Arthur

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CAPÍTULO 2

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No los culpo, supongo que yo haría los mismo en la misma situación.

En un momento dado, mientras Rebeca y Caitlin cantan a pleno pulmón “Mamma mía” de Abba, Theodore se descojona, y Luis menea el esqueleto, soy consciente de cómo Adrien acorrala a su hermana junto al aparador que hay cerca de uno de los grandes ventanales del salón. Él gesticula con energía y ella pone los ojos en blanco. Luego resopla y, finalmente, achica los ojos y aprieta los dientes. Le da un manotazo en el hombro y, clavando el dedo índice en su pecho, suelta una retahíla de palabras que no llego a escuchar por culpa del ruido de la habitación. Tampoco es que necesite ser muy inteligente para hacerme una idea de cuál es el tema de conversación, o más bien de la discusión, que hay entre ellos. Adrien cruza los brazos sobre el pecho, los descruza y menea la cabeza de lado a lado enérgicamente. Alison patalea el suelo con un pie, se lleva las manos a la cara, desesperada, y grita:

—¡Basta, Adrien, es mi vida!

Se hace el silencio en el salón y ya no soy el único que los observa.

—Sólo quiero saber su nombre, joder, ¿qué problema hay en ello?

—¡Deja de agobiarme!

—¡Pues dímelo!

Lo fulmina con la mirada.

—Theo, por favor, dile algo… —le suplica a su hermano.

—Lo siento, Ali, pero esta vez estoy con Adrien. No va a pasar nada porque nos digas su nombre y nos hables de él.

Nuestras miradas se encuentran, como tantas veces a lo largo del día de hoy.

Me yergo en el sillón, dejo la cerveza en la mesita central y asiento.

Ha llegado el momento de que dé un paso al frente y entone el mea culpa.

 

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