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Capítulo 12

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El Viejo Almacén era una cervecería tranquila y de grandes dimensiones. Decorada con suelos y paredes de madera, resultaba un sitio muy acogedor para tomarse una cerveza o un café irlandés, las dos especialidades del establecimiento. A esa hora, ya había algún parroquiano tomando el vermut.

Olivia pidió una cerveza y mientras esperaba a Mario repasó sus notas.

A Guzmán Ruiz lo habían matado cerca del club de alterne. Si no había estado allí la pasada noche, se podría deducir que iba hacia él. Alguien lo había interceptado antes de llegar. ¿Su amigo Germán, alguna de las prostitutas? O quizá alguien que nada tenía que ver con La Parada, ¿quizá para robarle? Olivia se maldijo por no tener más detalles que el nombre de la víctima.

—¿A qué hora lo mataron? ¿Poco antes de encontrarse el cuerpo? ¿Qué relación tiene el coche que vio Guadalupe? ¿Podría ser el asesino? ¿O simplemente alguien que pasaba por allí?… —Olivia anotaba todas estas reflexiones en su cuaderno de notas.

«Demasiados interrogantes», pensó con frustración.

Lo único que tenía bastante claro, a pesar de los pocos detalles de que disponía, era que la víctima, Guzmán Ruiz, como había dicho Guadalupe, no era trigo limpio. Para empezar era un putero y amigo de un proxeneta, porque, aunque La Parada de cara a la galería —policía incluida— se anunciaba como un restaurante y club selecto para hombres, en donde se podía cenar y tomar una copa en un ambiente tranquilo y de camaradería masculina, todo el mundo sabía que no era más que un puticlub decorado con mejor gusto que la mayoría, que disfrazaba su imagen pagando sus impuestos como negocio de restauración.

¿Hasta ahora qué sabía? Olivia empezó a configurar una lista:

1. La víctima era cliente habitual de La Parada y amigo íntimo del propietario, Germán Casillas. Y, además, con algo de poder dentro del puticlub.

2. Casado. ¿Tendría hijos? ¿Qué clase de mujer consentía en que su marido frecuentara un puticlub?

3. Había residido en Lugo. ¿Este detalle tendría alguna relación? Habrá que tirar de ese hilo.

4. La víctima apareció muerta, mutilada con ensañamiento. Eso apunta a un móvil pasional más que a un robo. ¿La mataron allí o en otro lugar y trasladaron el cuerpo? Hablar con Granados.

5. La víctima apareció muerta muy cerca de la parte trasera del puticlub. Según Guadalupe, la pasada noche no estuvo allí. ¿Iba hacia el club cuando lo asesinaron? ¿Ha sido pura casualidad que lo mataran tan cerca de La Parada?

Olivia repasó las anotaciones y meneó la cabeza con incredulidad. No creía en las casualidades. El puticlub tenía relación con el crimen. Se lo decía su instinto y rara vez se equivocaba.

La periodista seguía ensimismada en el esquema de cuanto conocía y cuanto le quedaba por preguntar cuando apareció Mario.

Venía con su equipo fotográfico colgado al hombro. Pidió una cerveza y se sentó junto a ella en la barra.

—¿Cómo está Nico? —preguntó la periodista.

Mario se encogió de hombros.

—No lo sé. Estaba dormido. La lesión de la pierna está curando bien. Pero no es esa herida la que más me preocupa. Esta semana ha estado tranquilo… está tomando ansiolíticos, Livi. Con trece años y tiene que estar medicado para que no… para… que no… debería estar pensando en chicas, en fútbol…

—Tranquilo —le consoló Olivia, pasándole el brazo por la cintura—. ¿Cómo lo lleva Carmen? ¿Os arregláis bien?

—Sí, se ha pedido unos días en el trabajo y no le han puesto problemas, habida cuenta de la situación. —Se quedó en silencio en actitud reflexiva—. En cuanto a cómo lo lleva…, no sé si lo lleva… Se siente frustrada como madre, preocupada… aterrorizada, Livi. Esta última vez, Nico pudo haberse matado. Se cortó tan profundo que seccionó una arteria.

—No tenía idea de que hubiera llegado tan lejos.

—Tampoco nosotros pensábamos que fuera capaz de algo así. El psicólogo nos dijo que no tenía intención de quitarse la vida, que eran cortes muy superficiales, que era su manera de llamar la atención, de expresar de forma física el conflicto interno, su frustración, su angustia… Pero ahora, ya no estoy tan seguro. Creo que no ha sido un accidente, un error de cálculo. Parece que se cortó la arteria a sabiendas de lo que hacía, a propósito… Creo que quiso quitarse la vida, Livi.

