Arthur

Arthur


CAPÍTULO 4

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CAPÍTULO 4

 

Están todos tan centrados en la discusión entre Alison, Adrien y Theodore, que nadie se percata de que me he puesto en pie y que camino hacia ellos. Alison es la única que sabe mis intenciones y, su cara de espanto, no me detiene a la hora de poner una mano en el hombro de Adrien y llamar su atención.

—Ahora no, Preston—dice mirándome de reojo.

—Ahora sí, Adrien.

Se gira de medio lado.

—Esto no va contigo, joder.

—Ya lo creo que sí.

—Oye, que te hayamos pedido tu ayuda no significa que sea tu problema.

—Pero lo es.

Theodore clava sus ojos en mí.

—Arthur…—a Alison le tiembla la voz al pronunciar mi nombre.

—Tranquila, Alison.

—¿Qué cojones has hecho, Preston?

Las pupilas de Theo son letales, y eso que aún no he soltado la bomba.

—Queréis saber quién es el padre del bebé, ¿verdad?

Asienten, con toda su atención puesta en mí.

—¿Vas a decirnos que, en apenas unas horas, has conseguido lo que nosotros llevamos intentando varias semanas? —inquiere Adrien incrédulo.

—Así es. Pero antes de que os diga su identidad, tenéis que prometerme algo.

—¿Qué? —preguntan ambos a la vez.

—Que una vez que lo sepáis, la dejaréis en paz. No más presiones. Ni reproches. Nada.

Alison se separa de sus hermanos y se pone a mi lado. Hombro con hombro.

Las miradas de sus hermanos van de uno a otro, suspicaces.

Theodore ladea la cabeza y achina los ojos.

Los músculos de la mandíbula de Adrien palpitan.

Rebeca, Caitlin y Luis, contienen las respiraciones.

—¿De qué va esto? —masculla Theo entre dientes.

—No he escuchado vuestra promesa. ¿La dejaréis en paz?

Asienten, sin más.

Siento los dedos temblorosos de Alison rozar mi mano.

El corazón me va a mil por hora.

Carraspeo.

—Yo soy el padre del bebé—digo alto y claro.

El sonido del micrófono que Rebeca tiene en la mano, al caer sobre la mesa, nos sobresalta a todos. Es el único ruido que se escucha en el salón.

—Lo siento—susurra.

—¿Qué es lo que has dicho?

Adrien da un paso hacia mí y Alison y yo, instintivamente, reculamos hacia atrás.

—Que el padre del bebé soy yo, Adrien.

Sus carcajadas me sorprenden, pero en lugar de tranquilizarme, me ponen aún más nervioso.

—Tío… —dice sin poder dejar de reírse—, te tomas demasiado a pecho eso de ser un buen samaritano. ¿En serio eres capaz de adjudicarte una paternidad, sólo para que la dejemos en paz? Venga, hombre, tú no…

—Cierra el pico, Adrien —ordena Theo fulminándome con la mirada.

—Vamos, hermano, no pensarás que es cierto lo que dice, ¿verdad? Ambos sabemos que lo último que él haría sería dejar embarazada a ninguna mujer. Nunca se cansa de repetir que no quiere obligaciones ni…

—Preston… —lo interrumpe Theodore—, explícate.

Una gota de sudor resbala por mi espalda.

Trago saliva antes de volver a hablar.

—No hay nada que explicar, me acosté con Alison el día de tu boda.

—¿Te has acostado con mi hermana? —brama Adrien.

—Sí. No fue planeado, surgió sin más.

—¿Estabas borracho? —indaga Theodore.

—No, había bebido algo, pero no estaba borracho.

—¿Y ella?

—Estoy aquí, Theo, puedes preguntarme directamente a mí. Y no, yo tampoco estaba borracha. Yo tenía uno de mis días, ¿entiendes? —asiente—. Estaba deprimida y…

—¿Te aprovechaste de ella? —Adrien da una zancada brusca hacia mí.

Esta vez no me muevo ni un milímetro.

—Al contrario —dice Alison—, fui yo la que…

—No—aprieto su mano.

—Arthur…

La miro y niego con la cabeza.

—Nadie se aprovechó de nadie. Bailamos, charlamos y surgió.

—Pero eso no es…

—Fue así como pasaron las cosas, Alison. Somos adultos, nos atraemos y nos acostamos. Fin de la historia.

—Fin de la historia no, ella está embarazada, de ti—rezonga Theo.

