Anxious

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Anxious

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Scott salió de la celda, sin estar demasiado convencido, pero sabiendo que no podía quedarse allí solo. Emma hizo un resumen rápido de algo que parecía sacado de una película de terror, costaba creerse aquello… pero por otro lado, los gritos y tiros continuos habían sido muy reales. Y las caras de las personas que estaban esperando en el cuarto contiguo, también.

—Muy bien. —Emma se aproximó al centro de la habitación, donde Joel ya había traído todas las armas que poseían con ayuda de Clive y las tenía expuestas encima de la mesa—. ¿Tenemos munición de sobra? Al menos para salir de aquí, después podemos pasar por cualquier tienda de armas y aprovisionarnos.

—Sin problema —replicó él, empezando a entregar pistolas y balas a todos los presentes hasta que se quedó contemplando a Scott—. ¿A él también?

—Sí. Dale una —ordenó ella—. Decida irse por su cuenta o no, que vaya lo mejor protegido que pueda. —Y lo miró de reojo.

—¡Ni de coña pienso irme solo! —protestó el joven—. No estoy loco, ¿sabéis? Trae esa pistola.

Despacio, todos los presentes se ocuparon de guardarse balas suficientes; las manos de Olivia temblaban y no cesaba de murmurar cosas inconexas para sí misma, tanto que Emma se dio cuenta de que era inestable y que habría que vigilar su comportamiento por si acaso. Al menos, Joel parecía controlar la situación, y los dos militares aguantaban el tipo también; Emma los dejó terminar de armarse antes de lanzar una mirada serena hacia ellos.

—Vosotros dos —dijo con voz clara—, escuchadme. —Ambos alzaron sus ojos a la vez, mientras esperaban sus palabras—. Podéis coger las armas y salir de aquí para ir por vuestra cuenta; nadie os lo va a impedir. Pero si os quedáis, debéis saber que ahora mando yo. No volveremos a ceder ante militares después de lo sucedido, ¿os queda claro?

El sargento Scalia tenía una mueca escéptica en la cara. Clive no decía nada; parecía ligeramente avergonzado y clavó los ojos en la mesa.

—Si lo que queréis es acompañarnos a la base y después quedaros allí, también podéis hacerlo. Pero durante el camino estaréis sujetos a mis órdenes. —Y la joven esperó.

Por sus caras vio pasar la ristra de emociones habitual cuando le hablaba a alguien de aquella manera: primero el escepticismo, como el de Scalia. Después venía el cabreo porque alguien tan joven, y además mujer, fuera a dar las órdenes siendo ellos los machos alfa por excelencia. Pero después de lo sucedido, Emma tenía claras dos cosas: una, no volvería a claudicar ante nadie, ni siquiera ante coronel Thomas; y dos, si aquello que había infectado a Tuesday y los soldados se estaba propagando, en poco tiempo las jerarquías habrían dejado de importar. Lo único que quedaría sería la ley del más fuerte.

—Si venís con nosotros —añadió—,nos protegeremos unos a otros. Aquí nadie abandona a nadie, ¿de acuerdo?

Y aunque no lo mencionó, todos tuvieron clara la imagen del hummer del teniente coronel Cooper largándose a toda prisa sin mirar atrás.

—¿Y bien? —Joel interrumpió el tenso silencio.

—Yo voy con vosotros —dijo el sargento Clive y asintió cuando miró a la jefa de policía.

Scalia tardó un poco más en responder, pero acabó por asentir de mala gana. No es que le gustara obedecer a una tía que para su gusto hubiera estado mejor en posición horizontal, pero admitía que después de la estampida de Cooper se sentía más seguro entre la policía.

—Muy bien —Emma asintió al verlos y se volvió hacia los suyos—. Pues en marcha.

Joel no parecía muy conforme con el hecho de que Emma decidiera salir en primer lugar, pero con los años había aprendido a no cuestionar su autoridad de manera directa. Se le daba mejor manipularla con detalles o provocaciones, pero dado que no había tiempo literal para eso, no tuvo más remedio que aceptarlo. Además, ella se había adueñado del mando, así que tampoco procedía que la vetara solo porque le preocupaba su seguridad. Lo único que podía hacer era protegerla lo mejor posible, algo que por otra parte llevaba tiempo haciendo… y conocía de primera mano lo capacitada que estaba para cuidarse sola.

Las órdenes eran claras: coger el furgón policial aparcado al otro lado de la carretera y salir pitando. Era fundamental no perder el tiempo, cada minuto que pasaba jugaba en su contra y había muchísimas más posibilidades de contagio.

La salida fue tensa, todos pendientes esperando un posible ataque, pero la calle había quedado vacía de un modo que resultaba inquietante. Únicamente descansaban sobre el pavimento unos pocos cuerpos de los que habían conseguido abatir.

Segundos después estaban dentro del furgón policial y Joel se puso al volante; intercambió una mirada con Emma, sentada a su lado, mientras los demás se colocaban en la parte trasera.

—Qué raro. —Oyeron murmurar a Olivia—. Es tan raro no ver los cuerpos de…

Lo que verbalizó era, en realidad, lo que todos estaban pensando; los que no estaban allí, estaban por ahí sueltos y contagiados. Quién sabía dónde podían encontrarse, tal vez atacando la casa más próxima o… a saber. Ninguno quería pensar en ello, así que Joel arrancó mientras Emma miraba por el retrovisor cómo su comisaría se alejaba de forma veloz. Se alejaba de June, y no sabía si debía pararse a buscarla, o seguir por un bien mayor.

—¿A la base pues? —preguntó él mientras trataba de sintonizar la radio por si se escuchaba alguna noticia sobre los sucesos, y la rubia afirmó—. Muy bien. Pues cuanto antes lleguemos, mejor.

