atragantarme con un trozo de pescado que estoy masticando. Caitlin me golpea en la espalda y yo taladro a la dueña del pie con la mirada.

—Ya, ya, deja de darme golpes—le digo a la primera, mosqueado.

—¡Joder, Preston!

Ignoro su protesta e intento seguir comiendo, en balde, porque el pie vuelve a deslizarse arriba y abajo por mi pierna. Suelto los cubiertos y contengo la respiración al notarlo sobrepasar la rodilla y llegar al muslo, donde se queda unos segundos. Segundos que dedico a buscar la mirada traviesa de la pequeña de los James, sin conseguirlo. Resoplo con fuerza y achino los ojos al ver la dirección que sigue el pie. Y los abro de golpe cuando me masajea la polla con él, mientras su dueña parece mantener una charla interesante con la persona que tiene al lado. Se me pone dura y ella ríe. No sé si porque nota la dureza de mi entrepierna o porque esa otra persona le ha dicho algo muy divertido. Oculto la cara entre las manos y cierro los ojos. Me está poniendo como una moto y no sé qué hacer. Si me levanto, se notará que estoy empalmado. Y si me quedo donde estoy… «Ay, Dios, ¡acabaré corriéndome en los putos pantalones!».

Ahogo un gemido.

—Arthur… —la mano de Caitlin en mi brazo me sobresalta.

La miro de soslayo con la respiración aún contenida.

—Dime qué te pasa, por favor. Me estás asustando.

—Estoy bien—jadeo nervioso—, creo que me ha dado un tirón en la espalda.

—¿Seguro?

Asiento, incapaz de pronunciar palabra alguna porque el maldito pie me está presionando la polla con el dedo gordo.

La señora que se sienta al otro lado de mi torturadora me observa con demasiada intensidad.

«Ay madre, a ver si estoy pensando que es Alison y resulta que es esa otra mujer…».

Para comprobarlo, y así salir de dudas, meto la mano debajo de la mesa y tanteo al culpable del calor que me abrasa las pelotas. Acaricio el empeine, con delicadeza, y enrosco los dedos alrededor del tobillo. Su dueña se tensa y es entonces cuando nuestras miradas se encuentran. La mía y la de Alison.

Sonrío de medio lado. Ella también. Ladeo la cabeza. Ella también. Achino los ojos. Ella también. Deslizo la mano, con lentitud, por su piel suave y sedosa. Ella se lame el labio inferior con parsimonia. «¡La virgen, estoy cardíaco!». Si no fuera ella… Pero como lo es, ya no me cabe ninguna duda, y por cojones tengo que ponerle fin a este peligroso jueguecito, atrapo el dedo gordo de su pie y lo retuerzo con ganas y saña.

Mucha saña, de hecho.

—¡Auuu! —chilla fulminándome con la mirada.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta Caitlin preocupada.

Ella aprieta los dientes.

—Creo que me ha dado un calambre en la pierna.

—Habrá sido por una mala postura—digo tan tranquilo.

No responde.

Se pone el zapato y se levanta.

—Disculpadme—murmura.

Sale de la carpa cojeando.

Y yo respiro aliviado al comprobar que mi polla se repliega y mi sangre vuelve a fluir por las venas con total normalidad.

El resto de la comida pasa sin más incidentes.

Hasta que llega la hora del baile y vuelvo a verme en apuros por su constante acoso. Acoso que nadie parece percatarse que sufro. Jamás en la vida me había visto en una situación tan bochornosa como esta. Bochornosa porque no sé si me está gastando una broma y le divierte vacilarme y ponerme al límite, o realmente quiere empotrarme y follarme.

Llevo media boda empalmado como un burro por su puñetera culpa. Cada vez que me tiene a mano, consigue ponerme a mil. De hecho, aunque no dejo de escabullirme cada vez que la veo cerca de mí, no puedo evitar buscarla con la mirada. Y para mi desgracia, mis ojos ya la miran con lascivia y deseo, joder.

Y eso me asusta.

O más bien me acojona.

Me acojona porque me relamo sólo de imaginar sus piernas abrazando mi cintura y mi polla hundiéndose en su interior. Me acojona descubrirme con ganas de saborear sus labios y lamer cada recoveco de su cuerpo; de retorcer sus pezones y mordisquearlos a mi antojo, dejándoselos tan duros que pueda pulir diamantes con ellos. Ma acojona escucharla gemir en mi cabeza y gritar mi nombre cuando se corra gracias a mí. Pero, sobre todo, me acojona tener estos pensamientos porque es la hermana pequeña de mi mejor amigo y sería hombre muerto si Theodore se enterara de lo que me gustaría hacerle ahora mismo a su hermana.