—¿Aún no os ha contado qué le provoca esa desazón?

Mario se pasó la mano por la nuca con gesto cansado.

—No, no se abre. Y mientras no cuente qué está pasando, nadie puede ayudarlo.

Olivia se fijó en las profundas ojeras y las bolsas debajo de los ojos de su compañero. Tenía arrugas en el entrecejo que antes no se percibían. De repente, el fotógrafo aparentaba los años que tenía. Y eso la preocupó.

Mario dio un gran sorbo a su cerveza. Y preguntó:

—Bueno, cuéntame qué has averiguado.

Olivia lo puso al día. Mario escuchó en silencio, sin emitir juicios ni hacer comentarios. La historia que le estaba contando la periodista no tenía nada de humana. Y así se lo hizo notar a su compañera.

—Lo sé, Mario. No veo la forma de darle un enfoque humano a esta historia, tal y como me pidió Adaro. El tío era un putero, cuando menos. Y ni eso puedo publicar, porque me lo contaron off the record[2].

—De momento, vamos a confirmar lo que te explicó esa fuente tuya y después pensaremos en cómo le vendemos el lado «no humano» de la historia a Adaro. Cada cosa a su tiempo —aconsejó Mario.

—De acuerdo.

Apuraron las cervezas y salieron del local.

—¿En tu coche o en el mío? —preguntó Olivia.

—Vamos en el mío.

Llegaron a la entrada de La Parada. La puerta estaba cerrada. Olivia se apeó del coche y pulsó el timbre del telefonillo.

—¿Diga? —contestó la misma voz que, una hora antes, había preguntado a los dos policías de Homicidios.

—Vengo a ver a Germán Casillas —informó Olivia.

—El señor Casillas no está en estos momentos. ¿Quién pregunta por él? —volvió a interrogar la voz al otro lado del telefonillo.

—Olivia —contestó sin más la periodista, omitiendo su apellido y profesión a propósito.

—¿Y el motivo? —insistió la voz. No iba a abrir aquella puerta sin más explicaciones. Las mismas que Olivia no pensaba dar.

—El motivo es personal y solo lo hablaré con el señor Casillas. Si me abre, le dejaré mi tarjeta de visita para que se ponga en contacto conmigo.

Durante unos segundos, reinó el silencio. Olivia estaba a punto de regresar al vehículo pensando que su intento de entrar en La Parada había fracasado cuando sonó el motor de la enorme puerta metálica. Esta se estaba abriendo.

Olivia entró en el coche y levantó el pulgar en señal de triunfo a su compañero.

—No cantes victoria, pichón…

—No lo hago, pero al menos estamos dentro.

Aparcaron cerca de la casa. Les abrió la puerta la misma joven que había recibido a los agentes de Homicidios. Los miró con cierta agitación, aunque su voz era templada y tranquila.

—El señor Casillas no se encuentra en estos momentos —repitió deteniéndose en cada palabra.

—Es una pena, porque el asunto en cuestión le interesa más a él que a mí.

Olivia sacó una tarjeta de visita y se la ofreció a la joven.

—Mi nombre es Olivia Marassa, de El Diario. Estoy investigando el crimen del polígono. Han llegado a mi conocimiento ciertos datos que me gustaría poder comentar con el señor Casillas.

La mujer se mantuvo impasible salvo por un leve aleteo de las fosas nasales.

—¿Qué datos? —preguntó con curiosidad.

—¿Usted es…? —Olivia no iba a soltar la información fácilmente, ni era su intención lanzarse a preguntar dejando a la vista su inmensa curiosidad. Su táctica era parecer indiferente, como si la conversación con Casillas fuera un puro trámite al margen de que ella publicara lo que sabía, contrastado o no.

Y funcionó.

—Soy Lola, secretaria personal del señor Casillas. Quizá si me dijera qué necesita saber, yo pueda ayudarla sin tener que molestarle. Es un hombre bastante ocupado.

—Bueno… no sé si es buena idea que hable con usted… —Olivia desvió la vista hacia Mario—. ¿Qué opinas?

Lola seguía mirándolos con creciente curiosidad. Se veía en la necesidad de actuar de cortafuegos. Tenía que conseguir que aquella periodista le contara lo que sabía para advertir a Germán, y hacerlo sin soltar demasiada información.

—Está bien —accedió Olivia—. Hemos sabido que la víctima era cliente habitual de este establecimiento. Se llamaba Guzmán Ruiz y se ha relacionado su nombre con el del señor Casillas.

—Sí, Guzmán Ruiz era cliente de La Parada. Imagino que por eso han relacionado su nombre con el de mi jefe.