Y aceleró. A Emma no le importó porque Joel siempre había conducido muy bien, incluso bajo presión; escuchó como en la parte trasera se apresuraban a abrocharse los cinturones de seguridad y ella hizo lo propio, algo que, por otro lado, le salvó la vida. Estaban ya muy cerca, iban demasiado deprisa y entonces, sin más, el automóvil falló y Joel perdió el control; dio un volantazo para tratar de compensar, pero la velocidad jugó en su contra y terminaron por volcar tras dar dos vueltas.

Emma abrió los ojos unos minutos después, cuando el furgón quedó del todo quieto. No había perdido la conciencia en ningún momento, por suerte, y aunque estaba boca abajo y colgando solo sujeta por el cinturón, supo que no estaba herida.

—¿Joel? —Lo miró, pero él tenía los ojos cerrados y un buen golpe en la cabeza—. Mierda… ¿cómo estáis por ahí atrás?

Escuchó un par de gruñidos, indicativo de que al menos había alguno vivo. Aquello era un infierno, estaba desubicada y con dolor de cabeza…pero sabía lo que tenía que hacer: coger aire y tranquilizarse. Aquello era una de las primeras cosas que su padre le había enseñado, siendo muy niña: no actuar con precipitación. Pensar. Valorar la situación. Era consciente de que la mayor parte de las veces las lesiones no sucedían cuando el coche volcaba, sino a la hora de salir. Por norma general, se actuaba de forma precipitada bajo la falsa creencia de que el coche podía explotar, y mucha gente terminaba desplomándose sobre su propio cuello, produciendo lesiones y cortes de médula espinal. Excepto en alguna ocasión extraordinaria, los coches solo explotaban en las películas, así que puso en práctica lo que debía hacer: buscó un punto de apoyo en el salpicadero, acomodó los pies y se aseguró de que quedaba inmóvil antes de soltar el cinturón, protegiendo así su cuello. Una vez liberada, probó a abrir la puerta, pensando que sería demasiada mala suerte que estuviera atascada… pero oyó un satisfactorio clic, así que solo quedó escurrirse, con calma pero sin dormirse. Una vez fuera se incorporó, comprobó que no tenía nada roto y fue hacia el lado del conductor para ayudar a su amigo.

—Joder… —Lo escuchó gruñir con voz desorientada cuando abrió su puerta—. Coño, me va a estallar la cabeza.

—Calla, te has dado un buen golpe. Apóyate bien, anda —ordenó mientras soltaba su cinto a la vez que lo sujetaba para que no se desplomara y cayera hacia abajo—. Ayúdame un poco, Joel.

Notó como se esforzaba por hacer fuerza para salir y al de poco estaba sentado en la calzada, frotándose el lado derecho de la cara que sangraba de forma tímida pero insistente.

—Toma. —Le tendió una tela que él no identificó, aún tratando de enfocar—. Aprieta la herida. Voy a sacar a los demás.

Joel parpadeó varias veces, hasta que el aturdimiento provocado por la contusión se fue evaporando y se sintió con ánimos de incorporarse a echar una mano, todo ello sin dejar de hacer presión en la herida, que ya comenzaba a palpitar. El sargento Clive ya estaba fuera, de rodillas, ayudando a Emma a sacar a Scalia; tampoco se lo veía herido. Sin embargo, cuando lograron sacar a Scott, éste no había tenido tanta suerte: tenía el cuello roto.

—Mierda —suspiró la rubia, tras cerciorarse de su muerte.

No había nada que pudieran hacer por él ya, así que sacaron a Olivia y luego se tomaron unos minutos para recuperarse.

—¿Qué demonios ha sucedido? —quiso saber Emma mirando a Joel.

—No lo sé, solo he perdido el control de repente. —Se acarició la barbilla, interceptando entonces una mirada entre militares—. ¿Qué? Vosotros dos sabéis qué pasa, así que hablad.

Scalia asintió con lentitud, y Clive carraspeó.

—Habrán mandado un pulso electromagnético. Se usa cuando se quieren cortar las comunicaciones —comentó—, y tenemos un dron de pruebas en la base.

—¿El coronel Thomas? —inquirió Emma, acercándose a ellos mientras sujetaba a Olivia.

—Tal vez —dijo Clive de forma vaga—. No lo sé, estoy aquí con vosotros y no en Camp Ripley. Pero tiene toda la pinta, así que se habrá cargado todas las comunicaciones en Little Falls.

—¿No tenemos electricidad? —Oyeron farfullar a Olivia—. Pero… ¿ y cómo seguiremos el viaje si no podemos ir en coche?

—Estamos cerca —dijo Scalia—. Podemos llegar andando.

—¿Y esas cosas? —insistió Olivia, quien no parecía en absoluto convencida de aquella propuesta.

—Vamos armados —repuso Clive—. Nos defenderemos.

La vieron negar con la cabeza, como si no quisiera creer que aquello estuviera sucediendo. Emma trató de calmarla, pero solo lo consiguió a duras penas y tomó nota: la siguiente vez que encontraran una farmacia cogería algún tranquilizante leve. Olivia parecía haber olvidado por completo que era policía y se comportaba más bien como una civil aterrorizada, pero cada persona reaccionaba de un modo distinto y tampoco podía culparla por estar asustada, la situación no era para menos.

Todos la miraban, esperando que tomara una decisión. Ir caminando por la calle los convertía en un blanco fácil, pero tenían que llegar a la base y saber qué diantres había sucedido. Y así tal vez podría localizar a Nathan, que esperaba que se encontrara bien.

—Iremos —comunicó—, pero no por la carretera, llamaríamos demasiado la atención y por ahora no nos interesa. —Señaló hacia donde la carretera finalizaba y comenzaba el bosque—. Por ahí.

No hubo protesta alguna ante su orden. Todos comprobaron que tenían las armas cargadas y listas, y se internaron en la negrura del bosque, totalmente alertas.

