Angel

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Se acercaba la hora de acostarse, pero Cassie no mostraba intenciones de abandonar la sala. En todo ese día no había vuelto a ver a Angel y no pensaba acostarse sin haberlo visto.

El padre la acompañaba en amistoso silencio. Las explicaciones habían ocupado casi toda la mañana. Él se mostró alternativamente horrorizado y sorprendido; acabó por ponerse furioso al saber que R. J se había ensañado tanto con ella. Le dijo que no tenía por qué irse del rancho; él se encargaría de los MacKauley y también de los Catlin si hacía falta. Naturalmente, ella no podía permitirlo. Ya había causado demasiados problemas.

Por suerte, él no volvió a preguntar qué estaba haciendo Angel esa mañana en su dormitorio una vez enterado de que el matrimonio era sólo temporal. Pero Cassie sabía qué estaba haciendo allí, sentado con ella. Aunque no dijera nada al respecto, no tenía intenciones de dejarla otra vez sola con Angel por mucho que ella deseara otra cosa. Por la mañana había llegado lleno de cansancio tras haberse adelantado a sus hombres que no llegarían con el toro nuevo sino al día siguiente. Pero como pasó la tarde durmiendo, no habría agotamiento que permitiera a Cassie algunos minutos de intimidad con Angel.

La muchacha se puso tensa al oír que la puerta principal se abría y volvía a cerrarse. Tendría que pedir a su padre que le diera algunos minutos de intimidad. Probablemente él se negaría, pero de cualquier modo había que pedirlo.

Sólo que no era Angel quien se acercaba a las luces y el calor de la sala. Con un aspecto aún más exhausto y desaliñado que el de Charles por la mañana, Catherine Stuart apareció en el vano de la puerta.

—¿Estoy en Texas o esa tormenta por la que pasé me llevó de nuevo a Wyoming?

Catherine se refería a la casa, que veía por primera vez, con su estrecho parecido a la casa del Lazy S. Pero no obtuvo respuesta. Cassie estaba momentáneamente muda. Charles no habría contestado en cualquier caso, pero en es momento sólo podía mirarla con fijeza.

Catherine también se dedicó a eso en cuanto posó los ojos en él. Ambos tenía diez años de cambios físicos que observar y lo hicieron con descarada curiosidad.

Todavía se estaban mirando con atención cuando Cassie recuperó la voz.

—¿Qué haces aquí, mamá?

—¿Estás bromeando? — replicó su madre acercándose para darle un abrazo—. ¡Prácticamente me desafiaste a venir!

—Yo no hice eso — protestó Cassie tratando de recordar qué había escrito en esa última carta a su madre—. Te invité, ¿no?

—De una manera pensada para que yo no aceptara. Pero olvidaste que te conozco como nadie, pequeña. No iba a esperar hasta tenerte en casa para averiguar por qué no me querías aquí.

Cassie hizo una mueca. De eso le servía intentar una astucia que no estaba en su carácter. Habría debido adivinar que pasaría eso puesto que su madre no había vuelto a escribirle ni a telegrafiarle. Entonces recordó también la amenaza de su madre.

—No me digas que...¿viniste con un ejército? — preguntó Cassie.

—Solo con unos pocos peones.

—¿Cuántos son unos cuantos?

—Quince — dijo Catherine mientras se acercaba al fuego. Se quitó el sombrero y echó una breve mirada a Charles antes de golpearlo contra su falda de montar, con lo que provocó una pequeña nube de polvo que fue a asentarse en la alfombra oriental—. Por el momento los dejé en la ciudad.

Mientras observaba a su madre, Cassie gruñó para sus adentros. Ya comenzaban esas pequeñas cosas que sus padres hacían para irritarse mutuamente. Ni siquiera trataban de hacerlas con sutileza porque sabían que ni el uno ni la otra dirían nada...al menos, mutuamente. Tras diez años de separación, cualquiera habría pensado que podían haber olvidado ese aspecto de la discordia. Pero no, era como si no se hubieran separado nunca.

—Lamento que hayas hecho semejante viaje para nada, mamá. Iba a partir mañana.

—¿Eso significa que tu problema se solucionó?

—Con una pequeña ayuda de mi Angel guardián.

—Bueno, lamento no haber llegado a tiempo. Pero al menos tuviste la ayuda del señor Pickens. Y me encanta que vuelvas a casa. Pero ¿por qué vas a abreviar tu visita?

—Se podría decir que he abusado de la hospitalidad de esta zona — replicó Cassie tratando de no mostrarse horrorizada. Podía dejar para más adelante las explicaciones sobre el sustituto de Lewis Pickens.

—Si quieres quedarte, pequeña, yo me encargaré de eso — fue la respuesta de Catherine.

