Arcadia

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Capítulo 43

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La Degradación, una ceremonia específica de Willdon, resultó impresionante y extrañamente conmovedora al mismo tiempo. Otros lugares tenían cosas similares, sí, pero ninguna era tan completa, tan brutal incluso, en su exhibición. Henary permaneció sumido en sus pensamientos mientras el grupito desaparecía en el bosque, y aunque sabía muy bien por qué se habían ido, se permitió sentir un atisbo de frustración. ¿No podría haber esperado un día? ¿O por lo menos unas horas, hasta que determinaran qué había sido de Rosalind? Pero no. Tenía que ser ese día concreto, a esa hora concreta, cuando lady Catherine ascendió al trono de Willdon. Decir que no era oportuno, que había cosas más importantes, se habría notado y habría resultado ofensivo. Habría minado la autoridad de lady Catherine y socavado su posición.

Al menos antes de desaparecer en el bosque había puesto en marcha una búsqueda concienzuda. Sus criados y sus sirvientes estaban dando una batida por la zona, pero Henary abrigaba pocas esperanzas de que fueran a encontrar algo. Se lo decía el antiguo manuscrito: la muchacha se había enamorado, y él estaba seguro de que había ido detrás del hombre que era dueño de sus afectos. No había sido coaccionada ni obligada. No la habían raptado. Henary casi deseó que hubiese sido así.

¿Daría algún resultado la búsqueda? El manuscrito no lo decía. Los fragmentos que había traducido hablaban de ella; el resto le resultaba demasiado difícil.

¿Qué podía hacer ahora? No tenía derecho a interferir en los asuntos de Willdon; ahora que había sido desprovista de su autoridad, el poder de Catherine se hallaba en manos de su chambelán. Hasta su regreso, casi era como si estuviese muerta, y su vuelta sería recibida como si de un renacimiento se tratase. Pero eso sería dentro de dos días.

Henary sólo había hablado con el chambelán un par de veces, y le había parecido demasiado… imparcial. Demasiado prudente para decir justo lo que hacía falta. Eficiente y leal, sin duda; el sobrino de Gontal, que a su vez era el hombre que con mayor probabilidad heredaría el dominio si por alguna razón Catherine moría.

—¿Disfrutáis de la autoridad? —preguntó Henary mientras volvía a la casa principal con él al término de la ceremonia.

—Yo hago lo que se me ordena —dijo por toda respuesta—. Como debemos hacer todos los que servimos.

La conversación ingeniosa no era su fuerte.

—Bien, si necesitáis ayuda… La desaparición de esa muchacha…

—Eso es cosa de Willdon, no de los visitantes. Los estudiosos han de centrarse en asuntos más elevados, como sin duda convendréis conmigo. Procuraré asegurarme de que nadie interrumpa vuestros pensamientos.

«Tú a lo tuyo», dicho de otro modo.

—Tenéis la Sala de las Historias a vuestra disposición. Y ahora, si me disculpáis, debo ocuparme de los asuntos del dominio…

Tras inclinar la cabeza se marchó, mostrando el debido respeto a Henary por ser estudioso al dar los primeros pasos hacia atrás, pero con una expresión vacía que socavaba cualquier pretensión de deferencia. El chambelán no lo quería allí. Bien, quizá tuviera sus razones, reflexionó Henary mientras retornaba obediente, dispuesto a ponerse a trabajar.

Al menos la sugerencia de que se quitara de en medio era buena. Henary se pasó las horas siguientes haciendo lo que más le gustaba del mundo, que era leer, intentando poco a poco descifrar el documento que constituía su obsesión. Tenía muchas otras cosas que mirar: en la bolsa que había llevado consigo estaban los papeles que se ocupaban de Etheran que había sacado de la Sala de las Historias y había copiado, y el libro que Jay había portado de Hooke. A su manera, todos eran reproches; mofas, todos ellos, que le recordaban cuán poco sólidos eran sus conocimientos. Y es que lo que podía leer no tenía sentido, y el resto no lo podía leer. Sin embargo, hasta la ignorancia y la perplejidad tienen su propio ritmo.

Las dos mañanas siguientes Henary se levantó más tarde de lo habitual y comió en silencio mientras se preparaba para trabajar. Disponía de algún tiempo hasta que volvieran Catherine y Jay, momento en que la vida reanudaría su curso habitual. Se celebraría una ceremonia para darle la bienvenida —esta vez, por suerte, breve, esperaba— y Catherine tomaría posesión de su cargo una vez más por aclamación. Qué otras cosas estaban pasando era algo que se le escapaba: no había ni rastro de la muchacha desaparecida, o si había alguna noticia, a él no se la habían comunicado.