—¿Crees que el coronel Thomas dará la cara? —pensó Joel en voz alta.

—No va a tener otro remedio que hacerlo, esta vez la ha liado muy gorda. —Emma miró por encima de su hombro a ambos militares—. ¿Vosotros teníais conocimiento sobre este tema, nunca habéis visto algo sospechoso en la base?

Ellos se encogieron de hombros.

—Es normal ver cosas raras —comentó Clive, siempre más propenso a hablar que Scalia—. Gente que aparece en un coche blindado y que es trasladado a la zona inferior sin que nadie sepa quién es ni el motivo de su estancia… o esos dos militares que trabajaban de forma unilateral y no pertenecían a la base… o como cuando llegaron los científicos.

—¿Te refieres al pelirrojo y a la señora antipática? —preguntó Joel.

—Sí, exacto. En teoría venían a una exposición, pero el coronel los metió en la zona de laboratorios y ya no salieron más.

Nadie los vio tras eso. Luego nos mandaron a esta misión, la comandada por Hunter.

—¿Vuestras órdenes eran llevaros a Tuesday Latch y ya? —quiso saber Emma.

La simple mención a Hunter hacía que le subiera la temperatura, solo que de mala forma.

—Las mismas.

—¿Y vuestros trajes? —ese fue Joel. Recibió varias miradas de interrogación—. Sí, ya sabes, una infectada, un posible contagio… cuando suceden esas cosas os ponen esos trajes de astronauta, ¿me equivoco?

Clive no tenía respuesta.

—En cualquier caso, nuestra misión era traer a esa joven —explicó—. Costara lo que costara —añadió, mirando a Emma.

—Sí, ya me di cuenta —dijo ella con una mueca.

No tuvo necesidad de mirarlos para sentir su vergüenza; ya no tenía solución, pero no les pasaría nada por sentirse así durante un tiempo. El resto del camino apenas hablaron, todos concentrados en conservar el mayor número de fuerzas posible.

Fueron conscientes de que se acercaban cuando escucharon ruidos diversos: gritos y sonidos de gente que corría y huía. Se quedaron amparados en la oscuridad del bosque, observando cómo la base militar parecía sumida en el caos: se veía humo, las sirenas sonaban y pronto se dieron cuenta que la gente que corría eran infectados.

—¡Atrás! —siseó Joel mientras retrocedían para no ser vistos—. Joder, está infestado, Em. —La agarró del brazo con cuidado de no alzar la voz—. No podemos atravesar eso.

El resto observaba atónito como la cantidad de infectados había aumentado desde el ataque a la comisaría, hasta el punto de resultar alarmante. No quedaba duda de que se había propagado y empezaba a parecer incontrolable.

—¿Qué hacemos? —Olivia apresó a Emma del brazo con ansiedad.

Emma no sabía qué responder; atravesar aquello para poder abordar la base le resultaba una completa locura… pero todas las respuestas estaban allí dentro. El coronel Thomas, casi seguro el responsable, y Nathan, al que quería sacar de allí si es que era verdad lo que había escuchado de boca del sargento Clive.

—Tenemos que llegar hasta dentro —decidió—. Aquí fuera tampoco estamos a salvo. Tened las armas preparadas y sed muy, muy rápidos. Procurad no separaros.

No esperó respuesta de ninguno, solo echó a andar hacia delante, sujetando sus dos revólveres y esperando que la siguieran; sin embargo, no llegó lejos. Cuando se acercaba el terrible momento de correr entre los infectados, Emma se detuvo al escuchar una explosión. El humo que habían avistado nada más llegar se había transformado en una espesa niebla que cada vez hacía más difícil la visión. El olor a quemado comenzó a llegar hasta ellos.

—¡La base está ardiendo! —exclamó Clive señalando hacia la parte derecha, donde se hallaba ubicado el hangar—. ¡Debemos alejarnos cuanto antes!

Retrocedió seguido de Scalia, mientras se escuchaban otras explosiones que parecían provenir del interior de la base. pronto, el fuego hizo acto de aparición, una enorme lengua naranja que asomaba del hangar. Al parecer se había originado allí, pero en esos momentos ya se había extendido por el edificio principal; las sirenas continuaban su anodino lamento, pero quizá no hubiera nadie para apagarlas.

Emma se había quedado sin habla, observando impotente cómo las llamas devoraban el lugar donde esperaba hallar respuestas.

—¡Vámonos! —urgió Joel tirando de su brazo. Al ver que ella se resistía a abandonar, se acercó tratando de que lo mirara—. Em, no puedes hacer nada… es demasiado tarde, cualquiera que estuviera allí dentro ya estará muerto. —Trató de suavizar su tono—. Vámonos.

La explosión se intensificó, convenciéndolos de que debían abandonar. Emma se dejó llevar por Joel y regresaron hasta el bosque, donde el resto aguardaban expectantes.

—¿Qué? —preguntó Olivia.

—Cambio de planes —dijo Emma—. No podemos abordar la base.

—¿Y qué hacemos?

Buena pregunta, se dijo la rubia. El problema era que no sabía qué demonios hacer. El plan de lograr información del coronel Thomas se había evaporado, y también cualquier posibilidad de huir de allí por algún medio alternativo que quizás tuviera el militar. Disponían de vehículos, pero estos ya no funcionaban. Tenían armas, pero no munición infinita, y había demasiados infectados corriendo por allí, con la boca abierta, haciendo rechinar sus mandíbulas, entrechocando los dientes en el gesto de morder…mordedores, eso eran. Solo buscaban algo donde clavar sus colmillos.

—Atlanta —dijo de pronto, sobresaltando a todos.

—¿Atlanta? —repitió Joel. Se tocó de nuevo la sien donde tenía la herida, pensativo, y después exhaló aire despacio—. ¿Al CDC?

