Arthur

Arthur


CAPÍTULO 18

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CAPÍTULO 18

 

Me siento como una mierda. De hecho, hace días que me siento así. Exactamente desde mi última discusión con Alison y la posterior llamada de la doctora Matthews, a la que he conocido en persona el miércoles en su consulta. Me siento como una mierda porque, como ya dije anteriormente, no me gusta nada discutir, y con ella menos todavía. Sobre todo, si es por gilipolleces como mi olor o mi letra ininteligible. Por esas puñeteras tonterías, ambos acabamos diciendo cosas que en realidad no sentimos y después son difíciles de borrar.

Confieso que, antes de que ella recibiera esa llamada, cuando ya me había dado la bofetada y me despidió, antes de todo eso, ya estaba arrepentido de abrir la bocaza y sacar a la luz mi conclusión echándosela en la cara. Mis propias palabras ya me carcomían por dentro al segundo de soltarlas. Mi intención no era humillarla al asegurar que no me importaba ser su polvo de distracción y que estaba dispuesto a follar con ella cuando así lo quisiera, sólo tenía que chasquear los dedos y allí estaría. No, no quería hacerle daño y, en cambio, fue lo que hice. Soy imbécil, así de simple. Un imbécil que se ha dejado en evidencia al demostrar con palabras que está celoso de sus recuerdos. No, de sus recuerdos no, de la persona que los ocasiona.

¡Celoso!

¡Yo!

¡Manda huevos!

No sé qué hubiera pasado si esa llamada no llega a producirse.

Probablemente yo hubiera recogido mis cosas y salido de allí sin pensar en las consecuencias.

Ojo, no estoy agradecido porque la doctora Matthews eligiera ese preciso momento para darle los resultados de unas pruebas a Alison; no obstante, confieso que sirvió para que dejáramos de hacernos daño y nos centráramos en algo realmente importante, como es la salud del bebé. La angustia me atenaza al rememorar las imágenes de Alison llorando desconsolada, el miedo reflejado en su rostro y el temblor de su cuerpo, que a duras penas la sostenía. Me partió el alma verla así. No sé por qué, pero sentí toda su angustia y el miedo, y deseé poder ser capaz de hacer algo que mitigara todo ese sufrimiento que parecía atormentarla mientras escuchaba lo que la doctora le decía. La necesidad de saber qué ocurría me pudo y no dudé en arrebatar el teléfono de sus manos y ocupar su lugar. Las palabras: «soy el padre del bebé», salieron de mi boca sin pensar y en ese momento me di cuenta de que, aunque en mi cabeza me negaba a ello, mi corazón ya había tomado la decisión de aceptarlo. Ese hecho, aunque me asustó, también me liberó y emocionó. Iba a ser padre y mi hijo, nuestro hijo, parecía no estar desarrollándose dentro de los parámetros establecidos, así lo indicaba la medición del pliegue nucal, una prueba que Alison se había hecho un par de semanas antes y que a mí me sonaba a chino.

Acepté sin dudar la cita con la doctora al día siguiente, necesitaba saber qué significaban todos aquellos tecnicismos médicos y cuáles eran los riesgos. En cuanto colgué la llamada, mi prioridad fue Alison, tenía que tranquilizarla de alguna manera y convencerla de que todo saldría bien, que pasara lo que pasase, estaría a su lado.

Era lo mínimo que podía hacer.

La abracé y me abrazó, desconsolada. Escondió la cara en mi pecho y lloró mientras acariciaba su espalda con suavidad.

—Todo va a salir bien, cielo, ya lo verás—murmuré sobre su pelo.

Su llanto se hizo más desgarrador. Apreté el abrazo y la levanté en brazos, llevándola conmigo hasta su silla, donde me senté y la coloqué sobre mi regazo. Acunándola como si fuera una niña. Estuvimos así bastante rato. Yo, acariciándola con ternura y susurrándole palabras de aliento. Ella, acurrucada junto a mí, rodeándome la cintura con sus brazos y liberando su angustia con el llanto.

—Lo siento—dijo en un murmullo apenas audible—, siento haberme cabreado contigo y darte una bofetada.

—Yo también siento lo que dije, tienes razón, no tengo ningún derecho a reprocharte nada. Y la bofetada me la diste con motivos, me la merecía.

—Gracias—musitó.

—¿Por qué? ¿Por ser un capullo?

—No, por esto. Por estar aquí conmigo, consolándome.

—Es lo menos que puedo hacer.

—No es cierto, podrías haberte ido y, en cambio, aquí estás… No eres el hombre que yo creía, Arthur.

