Arcadia

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Capítulo 65

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Jack se quedó horrorizado al ver el estado en que se hallaba la isla cuando los helicópteros la sobrevolaron antes de aterrizar en la pista, levantando una nube de polvo. Habían abierto enormes orificios negros en lo que antes eran los tejados de un blanco reluciente que cubrían la mayor parte del instituto; los restos de puestos de avanzada defensivos aún ardían con la ligera brisa, en el extremo más alejado de la isla aún llameaba un fuego, y media docena de los pequeños transbordadores asomaban a medias por el agua, bombardeados y hundidos tal y como estaban, amarrados en el muelle. El ejército de Oldmanter había hecho un trabajo rápido y concienzudo.

Las reparaciones ya habían comenzado. Cuando aterrizaron, vio que otras máquinas de gran tamaño llevaban el equipo necesario para tapar los orificios y así conseguir que volviera a funcionar la electricidad. Por todas partes se veían apilados con pulcritud suministros de todo tipo. Su ojo experto escudriñó el lugar cuando descendían, pero no distinguió cárceles para prisioneros ni señales de tumbas abiertas recientemente.

Algunos ya habían vuelto al trabajo a las órdenes de su nuevo señor; otros se habían marchado para arreglárselas por su cuenta como pudieran. El lugar estaba medio desierto, silencioso, lúgubre, sin un propósito que cumplir. Las pocas docenas de personas a las que habían trasladado de los Refugios estaban vigiladas.

Jack logró obtener permiso para ir a ver a Emily, ya que había recuperado su anterior puesto, y permanecía a la espera de que fuese trasladado a otra parte del vasto imperio de Oldmanter. Le habían ofrecido un ascenso, todo cuanto pudiera necesitar. Oldmanter era un hombre generoso.

—Mantendrá su palabra —le dijo a la joven—. Se están llevando a cabo los preparativos. Pero, aun así, está usted a tiempo de cambiar de opinión.

—¿Por qué iba a querer hacerlo?

—Es peligroso.

—Esto tampoco es lo que se dice seguro para la gente como nosotros.

—¿Cómo supo Oldmanter dónde estaba? ¿Cómo me encontró tan deprisa?

—Muy sencillo: yo se lo dije. Era evidente que iba a ganar. Habría muerto usted, y nosotros también. Me pareció una buena forma de salvar algo del naufragio.

—Usted me dijo que el documento era antiguo, y luego le dijo a él que era falso.

—Es la clase de imprecisión propia de las personas que carecen de una formación científica rigurosa, supongo.

—Hanslip dice que es peligroso.

—Pero ¿para quién cree usted que lo es? ¿Qué hay de Hanslip?

—Tengo permiso para visitarlo mañana.

—Me cayó bien. Dígale que sé lo que hago.

—Intentaré que mejoren sus condiciones antes de que me vaya —empezó Jack cuando entró en la celda de Hanslip al día siguiente y vio, con desagrado, la humedad de las paredes y la suciedad del suelo—. No hay ningún motivo para que lo traten así.

—¿He desaparecido? —La voz de Hanslip era sorprendentemente clara y fuerte para ser alguien que a todas luces había recibido un trato pésimo.

Jack vio los cardenales, el ojo morado, las vendas de las manos. Primitivo. Algo que detestaba.

—Eso me temo. La sobrecarga se ha atribuido de forma oficial a los terroristas, y las autoridades están reaccionando con detenciones masivas. El instituto no ha existido nunca, ni usted tampoco.

Hanslip asintió para hacerle ver que lo había entendido.

—¿Y usted?

—Oldmanter me ofreció trabajo. No tenía mucha elección, así que lo acepté. También ha accedido a enviar a los renegados a su propio mundo a cambio de la colaboración de Emily Strang. A todos los efectos será una reserva, donde vivirán sin que nadie los moleste.

Hanslip sopesó la información.

—Comprendo. ¿A qué ha venido hoy?

—A despedirme, me temo. Lo van a fusilar. Y deseo pedirle disculpas. Una de las condiciones que puso Emily fue que se le ofreciera a usted la posibilidad de ir con los renegados. Oldmanter accedió, pero ha cambiado de opinión. Me han ordenado que le diga a Emily que rechazó usted la oferta.