—Sí. Es el sitio al que tenemos que ir, ellos sabrán qué hacer… y si esto aún no ha llegado allí, pues así lo sabrán de primera mano. —No los dejó reaccionar—. Pero antes debemos reponer las municiones, porque el viaje será a pie. Necesitamos mapas. Y mochilas, sacos de dormir, linternas, buen calzado, algo de comida… hay que ponerse en marcha, ya.

Tenía que dar por muerta a June, visto lo visto.

 

2.     Saint Cloud

Equiparse fue más difícil de lo que habían pensado en un principio. Para cuando terminaron, todos sin excepción llevaban una mochila con un peso respetable; sin embargo, Emma se había mantenido inflexible en ese aspecto. No importaba que aquello les ralentizara el paso o que tuvieran que detenerse más a menudo, lo principal era que si por algún motivo se separaban, tuvieran los medios para poder apañarse.

—Hay pueblos durante el camino —trató de protestar Olivia cuando le pusieron sobre los hombros la pesada carga—, y tiendas en todos ellos, ¿esto es necesario?

—La mayor parte del camino la haremos cruzando el bosque. Tenemos que evitar los sitios demasiado concurridos.

—¡Pero es un problema de Little Falls! Cuando lleguemos a Saint Cloud…

—No lo sabemos —la cortó tajante y después se giró, viendo su mirada resentida, así que se acercó a ella suavizando el tono—. Olivia, ojalá tengas razón. Pero ya has visto lo que ha sucedido aquí en una sola noche…

—Todo irá bien, cuando lleguemos a Saint Cloud —dijo ella esperanzada—. Verás que sí.

—De acuerdo. Pero hasta que estemos allí, tomaremos todas las precauciones posibles —Emma decidió no añadir más—, ¿entendido? Y eso supone llevar un mínimo de instrumentos básicos, como cerillas, cuchillos, la cantimplora. Tened muy en cuenta la regla de tres.

—¿La regla de tres? —preguntó Joel.

Scalia dejó de juguetear con su mechero y alzó la mirada.

—Los humanos no sobreviven más de tres minutos sin aire, más de tres días sin agua y más de tres semanas sin comida —comentó.

—Eso mismo —corroboró Emma, y se volvió hacia el resto—. Coged ropa de abrigo. Estamos en septiembre y ya se nota el frío. Todos llevaremos cosas necesarias en nuestra mochila.

Cogieron todo lo que necesitaban de algunas tiendas del centro, siempre extremando las precauciones. De la noche al día, Little Falls parecía un lugar de esos abandonados que aparecían en los reportajes, como aquel viejo parque de atracciones de Nueva Orleans. El pueblo estaba desierto, con los coches abandonados de cualquier manera en la carretera o en los arcenes, las viviendas aparentemente vacías. Había cristales por el suelo, ventanas rotas y un gran silencio que se veía interrumpido de cuando en cuando por algún aullido que llegaba arrastrado por el viento.

—¿Qué pasa con nuestra gente? —quiso saber Joel, cuando estaban a punto de abandonar Little Falls—. ¿Y si queda alguien vivo? Ya sabes, recluidos en sus casas, aguardando que alguien acuda a rescatarlos.

Emma no respondió, ella también se lo preguntaba. Pero no podían perder tiempo en registrar todo el pueblo por si quedaba alguien oculto en su hogar, además de que no parecía muy probable. Todo Little Falls parecía haber sido arrasado. Con un gran vacío en el pecho, debían irse sin mirar atrás.

—Tendrán que apañárselas como puedan —se limitó a decir, antes de dejarlo atrás para comenzar a caminar.

Y de esa forma fue como comenzaron su viaje, atravesando el bosque. Emma tenía todo bien pensado al respecto: llegarían a Saint Cloud y pronto advertirían si lo sucedido había sido un caso aislado, o aquello había llegado a más sitios. Si había suerte y era el primer caso, avisarían a las autoridades pertinentes… pero si, como pensaba, el caso era el segundo, lo primero que harían sería aprovisionarse de nuevo. Seguir las reglas: conseguir munición, comida, ducharse si aún quedaba agua corriente en alguna casa, cambiar las prendas de ropa y regresar su camino por las zonas apartadas.

—¿Cómo haremos para dormir?—preguntó Olivia, una vez se pusieron en camino.

—Escogeremos un sitio adecuado para hacer un refugio —explicó la rubia—. Ahora aún no es tan importante, pero el mes que viene empezará a hacer mucho frío.

—¿Piensas que el mes que viene aún continuaremos caminando? —la voz de su amiga sonó burlona con un punto de histerismo.

—Es muy posible. Con las paradas para descansar, dormir y demás, estos viajes suelen ser largos.

Por el rabillo del ojo vio que Clive asentía.

—Yo tengo experiencia en refugios —comentó—. De niño mi padre me enviaba a un montón de campamentos y un año me tocó uno de supervivencia en los bosques.

—Estupendo, nos viene muy bien. Tú te encargarás de localizar el mejor sitio, pues.

—Tendremos que hacer guardias —añadió Scalia—, es la mejor forma de que el resto pueda descansar tranquilo. Pueden ser dos o tres turnos, dependiendo del aguante de cada uno.

Emma también asintió a aquello.

—Pues tú puedes ocuparte de organizarlos y vigilar que se lleven a cabo —le ofreció.

—Sin problema. ¿Alguien sabe cazar?—ninguno abrió la boca—. Bueno, iremos probando. No creo que nos quedemos sin comida enlatada, los supermercados y tiendas están llenos por ahora.

—Yo sé pescar —comentó Emma—. Si lo vemos necesario recurriremos a eso, ¿vale?

Olivia puso cara de ser consciente de su total desconocimiento en cualquier tema de los que estaban hablando, pero nadie hizo ningún comentario al respecto, solo siguieron el camino.

