Annabelle

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Fredrik estaba inclinado sobre la encimera de la cocina mirando hacia el camino. ¿Cuántas horas habría pasado así? En algunas ocasiones, especialmente después de haber tomado una de las pastillas de Nora, le parecía ver a Annabelle abriendo la verja y echando a correr hacia la casa. Ayer la vio con el vestido blanco que se puso al terminar noveno, el que eligieron entre los dos para el acto de graduación. Al principio se asustó de que esas ilusiones fueran capaces de producir en su cerebro unas imágenes tan nítidas. ¿Se estaría volviendo igual de loco que su mujer?

No podía dejar de pensar en lo que había leído sobre ese supuesto vídeo. «El vídeo del abuso de Annabelle». Había llamado a Olof en cuanto se enteró para preguntarle qué coño estaba pasando y por qué le ocultaban algo así. Pero Olof sólo le contestó, con la más absoluta tranquilidad, que hacían lo que podían, que debían callarse ciertas cosas, que era por el bien de la investigación… De nada sirvió que Fredrik le gritara que quería saber lo que se veía exactamente en el vídeo y quién había abusado de su hija. ¿Se trataba de Svante Linder? Olof no hizo más que continuar lamentando no poder decirle nada por el bien de la investigación. Y en cuanto a Svante Linder…, lo único que Olof podía contarle era que se hallaba en prisión preventiva. Luego, Olof le aconsejó que no leyera los periódicos, que no pretendían más que vender ejemplares y conseguir visitas en internet, que lo distorsionaban y tergiversaban todo. Olof le había pedido que intentara centrarse en alguna otra cosa. Como si eso fuera posible…

Fredrik pensó de nuevo en el encuentro que tuvo esa noche con Svante Linder. ¿Podía una persona ser tan fría como para dejar que un padre buscara por toda la casa a una hija que él mismo había…? Bueno, ¿qué era realmente lo que había hecho? ¿Era ese chico de tan mala reputación capaz de…? A Fredrik le faltaron fuerzas para llevar su razonamiento hasta el final.

Nora enfureció cuando se enteró de lo del vídeo y de que habían arrestado a Svante Linder. Golpeó y arañó a Fredrik cuando le impidió que cogiera el coche para ir a la comisaría. Si ella seguía así —pensó mientras se pasaba la mano por el brazo donde tenía un arañazo—, si ella seguía así, no tardaría en verse obligado a ingresarla nuevamente en esa clínica, lo que en cierta manera sería un alivio, porque, tal y como estaban las cosas, gran parte de sus energías las destinaba a cuidar a Nora, a asegurarse de que comía y dormía, y a vigilarla por si… si intentaba quitarse la vida. El pastor le había aconsejado que no la dejara sola.

Fredrik pensó en el arrebato de ira que sufrió esa misma mañana cuando atacó a esa policía. ¿Por qué la difunta madre de la agente había provocado una rabia tan grande en Nora? Betty Lager… Fredrik se acordaba de aquella pobre mujer alcoholizada. Él nunca había asistido a ninguna de las tristemente célebres fiestas de Lyckebo, pero, según tenía entendido, eran de lo más salvaje. No recordaba que Nora hubiera dicho nada negativo sobre Betty Lager con anterioridad. ¿O lo había hecho?

Fuera como fuese, ahora Nora dormía en el sofá del salón respirando breve e intermitentemente. Fredrik pasó ante ella con absoluto sigilo y subió a la planta superior. Buscó la cámara de vídeo y la caja con las cintas y se dirigió a la habitación de Annabelle. Era el lugar de la casa donde más notaba su presencia, donde todavía podía pensar que pronto estaría de vuelta. Se sentó sobre la blanca colcha de su cama y puso en marcha el vídeo.

La amplia sonrisa sin dientes de Annabelle, la lengua que se asoma por entre las mellas… Acaba de perder cuatro dientes de arriba y otros cuatro de abajo y no puede pronunciar la ese.

Intenta reírse. De la risa que le da, la cámara tiembla.

—¿Y dónde está el diente que se te cayó ayer?

—En el escondite secreto —susurra Annabelle mientras señala con el dedo la puerta que hay en la pared, bajo el techo abuhardillado—, lo guardé en el escondite secreto. ¿Crees que el hada de los dientes lo encontrará?

Fredrik detuvo la película y miró hacia el armario más grande de Annabelle. En realidad, no era un armario, sino un pasadizo que conducía al dormitorio conyugal. Se acordó entonces del escondite que encontraron cuando Annabelle era pequeña. Estaban jugando a construir una cabaña y descubrieron, por casualidad, una tabla suelta en la pared. Por detrás de ella había un hueco donde esconder cosas. Annabelle lo llamaba «el escondite secreto». Cuando la policía le preguntó por diarios, cartas o notas no se le ocurrió pensar en ese sitio. ¿Cómo se le había podido olvidar?

Entró en el armario y se agachó bajo el techo abuhardillado mientras buscaba la tabla suelta. Si Annabelle tenía un diario, era muy probable que se encontrara allí. Palpó a tientas el hueco. Sí, en efecto; allí había algo. Sacó un cuaderno cuyo interior contenía unos recortes de periódico. Desdobló una de las amarillentas hojas y pudo leer: «Niñas de trece años envueltas en el asesinato de un niño de dos años». Le echó un vistazo al texto. Se acordaba del caso; aún era un adolescente cuando ocurrió. Recordaba que todas las personas de su entorno hablaron de lo terrible que fue. Pero ¿qué hacían unos recortes de periódico de hacía casi cuarenta años en el armario de Annabelle? No se encontraban allí cuando dejó el dinero del hada de los dientes, de eso estaba seguro.

—¿Qué estás haciendo?

Fredrik se sobresaltó cuando vio aparecer la cara de Nora en la puerta. Se apresuró a meter el cuaderno con los recortes en el escondite.

—No sé —dijo—. Pensé… Es que me encuentro fatal.

—¿Y meterte en su armario te ayuda?

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