—¿Ya está mintiendo por Oldmanter? ¿Está dispuesto a hacerlo?

—Sí. Debo hacerlo.

—¿Es usted consciente de lo peligroso que puede ser utilizar esa máquina? ¿Lo es Oldmanter?

—Yo no sé nada. Usted me dice que es peligrosa, Oldmanter está seguro de que no lo es. Y él es la persona con más éxito del planeta, así que es probable que su opinión prevalezca. Emily me dijo que sabe lo que se hace.

—¿Ah, sí? —Hanslip entrecerró los ojos, absorto en sus pensamientos. Después su mirada se volvió lúcida, y él pareció casi satisfecho. Asintió para sus adentros y casi sonrió—. Sí, es posible. Después de todo es hija de Angela. Ya le dije a usted que Angela era una mujer despiadada. ¿Le importaría decirle a Emily que entiendo lo que está haciendo y le deseo suerte? Y también que puede contar conmigo.

—Si usted quiere.

—Gracias, señor More. Le agradezco que haya tenido la amabilidad de venir a verme. Y también le deseo buena suerte. Creo que la va a necesitar más que cualquiera de nosotros.

Esa noche Jack, con tres soldados armados, sacó a Emily del recinto una vez más y la llevó por los corredores al exterior. Una vez fuera ordenó a los hombres:

—Manténganse lejos. Sin que nos pierdan de vista, como supongo que será su obligación, pero en segundo plano, por favor.

—Un hombre con autoridad —comentó ella mientras los soldados retrocedían obedientes y les permitían acercarse a la playa a solas.

—En efecto. Esos tres son buenos tipos. Les da lo mismo lo que pase, siempre y cuando no se metan en líos.

—Como la mayoría de la gente.

—Supongo.

Anduvieron en silencio un rato, Emily absorbiendo el aire fresco.

—Esto está desierto. Me gusta.

—Me alegro, porque acabará conociéndolo bien.

—¿Por qué?

—Es su destino —se limitó a contestar Jack—. Han decidido que resulta demasiado caro moverlos geográficamente. Así que, con independencia del momento, llegará justo al punto desde el que partió. De esta isla, a decir verdad. Después tendrá que seguir su camino.

—¿Cuántos de nosotros iremos?

—Para empezar sólo usted. Me temo que pretenden usarla de conejillo de Indias, para ver si funciona. Si lo piensa bien, ello demuestra que se lo están tomando en serio. Quieren hacerlo bien.

—Es una lástima. ¿Cuándo irá el resto?

—Le está preguntando a la persona equivocada. Sólo soy un encargado de seguridad, no lo olvide.

—En ese caso, no me queda más remedio que confiar en que mantenga su palabra.

—Lo hará, creo. A su manera, una manera extraña, es importante para él. Pero no es demasiado tarde para cambiar de opinión, si tiene alguna duda.

—Podría hacerlo si se me ocurriera algo mejor. ¿Qué día me iré?

—No lo sé.

—¿Ha visto usted a Hanslip?

—Sí. Y no quiere ir. Además, ha dicho que entiende lo que hace usted y le desea suerte. Y que puede contar con él. ¿Qué significa eso?

—¿Lo van a matar?

—Sí.

—Eso significa que ha entendido que no importa que lo maten o no. Va a morir de todas formas si no viene conmigo. ¿Por qué no viene usted?

—Debe de estar de broma.

—Quiero que sepa que sé lo que estoy haciendo.

La observó con curiosidad, procurando comprender lo que decía.

—¿No va a confiar en mí? —añadió—. Es importante. No le puedo decir por qué.

More vaciló y negó con la cabeza.

—No —repuso—. Es una renegada. No comparto sus opiniones ni sus valores, aunque no me oponga a ellos tanto como la mayoría de la gente. Además, todo lo que deseo está aquí. Estoy a salvo, disfruto de auténticos privilegios por primera vez en mi vida. He encontrado mi sitio y se me valora. Sé que eso no le dice mucho, pero es todo lo que quiero.

