Amnesia

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Del Blog de SpeedRacer95

Entrada del día 13 de diciembre

Normalmente no recuerdo los sueños, y eso ha hecho mucho más complejo el proceso de registrarlos. Lo he intentado con notas de voz en el móvil, repitiéndolos incesantemente cuando todavía estoy en la cama, pero nada ha sido tan efectivo como una vieja libreta en la mesita de noche.

Anoche esto cambió. Anoche tuve un sueño tan asombroso que no hizo falta la libreta. No hizo falta nada. Hasta ayer, el sueño más notable de mi vida —quizás el único notable—, tuvo lugar cuando tenía unos siete años y vi el Mustang rojo de mamá flotando en el jardín de mi casa en un océano de lava. La imagen fue tan fuerte y poderosa que durante días estuve convencido de haber presenciado el hecho durante un episodio de sonambulismo.

Ayer desperté en medio de la noche y la sensación fue la de haber sido transportado desde otra dimensión. No había imágenes inconexas, sino un recuerdo vívido. En el sueño no estaba en el campus sino en la primera casa donde viví con mis padres y mi hermana menor. Esto significa que yo no tenía más de nueve años, porque ésa es la edad en la que perdí a mi madre en un accidente y mi padre se dejó llevar por el mundo de las apuestas y lo perdió casi todo. Después de este cataclismo familiar nos mudamos a un apartamento pequeño y luchamos por salir adelante, y afortunadamente la historia tiene un final feliz. Pero esta entrada no se trata de las vicisitudes de mi familia sino del sueño. Estaba entonces en la habitación de mi antigua casa, cuando desde abajo me llega la voz de mi madre que me dice que tengo que ver algo. Al principio tengo miedo y me cubro con la manta hasta la barbilla. No sé por qué tengo miedo. Es mi madre, a fin de cuentas.

Al salir de la cama descubro que estoy desnudo; recuerdo todos los detalles: la textura de la alfombra, la luna en la ventana, mis juguetes desparramados. Al llegar a la planta baja ya no escucho la voz de mamá. Ahora el silencio es completo y asumo que todos se han ido a dormir. Sin saber bien por qué, recorro la casa y al llegar a la cocina veo en la isla central a una muchacha hermosa de unos veinte años. Está sentada en la encimera y lleva puesto un vestido azul. Su piel blanca resplandece. Me sonríe y yo me la quedo mirando. Ya no tengo miedo. Lleva una gargantilla y está descalza.

Me acerco a la chica y tengo que levantar la cabeza para poder observar el dije de la gargantilla. Entonces el tiempo parece estirarse y estirarse con esa cualidad viscosa propia de los sueños, hasta que despierto.

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