Anxious

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Erik se alejó corriendo, gritando a todo el mundo que saliera de sus tiendas y se marchara. Hunter cogió de su tienda su ballesta y su arma, y se dirigió hacia los rabiosos. Ya había al menos diez, lanzándose contra cualquiera que se cruzara con ellos y arrasando las tiendas. Disparó a varios, pero aunque el fuego iluminaba bastante el campamento, se movían demasiado rápido y se mezclaban entre la gente que corría asustada, lo que le impedía apuntar bien. Era imposible que acabara con todos, la distracción del fuego había causado demasiada confusión.

Empezó a ayudar a la gente a salir de sus tiendas, gritándoles a dónde dirigirse mientras buscaba a Rachel con la mirada.

Por fin la encontró, iba hacia las tiendas más cercanas a los rabiosos, donde aún había gente que no le había dado tiempo o no se atrevía a salir.

La cogió de un brazo para que no se acercara más.

—¡Hay que ayudarlos! —gritó ella.

—No hay tiempo, Rachel. Tenemos que irnos ya, o arrasarán con todos.

—Pero…

Oyeron un grito infantil. Hannah corría hacia ellos, perseguida por quienes habían sido hasta entonces sus padres. Ambos tenían los rostros desencajados y cubiertos de sangre. Antes de que pudieran hacer nada, los dos le dieron alcance y cayeron sobre ella, desgarrándole la garganta.

Rachel gritó, desesperada. Intentó ir hacia ellos, pero Hunter la cogió por la cintura y se la cargó al hombro. Ella le golpeó la espalda.

—¡Déjame! ¡Tengo que ayudarla, es solo una niña!

—¡Ya no lo es!

—¡NO DIGAS ESO!

Siguió gritando, pero Hunter la ignoró y se alejó lo más rápidamente que pudo, ordenando a todos los que se encontraba que se marcharan y a dónde dirigirse.

Logró salir del campamento, disparando a un par de rabiosos en la cabeza, y cuando llegaron a un camino soltó a Rachel. La cogió por los brazos y la agitó. Ella ya no gritaba, pero lo miró como si no lo conociera.

—Escucha, tenemos que alejarnos de aquí, ya no podemos hacer nada por ellos. ¿Puedes correr?

Ella asintió lentamente, con la mirada perdida. Él suspiró impaciente, pero no podía hacer nada de momento, así que la empujó ligeramente para que se moviera. Dio un par de zancadas, comprobando que ella lo seguía, y corrieron para alejarse del caos en el que se había convertido su refugio.

 

8.     Hacia el punto de encuentro

Habían perdido la noción del tiempo que llevaban corriendo. Aún era de noche, y la luna apenas si iluminaba el camino. Rachel tropezó un par de veces, así que Hunter decidió que ya era hora de parar. Vio una casa entre los árboles, rodeada de un muro. Se detuvo y cogió a Rachel, sentándola junto a un árbol.

—Espérame aquí, ¿de acuerdo? —Ella afirmó lentamente con la cabeza—. Vuelvo enseguida, no te muevas.

No quería dejarla fuera de su vista, pero necesitaban un lugar para descansar y tenía que comprobar la casa. Le puso la pistola en la mano, que ella apenas miró. Hunter estaba preocupado, nunca la había visto de esa forma. No sabía cómo hacerla reaccionar, pero lo primero era ponerse a salvo. Después intentaría hablar con ella.

Le lanzó una última mirada, y saltó el muro para entrar en la casa. Oyó ruidos en el interior, así que se asomó por una ventana. Había tres rabiosos dando vueltas en la cocina. El cristal estaba roto, por lo que aprovechó el hueco para introducir la ballesta y disparar.

Cuando hubo acabado con los tres, entró por la puerta trasera. Sacó los cadáveres y los tiró tras unos setos, para que Rachel no los viera, recuperando antes las flechas. Recorrió la casa y el jardín, asegurándose de que no había más.

La verja principal estaba abierta de par en par. Salió por allí y regresó junto a Rachel. Ella estaba exactamente en la misma posición en la que la había dejado. Al verle, le devolvió el arma y le siguió sin decir nada.

Entraron por la verja, y Hunter la cerró. Tenía un par de bridas en un bolsillo, y las utilizó para bloquearla. No soportarían mucho, pero si algún rabioso intentaba entrar, quizá desistía al encontrar resistencia. Y en cualquier caso, la verja chirriaba por falta de aceite, con lo que oirían el ruido si alguien la abría.

Cogió a Rachel de la mano, llevándola hasta la casa. Subió hasta la primera planta, y la metió en un baño. Abrió el grifo de la ducha en la bañera, esperando que el agua fría la hiciera reaccionar.

—No quiero bañarme —protestó ella.

Era lo primero que decía desde que se habían ido del campamento, lo que lo alivió un poco. La empujó hacia el interior suavemente.

—Te vendrá bien. Enseguida vengo, voy a buscarte ropa.

Ella empezó a desvestirse con gestos lentos. Hunter revisó las habitaciones. Encontró velas y cerillas en un cajón, y encendió una para poder ver mejor. Registró los armarios, escogió varias prendas de ropa y se las pasó a Rachel través de la puerta entreabierta del baño.

Con la luz de la vela pudo ver un acceso al ático mediante de una escalera desplegable, que en su primer registro había pasado por alto. Tiró de la cuerda para bajar la escalera y subió con cuidado. No había nadie. Estaba relativamente limpio, parecía que lo habían utilizado como estudio porque aún tenía una mesa con un ordenador, un par de sofás y una televisión. Decidió que descansarían allí, si subía la escalera era imposible que un rabioso pudiera alcanzarla, y estarían seguros.