Pese a que llevaba buen calzado y a que todos tenían una cierta forma física derivada de sus trabajos, Emma no creía que fuera bueno que se agotaran demasiado pronto. Era importante mantener la moral alta, y eso era más sencillo de lograr si todo el mundo comía, bebía y descansaba lo suficiente.

Muchas veces notaba que Olivia hablaba en términos de «cuando lleguemos a Saint Cloud», dando por hecho que allí terminaría el camino. No deseaba desalentarla, pero tampoco sabía bien cómo lograr que no fijara sus esperanzas en aquello… y aunque el resto no decía nada, se daba cuenta que todos pensaba como ella. El hecho de no haberse encontrado aún con ninguna persona era esclarecedor en unos bosques donde siempre había algún excursionista.

Lo único positivo era que por allí no había mordedores en masa. Sí que había avistado alguno, a veces los oían a lo lejos, pero hasta ese momento habían conseguido esquivarlos sin mayores problemas y tampoco iban en grupos, como mucho dos o tres dispersos. Pero eso no significaba que no estuvieran, solo que estaban teniendo suerte.

Alcanzaron Saint Cloud dos días después de partir de Little Falls. Podrían haber llegado antes, pero las continuas paradas para descansar y comer, y durante la noche para dormir, habían duplicado las horas de viaje a pie.

Saint Cloud era mucho más grande que Little Falls y allí vivían unos sesenta y cinco mil habitantes… o habían vivido. Porque cuando llegaron, estaba igual de arrasado que Little Falls, al menos en las afueras; Emma temía movilizarse hacia el centro por si allí se concentraban grupos peligrosos.

—Deben estar encerrados —sugirió Olivia—. Seguro que se metieron en algún lugar público, ¿y si nos acercamos a la policía a preguntar?

—Si vamos caminando por el centro de la ciudad nos exponemos demasiado —dijo Joel—. Tenemos que tener cuidado, no sabemos ni qué ha sucedido aquí, ni si hay mordedores.

Emma le daba la razón asintiendo con la cabeza. Nadie puso pegas pese a que no les apetecía en exceso investigar, sabiendo qué podían encontrarse. Según avanzaban hacia el corazón de la ciudad, fueron tropezando con coches abandonados en mitad de las calles, cruzados en las aceras, volcados…muchos habían chocado, seguramente durante el pulso electromagnético.

—Pues ya tenemos respuesta —musitó Clive—. No fue solo en Little Falls. Es probable que el coronel Thomas solo deseara aislar aquello, pero fue más allá.

Olivia miraba todo con los ojos dilatados. En su rostro se apreciaba el golpe que acababa de sufrir al comprobar que Saint Cloud había sufrido la misma suerte que Little Falls… dejaron atrás también algunos cuerpos cuyas cabezas aparecían destrozadas.

—Y la infección ha llegado también —dijo Emma y alzó la vista para encontrarse con un edificio inmenso—. Es el hospital. Ya que estamos vamos a entrar.

Por algún motivo, ninguno deseaba cruzar esas puertas. Tenían miedo de lo que podían encontrarse allí dentro… pero aún les asustaba más quedarse fuera esperando, así que se limitaron a seguir a Emma al interior.

Dentro, parecía haber pasado un huracán. No había prácticamente nada entero: los mostradores de la recepción se mantenían en su sitio, pero poco más… sillas rotas, camillas tiradas por el suelo, teléfonos que pendían de sus cables sin emitir sonido alguno…

En el primer piso tuvieron que forzar la puerta para entrar, solo para encontrarse con una habitación llena de muertos. Olivia salió a toda prisa con la cara ya de un tono verdoso, y Joel se fue con ella. Emma examinó el lugar meneando la cabeza.

—¿Qué hacía toda esta gente aquí? —preguntó para sí misma.

—Es posible que al estallar el caos trataran de protegerse cerrando la puerta —comentó Scalia—. A saber qué ocurriría… quizá alguno estaba infectado, aunque no lo parecen.

—No —observó ella—. No parecen haber sido mordidos, pero aun así a todos les dispararon.

—Puede que alguien creyera estar haciendo una buena acción. —Clive pasó por encima de los cuerpos con cuidado de no pisarlos—. Esto es un desastre, no hay nada que salvar. —Se volvió hacia la rubia—. ¿Qué buscas exactamente?

—Un botiquín para emergencias —dijo ella—. Sin electricidad ni médicos, cualquier cosa sin importancia puede volverse muy seria. Y medicinas… penicilina, por ejemplo, por si acaso alguien sufre una infección, lo que sea. No soy ninguna experta en ese campo, pero no quiero problemas por no llevar alcohol, no sé si me explico.

—Claro —replicó él—, vamos a buscar en la tercera planta.

Joel se quedó con Olivia mientras ellos recorrían la planta superior. Más camillas volcadas, material quirúrgico por el suelo, cristales hechos mil pedazos, puertas cuyos pomos habían sido arrancados… incluso en una había un hacha clavada. Emma sintió un escalofrío al verlo; en realidad, todo el hospital se lo producía.

—Vamos a darnos prisa. Quiero salir de aquí lo antes posible.

Tuvieron suerte al encontrar un cuarto cerrado que no había sido atacado. Dentro había un montón de cosas que podían llevarse, así que Emma se dedicó a guardarlo todo en su mochila: antipiréticos, penicilina, alcohol, gasas, tiritas, catguts. Adrenalina, pastillas de polaramine por si había algún cuadro alérgico severo. Valium, para las pesadillas… cogió lo que creyó que podía ser necesario, pero ella sabía que siempre sucedían imprevistos para los que no estabas preparado. Pensó en June al ver aquellas medicinas… su hermana pequeña, higienista dental, ¿dónde estaría en aquellos momentos? ¿Tuvo siquiera unos minutos para poder ponerse a salvo?