Ella asintió.

—Ya me lo imagino. Pero por lo menos lo he intentado. Volvamos.

Jack ya lo había visto antes, pero mientras que la transmisión de Alex Chang fue discreta y sin ceremonias, en esta ocasión la operación se llevó a cabo con bastante fanfarria. Para empezar la grabaron, para que a su debido tiempo Oldmanter pudiera presentar su descubrimiento con la necesaria espectacularidad a un mundo impresionado. Incluso permitió que lo filmaran a él, por primera vez en décadas, tan importante era para su poder y su reputación.

También estaban utilizando la nueva máquina, inacabada cuando Angela huyó, pero ahora terminada y provista de sensores para tener una idea mucho mejor de adónde iban a parar los sujetos. Se encontraba en una habitación amplia, iluminada y preparada con gran teatralidad. Entre los técnicos, volcados en sus instrumentos y por completo concentrados, reinaba un adecuado silencio, la viva imagen de la excelencia tecnocrática. Se hizo pasar a la voluntaria, que recibió una salva de aplausos cuando subió al podio. Nadie dijo que era una renegada: más bien se le dio el perfil de heroica exploradora, de pionera que deseaba mejorar la humanidad. La hija de dos distinguidos científicos, una vez más dispuesta a demostrar la entrega a su profesión: la mejora de la humanidad. Se sentó, asintió para dar a entender que estaba lista y el campo magnético se elevó, dejándola atrapada dentro.

Las cámaras enfocaron amorosamente su rostro hasta que desapareció en la oscuridad azul: bonito, fresco y sencillo, todo cuanto los espectadores querrían mirar.

Después la habitación en sí se oscureció hasta que sólo fue visible la luz azul, que vibraba de forma rítmica. Por lo general, la transmisión era instantánea: el sujeto estaba allí y acto seguido había desaparecido. Pero esto no era lo bastante bueno: el Departamento de Publicidad había insistido en ofrecer algo más visual y dramático. «¿No lo pueden alargar un poco? Necesitamos difundir una sensación de viaje, y lo que tiene es tan emocionante como apagar una bombilla».

Se podía hacer, pero sólo si se mantenía al voluntario en un estado de no existencia artificial durante ese período de tiempo. Mientras la electricidad alimentara el sistema, a ella se la mantendría en el limbo, y ellos podrían añadir efectos luminosos, pasar a miradas nerviosas en el rostro de los técnicos, hacer un comentario in crescendo que llevara hasta el momento en que se cortara la energía y el viajero —presumiblemente— saliera hacia su destino. Las luces se encenderían para poner de manifiesto que ahora el podio estaba del todo vacío. Con eso y con todo, no sería gran cosa, pero sí mejor que nada. Al cabo se organizó de ese modo: la transmisión se alargaría tal y como querían. A Emily no se lo dijeron, no se fuera a preocupar. Los productores necesitaban que sonriera.

Oldmanter observaba desde un lado: lo había puesto todo en marcha y estaba más que satisfecho de dejar la parte técnica en manos de otros. Cuando comenzó la función, se puso impaciente y enfiló el pasillo para ir a la habitación donde se hallaba la máquina más antigua y de menor tamaño, la que se había utilizado cuando Hanslip aún estaba al mando. En la plataforma de transmisión no había nada salvo una esfera de metal negra, de unos cincuenta centímetros de diámetro. Jack fue con él: recibió la orden de que se asegurase de que no entraba nadie más.

—He pensado que le gustaría ver esto —dijo Oldmanter cuando llegaron—. Es el experimento más serio que se está llevando a cabo hoy.

—¿Qué ha sido lo de esa otra habitación?

—Un poco de publicidad. Enviando a una joven no se va a conseguir nada. Pero da buena imagen, y tocará la fibra sensible de la gente.

—Entonces ¿qué es esto?