Dejó algunas velas encendidas, y bajó de nuevo. Buscó ropa también para él, y esperó junto a la puerta hasta que ella salió. Tenía el pelo mojado, y Hunter le dio una toalla.

—Intenta secártelo un poco más, puedes coger una pulmonía. —Señaló las escaleras—. Sube por ahí, enseguida voy yo, ¿de acuerdo?

Ella cogió la toalla sin decir nada y obedeció, subiendo al ático.

Hunter se duchó rápidamente. No quería dejarla mucho tiempo sola, así que lavó superficialmente su ropa y la dejó colgando de la barandilla de la escalera.

Regresó a la cocina a revisar los armarios, y se alegró de encontrar unas cuantas latas. Subió con ellas hasta el ático, y elevó la escalera para que quedaran aislados.

Abrió una lata de jamón ahumado y se la tendió, pero ella negó con la cabeza.

—No tengo hambre.

—Tienes que comer.

—¿Para qué?

—Rachel…

—Lo digo en serio, ¿para qué, Hunter? ¿Por qué voy a comer? ¿Para tener fuerzas para seguir corriendo mañana? ¿Y luego qué?

—Iremos al punto de encuentro. Seguro que habrá llegado alguien.

—¿Y qué? ¿Seguir hacia delante con los que quedemos?

—Fuiste tú quien me dijo que no había que dejar de tener esperanzas.

—¡Pues lo retiro!

Tiró la toalla con la que se había estado frotando el pelo, y sonrió amargamente al darse cuenta de lo metafórico que había resultado su gesto. Hunter se dio cuenta también. Dejó las latas y se acercó a ella, pero cuando intentó tocarla Rachel lo empujó.

—Tú no lo entiendes.

Él respiró hondo, cruzándose de brazos.

—Te entiendo. Sé lo que estás pensando, crees que es culpa tuya.

Rachel lo miró sorprendida, abriendo mucho los ojos.

—¿Cómo…?

—Yo también he tomado decisiones que… En su momento pudieron parecer correctas, pero que luego no fue así. —Movió la cabeza—. Pero no se puede hacer nada, Rachel, no se puede volver atrás. Sí, es cierto. Si me hubieras dejado matar a Rick, esto no habría ocurrido. Pero no sabes si lo hubieran hecho más adelante, o alguna otra cosa parecida. Así que no te tortures con eso.

—¿Cómo lo haces?

—¿El qué?

—Esto. —Movió la mano para señalarlo, recorriéndolo—. Estar así de… Impasible. Por Dios, Hunter. Hannah solo tenía seis años, era… tan pequeña.

—Te lo dije. No puedes pensar en cada persona que…

—¡Pero lo hago! —Lo cogió de la camiseta, mirándolo a los ojos intentando hacerlo reaccionar—. Seguro que tú has visto muchos y has conseguido insensibilizarte, pero ¿crees que yo no? —Apretó aún más los puños—. ¡Yo dirigía un hospital! ¿Qué crees que pasó cuando se fue la luz y no funcionaron los generadores de emergencia? ¿Cuánta gente piensas que murió aquel día, y el siguiente, y…? Y cuando empezó a llegar gente de otros pueblos, contando historias sobre ataques… Nuestra policía no hizo nada, Hunter, no los creyeron hasta que llegó el primer grupo y fue demasiado tarde.

—Nada de eso fue culpa tuya. —Apretó los dientes, sin querer revelar más—. No es lo mismo, y …

—¡Me da igual que no fuera culpa mía! —Lo golpeó en el pecho—. No puedo seguir así, no quiero sentirme así. Estoy cansada de sentir dolor todo el tiempo, de cerrar los ojos y ver gente morir, no quiero pensar en Hannah, ni en sus padres, ni… —De pronto tiró de su camiseta y lo atrajo hacia ella—. Ojalá fuera como tú, pero como no puedo, vas a hacer que me olvide de todo.

—¿Qué?

—Vas a quitarte esa ropa y me vas a hacer el amor ahora mismo, o te juro que me largo de aquí corriendo.

—¿Pero estás loca? —Intentó apartarse, pero ella lo cogió con más fuerza—. ¿Y a dónde irías?

—No lo sé. —Tiró de la tela, rompiéndole la camiseta—. Pero no puedo quedarme sentada durmiendo tranquilamente, así que tú verás.

—No sabes lo que estás diciendo. Si lo piensas un segundo…

Le cogió las manos para separarla, pero Rachel se soltó. Le pasó la lengua por el pecho, lo que lo hizo estremecerse. Ella sonrió satisfecha. No era tan insensible, al fin y al cabo.

Se puso de puntillas para poder rodearle el cuello con los brazos, y le rozó los labios con los suyos.

—Demuéstrame que no eres de piedra, que eres capaz de sentir algo.

Hunter tenía las manos a ambos lados de su cuerpo, con los puños apretados conteniéndose. Pero ella no se lo estaba poniendo nada fácil. Se había pegado a su cuerpo, y le mordisqueó el lóbulo de una oreja, susurrando que no se resistiera más.

Y Hunter por fin reaccionó. La agarró con fuerza de los brazos y la separó, mirándola a los ojos con rabia.

Ella pensó que por fin había logrado sacarlo de su cascarón, pero con el efecto contrario al que había deseado, y que Hunter iba a empezar a gritar de un momento a otro. En cambio, él cogió su cara y la besó con tanta intensidad que cuando se separó, se sintió mareada. Se tocó los labios, asombrada, pero él interpretó el gesto de otra manera.

—Perdón, lo siento. —Retrocedió un paso—. ¿Te he hecho daño?