Apartó aquellos pensamientos, tan inútiles como embarazosos. Era lo mismo que pensar en Nathan, no tenía sentido. Podía tener fe y prepararse para lo mejor, o esperar lo peor. Y visto el panorama, la fe era un lujo que no podía permitirse.

Estaba decidiendo si llevarse aquel hacha que había visto cuando escuchó gritos y tiros en la planta inferior. Perdieron un segundo en mirarse antes de salir corriendo hacia allá, temiendo lo peor; apenas habían llegado y ya escuchaban los gruñidos, un grupo reducido de mordedores intentaban llegar hasta Joel y Olivia, que permanecían atrincherados en un rincón, él disparando y ella cubriéndose la cara y lanzando gritos.

—¡Joel! —gritó Emma desde la entrada—. ¡Que se calle, va a alertar a cualquiera que haya por aquí cerca!

Joel no la oía, ocupado en disparar. Emma empezó a soltar juramentos, ¿de dónde diantres habían salido aquellos mordedores? Ni siquiera los habían notado al entrar, no habían escuchado un solo ruido. Scalia abrió fuego desde la puerta, reventando dos cabezas con un grito de satisfacción.

—¡Yuju! ¡Ahí tenéis, cabrones! —exclamó.

Clive lo imitó, aunque sin los aullidos entusiastas. Joel remató el último desde su sitio y una vez libres, arrastró a Olivia hacia el grupo.

—Larguémonos ya —dijo jadeando—. Seguro que el ruido los atrae y si son muchos no saldremos de aquí vivos.

Emma estaba de acuerdo, de forma que fueron a toda prisa hacia el piso inferior. Una vez en la puerta principal, Clive se asomó con precaución para comprobar si la calle estaba vacía y segura, y después empujó la puerta mientras el resto terminaba de recoger y ponerse las mochilas.

—Vía libre —anunció—. ¿Regresamos al bosque?

—¿No iremos a hablar con la policía? —preguntó Olivia, retorciendo sus manos—. O con las autoridades, con quien sea, ¡tiene que haber personas vivas que sepan que hacer!

—¡No queda nadie, joder! —le gritó Joel furioso—. ¿Quieres espabilar de una puta vez? ¡Abre los ojos y mira a tu alrededor! Tendremos que apañarnos por nuestra cuenta y más vale que reacciones, Olivia. Porque nadie va a venir a rescatarnos.

—¿Y el ejército? —Oyó un ruidito escéptico y miró a Emma con lágrimas en los ojos—. Emma…

La rubia terminó de colocarse la mochila y se acercó a ella.

—No hay ejército. Todo se ha ido al carajo —repuso. Y se giró a los demás—. Vámonos. Necesitamos armas y ya es muy tarde, o corremos o se nos hace de noche. Y no queremos que se nos haga de noche aquí, seguro.

Sin embargo, sucedió. Estaban en una de las comisarías de una calle poco céntrica cuando el atardecer se les echó encima; habían pasado demasiado tiempo explorando, tanto que ni siquiera habían comido y todos estaban agotados. Joel y Emma valoraron la posibilidad de pasar la noche allí, así que Clive y Scalia se cercioraron de que todo estaba cerrado a cal y canto. Al menos, la oscuridad los volvía invisibles y aunque sabían que no estaban solos, ni mucho menos a salvo, el hecho de no estar en una calle central ayudaba. Se escuchaban ruidos, pasos y gruñidos fuera, pero eso era todo.

En aquella comisaria tenían muchas cosas útiles. Emma encontró la armería y tenían munición, además de armas de sobra. La joven se metió hasta en el despacho del jefe de aquel distrito, y sentarse en su sillón le hizo sentir nostalgia del suyo, nostalgia mezclada con la amargura de saber que aquello no sucedería jamás. Curioseó en sus cajones, encontrando fotos de una mujer con una niña… más familias que se habían ido a la mierda. También tenía escondida una teaser; Emma la hizo girar en el aire, pensando que era una pena que no funcionara, sin duda podía haber sido muy útil. Luego encontró un bote de spray pimienta y se le puso una media sonrisa, porque aquello sí que podía usarlo en caso de peligro; se lo guardó en el bolsillo de sus vaqueros y luego jugueteó con una taza de café que decía «Lambert».

Debería estar haciendo algo. Era más fácil mantenerse ocupada, los pensamientos se quedaban a raya; estaba pensando en ello cuando oyó unos golpes en la puerta y Joel asomó la cabeza. Al verla entró y fue a sentarse sobre la esquina de la mesa, aquella manía que nunca había logrado erradicar en su amigo.

—¿Cómo vas, Jefferson? —preguntó—. No has comido nada en todo el día, ¿qué te parece si vienes ahí fuera y te sientas con nosotros?

—Sí, claro —dijo ella—. Solo curioseaba en sus cosas.

—Hay una ducha —comentó Joel.

Como no añadió nada a la frase, Emma alzó una ceja.

—¿Es eso una indirecta, o una invitación? —bromeó.

—Es una buena noticia. —Joel sonrió encogiéndose de hombros—. De aquí al siguiente pueblo hay poca distancia, pero si viajamos entre bosques nunca se sabe cuándo volveremos a tener el privilegio del agua y el jabón.

—Tienes razón. —Ella se levantó—. Anda, vamos. De verdad que estoy muerta de hambre.

Clive y Scalia ya habían pasado por la ducha recién descubierta cuando ambos hicieron acto de presencia en el cuarto que se usaba como salita de relax en aquella comisaría. Usaron un par de velas, lo justo para poder ver lo mínimo, y repartieron varias latas de comida, además de varios refrescos que encontraron en la pequeña nevera que había allí. No estaban fríos pero tampoco calientes, así que no los despreciaron.