De manera que estuvo trabajando apacible aunque infructuosamente hasta que llegó el momento de bajar de nuevo hasta allí donde se unían el jardín y el bosque para aguardar su regreso. Se reunió un grupito, al que se sumó otro más numeroso de sirvientes y jornaleros, familiares y amigos de éstos, para ver la llegada, estremecerse con el sonido de las trompetas y después disfrutar de su parte de vino y bizcocho.

—Deben de estar al caer —dijo Henary al chambelán.

—En efecto, estudioso —repuso éste—. Lady Catherine es muy quisquillosa con los detalles. Con que se retrasara un solo segundo me preocuparía. Claro que debo decir que me sorprendería de igual modo que llegara un segundo antes.

—Me figuro que no se nos permite comer ni beber nada hasta que aparezca, ¿es así? —inquirió Henary. Había estado trabajando mucho y con ahínco, y tenía hambre.

—Al contrario. Id a servíos. Sólo sois un mero observador. Comed y bebed a vuestro antojo, por descontado.

De manera que Henary pasó los momentos restantes con una excelente porción de bizcocho de nueces y miel en una mano y un vaso de vino en la otra. Pero no llegó nadie. Con todo, pensó que lo de mediodía era un tanto vago, podría adelantarse o retrasarse unos instantes. Debe de ser una hora difícil de determinar cuando se está rodeado de árboles.

Al cabo de un rato volvió con el chambelán.

—¿No deberían haber llegado ya?

—Estoy seguro de que habrá una explicación. No os preocupéis.

—No estoy preocupado, pero vos sí. Se os ve en la cara.

—No, no. ¿No son ésos…?

Pero no: tan sólo era el viento, que soplaba y agitaba los matorrales.

Los minutos pasaban. Después, al ver que no sucedía nada, Henary habló de nuevo:

—¿Y ahora?

—¿En teoría o en la práctica?

—En ambos casos.

—En la práctica seguiremos esperando hasta que vuelva. En teoría…, bien, a ese respecto la cosa es un poco más seria.

—¿En qué sentido?

—La ceremonia pone fin al vacío de poder. Lady Catherine llega y yo le pregunto si desea ocupar el cargo. Ella hace un gesto afirmativo. Yo pregunto si alguien se opone. Debería producirse un silencio absoluto. Después la declaro señor y señora de Willdon por aclamación. Si no está aquí, a medianoche como tarde tendré que formular la pregunta de todos modos. Si no hay respuesta, pasaremos al miembro consanguíneo más cercano y lo invitaremos a que se presente.

—Vaya, menudo fastidio. Pero Catherine aparecerá, estoy seguro. Y aunque no aparezca, será la siguiente en la línea sucesoria.

—No lo será. Estamos hablando del pariente consanguíneo más cercano a su difunto esposo. A ellos no los une la sangre. Ella se convirtió en señor del dominio hace cinco años debido a las excepcionales circunstancias. El pariente más cercano es Gontal, como bien sabéis, pero vos rehusasteis en su nombre cuando Thenald murió. Si aceptase esta vez, él sería el sucesor, no ella. Dentro de muy poco tiempo tendré que anunciarlo en público.

A veces si uno se teme lo peor, atrae lo peor. A medianoche no habían aparecido ni lady Catherine ni Jay, y el chambelán —que actuaba con una calma extraordinaria, repasando sin emoción la rutina prescrita— hizo lo que dijo que debía hacer. Declaró el señorío vacante y anunció que tomaría posesión de éste el pariente consanguíneo más cercano a la familia de Willdon. El nuevo señor, dijo con una voz fuerte en la que sólo se percibía un ligerísimo temblor, era Gontal, estudioso de Ossenfud, si decidía aceptar. Anunció que debía presentarse, que debía expresar cuáles eran sus deseos y que, a su llegada, el dominio lo aclamaría como su nuevo señor.

Henary no podía dormir. Los acontecimientos se habían sucedido con tanta rapidez, de forma tan desastrosa, que apenas podía asimilarlos. La catástrofe sacudiría a todo Anterwold. Si Ossenfud tomaba posesión de Willdon, se convertiría en el poder dominante del lugar. A Henary le caía bien Gontal, curiosamente. Pero sólo cuando estaba desprovisto de poder, una voz que se quejaba desde el banquillo, siempre lamentando la negligencia de los demás. Si se le otorgaba la posibilidad de hacer algo con sus quejas, quizá no fuese un compañero tan fácil.