Rachel los tenía doloridos, no se había curado aún de los golpes de Rick, pero aquello era lo último que se le había pasado por la cabeza. Vio en su mirada que estaba cambiando de idea, así que lo abrazó de nuevo.

—No. —Le quitó lo que quedaba de la camiseta—. Así que sigue, y no se te ocurra parar.

Hunter volvió a dudar unos segundos, pero ella se quitó la camisa y él supo que ya estaba perdido.

La levantó cogiéndola de la cintura sin esfuerzo, y la llevó hasta el mueble más cercano, que era el escritorio del ordenador. Tiró de un manotazo todo lo que había encima. El monitor cayó y la pantalla se rompió en pedazos, pero a ninguno le importó.

Rachel se peleó con el cinturón de Hunter, mientras él se deshacía de su sujetador y la besaba con fiereza por todas partes. En menos de dos minutos se habían arrancado la ropa mutuamente, y cuando por fin entró en ella, Rachel había logrado su objetivo totalmente: él consiguió hacerla sentir que estaban solos en el mundo.

 

Cuando Hunter despertó, la luz del día iluminaba el ático a través de una claraboya en tejado. Miró su reloj, y comprobó que era casi medio día. Habían dormido unas ocho horas, muchas más que cualquier noche normal.

«Aunque no ha sido de continuo», pensó, mientras Rachel se acurrucaba contra su cuerpo.

Se acomodó frotándose los ojos. ¿Qué iba a pasar a partir de entonces? Las cosas no iban a ser iguales entre ellos. Desde el primer momento él no había querido involucrarse, pero ya no había marcha atrás. Y aunque delante de ella nunca lo admitiría, la visión de Hannah atacada por sus propios padres le había afectado más de lo que había esperado. Estaba seguro de que no habría podido hacer nada, pero eso no importaba. Por no hablar del resto del campamento. ¿Cuántos lo habían logrado? Si llegaban al punto de encuentro y no había nadie… Sería como revivir Little Falls de nuevo.

Y Rachel… Le acarició el pelo besándola en la frente, resistiéndose a despertarla. Estaba profundamente dormida. Durante la noche se había despertado un par de veces con pesadillas, pero él se había encargado de hacérselas olvidar. Sin embardo, ya era de día, y tenían que enfrentarse a la realidad. ¿Y si ella no se recuperaba? Todo el mundo tenía un límite, y la noche anterior ella parecía haber llegado al suyo. La estrechó contra su pecho, rezando porque hubiera supervivientes. De lo contrario, estaba seguro de que ella no se recuperaría y él no se veía capaz de soportar volver a verla sin esperanza.

Suspiró, apartando esos pensamientos de su mente y decidiendo concentrarse en lo práctico. Si seguía pensando en ella, acabaría analizando sus propios sentimientos, y se negaba a admitir que sentía algo por ella.

Se levantó con cuidado de no despertarla. La cubrió con una manta, y se marchó a registrar la casa a fondo.

 

Rachel parpadeó y miró a su alrededor, tardando unos segundos en recordar dónde estaba. Empezó a sonreír al ver la camiseta rota de Hunter en el suelo, pero dejó de hacerlo al momento. La noche había sido la más increíble de toda su vida, pero los motivos por los que estaban allí eran demasiado dolorosos como para ignorarlos.

Miró el tragaluz, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas. Hannah, sus padres… y a saber cuántos más. Todas las muertes que habían ocurrido a su alrededor le habían afectado en mayor o menor medida, pero siempre le había quedado una esperanza de que entre todos lograrían sobrevivir. Pero lo que habían hecho Rick y sus acólitos… Nunca hubiera creído que la maldad humana pudiera llegar a esos extremos.

Se frotó las mejillas furiosa, negándose a pensar en ellos. Si perdía toda esperanza, si dejaba de pensar en positivo, ellos habrían ganado del todo. Y no estaba dispuesta a permitirlo.

Apartó la manta respirando hondo para calmarse. Recogió la ropa que había por el suelo y bajó al baño para darse una ducha. Cuando salió de la bañera envuelta en una toalla, se sentía algo mejor. Se miró en el espejo para peinarse, haciendo una mueca al verse. Tenía los labios algo hinchados y el cuello lleno de marcas. Enrojeció recordando detalles de la noche, y que ella le había dejado también a él unas cuantas.

Sacudió la cabeza, y se vistió rápidamente.

Bajó a la cocina, y por un segundo pensó que estaba aún dormida. Olía a café recién hecho.

Entonces vio que había una cafetera antigua sobre una pequeña bombona de camping gas. Se acercó inspirando con placer, y cuando oyó que burbujeaba cerró la espita.

Buscó un par de tazas en un armario, y sirvió el café en ellas. Cogió una y se asomó a la ventana, viendo a Hunter en el jardín. Había una caseta de madera, y salía de ella con varios objetos en la mano. Se había puesto de nuevo su ropa de militar.

Le recorrió con la vista, pensando en todo lo que había pasado. No habían hablado en ningún momento, ¿qué ocurriría cuando entrara? ¿Seguiría con su actitud de siempre o habría cambiado? No tenía ni idea de qué esperar. Probablemente para él solo había sido sexo, pero para ella… Podía echarle la culpa a las circunstancias extremas, pero sabía que si en lugar de Hunter hubiera sido Erik u otro, no habría reaccionado así. Le había necesitado a él, y según le veía acercarse, se dio cuenta de que aún le necesitaba. Se había enamorado de él.

Aquella revelación no la alegró en absoluto, sobre todo porque en ese momento Hunter entró en la cocina, y ella vio por su expresión que había vuelto el Hunter impasible de siempre.