—¿Lo supiste todo este tiempo y no nos dijiste nada? —el dedo de Adrien se me clava en el pecho y aprieto los dientes.

Alison le da un manotazo a su hermano, apartando su mano de mí.

—Él no sabía nada, y no era mi intención que lo supiera, ¿vale? Se ha enterado hoy, igual que todos vosotros.

—Supongo que habréis hablado de lo que vais a hacer al respecto, ¿no?

«Ahora sí que es tu fin, Arthur Preston».

—Por supuesto que lo hemos hablado, Theo, y tanto tú como Adrien sabéis cual es mi postura.

—Alison…

—No, Adrien, prometí que en mi vida no habría nadie más que…, ya sabes, y…

—Esto es por Colin—susurra.

«¿Colin? ¿Quién es ese?».

—Sí.

—Pero él no está, Ali, no puedes querer quedarte sola para siempre. Tienes veintisiete años, por el amor de Dios, tu obligación es ser feliz.

—Y lo soy, Adrien, te lo dije el otro día, ¿recuerdas? Te dije que estaba bien, tranquila. Te dije que ser madre me hacía feliz. Esto no fue buscado, pero ahora es lo que quiero.

—¿Tú no tienes nada que decir? —me pregunta Theo.

—Él no va a formar parte de esto, está decidido.

—Quiero escucharlo a él, Alison, digo yo que tendrá que aceptar las consecuencias de sus actos.

—Ya lo hemos decidido, Theodore, yo seguiré con mi vida y él con la suya.

—¿Preston?

Respiro hondo, tratando de calmar los golpeteos del corazón.

—Me conoces desde hace muchos años, Theo, y sabes qué es lo único que no quiero en mi vida. Lo siento, pero tu hermana tiene razón, no voy a formar parte de esto. Ambos tenemos claro qué es lo que queremos y no es estar obligados a estar juntos porque hayamos cometido un error.

—Tu obligación es hacerte cargo de tu hijo.

—Me haré cargo de su manutención, pero no seré su padre—murmuro aguantando su mirada.

—No puedo creer que estés haciendo esto, Preston…

—¡Maldito hijo de puta! —gruñe Adrien cogiéndome del cuello de la camiseta—. Te guste o no vas a casarte con mi hermana y te harás cargo de ese bebé.

—Suéltame—ordeno con los dientes apretados.

—Te voy a partir la cara, Preston… —me zarandea con fuerza.

—Ni se te ocurra ponerme un dedo encima, Adrien, porque no dudaré en defenderme. Hace dos minutos dijiste que querías que tu hermana fuera feliz, ¿y quieres obligarla a casarse conmigo? ¿En serio? ¿Has olvidado lo que sufriste los últimos tres años porque obligaron a tu prometida a casarse con tu hermano? ¡Vamos, joder! No estamos enamorados, ni siquiera le caigo bien, ¿de verdad quieres eso para ella? Lo dudo mucho.

—Maldito seas, Arthur Preston—me empuja hacia atrás y me suelta.

Que Theodore esté tan callado me preocupa. Imagino cómo debe de sentirse. He dejado embarazada a su hermana y traicionado nuestra amistad. Ojalá supiera lo que está pasando por su mente en estos momentos… No deja de observarnos, pendiente en todo momento de cada paso que damos. Como si estuviera grabando en su cerebro lo que acontece en este instante. Su mirada, acerada y dura, es lo único que me tiene acojonado. Es mi mejor amigo y, no sabría lidiar con su decepción, ni su rabia. Con cualquier otro sí. Con él no.

—Así que, te acuestas con mi hermana, la dejas embarazada y ahora pretendes irte de rositas, ¿lo he entendido bien?

—Theodore… —nuestros ojos se encuentran y no puedo evitar encogerme un poco—, lo siento, pero debes respetar nuestra decisión. Si nosotros estamos de acuerdo, ¿por qué vosotros no?

—Ponte en mi lugar y quizá lo entiendas—sisea.

—Lo siento, de verdad que sí.

—Yo también. Recoge tus cosas y lárgate.

Agacho la cabeza con pesar y asiento.

—¡No! —grita Alison—. No puedes echarlo, Theodore, no es justo. Es tu mejor amigo, ¿acaso has olvidado todo lo que ha hecho por ti? ¿Por vosotros? —exclama señalando también a Adrien.

—Vosotros habéis tomado vuestra decisión y yo la mía—manifiesta impávido.

