Amnesia

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Tercera parte » Capítulo 20

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20. EL CUCHILLO

Una semana antes, en las proximidades de Fort Frances.

Victoria alargó el brazo, casi podía tocar con la punta de los dedos el mango del cuchillo, mientras el hombre jadeaba encima suya. Tenía ganas de vomitar y la cabeza le daba vueltas, pero intentaba no perder la calma. Debía tener la cabeza fría y actuar con serenidad.

—Dios mío, eres muy buena —dijo el hombre levantando la cabeza. Ella apartó la mano del cuchillo y le acarició el pelo.

—Sigue, por favor, no pares —le dijo para poder hacerse con el arma.

La mujer volvió a estirar el brazo y logró alcanzar el cuchillo, lo aferró fuertemente entre los dedos y lo clavó en la espalda del hombre. Este reaccionó dando un respingo. Después con una mano agarró la de la mujer y con la otra comenzó a estrangularla. Victoria intentó con todas sus fuerzas volver a apuñalarle, pero no lograba acercar el cuchillo. Además, le comenzaba a faltar el aire, en unos segundos perdería el conocimiento y poco después moriría, tenía que hacer algo.

Le propinó un fuerte rodillazo en la entrepierna y el hombre gimió, le soltó el cuello y aflojó su mano. Ella aprovechó para hincarle de nuevo el cuchillo en la espalda y él se tiró al suelo.

Victoria se puso en pie. Por unos segundos se miraron vacilantes, pero al final el hombre corrió a por su fusil. Tenía que impedir que lo cogiera o estaba muerta. Le cortó el paso y blandió el cuchillo, le hirió en la mejilla y después en uno de los brazos.

—¡Hija de puta! ¡Me las vas a pagar!

—¡Deja que nos vayamos! No hablaremos a nadie de esto.

—Perdiste tu oportunidad. Ahora tu familia y tú pasaréis por un verdadero infierno.

El hombre hizo un quiebro y logró pasarla, tomó el fusil, pero antes de que lograra apuntarla, la mujer le clavó el cuchillo en un ojo. Se quedó quieto, no pudo ni dar un grito. Se derrumbó en el suelo y ella se quedó de pie, aterrada sin saber qué hacer.

Tenía dos opciones: intentar liberar a sus hijos o ir a pedir ayuda. Enseguida se dio cuenta de que no podía marcharse y dejar a aquel animal de arriba con sus indefensos hijos, sobre todo cuando viera a su hermano muerto. Decidió esconder el cuerpo en el baño. Cuanto más tardaran en descubrirlo, mejor les iría a los suyos. Después tomó el rifle, comprobó que esta vez el seguro estaba quitado y comenzó a subir las escaleras muy despacio.

En la planta superior se escuchaban voces. Se quedó quieta y escuchó lo que sucedía.

—Mi hermano se lo está pasando en grande con tu mamá, pero no te preocupes, tú y yo vamos a jugar a un jueguecito.

—No, por favor. No me haga daño —se escuchó suplicar a la hija mayor de Victoria.

—No te haré daño, te lo aseguro.

Victoria sintió una profunda rabia. Comenzó a subir despacio, intentó averiguar en qué habitación estaba el hombre. Abrió la primera, pero lo que vio fue a su hijo Steve tumbado en la cama atado de pies y manos. Lo desató rápidamente y le pidió que guardara silencio.

—Ve a por tu hermana pequeña y escapáis.

—Pero ¿qué os pasará a vosotras dos?

—Id hasta el embarcadero, preparad las canoas, si escucháis disparos o veis que no llegamos, marchaos y buscad ayuda.

—No puedo hacer eso mamá. Me quedaré para ayudarte.

—Si quieres ayudarme, márchate. No tendré que preocuparme de la pequeña y nos será más fácil llegar corriendo hasta vosotros.

El chico puso un gesto de fastidio, pero afirmó con la cabeza. Entraron en la siguiente habitación y vieron a la pequeña totalmente aterrorizada, llorando de miedo.

—Dios mío. Cariño, tranquila, te vamos a sacar de aquí —le dijo mientras la desataba. Después la apretó por unos instantes entre sus brazos.