Bebió un sorbo de café para ocultar su rostro y tener tiempo para recuperarse.

Él dejó todo lo que llevaba sobre la mesa, y cogió la taza que ella le había servido. Se apoyó en la mesa para mirarla, inquisitivo. Distinguió un par de marcas en su cuello que recordaba vagamente haberle hecho, pero apartó la vista rápidamente de esa zona.

—¿Estás mejor? —preguntó.

—Sí —carraspeó—. Hunter, yo… Anoche…

—No tenemos que hablar de eso si no quieres.

—De acuerdo, pero solo… Para que queden las cosas claras.

—Te escucho.

—Vale. —Bebió más café, buscando las palabras—. Ayer yo… Perdí el control, todo lo que ocurrió en el campamento me afectó demasiado y… —Movió la cabeza—. No sé qué me pasó. Pero quiero que sepas que te agradezco que me ayudaras a pasarlo.

—Te diría que fue un placer. —Levantó una ceja—. Pero creo que ya lo sabes.

Rachel enrojeció hasta la raíz del pelo.

—Sí, yo… Bueno, solo me gustaría que siguiéramos siendo amigos. Quiero decir, fue solo sexo, y si… Cuando nos encontremos con los demás, no tienen por qué saberlo. —Lo miró a los ojos, esperando su reacción—. ¿No te parece?

Aquellas palabras, aunque eran lo que había querido oír, lo molestaron. ¿Solo sexo? En absoluto. Y nunca se hubiera imaginado que la palabra amigos pudiera sonar como un insulto, pero fue así como lo hizo sentir.

Sin embargo, se encogió de hombros como si no le importara.

—Estoy de acuerdo —contestó, bebiendo también su café—. Será mejor que comamos algo rápido y nos marchemos, me gustaría llegar al punto de encuentro antes de que se haga de noche.

—Claro. ¿Y qué es todo esto que has encontrado?

Hunter sacó varias latas para comer, mientras la ponía al corriente de todo lo que había encontrado de utilidad y que se llevarían.

Además de la comida y ropa de invierno de la casa, en la caseta del jardín había multitud de accesorios de camping. Por desgracia no había tiendas de campaña, pero sí un par de sacos de dormir y mochilas. Había varias botellas de gas llenas, pero eran demasiado pesadas para llevárselas. Solo cogió dos como la que estaba usando en aquel momento, de un par de litros cada una, que no pesarían demasiado y que, si tenían cuidado, les durarían un tiempo. Además, encontró algunos mapas que les serían muy útiles. Desgraciadamente, lo que no había en toda la casa eran armas.

Preparó las mochilas repartiendo el peso entre los dos, aunque llenó la suya más. De la ropa para él se llevaron las prendas de más abrigo y una manta cada uno, y se marcharon.

Apenas hablaron durante el camino. Cuando habían salido corriendo Hunter no se había fijado hacia dónde iban, pero cuando vieron señales que indicaban el río Mississippi a un par de kilómetros, respiró aliviado. Al menos, habían ido en la dirección correcta.

Llegaron al puente que lo atravesaba sin problemas, pero antes de cruzarlo Hunter la llevó hasta unos árboles para que se escondiera.

—Hay varios coches accidentados —dijo—. Voy a comprobar que no hay rabiosos, y vuelvo enseguida.

—Ni hablar, voy contigo.

—Rachel…

—Dame la pistola. Tú tienes tu ballesta, entre los dos acabaremos con los que haya.

Hunter suspiró fastidiado, aunque en realidad se sentía aliviado. Aquella se parecía más a la Rachel del campamento. Le entregó el arma, y juntos se dirigieron hacia el puente.

Varios coches habían chocado, probablemente a causa del fallo en sus sistemas eléctricos. Bloqueaban la carretera, pero pasaron por encima y siguieron andando, mirando el interior de cada uno de ellos. La mayoría tenían las puertas abiertas, y no había cadáveres, por lo que dedujeron que la gente se había marchado.

Cuando ya estaban llegando al final, oyeron gruñidos. Se agacharon tras una furgoneta, ocultándose.

Hunter se asomó con cuidado. Un rabioso corría en círculos entre un camión y un coche, sin poder salir. Apuntó y le disparó una flecha a la cabeza. Esperó unos segundos por si acaso, y cuando vio que no se levantaba le indicó a Rachel que podían seguir.

Recuperó la flecha al pasar junto al cuerpo inerte del rabioso, y siguieron su camino.

 

9.     Supervivientes

La reserva donde habían quedado no contaba con camping ni cabañas donde alojarse, era un espacio natural protegido. Siguieron las señales hacia el centro de interpretación de la naturaleza, el único edificio del lugar y donde Hunter esperaba que hubieran ido los demás.

Cuando les quedaban pocos metros para llegar, Hunter vio movimiento en el interior a través de una ventana. Se giró hacia Rachel para que se escondiera, pero entonces oyeron una voz familiar llamarles.

—¡Rachel! —llamó Erik—. ¡Teniente, estamos aquí!

Miraron hacia el edificio. Erik estaba asomado a una ventana, y les señalaba la puerta principal. Se dirigieron rápidamente hacia allí, y les abrieron la puerta desde el interior. Al otro lado estaba uno de los hombres del campamento.

—Menos mal que estáis bien —dijo.

—Me alegro de verte, Joe —respondió Rachel, dándole un abrazo rápido.

—Subid, están todos en la primera planta. El edificio es seguro, no os preocupéis. Bloquearé la puerta de nuevo.

Les señaló las escaleras, y ellos subieron, esperando que no fueran Erik y Joe los únicos.

