Animal

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Capítulo 11

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Mario no conseguía penetrar la coraza de Nico. El chico se había replegado en un mundo en el que la entrada le estaba vedada a aquellos que más le querían: su madre y él.

La última crisis, hacía menos de una semana, había llevado a Nico al hospital. Se ensañaba con su propio cuerpo hasta tal punto que el interior de los muslos y de los antebrazos parecían mapas de carreteras.

Visitas al pediatra, primero; al psicólogo infantil, después… Nada había servido para descubrir qué le ocurría a Nico, ni para evitar que se siguiera autolesionando.

—¿Cómo no nos dimos cuenta antes, Mario? ¿Cómo yo, que soy su madre, no me di cuenta de que algo pasaba? —se preguntaba Carmen cuando hablaba con su hermano, desesperada por no ser capaz de sacar a su único hijo de aquel abismo en el que estaba inmerso.

Carmen no encontraba consuelo y Mario no encontraba respuestas.

La primera vez que su madre le vio las heridas ya tenía cicatrices antiguas. Llevaba tiempo cortándose. Hacía tiempo que se comportaba de forma esquiva, pero lo habían achacado a la adolescencia.

Según el psicólogo, Nico se hacía daño a sí mismo, pero sin intención de poner fin a su vida, dada la escasa profundidad de las heridas. Pero a Carmen eso no le servía de consuelo. Los cortes respondían a un mecanismo de control. El dolor físico mitigaba por un momento el dolor psicológico y era una forma de ejercer dominio sobre su propio cuerpo o sobre determinadas situaciones vitales que le estaban angustiando y a las que no podía hacer frente.

Pero ¿qué podía angustiar tanto a un chico de trece años? Carmen había hablado con el colegio, por miedo a que estuviera sufriendo acoso escolar. No era el caso. Al contrario, Nico era un muchacho muy sociable y muy querido. Había hablado con sus amigos y con sus compañeros del equipo de baloncesto, sin obtener la respuesta.

¿Qué o quién estaba provocando en Nico aquel dolor emocional tan profundo? Esa era la pregunta que les torturaba desde hacía meses.

Mario miraba a su sobrino mientras este dormía. Se le encogía el corazón. Parecía tan indefenso…

—No volverás a sufrir. Se acabó, Nico. Volverás a ser un niño, volverás a ser feliz —prometió Mario mientras cerraba la puerta del dormitorio de su sobrino y se encaminaba a despedirse de su hermana.

Olivia le esperaba.

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