—Bueno, tú tampoco eres como imaginaba.

Sus ojos, anegados en lágrimas, me miraron y se enredaron con los míos.

—¿Qué voy a hacer si…?

—No vamos a hacer nada, Ali, porque todo va a salir bien, ya lo verás.

—¿De verdad lo crees?

—Estoy convencido de ello.

No era cierto, estaba muerto de miedo, igual que ella, pero no iba a decírselo, evidentemente.

—Le… Le… Le dijiste a la doctora Matthews que eras el padre del bebé…

Sonreí.

—¿Y no lo soy?

—Sí, es sólo que… ya sabes, tú no… —balbuceó—. Tú no… no…

—Yo no qué.

Cogió aire por la nariz y lo expulsó por la boca, con lentitud.

—Que no es necesario que mañana me acompañes a hablar con ella.

—Alison, no le des vueltas, ¿vale? Soy el padre y mañana iré contigo, te guste o no.

—Me gusta—confesó tímida.

—Bien.

—Vale.

A la mañana siguiente, ambos estábamos a la hora indicada en The Portland Hospital, uno de los mejores hospitales de maternidad aquí en Londres, para nuestra cita con la doctora Matthews.

—Has venido… —dijo en cuanto me vio entrar en la sala de espera.

—Pareces sorprendida.

—Un poco.

—No me lo digas… Pensabas que me echaría atrás, ¿verdad?

Se encogió de hombros.

—Algo así.

Meneé la cabeza y me senté a su lado.

—¿Cómo estás? —indagué buscando en sus ojos la respuesta.

—Nerviosa. ¿Y tú?

—También—reconocí—. ¿Has dormido algo?

—No, nada.

—Yo tampoco.

—Arthur…

—Dime.

—Gracias.

Asentí, incapaz de pronunciar palabra, estaba acojonado.

Pocos minutos después, entramos en la consulta de la doctora. Una mujer de unos cincuenta años, regordeta y de sonrisa amable y tranquilizadora que, en cuanto tomamos asiento frente a ella, antes de comenzar con sus explicaciones, se centró en tranquilizar a la mujer que a mi lado temblaba como una hoja mecida por un viento huracanado.

—Alison—su voz era clara y dulce—, estas cosas ocurren más veces de lo que crees. Entiendo cómo debes de sentirte, de verdad que sí, pero no debemos dar nada por hecho hasta que no tengamos todas las pruebas, ¿de acuerdo? Trata de respirar hondo y tranquilizarte, el bebé nota tu angustia y no es bueno para él.

Alison asintió y yo atraje su mano hacia mí para enredar mis dedos con los suyos.

La doctora abrió una carpeta, leyó algo y luego clavó la mirada en nosotros. Comenzó a hablar y al segundo me perdí. No tenía ni idea de qué era la prueba de triple screening, ni el pliegue nucal y mucho menos la amniocentesis. Todo me sonaba a chino y, la verdad, asistir a su consulta para no enterarme de nada, no tenía sentido. Por eso la interrumpí y le pedí que, por favor, tratara de dejar de lado los tecnicismos médicos y me hablara en cristiano para que pudiera entenderla.

Me sonrió amable y asintió.

—Lo siento—se disculpó—, lo hago por inercia.

—Entiendo— musité.

—Bien, a Alison se le realizó, en la semana doce, la prueba del pliegue nucal y también la de triple screening. La prueba del pliegue nucal se trata de una prueba fundamental para detectar malformaciones cardíacas o Síndrome de Down. Consiste en hacer una ecografía y comparar con las tablas percentiles preestablecidas el tamaño del embrión, las semanas de gestación y el grosor de la translucencia nucal. La translucencia nucal es el acúmulo de líquido en la nuca y parte posterior del cuello del feto, bajo la piel—asentí—. Bien—continuó—, la prueba de triple screening, es una prueba de rastreo que se realiza para detectar posibles alteraciones genéticas mediante la extracción de una muestra de sangre. En ella se valoran tres bioquímicos presentes en la sangre de Alison que, junto con la translucencia nucal, se emite un algoritmo de control que mide las posibilidades de que el feto tenga una anomalía—suspiró—. Y por eso estáis hoy aquí, porque los resultados de dichas pruebas nos indican que puede haber alguna anomalía.

Los dedos de Alison se tensan en mi mano.

—¿Qué tipo de anomalía? —balbuceé.

—Para poder responderte a esa pregunta necesitamos realizar una amniocentesis.

—¿Una qué?

