Arena

Arena


Capítulo 4

Página 11 de 42

Norreen le observó con expresión gélida y empezó a alzar la mano como si quisiera arrojarle la moneda a la cara.

—Tienes que comer —dijo Garth en voz baja y suave, y le dio la espalda y se alejó.

—Está loco —dijo Hammen. meneando la cabeza mientras alzaba la mirada hacia Norreen.

—¡Es un bastardo! —replicó ella sin levantar la voz y con los ojos llenos de confusión.

Después giró sobre sus talones y desapareció entre la multitud. Hammen apretó el paso para mantenerse a la altura de Garth, y se agachó cuando de repente se oyó otra explosión que hizo salir disparada hacia el cielo una nube de escombros que subió unos treinta metros antes de empezar a caer. La Plaza vibraba con los ecos de las explosiones y los estridentes sones de los clarines. Otra columna de guerreros salió por la puerta del palacio del Gran Maestre y avanzó a la carrera con las espadas y las ballestas preparadas para ser utilizadas. Detrás de ella venían una docena más de luchadores, con la fortaleza de su maná tan evidente que sus cuerpos parecían brillar mientras iban esparciendo hechizos de protección sobre ellos mismos y los guerreros. El Gran Maestre cabalgaba en el centro de la columna. Su rostro se había convertido en una máscara de furia, y durante un momento concentró su atención en Garth, que se quedó totalmente inmóvil.

Hammen le observó y se dio cuenta de que hubo un instante durante el que Garth pareció no estar allí, dando la impresión de haberse vuelto tan oscuro y opaco como un dibujo trazado sobre un cristal ahumado. El Gran Maestre mantuvo la mirada clavada en él durante varios segundos. Otra explosión hizo temblar el extremo opuesto de la Plaza, y el Gran Maestre se removió como si acabara de despertar de un sueño. Después giró sobre sí mismo, meneando la cabeza como si estuviera un poco confuso, y siguió cabalgando hacia la batalla, que seguía extendiéndose como si quisiera abarcar todo el recinto. Garth volvió a estar presente, y siguió caminando con paso rápido y decidido.

—Un hechizo muy astuto —jadeó Hammen, que seguía intentando no quedarse atrás.

—A veces resulta bastante útil, especialmente si quien te busca no se está concentrando —le explicó despreocupadamente Garth.

—¿Y ahora qué, amo?

Garth se volvió hacia Hammen.

—Amo, ¿eh? —murmuró.

—Bueno, después de lo que hiciste en la Plaza... Fue soberbio, de veras.

—¿Qué quieres decir?

—Provocar toda esa batalla...

—No hice nada —replicó Garth.

Hammen se limitó a toser y escupir como toda contestación.

Garth atravesó la Gran Plaza y fue en línea recta hacia la Casa de Ingkara. Delante de la fachada de la Casa había veintenas de luchadores, que estaban observando la confusión que se había adueñado del otro extremo y lanzaban rugidos de aprobación y placer.

Garth fue hacia ellos y durante un momento los luchadores apenas se dieron cuenta de que había cruzado el límite entre los dos pavimentos, y de que se hallaba sobre el semicírculo púrpura que se desplegaba alrededor de su Casa.

—Eh, un Gris tuerto... ¿Estás huyendo?

Garth se volvió hacia el luchador que acababa de hablar, y que le observaba riendo.

—Quiero unirme a la Casa de Ingkara —dijo Garth con voz gélida e impasible.

Unos cuantos luchadores se echaron a reír y empezaron a burlarse de él.

—Hace demasiado calor por allí, ¿eh? Podrías acabar malparado, claro... Y saliste huyendo, así que ahora no puedes volver.

El hombre que se burlaba de él ya había empezado a darse la vuelta y estaba extendiendo las manos cuando un joven luchador Púrpura cuya túnica estaba ennegrecida y chamuscada surgió de entre el gentío y fue corriendo hacia ellos. El joven aflojó el paso, se volvió y miró a Garth.

—Es él... ¡Es el que lo empezó todo! —gritó el recién llegado.

El luchador que se estaba preparando para desafiar a Garth volvió la mirada hacia el maltrecho mensajero y le contempló con expresión sorprendida.

—Sí, él lo empezó todo... Derribó a Naru, y después luchó con una docena de ellos sin que consiguieran vencerle —jadeó el joven luchador Púrpura.

El luchador que parecía haber estado tan dispuesto a enfrentarse con Garth miró a su alrededor como si no supiera qué hacer, y Garth bajó las manos en un gesto tan desafiante como lleno de confianza en sí mismo.

—¿Naru? —preguntó el luchador.

—Ahora necesita una dentadura nueva —anunció el mensajero, hablando en un tono tan lleno de excitación como si fuese él quien había llevado a cabo aquella hazaña—, y a juzgar por cómo le pateó el tuerto, Naru tendrá que buscar lo que quede de su virilidad en algún sitio debajo de sus costillas.

Los ojos de los luchadores Púrpuras fueron del mensajero a Garth, y los labios de algunos de ellos empezaron a curvarse lentamente en grandes sonrisas de placer. La multitud empezó a separarse y los luchadores inclinaron la cabeza en señal de respeto cuando una silueta esbelta y angulosa fue hacia Garth. Llevaba una túnica hecha del más fino terciopelo cubierta con gruesos anillos de bordados color oro.

Garth también inclinó respetuosamente la cabeza.

—Jimak, Maestre de Ingkara... —dijo.

La mirada de Jimak recorrió lentamente a Garth desde la cabeza hasta los pies, como si estuviera examinando alguna obra de arte menor que tal vez decidiera adquirir si el precio le parecía justo.

—¿Venciste a Naru tal como acaba de decir Balzark? —preguntó.

—Todo ocurrió como él ha contado —replicó Garth.

—Y te enfrentaste tú solo a una docena de Marrones hasta que vinieron a ayudarte.

—Una benalita me echó una mano, pero básicamente... Sí, así fue.

Jimak asintió como si estuviera absorto en sus pensamientos.

—¿Y por qué has venido a nosotros? —preguntó por fin—. Debería enviarte a Tulan para que te castigara por haber quebrantado la paz del Festival.

—He venido aquí porque si he vencido a Naru puedo vencer a otros, y vuestra Casa saldría muy beneficiada con ello —replicó Garth—. Además, aún no he pasado por la iniciación completa en la Casa Gris, por lo que técnicamente soy libre de irme cuando me plazca. Como bien sabéis, es lo que dicen las reglas y, francamente, preferiría no tener que enfrentarme al castigo que se me impondrá por ese pequeño incidente.

Garth movió la cabeza señalando el otro extremo de la Plaza, que estaba envuelto en gigantescas nubes de humo iluminadas por los brillantes destellos de las llamas.

—Me atrevería a afirmar que gracias a mis esfuerzos ahora Ingkara tendrá un par de docenas menos de luchadores a los que enfrentarse en el Festival, y deseo beneficiarme de ello —siguió diciendo—. Además, vos también podéis beneficiaros, por lo que nuestra relación podría ser muy provechosa para ambas partes.

Jimak contempló a Garth con altivez durante unos momentos, y después una sonrisa casi imperceptible se fue infiltrando en sus rasgos de calavera.

Ir a la siguiente página

Report Page