Annabelle

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A Charlie le temblaban las manos cuando se montó en la bicicleta. ¿Qué le había sucedido a Nora? ¿Por qué había reaccionado de esa manera al ver el colgante y enterarse de que era la hija de Betty? Charline, así la había llamado. Tan sólo Betty y su profesor de primaria la llamaban así. «Me habrá conocido de pequeña —pensó Charlie—. Será alguien del pasado a quien yo no recuerdo. Pero ¿qué cuenta tenía pendiente con Betty?». A juzgar por su reacción, no se trataba de ninguna tontería. Eso era evidente.

Debía hablar con alguna persona que conociera el pueblo. Se detuvo y buscó el número de Susanne en el teléfono. Diez minutos más tarde entró con la bici en el jardín de su casa. Todos los chicos estaban allí —le había advertido Susanne— e Isak había salido a correr, de modo que no las dejarían en paz ni un instante. Charlie oyó sus ruidosas voces mucho antes de llegar a la entrada principal.

Como nadie salió a abrirle cuando llamó a la puerta, se atrevió a entrar. El perro acudió a su encuentro. Lo acarició durante un rato esperando a que alguien viniera, pero, viendo que eso no ocurría, se quitó los zapatos y se dirigió a la cocina. Susanne se encontraba delante del fregadero con la frente apoyada en el armario de arriba. No se dio la vuelta hasta que Charlie estuvo casi a su lado.

—No te he oído —comentó—. Bueno, ya ves; no voy a llevarme precisamente el premio a la mejor madre del año —continuó diciendo mientras se sacaba unos tapones amarillos de los oídos—. Son para poder sobrevivir. Ya has visto el jaleo que hay. Menuda diferencia a cuando nosotras éramos niñas; entonces necesitábamos tapones para aguantar el ruido de los mayores. ¿Has desayunado?

—No.

—Pues venga, ¿desayunas con nosotros? Aún no nos ha dado tiempo a hacerlo.

Charlie asintió.

—Podemos comer algo antes de llamar a esa tropa de ahí arriba —dijo Susanne.

—Acabo de pasar por casa de Nora y Fredrik —le comunicó Charlie cuando se sentaron a la mesa.

—¿Qué has ido a hacer allí? Creía que estabas apartada del caso.

—Sólo quería devolverles una cosa. Pero Nora me ha echado de casa.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Ha sido al decirle quién era yo y quién era mi madre. Se ha vuelto loca.

—Esa mujer tiene fama de loca.

—No entiendo por qué se ha alterado tanto al enterarse de que yo era la hija de Betty. No recuerdo si ella y Betty se conocían.

—Bueno, Nora ha vivido siempre aquí, o al menos desde que tú y yo nacimos, pero nunca estuvo en las fiestas de Lyckebo; nos acordaríamos. Aunque es posible que su marido sí; ya sabes cómo solían agolparse los hombres en torno a tu madre.

—¿Y es normal que eso la ponga tan furiosa todavía? ¿Y que además se enfade conmigo?

—Quizá no esté en su mejor momento.

Los chicos bajaron. Al instante ya había leche derramada y tostadas estampadas contra el suelo por el lado de la mantequilla. El segundo en edad, Nils, les echó una bronca a sus hermanos pequeños.

—¿Dónde está el mayor? —preguntó Charlie.

—¿Melker? Supongo que arriba —contestó Susanne—. Ya ha desayunado. Tiene algo de lobo solitario.

—Señora policía —dijo Nils de repente—, ¿puedo enseñarte mi nueva habitación?

Charlie miró a Susanne.

—¿Te parece bien?

Susanne asintió. Mejor que subiera a verla sin demora, porque si no, el niño les daría tanto la lata que les taladraría la cabeza.

Charlie siguió a Nils por la escalera hasta la planta superior.