—Amniocentesis, mediante una punción abdominal y del útero, se extrae líquido amniótico y se estudian los posibles trastornos fetales.

—Pero esa prueba es peligrosa, doctora Matthews… —murmuró Alison con la voz tomada.

—A ver, no voy a mentiros y, aunque es una técnica segura, es cierto que implica riesgos.

—¿Qué tipo de riesgos? —pregunté.

—La mayor complicación de la amniocentesis es el riesgo de aborto, aunque las probabilidades son mínimas, están ahí.

Alison ahogó una exclamación y negó con la cabeza.

Le di un ligero apretón en la mano y carraspeé.

—¿Cuándo tendría que realizarse esa prueba, doctora?

—No pienso hacérmela, Arthur, no si ello implica que pueda perder al bebé.

—Alison…

—No, ni de coña.

—¿Doctora?

—Alison, infinidad de mujeres realizan la prueba y no ocurre nada, ven nacer a sus hijos y son felices, de verdad. Tendrás que estar en reposo unos días y luego podrás hacer vida normal. Los resultados estarán en tres semanas, aproximadamente. Es conveniente que te la hagas, para eliminar cualquier duda, ¿entiendes?

Se miraron durante segundos eternos antes de que ella asintiera.

—¿Cuándo? —volví a preguntar.

—Déjame ver… —repasó la ficha que tenía sobre la mesa—. En estos momentos está de catorce semanas, tendríamos que hacerla dentro de dos, en la dieciséis.

—Díganos día y hora y aquí estaremos—dije.

Cogió su agenda y observó el calendario, luego nos dio una fecha y la hora.

—¿Estás de acuerdo, Alison? —preguntó.

—No hay otra alternativa, ¿verdad? —murmuro ésta.

—No, no la hay, lo siento.

Alison suspiró.

—Entonces supongo que estoy de acuerdo.

Desde entonces está apática, triste, ojerosa… Sé que no duerme bien y que la preocupación la supera. Me parte el alma verla así y, juro que, si pudiera cambiarme por ella, no dudaría en hacerlo. Pero no puedo. Se pasa horas delante del ordenador leyendo foros y blogs, donde mujeres que han pasado por la misma situación, cuentan su experiencia.

A veces la encuentro llorando y, mientras la abrazo, para consolarla, no puedo evitar sentirme culpable y acojonado. Ahora que estoy tan pendiente de ella, soy consciente de cómo día a día va cambiando su cuerpo.

Cómo se van ensanchando sus caderas. Cómo va creciendo su tripita, redondeándose… Lo bien que le sienta la ropa más holgada… Esta preciosa, joder. Y pensar que, dependiendo de los resultados de la amniocentesis tendrá que tomar una decisión, porque yo acataré lo que ella quiera hacer sin dudar, me destroza por dentro porque sé que para ella será un duro golpe. Lleva poco más de tres meses haciéndose a la idea de ser madre y amar a ese bebé. Formar su propia familia junto a él… Disfrutarlo… Amarlo… Criarlo… Interrumpir el embarazo a estas alturas sería un trauma que estoy seguro le costaría mucho superar y no quiero que pase por ello.

Odio esta maldita situación.

Con todas mis fuerzas.

Sus hermanos no tienen ni idea de lo que está pasando, se niega a decirles nada porque entonces la agobiarían y Adrien estaría continuamente pululando por las oficinas sin darle un respiro.

Hace unos días, éste, entró en la oficina y nos pilló en uno de esos momentos que últimamente tengo con ella cuando se viene abajo. Tenía las manos acunando sus mejillas y limpiaba sus lágrimas con los pulgares, mientras nos mirábamos a los ojos y le susurraba que no la dejaría sola. La voz de Adrien, a mi espalda, nos sobresaltó a ambos:

—¿Qué cojones te crees que estás haciendo, Preston? Quítale las manos de encima a mi hermana, joder.

En dos zancadas se aproximó a nosotros y Alison se tensó.

—¿Qué le has hecho? ¿Por qué está llorando?

Noté el gesto imperceptible de su cabeza y le guiñé un ojo.

—No está llorando, James, se le ha metido algo en el ojo, eso es todo. Pero ya está, sólo era una molesta pestaña.

Ambos sonreímos, cómplices.

Más tarde fue cuando me pidió que por favor mantuviera el pico cerrado y no le dijera nada a sus hermanos de la prueba.

Le dije que sus deseos eran órdenes para mí.

Yo tampoco los quiero pululando a nuestro alrededor.

Y mucho menos ahora que estamos más unidos que nunca.

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