Amnesia

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Dejé a Maggie en casa de sus padres con la curiosidad a flor de piel. Si alguien más había soñado con esa chica se abría un abanico muy extraño de posibilidades. No creo en supercherías paranormales; tenía que existir una explicación racional. Con Maggie convinimos que cada uno leería el blog por su cuenta y lo comentaríamos más tarde. Ni siquiera sabía cómo había hecho para encontrarlo tan rápidamente.

Cuando llegué a la casa de Tricia había dejado el tema a un lado y pensaba sólo en Jennie. Nunca pude explicar la paternidad demasiado bien, al menos no sin caer en los lugares comunes de esa felicidad abrumadora que supone tener un hijo. En mi caso fue un proceso de aprendizaje acelerado, del terror más profundo a la necesidad de convertirme en una mejor persona, un padre a la altura. Esto último, por supuesto, sólo sirvió para alterar a mis demonios internos y derivó en un fracaso estrepitoso. Tardé en comprender que la única forma de relacionarme genuinamente con mi hija era ser la mejor versión de mí mismo, y no alguien distinto. Jennie cumpliría cinco años en septiembre y desde hacía más o menos un año que el vínculo entre nosotros se fortalecía día a día.

Tricia abrió la puerta incluso antes de que tocara el timbre. Me examinó como un oficial aeroportuario lo haría con un sujeto sospechoso, y cuando se convenció de que mi aspecto era el adecuado abrió la boca para saludarme. La esquivé con la mirada a la espera de la llegada de Jennie, que normalmente arremetía con los gritos y me abrazaba antes de que pudiera entrar.

—Jennie está arriba —dijo Tricia apartándose para que pudiera pasar.

—Oh, ya veo.

Llevaba una bolsa con mis herramientas de dibujo: hojas, lápices de colores, pinturas.

—Hoy no es el mejor día para ella —dijo Tricia.

—¿Está enferma?

Ella negó con la cabeza.

—Supongo que ha heredado parte de mi carácter. Habla con ella y todo estará bien.

Asentí. Tricia podía ser contemplativa, y ésa era la mujer con la que había creído posible construir un proyecto juntos. Pero también podía ser irracional y obcecada. Me alegraba haber sido recibido por la primera.

Encontré a Jennie en su habitación, jugando con sus muñecas Barbie en una impresionante casa de tres pisos que no había visto antes. Estaba arrodillada, pero de haber estado de pie aquella monstruosidad de plástico la hubiese sobrepasado.

—Hola, Jennie.

Jennie fingió no escucharme. Siguió haciendo los diálogos de las muñecas, que hablaban entre sí acerca de ir al salón de belleza. Era la primera vez que me recibía con esa indiferencia y desde luego me dolió en el alma.

Dejé los folios y pinturas sobre una mesa redonda que había junto a la ventana y me acerqué. Me arrodillé a una distancia prudente y volví a saludar. Esta vez el diálogo entre Cassie y Mandy se detuvo y Jennie pareció meditar un segundo si responder o no, pero finalmente no lo hizo. Lamenté profundamente haberla puesto en semejante situación.

—Yo voy a ir a dibujar a la mesa, Jennie. Cuando quieras me encantará conocer a tus amigas y su casa.

En la mesa había dos sillas pequeñas así que me senté en el suelo y empecé a dibujar. Nunca había empujado a Jennie a interesarse por el dibujo; demostrarle cuánto me gustaba era mi modo de despertar su interés, y hasta el momento lo había conseguido. Tenía talento y podría llegar lejos si es que antes no moría aplastada por una de las casas Barbie gentileza del Morgan.

—Veo que Cassie y Mandy tienen una nueva casa —dije sin apartar la vista de mi dibujo.

—Sí —dijo Jennie.

—Es muy bonita.

—Mamá y Morgan me la han comprado por portarme bien.

Un punto negro apareció en la hoja cuando presioné el lápiz más de lo debido.

Jennie siguió jugando. Con el rabillo del ojo capté el interés que le despertaba lo que yo hacía.

—Perdón por no haber venido antes, Jennie —dije al cabo de un rato—. He tenido algunos problemas pero no volverá a suceder. Me puso muy triste no poder venir.

Ella no respondió, pero Cassie y Mandy ya no conversaban.

—¿Quieres que te muestre la casa?

—Claro.

Me acerqué nuevamente y me tendí a su lado. La casa de Barbie debía de haber costado una fortuna, tenía varias habitaciones y cada una de ellas contaba con muebles y todo tipo de detalles, incluso tenía un timbre y un ascensor que conducía a la terraza, donde había un jacuzzi. Jennie me mostró cada cuarto y utilizó a Cassie para explicarme qué se hacía en cada lugar. Poco a poco se fue soltando y cuando llegó al cuarto de baño, donde había una bañera con cortina y un tocador, hablaba con la misma velocidad y buena dicción de siempre.

La siguiente media hora me la pasé tumbado en el suelo manipulando a una muñeca anoréxica, pero feliz. Cuando no tienes la dicha de compartir todos los días con tu hija, resulta increíble cómo adviertes avances y nuevos conocimientos cada vez que la ves. Jennie había empezado a hablar muy temprano y era increíble la forma en que incorporaba vocablos. En determinado momento me dijo que Mandy se sentía contrariada y yo sonreí con orgullo.

Cuando dimos por terminado el juego en la casa de Barbie fuimos a la mesa a dibujar. Además del encuentro con Maggie, esos minutos con Jennie fueron lo mejor que me había pasado en la semana. Quizás mi suerte estaba empezando a cambiar.

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