Cuando llegaron a la primera planta, Rachel casi se desmayó de la alegría. Había unas veinte personas, más de lo que había imaginado, e incluso dos de los perros. Abrazó a Nancy y a Erik con lágrimas en los ojos, emocionada.

Hunter no pudo ocultar su alivio. Habían perdido gente, cierto, pero menos de lo que había supuesto. Dejó las cosas en una esquina, mirando cómo Rachel iba de uno a otro saludándoles efusivamente.

Erik se acercó a él, y le estrechó la mano.

—Me alegro mucho de verlo, teniente.

—Lo mismo digo. ¿Alguna señal de Rick?

—No, ni de Arthur ni de Phil. —Señaló una pared—. Pero está ella.

Hunter frunció el ceño a ver a Cassidy sentada en el suelo. Avanzó hacia ella, pero se detuvo a medio camino, dándose cuenta de que si se acercaba, era capaz de estrangularla. Le dio la espalda mientras se tranquilizaba, y entonces vio a J.J. Estaba solo, mirando por una ventana con expresión seria.

Hunter revisó la habitación con la vista, sin encontrar rastro de Margorie, por lo que supuso que no lo había logrado. Se acercó a él, quedándose de pie a su lado, y esperó.

J.J. tardó un rato en darse cuenta de que alguien estaba a su lado. Hacía horas que habían llegado allí, pero aún no se había recuperado del shock. A pesar de todo lo que había ocurrido, hasta entonces había cerrado los ojos a la realidad, había pensado que en cualquier momento llegaría el ejército a rescatarles, la electricidad regresaría… Que todo acabaría volviendo a la normalidad. Pero ver a Margorie morir… Había accionado algún mecanismo en su interior que lo había hecho despertar por fin. Y la realidad no era en absoluto agradable.

Miró de reojo, reconociendo a Hunter.

—No estoy de humor para abrir latitas, teniente.

—No te preocupes, no iba a darte ninguna. Al menos de momento.

J.J. se encogió de hombros, resignado.

—¿Qué más da? Margorie sabía abrir latas, y… Ya ves.

—¿Vas a rendirte así sin más?

—Tú no lo entiendes. —Movió la cabeza—. Se puso delante de mí, ella… Vale, estaba como una cabra, pero me salvó.

—Supongo que sí que era tu fan número uno.

J.J. lo fulminó con la mirada.

—No me hace gracia. Ella me ayudaba, y yo… Tú mismo lo dijiste, no sirvo para nada. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cantarles canciones a esos monstruos a ver si se ponen a bailar?

A su pesar la imagen le hizo gracia a Hunter, pero se contuvo para sonreír. J.J. parecía realmente afectado, lo último que necesitaba es que le tomaran el pelo.

—Mira, si te lo tomas en serio, yo te ayudaré.

—¿Qué? —Lo miró, esperanzado—. ¿Cómo?

—No como ella, no voy a hacerlo todo por ti ni nada por el estilo. Lo de las latas no es ninguna broma, sigue haciéndome caso y sobrevivirás.

J.J. no estaba convencido del todo, pero sabía que sumirse en la autocompasión no iba a ayudarlo, así que afirmó con la cabeza.

Rachel terminó de saludar a todo el mundo, excepto a Cassidy. A falta de Rick o Arthur, era lo más parecido a un culpable, y no quería perder el control y hacer algo de lo que luego se arrepintiera. Ignoró a la chica deliberadamente, y fue a hablar con Hunter. Estaba segura de que él sabría qué hacer.

Hunter había repasado con Erik todo el inventario del que disponían, y se encontraba revisando sus flechas. Él la miró, extrañado al ver su expresión.

—¿Qué ocurre?

—Eso. —Señaló a Cassidy con la cabeza—. ¿Qué vamos a hacer?

Hunter suspiró, guardando las flechas. Él tenía bastante claro qué hacer con Cassidy, pero sabía que, a pesar de todo, Rachel no era capaz de tomar esa decisión.

—Rachel, no sabemos si la han seguido o si la han dejado tirada, pero… sabes lo que hay que hacer.

—Lo sé. —Lo miró, mordiéndose un labio—. Pero yo…

Apartó la vista, y Hunter supo que no podía dejarlo en sus manos. Si Rachel daba esa orden, nunca se lo perdonaría a sí misma, y él no podría vivir con eso. Así que hizo lo único que podía hacer: asumir la responsabilidad.

—Yo me encargo.

Se fue hacia Cassidy, sin esperar su respuesta.

Al verlo acercarse, la chica se levantó mirándolo esperanzada. Todos allí la habían ignorado, Phil la había abandonado sin más… y no sabía qué esperar.

—Hola, teniente.

Él la cogió de un brazo, apartándola del resto, lo que no hizo más que aumentar su entusiasmo. En cuanto salieron de la habitación, ella intentó tocarlo entre las piernas.

Hunter la apartó con gestos bruscos.

—¿Pero qué haces?

—¿No es eso lo que quieres? —Lo miraba confusa—. ¿Para qué me has traído aquí si no?

—Quiero que me contestes a unas preguntas.

—¿Sobre qué?

—Sobre lo que ha pasado. ¿Tú lo sabías? —Ella palideció—. Dime la verdad, Cassidy. ¿Lo sabías sí o no?

—¡No! Te lo juro, no sabía nada. ¿Crees que si fuera así, me habrían dejado atrás?

—¿No te han seguido? ¿No saben dónde estamos?

—¡Te juro que no!

Empezó a llorar, pero Hunter no se inmutó. Lo sentía mucho por ella si estaba diciendo la verdad, pero ese era un riesgo que no pensaba correr. No podía permitirse confiar en la gente equivocada, no después de lo que había ocurrido.