Sí, estoy muy, muy acojonado.

Y muy caliente también.

Ella, con sus contoneos de cadera, los roces casuales de sus manos en cualquier parte de mi cuerpo, sus miradas ardientes y sus susurros subidos de tono, me tienen así.

La muy arpía ha conseguido tener toda mi atención centrada en ella y ni siquiera sé por qué, cuando nunca ha mostrado interés alguno en mí.

«Ni yo en ella».

Estoy al límite y no sé cuánto más voy a poder aguantar.

Reconozco que estoy jodidamente perdido.

Resoplo y salgo del baño, donde me he escondido esta última vez.

No me sorprende encontrarla esperándome en el pasillo.

Vuelvo a resoplar.

—Cualquiera diría que te escondes de mí…

—¿Qué quieres, Alison?

—Reclamar mi baile.

—No sé bailar.

—Los rumores dicen que tienes un buen movimiento de caderas…

Enarco una ceja.

«¿Estamos hablando de lo mismo? Porque no lo parece».

—No deberías de creer en los rumores, no suelen ser ciertos.

—Por eso quiero un baile, para comprobarlo por mí misma.

No ha dado ni dos pasos hacía mí y ya estoy conteniendo la respiración.

—¿Por qué este repentino interés en mí? —indago con los ojos fijos en los suyos.

—He escuchado tantas cosas de ti que has despertado mi curiosidad.

Lleva la mano a mi pecho y la desliza con parsimonia hacia abajo.

—Alison…—carraspeo—, para, no sigas por favor. Como broma ya estuvo bien, ¿no te parece?

Detengo su mano a la altura de la cinturilla de mis pantalones.

—No es ninguna broma.

Su otra mano me aprieta las nalgas, impulsándome hacia ella.

Sus pechos rozan mi torso y el corazón se me dispara.

«Frena esto, tío, de lo contrario…».

—Oye, no sé si he hecho algo que te hiciera pensar que estoy interesado en ti, pero no, de verdad. Y… Oh… Dios…

Aprieto los dientes.

Su lengua dibuja círculos húmedos en mi cuello.

Mi fuerza de voluntad empieza a flaquear.

Apoyo las manos en la pared que está detrás de ella, pegándome más a su cuerpo.

—Yo tampoco estoy interesada en ti, de hecho, ni siquiera me caes bien. Sólo quiero un baile, nada más.

Jadeo, frustrado.

Estoy a medio paso de rendirme.

—Ambos sabemos que no es bailar precisamente lo que buscas.

Mi voz suena demasiado ronca para mi gusto.

Sonríe rozándome los labios.

Su mano se cuela dentro del pantalón y del bóxer, y me acaricia el glande con los dedos.

—Chico listo.

Lame mi labio inferior sin apartar sus ojos de mí.

Me está quemando vivo.

Hago un último intento.

—No bailo con las hermanas de mis amigos.

—¿Aunque lo desees? —ronronea en mi boca apretándome la polla con fuerza.

—¿Por qué yo? Abajo en la carpa hay un montón de tíos que estarían más que dispuestos a bailar contigo hasta el amanecer.

—¿La verdad?

Asiento, ahogando un jadeo por los estragos que está ocasionando su mano en mi entrepierna. 

—Porque sé que, para ti, al igual que para mí, sólo será eso, un baile. No me pedirás nada más. Ni me buscarás constantemente. Eres un alma solitaria, igual que yo.

Sus caderas se contonean sobre mi erección, dejándome sin aliento.

—¿Estás segura de que esto es lo que quieres? —la miro con intensidad.

—Totalmente.

—¿No habrá reproches ni malos rollos después?

—No.

—Una última pregunta… —su mano sube y baja por mi polla con parsimonia y dedicación—. ¿Balada, salsa o rock and roll?

Ríe.

—Rock and roll.

«Buena respuesta».

Aplasto su boca con la mía y busco su lengua con desesperación.