Debía de haber una salida. Todo cuanto había sucedido había seguido un guion, una lectura de las leyes tal y como habían sido dictadas. De eso estaba seguro. Pero en las leyes hay resquicios, excepciones e interpretaciones alternativas. Tenía que dar con ellas, y deprisa. Debía conseguir ganar algo de tiempo para Catherine.

Pasó muchas horas buscando. Antes de que amaneciera, dado que el sueño se negaba a visitarlo, se hallaba sentado en su sitio; de cuando en cuando se acercaba a las cajas que recorrían las paredes y sacaba libros y rollos de precedentes y costumbres, intentando encontrar algo en la larga historia de Willdon que pudiera valer. Trabajaba como lo hacía siempre, con la disciplina de los años. La única diferencia esta vez era que su concentración era absoluta. No había nada que interrumpiera la forma en que su mente abordaba el problema.

Pero ni siquiera él era capaz de abstraerse de todo. A media tarde tenía hambre y sed. Se levantó y fue en busca de un poco de pan y agua, y estaba comiendo cuando oyó un ruido en el patio que ofrecía al mundo exterior la fachada principal de Willdon, donde los dos amplios brazos de los edificios se adelantaban, encauzando a los recién llegados hacia la entrada principal y haciendo que el ruido resonara de pared a pared, más estridente de lo que era en realidad.

Henary se acercó a la ventana. Allí, en el patio, había un nutrido grupo de soldados y otras personas a caballo, rodeando a un único carruaje. Un carruaje grandioso, de los que rara vez se veían. Henary lo reconoció. La portezuela se abrió y Gontal se bajó y se estiró. Había acudido a tomar posesión del dominio con una rapidez indecorosa. Era más, ¿cómo lo había hecho? Willdon se hallaba a más de dos días de viaje de Ossenfud. Gontal debía de haber partido con sus seguidores mucho antes de que recibiera la nueva de la desaparición de Catherine.

—Me dirigía al sur cuando nos topamos con un mensajero —repuso Gontal cuando Henary le planteó esta pregunta—. De manera que vinimos directos aquí.

—¿Se ha producido alguna insurrección en el sur para que viajes con una escolta de, cuántas, veinte personas?

—Bueno, ya sabes, dicen que en el bosque hay proscritos…

Fue a hablar con el chambelán, dejando plantado a Henary, ahora más preocupado y angustiado.

Pero preocupándose no llegaría muy lejos, de forma que no tardó en volver a ponerse manos a la obra. Tenía de plazo hasta medianoche, que era cuando empezaría el proceso. No era mucho tiempo.

Poco antes de la hora señalada, Henary se levantó y bajó al patio para asistir a la ceremonia. Todo estaba organizado. El chambelán se hallaba junto a la puerta por la que entraría el nuevo señor. Al pie del bajo tramo de escalones de piedra que llevaba hasta ella se encontraba el grupito que rodeaba a Gontal, que estaba listo y dispuesto. Llevaba muchos años esperando ese momento, y ahora estaba a punto de lograrlo. «Debe de estar feliz y contento», pensó Henary mientras miraba a ese hombre gordo, de aspecto nada amenazador, iluminado por las antorchas. Claro que no hacía falta parecer peligroso para serlo.

Entonces sonó una campana y el grupito adoptó la postura de firmes.

—Se hace saber a todo el mundo que el señorío de Willdon ha de ser cubierto por el bien de todos —anunció el chambelán, pronunciando a la perfección las palabras prescritas—. No hay señor, y lo que ha de hacerse se hará. Sólo hay un miembro de la familia de Willdon, y sólo uno será su señor. Si lo que digo no se ajusta a la costumbre, hablad. Si no se ajusta a la verdad, hablad. Si no se ajusta a las necesidades de todos, hablad.

Se produjo una pausa, entre el gentío se levantó un revuelo de expectación. El chambelán miró a su alrededor, pero no pudo pasar a la siguiente etapa de la ceremonia.

—Deseo decir algo —manifestó Henary, con aquella voz tan poderosa que se reservaba para los momentos más atronadores de la narración—. Deseo decir que no habláis conforme a la verdad. No os avenís a las costumbres y no os avenís a las necesidades de todos. —Se hizo el silencio, un silencio absoluto y conmocionado. Henary vio vagamente la cara de furia y pasmo de Gontal. Pasara lo que pasase, acababa de tirar por la borda años de distante amistad—. No habláis conforme a la verdad, porque existen precedentes que atestiguan que esta ceremonia es injusta. No habláis conforme a la verdad, porque atacáis la pureza de la Historia y la socaváis con las tentaciones del poder.