—Está bien —dijo, alejándose—. Vete a dormir, ya hablaremos mañana.

Ella se fue corriendo, secándose la cara aliviada, y Hunter fue a hablar con Erik para terminar de ponerse al día.

Ya había anochecido, así que repartieron raciones para la noche y se repartieron por la habitación para dormir. Dejaron la puerta principal bloqueada, vigilando la entrada desde las ventanas, y Hunter hizo la primera guardia.

Rachel se acomodó en su saco de dormir. Nancy se había acostado junto a ella, y aunque Rachel agradecía tenerla cerca, notó en falta el calor del cuerpo de Hunter. Suspiró fastidiada, mirando hacia la ventana donde él controlaba el exterior. Tantas noches durmiendo sola, y en unas horas con él ya lo echaba de menos… Hunter se giró, y cuando sus miradas se encontraron, Rachel se dio la vuelta en el saco y cerró los ojos con fuerza. Seguro que si se lo proponía, conseguiría dormirse.

Hunter apartó la vista de Rachel, concentrándose en el exterior. Tenía que dejar de pensar en esas cosas, no perder el tiempo imaginándose que se metía en el saco con ella… movió la cabeza mosqueado. Solo habían pasado una noche juntos, se repitió. No debería seguir pensando en ello.

Así que cuando terminó su guardia, se llevó su saco lo más lejos posible de la médico. Aun así, apenas logró conciliar el sueño.

 

Se quedaron en el edificio un día y una noche más, esperando por si llegaba algún otro superviviente, pero no fue así, y decidieron seguir hacia el sur. Delante de Cassidy confirmaron su decisión de continuar hacia Saint Louis como habían previsto, aunque en realidad tenían pensado desviarse e ir hacia Kansas city.

Salieron del edificio, quedándose Hunter el último con Cassidy. Cuando estaban a punto de atravesar la puerta, él la retuvo.

—Espera un segundo.

—¿Qué pasa?

—Nada. —Hizo un gesto hacia el grupo, que ya desaparecía por una curva del camino—. Que me he pensado tu oferta mejor.

—¿En serio? —Le sonrió seductoramente—. ¿Esta noche, entonces?

—No, mejor ahora.

—Pero… —Miró hacia el camino—. ¿Y ellos?

—Tranquila, les diré que nos hemos olvidado algo. —La empujó ligeramente hacia el edificio de nuevo—. Vete subiendo, espérame en la habitación donde hemos dormido. Voy a hablar con ellos y subo, ¿de acuerdo?

—Vale. —Le tiró un beso—. Estaré lista para ti.

—Estoy seguro.

Se metió en el edificio.

Hunter no esperaba que ella tuviera la menor idea de cómo seguir un rastro, pero por si acaso borró todas las huellas del grupo y cuando les alcanzó, se desviaron de la carretera principal que llevaba a Saint Louis.

Cassidy esperó a Hunter, desnuda y sola en el edificio. Tras media hora se vistió, preguntándose qué había ocurrido. Cuando salió al exterior y no vio a nadie, se dio cuenta de lo que había ocurrido, y gritó de rabia.

Pero no había nadie cerca para escucharla. O por lo menos, nadie humano.

 

Ser un grupo más reducido tenía desventajas, sobre todo a la hora de organizarse para las guardias, pero como aspecto positivo, avanzaban mucho más rápido.

Tres días después, habían atravesado el río Illinois. Comenzaban a caer copos de nieve, así que acamparon en Sand Ridge State park, a ochenta kilómetros de Springfield. Siguiendo su costumbre, colocaron sus tiendas en el centro junto al edificio principal de información y revisaron los coches y las auto caravanas que encontraron. La mayoría estaban deterioradas y con los cristales rotos, además de no contener prácticamente nada de utilidad, por lo que supusieron que ya había pasado algún grupo por allí antes que ellos.

Repartieron las raciones diarias, pero cuando le tocó el turno a J.J., Hunter le entregó solamente una lata.

—Ya estamos —protestó él—. Hunter…

—Te dije que iba en serio. Y lo siento, pero aunque quisiera, no podría darte un abrelatas. No tenemos ninguno.

—¿Qué? —Miró a Rachel, que afirmó con la cabeza sintiendo pena por él—. ¿Y cómo la voy a abrir? ¿A mordiscos?

—Puedes intentarlo, pero no tenemos dentistas a mano.

J.J. tuvo ganas de tirársela a la cabeza, pero en su lugar se alejó refunfuñando. Estuvo un rato con la lata dando vueltas, probando de todas las formas que se le ocurrían.

Después de tirarla unas cuantas veces al suelo y contra unas rocas, se dio cuenta de que Hunter lo observaba divertido, así que se alejó aún más de él.

Pasó junto a Erik, que vigilaba un camino subido en el techo de una auto caravana.

—¡Eh, J.J.! ¿Dónde vas?

—¡A por un poco de privacidad!

—¿Qué?

—¡Que quiero estar solo, joder!

Erik parpadeó, sorprendido ante su tono, pero al ver la lata en su mano comprendió.

—Vale, pero no te alejes mucho.

J.J. hizo un gesto con la mano que no le quedó muy claro a Erik, cogió una manta que pilló por el camino y se metió entre unos árboles. Se sentó sobre la manta sobre la nieve, apoyando la espalda en un árbol; cogió una piedra del suelo y se puso a golpear la lata como si le fuera la vida en ello. La lata empezó a abollarse, lo que lo animó a seguir, y al cabo de un rato consiguió reventarla.