Llegaron a un amplio distribuidor. Charlie constató que los montones de ropa habían crecido desde la última vez. Nils le enseñó primero la habitación de sus hermanos pequeños, luego el dormitorio conyugal y, a continuación, el cuarto de trabajo de su padre. Charlie no pudo evitar echarle un vistazo. Las paredes estaban cubiertas de librerías, desde el suelo hasta el techo, repletas de libros.

—A papá le encantan los libros.

Charlie se volvió hacia el hermano mayor, ni siquiera lo había oído acercarse.

—Le gustan más los libros que las películas —continuó comentando el chico mientras señalaba las estanterías.

—Tú debes de ser Melker —dijo Charlie para, acto seguido, tenderle la mano.

Melker se quedó observándola sin hacerle mucho caso a la mano. Sí, era Melker. Y era igual que su padre: prefería los libros a las películas.

—Yo también —añadió Charlie.

Melker la miró de arriba abajo como si no creyera que pudiera ser verdad que existiera otra persona así en el mundo.

—A mi madre no le gusta leer —le explicó Nils—. Dice que papá no necesita este cuarto, que hay que dárselo a uno de los gemelos antes de que se maten.

—Este cuarto se quedará como está —zanjó Melker lanzándole una airada mirada a su hermano menor.

—Ven —indicó Nils—. Te enseñaré mi cuarto.

Nils tenía la misma habitación que Susanne había ocupado de niña. Entonces el papel de las paredes estaba lleno de arañazos de gatos y el suelo cubierto con un linóleo beige; ahora el papel era nuevo y se encontraba en perfecto estado, mientras que el linóleo había desaparecido y nada cubría el suelo de madera.

Charlie se sentó en la cama. La colcha era de la misma tela que las cortinas de la ventana, con dibujos de pájaros raros y de distintos colores. Por lo que respecta a cosas y colores, los niños no eran precisamente unos minimalistas; eso quedaba bien claro.

—Bonita, ¿no?

—Muy bonita. Unos pájaros preciosos.

—No son pájaros. Son los angry birds.

—¿Ah, sí? —dijo Charlie.

Birds significa «pájaros», so tonto —intervino Melker, que acababa de entrar en la habitación—. Angry birds significa «pájaros enfadados».

—¡Fuera de mi habitación! —le soltó Nils.

—Ya estoy fuera —respondió Melker. Había salido de ella y se mecía en el umbral de la puerta.

Nils decidió ignorarlo y dirigirse a Charlie:

—Estás aquí por lo de la chica, ¿verdad? —quiso saber—. Para encontrar a Annabelle.

Charlie asintió.

—Si no la encuentras, papá se pondrá muy triste.

—Claro, como iba al colegio de papá… —terció Melker desde la puerta—. Claro que se pondrá triste.

—Es que era su amiga también. Era amiga de papá.

—¡No! ¡No era amiga de papá! —protestó Melker.

Charlie se levantó, se acercó a la puerta y, sin pronunciar palabra, se la cerró en las mismísimas narices.

—¿Qué quieres decir? —preguntó—. ¿Estás diciendo que Annabelle y tu padre eran amigos?

Nils asintió con la cabeza.

—Sí, pero prometimos no decírselo a nadie. Estuvo aquí una vez que mamá fue a Gotemburgo con los gemelos a ver a una amiga. Fue en mitad de la noche, pero yo tuve una pesadilla y me desperté.

—¿Se lo has contado a tu madre?

—No, porque Melker dice que si lo hago, no nos comprarán ningún perro. Papá ha prometido regalarnos un cachorro.

—Pues has hecho muy bien contándomelo a mí.

—No le vas a decir nada a mamá, ¿verdad? —El niño la miró preocupado.

—Quizá tenga que decírselo a tu madre —respondió Charlie—, pero nadie se va a enfadar contigo, Nils. Has hecho exactamente lo que debías hacer.

Al bajar la escalera tuvo que detenerse a medio camino para recuperar el aliento y no mostrarse demasiado alterada. «Isak Sander —pensó—. El amante».

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