Angel

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Al abrir los ojos Cassie descubrió que no había sido un sueño después de todo. La noche anterior Angel había estado en su cuarto, pero muy tarde, cuando ella dormía. No por mucho tiempo, claro.

Despertó con un beso suyo, cubierta a medias por su cuerpo y estas palabras:

—Todavía no estamos divorciados, tesoro.

Era muy cierto. Se divorciarían, pero aún estaban casados. Y a ella no le había interesado recordar su decisión de no permitirle ejercer más derechos conyugales temporales. Por lo menos, la noche anterior no había querido, pero la luz intensa de la mañana solía poner las cosas en su debida perspectiva mientras que el resplandor difuso de una fogata moribunda no se prestaba a las ideas claras.

No lamentaba que le hubiera hecho el amor aunque no pudiera decirlo. Pero no podía permitirle que siguiera haciéndolo. Claro que él estaría allí por pocos días más y, a no ser por otras posibles consecuencias a tener en cuenta, ella habría dado cualquier cosa por pasar en sus brazos cada minuto del tiempo restante.

Pero Jenny fue la primera en decirle que no hacía falta mucho para quedar embarazada. Y aunque Cassie deseaba tener hijos algún día, no quería quedar prisionera en el mismo aprieto que Jenny: el de ser una mujer divorciada con un bebé a cuestas.

En realidad, llegado el caso seguiría su propio consejo: “No firmar ningún papel para el divorcio”. Desde luego, con eso no ganaría un esposo, al menos uno que viviera con ella. Angel quería su libertad y esperaba recobrarla. No se quedaría con ella sólo por un papelucho que los declarar legalmente casados.

Al girar la cabeza se encontró con esos ojos negros. Lo creía aún dormido; por eso no había tratado siquiera de escapar del brazo estirado sobre su torso. Ese brazo se movió en tanto él levantaba la mano para tocarle la arruga del entrecejo.

—Puedo darte algo más agradable en qué pensar — dijo, levantándose para inclinarse hacia ella.

Cassie estuvo a punto de dejarse besar. Estaba muy provocativo con ese pelo revuelto, los ojos soñolientos y esa expresión tan sensual. Angel, inclinado para hacer el amor, era devastador para sus sentidos recién alertados. Sólo una vez más. ¿Qué podía...?

En el último instante levantó la mano para rechazarlo. Para sus adentros gruñía por lo que iba a perderse. Por fuera impuso a sus facciones una expresión decidida.

—Que yo sepa así se hacen los bebés — dijo, tratando de no parecer demasiado acusadora—. ¿Tienes intenciones de dejarme uno antes de irte?

Durante cinco segundos él no dijo nada. Luego se dejó caer nuevamente en la cama con la vista clavada en el techo.

—No te andas con rodeos, ¿eh?

—La pregunta es razonable.

—Lo sé. — El suspiró. — Y no, no es esa mi intención. A decir verdad, nunca he tenido que tener eso en cuenta dado el tipo de mujeres que suelo...

Dejó la frase abierta, pero ella captó fácilmente la intención. Estaba habituado a pagar por sus placeres; los hombres daban por sentado que sus mancilladas palomas sabían impedir esas cosas. Lo más probable era que lo supieran porque de lo contrario se quedaban sin trabajo.

De pronto él rodó hacia ella, aunque con cuidado de no tocarla. Su expresión era de intenso interés.

—¿Quieres tener un bebé?

Los ojos de Cassie se dilataron.

—¿Qué pregunta es esa?

—Una pregunta razonable.

—Ni por asomo — rezongó ella incorporándose para fulminarlo con la vista mientras se ceñía la sabana a los pechos—. Para tener hijos necesito un esposo, pero un esposo de verdad, que esté conmigo para ayudar a criarlos. Así me gustaría tenerlos amontones...pero de otro modo no.

El resentimiento era audible con claridad. Se le había deslizado porque ya no creía poder hallar ese esposo. Él lo interpretó como otro rechazo, como que ella no lo aceptaba ni lo aceptaría nunca para ese papel.

Él también se incorporó, pero fue para abandonar la cama y vestirse. En esa oportunidad Cassie no lo observó. Con los brazos rodeando las rodillas flexionadas apartó la cara para no sentir tentaciones. Estaba irritado consigo misma, pero ¿qué otra cosa habría podido decirle? Que no le molestaría tener un bebé de él. ¿Y por qué preguntaba al fin y al cabo?

—Debí haber matado a ese viejo vengativo de MacKauley cuando tuve la oportunidad. Cassie se volvió rápidamente ante ese grave murmullo. Angel ya estaba vestido y se ceñía la pistola.

—Eso no tiene gracia — dijo seca.

—¿Acaso me estoy riendo? — le espetó él con la misma sequedad.

—No sé que demonios estás haciendo o pensando, pero no puedes matar a R. J Él no te empujó a mi cama, Angel.

—No, pero adivinó mi única debilidad. ¿Por qué demonios crees que se divertía tanto?

—¿Qué debilidad?

Angel no tuvo tiempo de responder. El pestillo emitió un chasquido y la puerta comenzó a abrirse. Él se volvió desenfundando el revólver en el mismo instante. Y el saludo que Charles Stuart estaba a punto de pronunciar quedó sin decir.