Después de aquella improvisada cena, todos extendieron sus sacos de dormir; encontraron también varias mantas, seguramente las que usaban los policías que hacían turnos de guardia, y decidieron utilizarlas aunque no se las llevarían. Primero, porque era demasiado peso; y segundo, porque quizá en el futuro otros supervivientes del desastre podían parar allí y necesitarlas.

Por fin, después de ese día terrible y agotador, Emma logró relajarse bajo el agua. Estaba fría, pero se había bañado en sitios más helados que ese, y de todos modos seguía siendo una ducha en la cual eliminar el estrés y la tensión. Cuando salió, con cuidado de no apagar la vela para no matarse, encontró a Olivia sentada en la taza del váter con cara pensativa.

—Hey, hola —dijo la rubia en voz baja—. ¿Qué haces ahí? ¿Los demás ya duermen?

—Sí. Scalia está de guardia —informó la joven—. Te he traído un cepillo. Ya sabes, para desenredar el pelo. —Se lo tendió—. Debes tener cuidado con eso… tu pelo es rizado.

—Sí, claro. Gracias. —Lo cogió.

—Hay que desenredarlo.

—Olivia. —Se aproximó a ella preocupada—. ¿Estás bien?

—¿Qué? —Su amiga pareció despertar.

—Que si estás bien —insistió—. Durante un momento parecías ausente.

Olivia la observó como si no supiera de qué hablaba; luego le hizo un gesto para que se aproximara más y tendió la mano para recuperar el cepillo.

—Yo lo haré —ofreció mientras Emma permanecía muda—. ¿Te acuerdas aquella noche que salimos y pillamos tal borrachera que nos echaron hasta del último bar? Oh, Dios, fue muy divertido. Ah, el dolor de cabeza del día siguiente no lo fue tanto, pero…

Emma se sentó mientras su amiga le pasaba el cepillo con cuidado por el pelo.

—Tu habías bebido tanto tequila que casi estabas en coma —siguió y se echó a reír—. Yo creí que te habías desmayado y te metí…

—… en la ducha, sí. —Emma sonrió—. Me acuerdo.

—¿Recuerdas que me empeñé en desenredarte el pelo?

—Qué va. Estaba casi en coma.

—Pues ahí estaba yo, obsesionada con que no se hicieran nudos en esa cabellera —Olivia sonreía mientras hablaba—. Si no hubiera estado borracha yo también hubiera hecho un buen trabajo, seguro. Pero me dormí ahí apoyada contra la bañera y se te quedó el cepillo dentro… —empezó a soltar risitas—, madre mía. Fue una buena noche.

—Lo fue. No tanto cuando me desperté y al final tuve que cortarme un trozo de la melena. —Emma se puso en pie girándose sin dejar de sonreír.

—Pero nos divertimos. Tú siempre eras la divertida del grupo, la lanzada… como ahora.

—Igualito, eliminando lo de divertida.

—Gracias por cuidar de mí, Em —le dijo Olivia con cariño—. Eres una amiga genial. —Y le dio un beso en la mejilla—. Descansa, ha sido un día muy difícil.

La soltó y salió del lavabo, dejando a la rubia anonadada. Tuvo miedo de que Olivia se estuviera trastornando, pero tampoco sabía bien cómo manejar la situación… Al fin y al cabo, lo que estaban viviendo traumatizaría a cualquiera. Olivia había sido una buena policía, pero lo cierto era que nunca había estado en situaciones de estrés y ahora se daba cuenta de que no estaba preparada en absoluto para sobrellevarlas. Terminó de secarse y vestirse antes de regresar a su saco y hacer un gesto de despedida a Scalia, que apoyado en la ventana escrutaba la oscuridad.

Emma se metió en su saco con una mezcla de alivio e intranquilidad, pero el agotamiento de lo sucedido durante los últimos días hizo que cayera rendida de inmediato. Las dos últimas noches no había dormido apenas, pero esa noche logró descansar, tanto que Joel tuvo que zarandearla de manera suave al amanecer.

—Em —susurró en voz baja—, despierta.

La joven se incorporó, frotándose los ojos somnolienta y tratando de identificar la expresión que había en el rostro de su amigo. No lograba reconocerla… tristeza y dolor a partes iguales, eso la espabiló.

—¿Qué?

Él movió la cabeza en dirección a Olivia, que permanecía en su saco con los ojos cerrados de forma plácida, inmóvil. Tan inmóvil que…

—¿Le pasa algo?

—Sí. Le pasa que no respira —Joel mantenía su tono discreto para no molestar al resto, durante la noche Scalia había sido reemplazado por Clive, pero este se encontraba en la entrada vigilando la calle y no los escuchaba.

—Dios mío…

—Para. —La detuvo al ver que trataba de salir del saco y deslizó en su mano un bote de valium—. Me levanté al lavabo y como no veía nada la pisé. Me sorprendió que no hiciera el menor movimiento o ruido, así que la moví un poco… y no respiraba. Se ve que cuando nos quedamos dormidos se tomó esto. —Y señaló el valium.

Emma miró el bote y a Olivia varias veces, como si estuviera escuchando una broma, una historia que no tenía nada que ver con ella. ¿Cómo no se había dado cuenta la noche anterior que su amiga no estaba bien? Bueno, se había dado cuenta, claro, pero nunca creyó que…

Cogió aire tragándose las lágrimas y se incorporó.

—Voy a lavarme la cara —murmuró—, luego decidiremos qué hacemos con ella.

Y Joel asintió.

 

3.     Roseville

Tras lo sucedido en Saint Cloud, habían decidido que para enterrar el cuerpo de Olivia tendrían que transportarlo hasta el bosque, tarea imposible, de modo que se limitaron a cubrirla con una de las mantas y dejarla tendida en el sofá. Los dos militares parecían sumamente incómodos llevando a cabo aquellas tareas, y es que no dejaba de resultar turbador estar casi amortajando a alguien con quien habías compartido la cena la noche anterior.