La última de las afirmaciones fue la más impactante, pero Henary sabía que era la más insustancial. Ésa no iba a ser una batalla en la que el bien de todos fuera a ser importante. Debía empuñar las riendas de la ley. No tenía gran cosa, pero estaba bastante seguro de que sí disponía de lo suficiente para intimidar durante un tiempo al chambelán.

—Si este hombre no es el pariente más cercano, ¿quién lo es?

Henary hizo una pausa y repuso:

—Pamarchon, hijo de Isenwar, hijo de Isenwar. Asesino convicto y desterrado, pero no castigado, de manera que no ha renunciado a sus derechos ni ha sido expulsado de la familia. Hasta que suceda eso, él es el heredero legítimo, a menos que una asamblea elija a otro, como hizo hace cinco años. Pamarchon es quien más derecho tiene, y no podéis nombrar a ningún otro para que ocupe dicho cargo por derecho salvo a él. De hacerlo, lo que ocurra será una abominación. Haréis que la desgracia caiga sobre todos si desoís mis palabras, ya que hablo en calidad de estudioso del primer nivel, y éste es mi dictamen.

«Ya no hay vuelta atrás», pensó Henary.

La ceremonia acabó sumida en el caos; la furia de Gontal hubiera sido apabullante de no haber sido Henary su superior en todos los sentidos y de no ser perfectamente consciente Gontal de ello.

—¿Qué crees que estás haciendo? —espetó Gontal con un tono glacial cuando los dos estudiosos se vieron frente a frente—. Mis derechos son evidentes y absolutos. No te atrevas a ponerlos en duda. Soy el legítimo señor…

—No lo eres —lo cortó Henary—. Lo que es evidente es el caso, no tus derechos. Me he pasado la noche entera revisando las leyes. No tendrías garantías, y estarías expuesto al desafío y al descontento.

—¿Cómo es posible? Si yo ya he…

—¿Ya has investigado? ¿Por si se daba la casualidad de que ocurriese esto?

—Desde luego que no. Puesto que soy el antiguo heredero, por supuesto que he investigado para saber cuál era mi posición.

—Por supuesto. Estoy seguro de que leíste bien las normas, pero no tomaste en consideración los ánimos. Las personas. La vida.

—¿Qué tiene eso que ver? No sé a qué te refieres.

—Hemos de suponer que, aunque ha desaparecido, lady Catherine…

—Catherine. Se llama Catherine. No tiene posición y, por tanto, no tiene título.

—Hemos de suponer que no ha muerto. Pero ciertas normas que dan por sentado el fallecimiento del titular. Es más, es preciso que dos personas se aseguren de que ha muerto. Que yo sepa, nadie ha enviado aún a una partida de búsqueda. Es una persona querida y respetada, y si te sirves de un tecnicismo para suplantarla, te granjearás la desconfianza de todos nosotros. Es posible que no te preocupe, pero debería. Es importante.

»En segundo lugar, lo que he dicho era correcto: hasta que sea expulsado de la familia, Pamarchon es el heredero. Y no podrá ser expulsado hasta que se ejecute la sentencia. Mientras esté vivo y no lo hayan capturado, tu derecho carece de validez. A su debido tiempo, podrás hacer lo que hizo Catherine, y que te elija la asamblea, pero no podrás usurparlo, y toda presunción por tu parte sería cuestionada.

—Por ti, supongo, ¿no?

—Por cualquiera que desee hacerlo. Ten paciencia. Deberás presentarte para ser elegido, igual que cualquier otro. Además, ahora que he hablado, no hay alternativa. No olvides que soy tu superior en rango. Mi parecer tiene más peso que el tuyo.

El rostro de Gontal era el vivo reflejo de la rabia y la frustración, de la perplejidad y el cálculo. Al cabo esbozó una sonrisa forzada.

—Bien, estudioso Henary, da la impresión de que tu presencia siempre me complica un tanto la vida. Hagamos lo que dices. Enviemos partidas de búsqueda. Convoquemos una asamblea. Hagámoslo todo como es debido, para que de ese modo te sientas satisfecho. Pero ten en cuenta que, cuando sea el señor de Willdon, como sin duda seré, me acordaré de esto. La asamblea se celebrará dentro de dos días, puesto que ha de tener lugar el quinto día después de que se haya declarado la vacante. Puedo esperar hasta entonces.

El quinto día, pensó Henary. Y Catherine llevaba cinco años al frente de Willdon.

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