Cassie ahogó una exclamación.

—¡Papá!

Angel echó un vistazo a su expresión horrorizada y dijo:

—Supongo que a él tampoco puedo matarlo, ¿verdad?

Lo había dicho en voz muy baja, pero Cassie, temiendo que su padre lo hubiera oído se apresuró a asegurar:

—Está bromeando, papá. No lo interpretes mal.

Angel calló lo que iba a decir: "¡Cómo que no!”, y enfundó el arma. No sabía por qué, pero las conversaciones con su “esposa” le dejaban con frecuencia ganas de matar a alguien, a cualquiera, a quien fuera. Lástima grande que no hubiera sido MacKauley el que entraba por esa puerta. Charles Stuart era otra cuestión.

Era más joven de lo que Angel suponía; parecía tener unos cuarenta y dos años. Su pelo era tan oscuro y lustroso como el de Cassie; los ojos, pardos como el chocolate. La nariz, levemente torcida, atestiguaba haber sido fracturada en algún momento. Se apoyaba en un bastón por cojear del pie herido. Eso lo reducía a la altura de Angel, de lo contrario habría medido tres o cuatro centímetros más.

El padre.

Era la primera vez que Angel debía vérselas con un padre enfurecido. Y como era el padre de Cassie, no podía dispararle, desafiarlo a duelo ni pelear con él. Desde luego, eso iba a ser interesante.

Charles estaba cansado y le dolí el pie; aunque tenía un genio formidable, nunca perdía los estribos cuando se trataba de su hija. Además, aún estaba demasiado incrédulo como para demostrar su enojo.

—¿Qué hace este hombre en tu cuarto, Cassie?

La muchacha se había distraído ante el comentario de Angel, pero en ese momento comprendió lo que debía de pensar su `padre, ella en la cama, sin nada bajo las sábanas y el camisón, en el suelo, a los pies de Angel. Él estaba vestido, pero no mucho, con la camisa negra desabotonada, aunque metida en los pantalones, y sin botas. No era así como había imaginado las explicaciones. Las mejillas se le enrojecieron tanto que llegaron a arderle.

—Las cosas no son lo que parecen, papá. Bueno, sí, pero...estamos casados, al menos por el momento...Oh, caramba, han pasado muchas cosas desde que te fuiste.

—Eso es obvio. — replicó Charles y en el mismo aliento—: ¿Qué estáis casados? Por el amor de Dios, no hace tanto que me fui. ¿No podías esperar a que yo regresara?

—Traté de hacérselo entender a R. J, pero no quiso ser razonable.

Charles miró a Angel.

—¿Usted también se llama R. J?

—No señor. Me llamo Angel.

—¿Angel qué más?

—Angel nada más.

—¿Por lo tanto, eres la señora Angel, Cassie?

—Creo que si o... — Súbitamente se volvió hacia Angel pálida — Podrían haber puesto “Brown”. ¿Te fijaste qué nombre pusieron en el acta de casamiento?

—Con tantos testigos, no importa qué nombre hayan puesto. La cosa es legal, la mires como la mires.

Charles paseaba la vista entre los dos. Por fin la fijó en Cassie.

—Si él es Angel, ¿qué papel juega R. J en todo esto?

—Fue idea de él — explicó Cassie—. Lo cierto es que él insistió a punta de pistola. — Luego suspiró audiblemente. — Hará falta tiempo para aclararte todo, papá. ¿Por qué no me esperas abajo? Iré en cuanto me vista.

Por un momento Charles no se movió. Por fin miró significativamente a Angel.

—¿Viene usted?

Hubo otro largo momento de silencio mientras Angel se preguntaba qué pasaría si se negaba. Apostó a que, por esa vez, el padre cedería ante el “esposo”.

—Dentro de un minuto — dijo.

Pasaron algunos segundos más antes de que Charles con un gesto de asentimiento abandonara la habitación. De inmediato Angel miró a Cassie. Acabaron mirándose con fijeza un minuto entero, ambos patéticamente conscientes de que se les acababa el tiempo.

Por fin ella apartó la vista para decir:

—Esto no va a gustarle, pero a estas alturas no hay nada que pueda hacer. No es un hombre violento. Mamá, si se enterara, querría cortar en pedacitos a R. J, pero papá no actúa así.

Angel se dio por conforme. Ella conocía mejor a sus padres.

—No pidas el divorcio hasta que estés segura, Cassie.

Era como si el padre no hubiera intervenido. Aún estaban atentos al último tema.

—No haré nada hasta llegar a casa — le aseguró ella.

—¿Me avisarás?

—Lo sabrás cuando recibas los papeles del divorcio — fue cuanto ella dijo.

—Está bien.

Ella volvió a mirarlo con ojos grandes casi vidriosos.

—¿Me...me dejas ya?

El no reparó en lo quebrado de su voz. Ya se había vuelto hacia la puerta.

—Tengo algo más que hacer antes de irme. Nos veremos esta noche.

La puerta se cerró tras él, pero Cassie tenía una tregua. Algunas horas más. Tiempo suficiente para pensar seriamente en sepultar el orgullo y pedirle que se quedara.

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