Una vez finalizado todo, abandonaron la comisaría de policía para regresar a la zona de bosque. Seguir por ella era mucho más seguro, ya tenían comprobado que la mayor cantidad de mordedores se concentraban en los núcleos urbanos. Aunque eso no implicaba que no los hubiera por las zonas por las que caminaban, muchas veces los escuchaban y otras habían tenido que esquivar varios grupos, pero se les daba mejor controlarlos así.

Retomaron el viaje hacia Coon Rapids, que estaba a un par de días de Saint Cloud. Llegaron a las afueras, donde había algunos centros comerciales, aún con la esperanza de encontrar vida normal. Pero no fue así.

Los centros comerciales presentaban el mismo aspecto desolador que ya habían encontrado en Saint Cloud. Solo tenían utilidad como autoservicio, aunque de cualquier modo los recorrieron por si acaso alguien había decidido ocultarse allí; lo mismo hicieron en el enorme concesionario de Toyota. Había muchos vehículos, pero al ser todos de exposición ninguno tenía gasolina y, en cualquier caso, tampoco hubieran funcionado.

En las carreteras que cruzaban el pueblo casi todos los coches se habían estrellado entre ellos o contra los árboles, o simplemente estaban abandonados donde se habían quedado parados.

No quisieron perder más tiempo allí y continuaron dirección Minneapolis. Se desviaron en Mound View y tomaron camino a Shoreview. En todos aquellos lugares se detuvieron a inspeccionar, razón por la cual el viaje se ralentizaba en exceso. Sin embargo, no tenían prisa. Ahora que estaba claro que todos los sitios se encontraban en idénticas circunstancias y que por el momento no habían encontrado supervivientes, los problemas por llegar pronto habían dejado de ser importantes.

Shoreview era un lugar residencial en su mayor parte, excepto la gasolinera y una pequeña tienda; nada de interés y apenas mordedores. Usaron una casa vacía para dormir tras asegurar bien las puertas y usar el baño, que aún tenía agua corriente. Tras aquello, siguieron su viaje pasando por Arden Hills.

Esos días hubo mucho silencio mientras caminaban, ninguno tenía ganas de charla. Joel trató de entablar conversación con Emma un par de veces, pero al final desistió cuando se dio cuenta de que ella no estaba receptiva. Supuso que necesitaba darse un descanso mental, reorganizar sus ideas. Cada pueblo que cruzaban arrasado era un punto de esperanza menos y eso iba minando la moral de todos.

—¿Sabes? —Joel alcanzó a Emma mientras sujetaba el mapa—. Estamos dando un rodeo demasiado largo. Si fuéramos por Saint Paul iríamos más directos hacia Atlanta.

—Lo sé. Pero quiero entrar en Minneapolis.

—Quieres ver si tu padre está vivo, ¿verdad? Em… sabes que…

—No lo digas —lo interrumpió la rubia—. Sé que es así, pero no lo digas.

Joel obedeció, volviendo a mirar los mapas para ver qué ruta era la que menos vueltas les hacía dar. Esa noche decidieron parar en Roseville, escogiendo una casa cualquiera de las que había en la alameda principal.

—¿Dónde crees que van los mordedores? —preguntó Emma a Joel cuando este se encontraba en la cocina buscando platos en el armario mientras sujetaba una vela—. Quiero decir… ¿dónde van? En las ciudades es normal que se junten por zonas, pero, ¿y en los pueblos como éste?

Joel levantó una ceja sin responder.

—¿Sabes lo que yo creo? —siguió ella—. Que vegetan, o algo así. Cuando estuvimos en el hospital de Saint Cloud no vimos ninguno. Y de pronto, aparecieron de la nada. No es que vinieran galopando por la calle, es como si hubieran estado allí, atontados, y se hubieran espabilado al oírnos.

—Eso no explica que estos pueblos pequeños estén vacíos.

—No creo que estén vacíos, pienso que estarán todos reunidos en el mismo lugar. Parece que tienen esa tendencia. —Emma abrió un armario al azar—. Mira, platos.

Le tendió uno, pero antes de retirar su brazo sintió como Joel la agarraba.

—¿Qué pasa?

—¿Estás bien? —Vio cómo la joven hacía el gesto de zafarse, pero la retuvo—. No me rechaces, Em, somos amigos hace mucho tiempo. Eres una persona muy fuerte, pero hasta tú necesitas aflojar la carga de vez en cuando.

—¿Y qué quieres que te diga? No creo que estemos bien ninguno. Mira a tu alrededor, el panorama es penoso y eso siendo amable —le recriminó—. No hemos encontrado ni un solo superviviente, no hay electricidad y vamos por ahí como excursionistas dirección Atlanta, pero temo que al llegar allí no haya nada. Ni nadie.

—Olivia tiró la toalla demasiado rápido, no hagas tú lo mismo.

Liberó su brazo, esperando hasta que la vio afirmar despacio. No volvieron a hablar durante esa noche, limitándose a alimentar sus cuerpos para recuperar energía.

Por la mañana, Joel comentó que el camino a seguir pasaba por cruzar el parque Northeast, de modo que tomaron aquella dirección. Cometieron el error de ir relajados, pensando que al tratarse de algo similar a los caminos forestales estarían relativamente a salvo y no fue así. Clive y Scalia iban adelantados, charlando en actitud tranquila, cuando les salieron al paso un grupo de unos siete mordedores. De nuevo no los habían oído gruñir y el factor sorpresa los sacudió en plena cara: el más veloz se lanzó hacia Clive, quien viró con brusquedad para esquivarlo. Logró alejar su cuello de la amenazante boca del infectado, pero esta alcanzó su muñeca.

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