Amnesia

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Tercera parte » Capítulo 22

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22. LA VERDAD

Sharon comenzó a caminar nerviosa por la habitación. Gracias a la comida y a un breve sueño había logrado recuperar fuerzas, pero ahora comenzaba a sentirse impaciente. Miró por la ventana, estaba cerrada y a una altura de varios metros. Después intentó forzar la puerta, pero no obtuvo ningún resultado. Comenzaba a desesperarse cuando el sheriff de Ericsburg entró con su jefe.

—Aquí la tienes. Espero que se aclare toda esta situación, este tipo de casos ensucia el buen nombre de la policía del condado.

—No te preocupes, ya me la llevo. Dame un par de minutos.

El jefe cerró la puerta y le pidió que se sentase.

—Pareces muy nerviosa. No te preocupes, todo se aclarará.

—¿El qué se aclarará? Me ha tratado como una delincuente.

—Tú también al dudar de mí.

—Esa mujer estaba aterrorizada, no fue buena idea perseguirla como si se tratase de una asesina.

—Ya te comenté que mató al doctor.

—¿Por qué iba a hacer algo así? Lo único que quiere es encontrar a su familia —dijo Sharon apoyando sus brazos sobre la mesa.

—Por eso te golpeó y te robó la ropa. Los informes que hemos obtenido de Londres nos han abierto los ojos. Es una persona agresiva: intentó quemar a sus propios hijos mientras dormían. Agredió a su marido varias veces y le acusó de abusar de su hija, aunque después retiró la denuncia.

—No dudo de que esté loca o sea poco estable, pero lo que me ha contado es muy coherente —le contestó confusa. Lo cierto es que todos esos argumentos la hacían dudar.

—La policía de Canadá nos ha confirmado que llegó con su familia, pero no denunció la presunta desaparición de la familia. Aún no han encontrado la supuesta cabaña que alquilaron —dijo el sheriff algo más calmado.

—¿Por qué? No creo que sea tan complicado.

—Simplemente no hay registros; pasaron una noche en el hostal del pueblo y es cierto que después pasaron a Estados Unidos y compraron. El altercado que nos contó no quedó grabado. Creemos que hizo algo a su familia y después creó esa fantasía paranoica.

—Eso es una locura, jefe.

—Por desgracia es más habitual de lo que parece. La gente comete un crimen horrendo, después no puede soportarlo y crea una realidad paralela. Mira el informe del doctor Sullivan —dijo arrojándolo sobre la mesa.

Sharon abrió la carpeta y comenzó a leer. El doctor hablaba del trastorno de la amnesia y que podía haberse producido por un acto violento. Que la paciente era muy agresiva y dudaba de la historia que le contaba.

—¡Mierda! No sé qué pensar.

—Prefieres creer a una loca peligrosa que a tus compañeros. ¿Cuánto tiempo llevamos trabajando juntos? ¿Alguna vez he hecho algo ilegal? Me quedan unos meses para jubilarme, no iba a tirar todo por la borda por algo más de pasta. No la necesito.

Sharon cerró el informe y se dirigió a la ventana.

—Está bien, lo siento, creo que he metido la pata hasta el fondo.

—Esa es la única verdad que has dicho en los últimos dos días. Ahora regresemos a casa, buscaremos a esa loca y la pondremos a buen recaudo. Te doy el resto de la semana libre, necesitas descansar y recuperar fuerzas, tienes muy mal aspecto.

La agente dio un gran suspiro, tenía ganas de llorar, pero se mordió el labio inferior y aguantó la presión. Todo el mundo podía equivocarse. Su exceso de celo la había traicionado, tal vez porque en aquella mujer y su desesperación había visto representada la vida de su hermana desaparecida.

Salieron del despacho y se dirigieron al coche del jefe. Ella con la cabeza gacha, no quería hablar con nadie. Él saludó a todos efusivamente e hizo sus típicas bromitas.

Subieron en el coche y el hombre arrancó, salió a la calle principal y tomó la carretera principal. Puso algo de música y, mientras su agente miraba el paisaje con los ojos perdidos, él comenzó a silbar y canturrear una canción.

Sharon intentaba aclarar sus ideas, pero se sentía muy confusa. Al final miró a su jefe para disculparse de nuevo, y entonces observó que del bolsillo del pantalón le colgaba una especie de pulsera que decía claramente: “Isabelle es mi regalo de su hermana Charlotte”. Parecía hecha a mano y la mujer sintió cómo un escalofrió le recorría de nuevo la espalda. ¿Era cierto todo lo que había contado su jefe? ¿Por qué tenía algo que pertenecía a la hija de la paciente si supuestamente aún no había aparecido?

El coche continuó el camino hasta llegar a las inmediaciones de la ciudad.

—Creo que tengo un problema, la rueda delantera se ha pinchado —dijo su jefe.

—No he notado nada —contestó la agente.

—¿Puedes bajar un momento y echar un vistazo? —le pidió amablemente.

La mujer bajó y miró la rueda, pero parecía encontrarse en perfecto estado. Cuando levantó la vista el hombre había salido del vehículo.

—No estoy seguro de haber sido lo suficientemente convincente.

—¿Por qué lleva esa pulsera? —le preguntó señalando el bolsillo.

—Bueno, ella la perdió en la clínica. Por alguna razón la llevaba encima.

—Nadie la registró como prueba. ¿No le parece extraño?

—No somos el FBI, se les pasaría por alto. Mira, Sharon, no quiero problemas. Vamos al coche y te dejo en tu casa.

La mujer dudó de nuevo; las primeras casas estaban muy cerca, si corría lo suficientemente rápido podría guarecerse y escapar.

—¿No va a presentar cargos contra mí?

—Me lo tendré que pensar, pero esa no es ahora mi prioridad.

La mujer entró de nuevo en el coche y permaneció en silencio el resto del trayecto. En la puerta de su casa había un coche patrulla.

—¿Por qué están aquí?

—Es por tu seguridad, no queremos que te pasa nada malo.

—¿Es una detención domiciliaria?

El hombre puso los ojos en blanco.

—No, Sharon. Simplemente nos aseguramos de que estés protegida, por si esa loca vuelve por aquí.

La agente salió del coche y entró en su casa, después miró por uno de los ventanales y vio cómo el sheriff daba órdenes a los policías y se marchaba calle arriba. Estaba encerrada en su propia casa, pero al menos podía acceder a internet y al teléfono. Se dirigió al ordenador y escribió un correo a su contacto en el FBI. Si le sucedía algo al menos tendrían constancia de lo que sospechaba. Después se dio una ducha, comió algo y se vistió de negro. En cuanto oscureciera intentaría escapar y pedir prestado el coche a sus padres.

Recibió un correo del FBI; era uno de sus contactos. Le decía que sus sospechas podían ser infundadas, que necesitaban más pruebas para investigar, que ella era sospechosa de complicidad en un crimen y que lo mejor que podía hacer era quedarse en su casa. Sharon cerró el ordenador, buscó el arma que escondía en la casa y subió a la planta de arriba, desde allí podía saltar al jardín de la casa de al lado. Su carrera estaba en juego, pero eso no le preocupaba mucho, lo que realmente le atormentaba era lo que le podía estar sucediendo en aquel momento a la familia de la paciente. Sabía dónde se encontraba la cabaña, debía llegar allí antes que aquellos asesinos.

Abrió la ventana y salió al tejadillo sobre el garaje, dio un salto y se dejó caer sobre el césped fresco del vecino. Ahora ya no había marcha atrás.

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