—No lo hagas, Theo, por favor…

Éste, con las manos metidas en los bolsillos, se yergue.

—Está hecho.

Giro sobre mis talones, con la firme intención de abandonar el salón y la mansión de los James, pero la mano de Alison, presionando con fuerza mi brazo, me detiene.

—Si él se va, yo también. Desapareceré de vuestras vidas y jamás volveréis a saber de mí—vuelve a situarse a mi lado y entrelaza sus dedos con los míos—. Ya lo hice una vez, Theodore, y no dudaré en volver a hacerlo. Si Arthur sale por esa puerta, yo voy detrás de él.

Me quedo paralizado por su amenaza.

«¿Se ha vuelto loca?».

Los hombros de Theo se tensan, al igual que los puños de Adrien a sus costados. Cruzan sus miradas y luego las dirigen a nosotros dos y nuestros dedos enlazados.

—Alison… —digo soltándola.

—Lo haré, Arthur, me iré.

La intensidad de su mirada y de su determinación, me emociona.

Acojo su cara entre mis manos y clavo mis ojos en los suyos.

—Escúchame, es lógico que ahora mismo no quieran ni mirarme a la cara.

—Pero si a mí no me importa, ¿por qué a ellos sí? No es justo para ti, Preston.

Limpio sus lágrimas con los pulgares.

—Están cabreados porque lo que hice está mal, Alison.

—Pero lo hemos hecho los dos, yo también estaba allí, ¿recuerdas?

—¿Tú qué crees?

Sonríe.

—Pero…

—No más peros, se preocupan por ti y están en todo su derecho a castigarme. Voy a irme y tú te quedarás aquí, ¿vale? Prométeme que no cometerás ninguna locura.

—Pero…

—Alison, promételo, por favor.

Suspira.

—Está bien, les daré unos días para que se calmen y lo asimilen, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

La abrazo durante un instante y, antes de alejarme de ella y abandonar el salón, deposito un beso en su frente.

—Cuídate—murmuro.

—Tú también.

No miro atrás cuando salgo por la puerta. ¿Para qué? ¿Para ver la decepción en sus caras? ¿Para ver que se quedan con ganas de partirme los dientes? No, gracias.

—¿Qué ha sido eso? —escucho que Adrien pregunta.

—Sois unos hipócritas—les grita Alison—. Cuando las cosas se han puesto feas en vuestra vida, lo habéis tenido a él a vuestro lado. ¿Y cómo le pagáis cuando la suya se complica? Amenazándolo con partirle la cara y echándolo de vuestra casa.

Meneo la cabeza, admirado.

«Joder, qué bien puestos los tiene esta mujer».

No alcanzo a escuchar ninguna respuesta, en el caso de que la hubiera, porque ya estoy en el vestíbulo.

Theodore ha dicho que recogiera mis cosas. No tengo nada que recoger. Ni siquiera había sacado del coche mi pequeña maleta de viaje.

—Eh—me giro al escuchar su voz—, no hace falta que te vayas ahora, has estado bebiendo.

—Sólo han sido unas cervezas, y eran sin alcohol.

—Aun así…

—Theodore, no pasa nada, lo entiendo, de verdad que sí. Me lo merezco.

—Preston… —abro la puerta de la calle—, conduce con cuidado.

Asiento y salgo, cerrando tras de mí.

«La que has liado… Menuda mierda, joder».

Conduzco hasta Dover y busco un sitio donde pernoctar.

Una vez en la habitación, de una rústica y acogedora posada, me quito la ropa y me meto en la ducha. Una ducha de diez minutos que aligera muy poco la tensión de mis hombros. Me pongo un bóxer, una camiseta, y busco algo fuerte que llevarme a la boca. Sólo hay una botella de ginebra y vino. Opto por la ginebra, no es que me entusiasme mucho, pero…

Le doy un buen trago y se me crispa la cara.

«Joder, qué asco».

La vuelvo a dejar en su sitio, abro la botella de vino y me sirvo una copa. Inhalo el olor del líquido granate y le doy un sorbo. Me siento en una mecedora de mimbre y me balanceo suavemente con la vista fija en la nada.

Dentro de unos meses nacerá una criatura que, siendo del tamaño de un garbanzo, ya ha trastocado mi mundo y lo ha puesto patas arriba. Una criatura que llevará mi sangre, pero no mi apellido.

El estómago se me contrae, al igual que las pelotas.

«¿Cómo vas a seguir adelante con tu vida sabiendo eso, Preston?». 

 

 

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