—Esto, señor More, es una bomba nuclear. No tiene ni idea de lo difícil que ha sido hacerse con ella. Están muy bien protegidas, como se puede imaginar. Es pequeña, pero por desgracia es la máxima densidad con la que puede este dispositivo. Enviar cualquier tipo de metal requiere cantidades ingentes de energía. Me temo que el mundo está a punto de sufrir otro importante apagón. —Se volvió risueño hacia Jack—. Vaya con los terroristas, ¿eh? Desde luego su audacia no conoce límites.

—¿Qué va a hacer con ella? ¿Para qué la quiere?

Oldmanter sonrió.

—Vamos a limpiar un mundo para colonizarlo. Así que no está de más empezar a comprobar si es factible.

—¿Con una sola bomba?

—Con una sola bomba. Confiamos en que los habitantes se ocupen del resto por nosotros. Es más barato, ¿sabe? De lo contrario, tendríamos que remontarnos más, y sería más caro.

—Espero que no tenga intención de lanzarla al mundo al que ha ido Emily.

—Por desgracia, tenemos que proceder así —contestó con cierto pesar—. Hay un pequeño contratiempo técnico, y por el momento sólo podemos acceder a un universo. Nadie sabe por qué, pero hasta que lo solucionemos, no hay nada que podamos hacer.

—Emily morirá.

—No. Decidimos enviarla al futuro. Nadie lo ha hecho nunca, y uno de nuestros asesores se muere de ganas de averiguar si es posible. Si vamos a establecer una comunicación entre los mundos, debemos determinar si la transmisión hacia delante es posible. Irá tan lejos como lo permita la electricidad disponible.

—De modo que le mintió.

—Dije que transportaría a los renegados a un mundo distinto, y así lo haré. No dije que los fuera a enviar a todos al mismo espacio temporal, y tampoco prometí que no enviaría también una bomba nuclear.

—¿Adónde ha ido ella?

—Que yo sepa, a ningún sitio aún. Llegará cuando su aparato no reciba más energía. Eso será unos diez minutos después de que finalice este experimento. Ahora mismo se encuentra en un fascinante estado de no existencia. Y ahora, si me disculpa…

Se le había acercado un técnico con un papel.

—La lista de opciones, señor, para que dé el visto bueno definitivo. Estaremos listos dentro de cinco minutos.

Oldmanter cogió la hoja y le echó un vistazo como si tal cosa: Berlín, octubre de 1962; Londres, noviembre de 1983; Calcuta, mayo de 1990; Pekín, julio de 2018.

—¿Cuál me recomienda?

—El análisis apunta a que todas las opciones funcionarán a la perfección. Puede escoger la que más le guste.

Oldmanter señaló un recuadro, puso sus iniciales en la parte inferior del documento y le devolvió el papel.

—En ese caso, adelante —dijo, y salió de la habitación y se aproximó hasta donde estaba Jack en el pasillo, mirando a la ventana artificial—. Usted cree que soy despiadado, señor More. Y me temo que ésa es la naturaleza de los descubrimientos. No le arrebatamos los secretos a la naturaleza pidiéndoselos con educación. Tenemos que hacernos con ellos por la fuerza, empleando la crueldad que sea precisa. Me figuro que está preocupado por esa chica, pero no es más que una persona entre muchos miles de millones que necesitan ayuda y recursos. Ahora la humanidad tiene un largo futuro por delante. Vale la pena sacrificar a una persona por ello.

—Ella pensaba que este mundo se destruiría a sí mismo con sus conocimientos —replicó Jack.

—Se equivocaba. —Miró el reloj de la pared—. Y se lo demostraré dentro de veinte segundos a partir de ahora.

—¿Está seguro? ¿No sería mejor esperar?

Oldmanter profirió un gruñido desdeñoso, y él y Jack se centraron en la proyección de tranquilidad que tenían delante: otro paisaje ideal, y Jack seguía sin saber por qué se molestaba alguien en instalarlo. Sin embargo, dio la impresión de que la escena los distraía a ambos cuando, tras ellos, el monótono tono de un técnico anunció los últimos segundos.

—El mundo está a punto de cambiar para siempre por lo que estamos haciendo aquí —afirmó Oldmanter en voz queda—. Podemos hacer de él algo en verdad increíble.

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