Se comió el embutido que contenía como si fuera caviar ruso, y al terminar sonrió satisfecho. Hunter tenía razón, si se lo tomaba en serio, podía lograrlo. Apoyó la cabeza en los brazos y cerró los ojos, imaginándose la cara que pondría al verlo regresar con la lata abierta.

De pronto, oyó un ruido. Abrió los ojos, asustado, pero lo que tenía ante él no era un rabioso.

Era una chica rubia y delgada, de rostro dulce… Y que lo estaba apuntando con un arma.

 

 

TERCERA PARTE: EL MAPA DE LOS MUERTOS

 

 

1.      Little Falls

Little Falls, Minnesota. 12 de septiembre.

 

Un disparo, dos disparos, tres disparos.

De pronto, el aire se llenó de proyectiles, incluso una bala le rozó la mejilla dejando un rastro de pólvora. Estaba gritando a Hunter que sus soldados caídos se levantaban del suelo con intenciones hostiles, y al momento la ráfaga de tiros ahogó su voz.

Su primera reacción fue echar mano de su revólver, pero se encontró con que tenía las muñecas atadas a la espalda; soltó un juramento mientras su cabeza pensaba a toda velocidad. Entonces sintió un fuerte empujón y faltó un milímetro para acabar con la cara estampada en el asfalto mientras notaba el peso de un cuerpo sobre ella.

—¡Joder! —exclamó tratando de moverse.

—¡Para, Em!

Era la voz de Joel y ella obedeció sin rechistar; notó cómo él apretaba el gatillo cuatro veces seguidas y tuvo la tentación de cerrar los ojos. Cerrar los ojos y esperar que la pesadilla finalizara, porque aquello no podía ser real… Estaba viendo cómo dos soldados se abalanzaban sobre Dolce y Dios santo, nunca le había caído bien aquella mujer, pero lo que le estaban haciendo era lo más horrible que había visto nunca.

Por fin sus pulmones dejaron de ser comprimidos y alguien la puso en pie con brusquedad sin parar de sacudirla.

—¡Emma! —Joel no se detenía—. ¿Estás bien? ¡Tú, ven!

Como si se tratara de una película, Emma notó que el tiempo se ralentizaba ante sus ojos: Joel zarandeaba al sargento Clive gritando en su cara mientras hacía gestos bruscos con los brazos. Oía gritos, gruñidos, golpes, tiros… Morrigan había caído al suelo y le faltaba… ¿el pelo? Dios santo. Los gruñidos no se escuchaban lejanos y por el rabillo del ojo se dio cuenta que ya eran más numerosos que momentos antes.

Hunter y Alexis retrocedían hacia el hummer, sin dejar de disparar.

—Se van, ¡la madre que los parió! —Escuchó gritar a Joel, que no dejaba de disparar—. ¡Vamos, imbécil, busca la forma de soltar esas bridas!

¿Se lo decía a ella? Emma enfocó hacia su amigo, pero él hablaba al sargento Clive, que con los nervios casi tiró al suelo la navaja que trataba de sacar. Un militar del equipo retrocedió disparando hacia su posición, por lo visto le había resultado imposible llegar hasta Hunter. Los cubrió mientras el sargento Clive trataba de soltarla, algo difícil con aquel temblor de manos.

—¡Espabila, idiota!

Un segundo después Emma se vio libre de las bridas, pero no de Joel, que la agarró por los hombros y la sacudió por segunda vez gritando su nombre. Lo miró, tratando de prestar atención, pero se sentía como si lo estuviera viendo todo desde la distancia, igual que un enfermo con la fiebre alta escuchaba su voz lejana… hasta que él la abofeteó sin contemplaciones.

Emma salió de su estado de shock al momento y se frotó el lado derecho de la cara con el ceño fruncido.

—¿Pero qué coño haces, Crane? —La rubia sacó su arma y miró a su alrededor—. ¿Dónde está June? ¿Alguien ha visto a June?

El sargento Clive y el otro militar que no conocían iban retrocediendo conforme los soldados contagiados ganaban posiciones, aproximándose cada vez más. Los hacían ir hacia atrás y no tenían ninguna opción aparte de meterse en comisaría; Emma empezó a llamar a su hermana, esperando escuchar su voz desde algún rincón, pero aunque había muchos gritos ninguno pertenecía a June.

—¡Atrás, atrás! —gritaba el desconocido—. ¡Sargento, los tenemos encima!

Emma empezó a disparar derribando a uno. Escuchó gritar a Malone y lo buscó con la mirada; dos de aquellos hombres lo habían atrapado cuando trataba de ayudar a Morrigan y ahora uno la había emprendido a dentelladas con su brazo mientras el otro mordía su cuello. Emma le pegó un tiro en la cabeza al del brazo sin pensar, pero llegó tarde… la sangre del cuello de Malone saltó por los aires como una manguera mal ajustada, y quedó tendido desangrándose. Ella sacó el arma que llevaba oculta en la bota izquierda para disparar por ambos lados. Deberían avanzar, pero era imposible, había demasiados y Hunter, que montado en el hummer podía haber tratado de acercarse para ayudarlos, salió pitando en dirección contraria.

—Hijo de puta… —Oyó maldecir a Joel.

La rubia continuó recorriendo la escena con mirada crítica, el detective Chase acababa de ser atrapado por la espalda; fue derribado al suelo en la misma postura y una vez allí, un contagiado lo dobló con tal violencia que partió su columna. Después se lanzó a morderlo repetidas veces, al parecer animado por los chillidos de dolor del hombre. Al cabo de cinco segundos, aquellos lamentos se hicieron insoportables para ella, de manera que la rubia apuntó a su detective y disparó un tiro entre ceja y ceja. Chase se derrumbó y al momento el contagiado lo dejó caer, incorporándose para buscar otra víctima.

