Amnesia

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Alex Lange estudiaba en la biblioteca. Maggie consiguió que el chico accediera a verla prácticamente sin decirle nada. Fue sola; yo me quedé esperándola en la cafetería, pedí un café y me entretuve con un periódico que encontré en mi mesa. La realidad era que había perdido un poco el interés. Maggie, por el contrario, se había marchado con ese empuje inexplicable que había tenido desde el principio.

Regresó al cabo de media hora.

—No soy policía —fue lo primero que me dijo al sentarse a la mesa—, pero estoy segura de que ese chico esconde algo.

A continuación me describió el encuentro con Alex Lange, quien, según me explicó, tuvo dos comportamientos bien distintos. Al principio, cuando Maggie todavía no había revelado el propósito de su visita, se mostró de buen humor y predispuesto a hablar. Dijo que había conocido a Stuart hacía relativamente poco tiempo y que su muerte lo había golpeado como a todos en el campus. Era increíble, explicó, que un eximio conductor como él perdiera el control como lo había hecho, en una intersección desierta a una velocidad bajísima. Alex lo había visto practicar esgrima subido a una pasarela de acrobacia y su sentido del equilibrio era asombroso.

Hasta aquí todo en orden. Maggie le preguntó a Alex si la policía había catalogado el hecho como un accidente o si seguía investigando, y él dijo que no lo sabía, que creía que la investigación estaba cerrada.

Fue en este momento cuando su comportamiento cambió. La posibilidad de ligar con una desconocida le había soltado la lengua y probablemente empezaba a darse cuenta de que eso podía perjudicarlo. Maggie le dijo que había contactado con Stuart por correo electrónico y que él le habló de los sueños de la chica del vestido azul.

—Sabía de qué le hablaba —me dijo Maggie en la cafetería—. En cuanto vi cómo los ojos casi se le salen de las órbitas decidí jugarme un pleno. Le dije que Stuart me había dicho que también él había soñado con la chica. Tendrías que haber visto su rostro.

—Es extraño —dije arrugando la frente—. Quiero decir, si él también ha soñado con la chica no deja de ser inquietante, pero por qué habría de sentirse…

—Desenmascarado —completó Maggie en tono críptico.

—¿Dijo algo más?

—No. Juntó sus cosas y se fue a toda velocidad.

Me encogí de hombros.

—Supongo que aquí termina nuestra aventura.

Maggie no pudo ocultar su decepción.

—Sabes cómo soy cuando se me mete algo en la cabeza.

—No has cambiado un ápice, Maggie Burke.

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