Cassie se apresuró a menear la cabeza.

—Papá ya me lo ofreció, pero no quiero causar más problemas. Todo estará mejor si vuelvo a casa.

—¿Tu papá se ofreció a hacer algo? ¿De veras?

Había demasiado desprecio en esa pregunta, por no mencionar la fingida incredulidad, y Charles no pudo guardar silencio.

—Puedes decir a tu mamá, Cassie, que yo puedo resolver los problemas de mi hija tanto como ella.

—Puedes responder a tu papá que he dicho: “¡Ja!” — contratacó Catherine.

Cassie los miró con exasperación. A los diez años de edad, esa forma de hablar por intermedio de ella le había parecido un juego. Ahora le parecía muy ridícula. ¿Por qué no había tratado nunca de hacer algo?

—Diablos, ya veo que no bromeabas, tesoro — dijo otra voz.

Al volverse, Cassie vio a Angel en el vano de la puerta, reclinado contra el marco, de brazos cruzados y con el sombrero echado hacia a tras. Llevaba puesto su impermeable amarillo. Ella se moría por saber dónde había estado, pero...

—No es buen momento — se vio obligada a decir.

—Es el único momento — replicó él—. Lo cierto es que el rencuentro tendrá que esperar.

—Me parece que lo conozco, joven — observó Catherine.

Angel asintió.

—Sí, señora. Nos conocimos hace algunos años. Me llamo Angel.

La sorpresa de Catherine era evidente.

—Es cierto. Usted trabajó por un tiempo en la zona de Rocky Valley, ¿no? Pero ¿qué le trae tan al sur?

Los ojos de Angel se cruzaron brevemente con los de Cassie. Luego él respondió.

—Vine a cuidar a su hija para hacer un favor a Lewis Pickens.

Catherine echó un vistazo a Cassie.

—Pero yo creía que...

—El señor Pickens no pudo venir, mamá. Por eso me envió a Angel. ¿Y que es lo que no puede esperar?

La pregunta era para Angel, que abandonó su postura indiferente para replicar:

—Tienes que venir conmigo.

—¿Donde?

—Al granero.

Eso no era exactamente lo que Cassie esperaba oír.

—¿Qué hay en el granero?

—Algunos amigos tuyos dispuestos a dejar que te entrometas una vez más.

Los ojos de la muchacha se dilataron al comprender.

—¡Qué hiciste! ¿Los dos?

—Y algunos más.

—¿Podríais hablar de modo que todo el mundo os entienda? — intervino Catherine en ese momento.

—Angel se las ha arreglado para reunir a algunos de los MacKauley y de los Catlin bajo un mismo techo para que yo pueda hablarles — explicó Cassie. Y agregó dirigiéndose a él—: Por eso lo hiciste, ¿verdad?

—Creo que te lo debía — fue cuanto él dijo.

Cassie se ruborizó y sonrió al mismo tiempo...hasta que se le ocurrió otra pregunta.

—¿Vinieron por propia voluntad?

—No perdí el tiempo en preguntárselo.

—Un momento — exigió Catherine—. ¿Dice usted que trajo a esa gente hasta aquí a punta de pistola?

Angel se encogió de hombros.

—Con un grupo como ese no hay otro medio, señora. Ustedes pueden acompañarme o no, pero Cassie tiene que venir. Y como creo que esto va a llevar algún tiempo, no se preocupen si tarda.

Por fin Charles alzó la voz.

—Usted está loco si cree que voy a permitirle salir a solas con mi hija cualquiera que sea el motivo. Además, yo también tengo un par de cosas que decir a R. J Cassie, di a tu mamá que no tiene por qué esperarnos levantada. Que se ponga cómoda.

—Cassie, di a tu papá que el loco es él si cree que voy a quedarme aquí — replicó Catherine.

La joven no cumplió ninguna de esas órdenes, pero Angel hizo una advertencia.

—Si entran en ese granero, señores, jugarán según mis reglas. Nadie saldrá hasta que yo lo diga. Y usted, señora Stuart, tendrá que entregarme su revólver. Esta noche sólo hará falta el mío.

Catherine cedió en ese punto y entregó su arme, pero susurró aparte a Cassie:

—¿Qué deuda cree tener contigo para estar dispuesto a desobedecer la ley?

—Es algo personal, mamá.

En ese momento, los ojos de plata, del mismo color que los de la hija, se entornaron.

—¿Tendré que dispararle antes de que nos vayamos, pequeña?

Cassie habría querido que su madre no hablara en serio, pero sabía que así era.

—Por favor, no saques conclusiones precipitadas — le dijo—. Cuando esto termine te explicaré todo.

—Espero que la explicación sea buena porque no creo que ese joven me guste.

Cassie habría preferido seguir pensando lo mismo.

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