—¡Salgamos de aquí! —gritaba el sargento Clive, con una voz ya próxima al pánico.

Joel tiró de su brazo para que fuera tras ellos; Emma miró la calzada, sembrada de los cuerpos de sus compañeros, algunos amigos… La rabia e impotencia llegaron de la mano, pero no podía quedarse quieta. Ellos, fueran lo que fueran, se movían deprisa y con una violencia sin precedentes, como por desgracia había podido comprobar. Siguió a Joel y a los demás al interior de la comisaría, donde al momento el sargento Clive y el militar desconocido bloquearon la puerta colocando un mueble delante. Miró las ventanas de forma crítica, pero por suerte todas ellas tenían rejas.

—Deberíamos registrarlo por si acaso —sugirió a Joel y él asintió—. Vamos.

En la sala de relax escucharon un sollozo y allí estaba Olivia, sentada en el suelo abrazándose las piernas y con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Al verlos lloró con más fuerza, negando con la cabeza.

—Lo siento, lo siento —decía una y otra vez—. Lo siento, Em, vi lo que le hicieron a Dolce… no puedo. No puedo.

No la culpaba. Ella tendría pesadillas durante una buena temporada, con toda la sangre que había visto; se aproximó despacio y se dejó caer al lado, apretando su mano.

—Tranquila, aquí no pueden entrar.

Joel se acercó a ellas con algo entre las manos y miró a Olivia.

—Oye —le dijo, haciendo un gesto para que prestara atención—, ¿por qué no traes todas las armas y munición que tengamos? Por favor.

La joven tardó un poco en captar lo que decían, pero al final asintió y fue a hacer lo que le habían pedido, aún con aspecto desorientado.

—¿Tú estás bien? —preguntó Joel, sujetando sus hombros.

—¡Joel! No te pases —le advirtió Emma—. Ya me has dado una bofetada antes, a la siguiente te prometo que te la devuelvo.

—Sí, ya estás bien —suspiró aliviado y le hizo girar la cara para ver su mejilla—. Una bala te ha rozado la cara, Em. Joder, tienes más vidas que un gato.

—Creo que eso debo agradecértelo a ti, ¿no? Si no me hubieras tirado al suelo, con las manos atadas ya estaría criando malvas.

El sargento Clive entró en la sala de relax con cara de agotamiento; era evidente que aquello lo había pillado por sorpresa y que en el ejército no lo habían preparado para algo así.

—¿Alguien más está herido? —Joel alzó la voz—. ¿Clive, señor militar que no conocemos? —se dirigió al hombre desconocido de aspecto desaliñado.

—Soy el capitán Scalia —aclaró él—. No estoy herido. De estarlo ya sería un cadáver.

—¿Tratan de entrar? —Emma se puso en pie rauda y veloz, pero él la tranquilizó negando con la cabeza—. ¿Seguro?

—Si, seguro. Parece que prefieren la acción.

—No podemos quedarnos aquí metidos —repuso la rubia—. Si esto se propaga, y ocurrirá, pronto podríamos tenerlos a todos aquí golpeando la puerta. Tenemos que armarnos y ponernos en marcha.

—¿A dónde? —Olivia se detuvo en el umbral de la puerta, con el manojo de llaves de la armería que poseían entre las manos.

—Debemos asegurarnos que evacuan el pueblo… No sé si el hecho de que los militares estuvieran aquí significa que ya sabían algo, ni si han tomado medidas, pero nuestro deber es comprobarlo. Y si lo están haciendo hay que ayudar.

—¿Estás loca? —casi gritó Joel después de lanzar sendas miradas furiosas a los dos militares presentes en la sala—. ¡Nos han abandonado como a perros! ¿No lo ves, Jefferson?

El sargento Clive negaba con la cabeza, mientras que Scalia permanecía cruzado de brazos sin parecer ofendido por la acusación. Cierto era que ninguno tenía ni idea de a qué se referían, pero de cualquier modo lo que él decía no podía ser verdad.

—Créeme, cuando esto acabe aclararemos el tema. Pero ahora lo que importa es la gente, Joel, tenemos que ponerlos a salvo. Es nuestro trabajo.

Tras unos segundos de silencio, Joel acabó por asentir con un gruñido.

—Como quieras. —Otra mirada desdeñosa hacia Clive y Scalia, dejando claro que no les daría agua ni aunque estuvieran perdidos en mitad del desierto—. ¿Qué hay de la base, debemos ir a ver?

—Sé que el coronel tiene algo que ver en esto. Si no es un virus o algo así que se les ha escapado es otra cosa, pero está detrás. Vamos a intentar hablar con él. —Emma se levantó decidida, muy consciente de que si se acomodaban allí esperando ayuda cada vez les costaría más animarse a salir—. Quiero a todos armados. Encárgate —ordenó a Joel—. Ahora vengo.

Abandonó de forma momentánea el cuarto para abrir la puerta más alejada; en el calabozo, Scott Hauser se había levantado y estaba apoyado contra los barrotes con cara de angustia. Al verla pareció aliviado y soltó un suspiro.

—Joder —repuso—, ¿qué demonios está pasando? He oído disparos, y gritos. Se me ha puesto la piel de gallina.

—Y no es para menos. —Emma abrió la puerta y se apartó para que saliera—. Vamos. —Scott dio tres pasos, vacilante y se detuvo para observarla—. Scott, estamos en una situación complicada y tienes dos opciones, puedes venir con nosotros o marcharte por tu cuenta. Pero no te recomiendo esto último, la verdad.

—Cuéntame qué ha sucedido —pidió el joven, empezando a asustarse.

—Sígueme y te lo explico.

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