—¡Mamá! —gritó.

—Tranquila. Necesito que vayas con Steve, no hagas ruido. En un momento iré con vosotros.

—No quiero que me dejes —le pidió la niña.

—Cariño, es mejor que obedezcas. En un momento toda esta pesadilla habrá terminado.

La niña se calmó un poco y su hermano la cogió de la mano. Victoria les sonrió por unos segundos y después le entregó el cuchillo al chico.

—No dudes en usarlo si es necesario. ¿Lo has entendido?

—Sí, mamá.

Salieron de la habitación y ella los acompañó hasta las escaleras, vio cómo salían de la casa y después se dio la vuelta, empuñó su arma y se dirigió a la única puerta que se encontraba cerrada.

Intentó no hacer mucho ruido, pero aquel tipo estaba demasiado ocupado bajándose los pantalones e intentando asustar a su hija. Abrió con cuidado el pomo de la puerta y los vio. El hombre grande y moreno estaba sobre su hija. Le había quitado el pantalón corto y tenía la blusa a medio abrir. Intentaba moverse, pero tenía las manos atadas, pataleaba y gemía ahogadamente bajo la mordaza que le tapaba la boca.

—No te preocupes pequeña, en un rato me lo agradecerás.

Victoria apuntó a la espalda del hombre. Aquel cerdo merecía morir lentamente, pero era mejor deshacerse de él cuanto antes. Temía darle a la chica, por lo que le gritó:

—¡Cerdo, deja en paz a mi hija!

El hombre no se volvió, simplemente dijo en voz alta:

—Creo que tu madre ha subido para unirse a la fiesta.

—¡Levántate! —le gritó la mujer.

El hombre se incorporó un poco. Estaba desnudo de cintura para abajo.

—No te preocupes, tengo para las dos —dijo aproximándose a ella. No parecía asustado.

La mujer le disparó, pero el tipo no pareció inmutarse, se lanzó sobre ella y logró quitarle el arma. Después la empujó a la cama. Se miró la herida del hombro y se rio a carcajadas.

La chica se tiró de la cama rodando, el hombre se lanzó sobre la madre y comenzó a desnudarla.

—¡Suéltame! —le gritaba golpeándole con los puños cerrados, pero aquel gigante no parecía inmutarse.

La chica se quitó en parte la mordaza y con los dientes comenzó a quitarse la cuerda que le aprisionaba las manos.

—No esperaba este regalo. Hoy no es mi cumpleaños —dijo el gigantón babeando sobre la madre. Cuanto más se resistía más le gustaba a él.

La chica logró desatarse los pies, pero el hombre estaba tan concentrado que no se percató de que la chica buscó entre los pantalones el cuchillo de cazador y saltó sobre él. Al principio el tipo se echó a reír pero, cuando sintió el primer cuchillo en la espalda, dio un grito de dolor e intentó quitársela de encima. La chica logró clavarlo dos veces más y el tipo rodó fuera de la cama y se cayó sobre ella. La chica se quedó aplastada, pero Victoria tomó el rifle y le disparó. El hombre perdió el conocimiento y ella lo retiró de encima de su hija y la ayudó a levantarse. Las dos se abrazaron entre lágrimas durante unos segundos.

—Vístete —tenemos que irnos cuanto antes.

Las dos bajaron a toda prisa, al pasar por delante del pequeño mueble de la entrada vio las llaves del coche. Las cogió y salió al porche. Respiró hondo y comenzó a llamar a sus hijos. Intentarían llegar al pueblo en su vehículo, esperaba que Samuel se encontrara bien.

Estaban intentando arrancar el coche cuando vieron que se aproximaba una furgoneta. Les cortó el paso y por unos segundos se quedó paralizada. Hasta ahora habían tenido suerte, pero no podía enfrentarse a los otros dos tipos, no tenían armas y sabía que a ellos no podría pillarlos descuidados.

—¡Corre! —le dijo Victoria a su hija.

La chica titubeó unos segundos, pero abrió la puerta y corrió con todas sus fuerzas hacia el embarcadero. No quería abandonar a su madre, pero estaba tan aterrorizada, que en lo único que pensaba era en escapar de allí cuanto antes.

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