—No me ha entendido —continuó Olivia con voz despreocupada—. La relación que se ha establecido es de una supuesta amistad entre los dos hombres.

Lola intentó disimular su inquietud adoptando una pose relajada. Metió una mano en el bolsillo del pantalón mientras con la otra apretaba la tarjeta de la periodista. Mario y Olivia intercambiaron miradas y esperaron a que Lola sopesara los pros y los contras de continuar hablando con ellos.

—Se conocían, sí. Pero el señor Casillas conoce a mucha gente.

—Y usted ¿le conocía?

—Sí, sabía quién era, si a eso se refiere.

—Me refiero a si lo conocía… bien —insistió Olivia.

Lola no se inmutó, aunque el comentario estaba hecho con la peor intención. Su contestación fue rotunda.

—No lo conocía íntimamente.

—¿Guzmán Ruiz tenía negocios con su jefe? —se aventuró la periodista.

—Lo desconozco.

Olivia enarcó las cejas.

—¿Lo desconoce? ¿No es usted la secretaria del señor Casillas? —replicó Mario con escepticismo, quitándole la palabra a su compañera.

—Sí, pero mi trabajo consiste en llevarle la agenda y comprobar las reservas del restaurante. Con quién hace o no negocios no es asunto de mi incumbencia.

—Pero tendrá oídos…

—Sí, señorita Marassa, tengo oídos, pero en mi posición la regla de oro es oír, ver y callar. —Lola no era tonta y sabía que la única manera de deshacerse de aquellos dos entrometidos periodistas sería darles carnaza—. Si quieren información de primera mano sobre Guzmán Ruiz, pregunten en Pola de Siero, en la urbanización de las afueras. Vive… vivía allí. Con su mujer y su hijo.

Olivia recogió el testigo que le acababa de lanzar la joven secretaria. Sabía más de lo que estaba dispuesta a contar y quería alejarlos de La Parada.

Miró a Mario y decidió replegar velas, de momento.

—Está bien. Muchas gracias por atendernos. ¿Le dará mi tarjeta al señor Casillas? —preguntó sin mucha convicción Olivia.

—No se preocupe —contestó Lola, ladeando la cabeza y haciendo ver que leía la tarjeta—. En cuanto regrese, le informaré de su infructuosa visita —concluyó poniendo énfasis en las dos últimas palabras.

«No, la secretaria no es nada tonta», se dijo Olivia.

Mario y Olivia subieron al vehículo y salieron en dirección a Pola de Siero.

—¿Qué te parece si nos acercamos a la escena del crimen antes de ir a Pola de Siero? —sugirió ella.

—Está bien. Tengo que hacer alguna foto. Aún no he sacado la cámara.

Mario estaba callado. Demasiado. Condujo en silencio hasta llegar al área industrial. Olivia le indicó la calle donde había aparecido el cuerpo. Salvo por una gran mancha de arena allí donde antes hubo sangre, nadie hubiera imaginado que, hacía pocas horas, un hombre había muerto desangrado en aquella misma acera.

Había camiones de reparto, furgonetas y un ir y venir de vehículos y personas. El polígono había recobrado su actividad normal.

Mario aparcó y salió del coche con la cámara, una Nikon D5. Se encaminó hacia la acera en donde había aparecido el cuerpo sin vida de Ruiz. Disparó varias fotos desde distintos ángulos.

Olivia le observaba en silencio. Reculó hacia la parte alta de la calle principal, allí donde iba a morir la vía. Observó el muro construido con bloques de cemento y la puerta cerrada. Llamó a Mario.

—Saca un par de fotos del muro. Si nos alejamos, se ve un fragmento de la parte trasera de La Parada.

La periodista se preguntó si Guzmán Ruiz se encontraba en aquel punto del área industrial debido, precisamente, a aquella misteriosa puerta.

Mario obedeció a Olivia. Encuadró, disparó, ajustó el enfoque, manipuló el zoom y volvió a disparar. Se alejó del muro y volvió a apretar el disparador.

Olivia se fijó en la cámara. Presentaba una pequeña abolladura en una de las esquinas.

—¿Qué le ha pasado a la cámara? ¿Te has peleado con alguien? —preguntó burlona Olivia.

—Se me cayó ayer mientras la limpiaba —respondió Mario sin dejar de prestar atención a lo suyo.

—Te haces viejo, abuelete.

—Ya soy viejo, pichón.

Tras quince minutos examinando la zona, planteando hipótesis y haciendo todo tipo de conjeturas sobre lo que podía haber pasado, volvieron al vehículo de Mario.

Tocaba llamar a la redacción para cantar lo que tenían y aguantar el mal humor de Dorado.

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