—Aquí no… oh joder, Preston, aquí no…

Tira de mí y, parándonos cada dos por tres para devorarnos, recorremos el pasillo hasta una habitación. Sin ningún tipo de delicadeza, en cuanto cierra la puerta tras de sí, bajo su vestido hasta la cintura y amaso sus tetas con urgencia. Sus manos vuelan a los botones de mi camisa que, junto a la chaqueta, no tarda en volar por los aires, al igual que el resto de mi ropa.

Succiono los rosados pezones con avidez. Mordiéndolos y lamiéndolos con fuerza. Jadea y se arquea, llenándome la boca con ellos. Lamo, chupo y saboreo.

Estoy jodidamente caliente y me puede la impaciencia y la necesidad de follarla de una maldita vez. Por eso alzo las faldas de su vestido y busco la humedad entre sus piernas. Aparto a un lado su minúsculo tanga y ensarto un par de dedos en su interior.

No soy cuidadoso, ni tierno, ni cariñoso. Así es como bailo yo el rock and roll, sin miramientos.

Me froto la polla mientras le meto los dedos una y otra vez y ella se retuerce de lujuria. Sus pupilas están dilatadas y refulgen de deseo. Está tan excitada como yo, o más. Sus fluidos impregnan mis manos. Su olor inunda mis fosas nasales. Me duelen los testículos, joder. La inclino sobre la cama, de espaldas a mí, con su bonito trasero en pompa.

Tiembla cuando siente mi lengua reseguir su espina dorsal hasta el cuello y descender de nuevo. Se balancea hacia atrás al notar la dureza de mi polla en la separación de sus nalgas, buscando más fricción. Eso acaba por volverme loco, pero, en lugar de dejarme llevar y entrar por la puerta de atrás, lo hago por la otra, clavándome en ella de una estocada.

Jadeo con los dientes apretados y me muevo adelante y atrás. Entro y salgo de ella, con las manos afianzadas a sus caderas con fuerza. Sus gemidos me trastornan. Me enloquecen. La presión de su coño alrededor de mi polla me mata.

—Me corro, Preston—me advierte entre gemidos.

Esa advertencia da el pistoletazo de salida a mi propio orgasmo y me hundo en ella con más urgencia. Una y otra vez. Una y otra vez. Y alguna más. Hasta que la oigo mascullar mi nombre contra el colchón y retorcerse cual culebra, catapultándome al universo, corriéndome como un poseso en su interior. Es entonces cuando me doy cuenta de que no he usado protección.

El placer del orgasmo se evapora dejándome paralizado.

—¡Mierda Alison, no me he puesto un condón!

Me mira por encima del hombro.

—Tranquilo, tomo la píldora.

Suspiro aliviado.

Un alivio que se esfuma al ser consciente de lo que acabo de hacer: follarme a la hermana pequeña de mi mejor amigo.

«Eres hombre muerto, Arthur Preston». 

 

CAPÍTULO 1

 

 

Diez semanas después

 

Los James son una de las familias más ilustres de Inglaterra y, ser invitado a los eventos de Clover House, es un privilegio. Privilegio que se me otorga cuando regreso de Harvard, comienzo a trabajar con Theodore James en su club de Londres, y nuestra amistad se hace más estrecha. A pesar de ser una familia importante y de renombre, nunca me he sentido fuera de lugar entre ellos, al contrario. Tanto el señor August, como la señora Victoria, consiguen hacerte sentir como uno más de la familia. Sus celebraciones, ya sea un aniversario de boda, un cumpleaños, o un simple picnic, son espectaculares y siempre están llenas de gente adinerada, elegante y, por raro que pueda parecer, divertida. Recibir sus invitaciones siempre ha sido un motivo de felicidad para mí.

Hasta ahora. Haberme tirado a la pequeña de los James hace poco más de dos meses, en la boda de Theodore y Rebeca, me hace sentir ruin y desleal con toda la familia. En mi defensa diré que sufrí un acoso en toda regla y que, como hombre que soy, caí en la trampa de mi acosadora. Lo sé, no existe defensa ni excusa posible para lo que hice. Por eso he intentado escaquearme del picnic anual que hoy se celebra en Clover House. Porque siento que ya no soy merecedor de ese privilegio y estoy avergonzado.

No solo no lo he conseguido, sino que además tengo un cometido: sonsacarle a Alison quién es el padre de la criatura que espera.

Según Theodore, si he podido con Adrien, con Alison será pan comido.

«Si él supiera...».

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