Amnesia

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Tercera parte » Capítulo 23

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23. VIDA O MUERTE

Victoria continuó caminando hasta la cabaña. Cuando llegó estaba oscureciendo. Estaba agotada, pero impaciente por encontrarse con su familia. Bajó con cautela hasta la casa. Delante no había aparcado ningún vehículo. Le extrañó, pero siguió adelante. Se dirigió a la parte trasera, abrió la puerta y entró. No había nadie en la cocina y todo parecía encontrarse en orden. Después fue hasta el salón, alguien había borrado cualquier vestigio de enfrentamiento. Cada cosa estaba colocada en su lugar y nadie hubiera pensado que se hubieran cometido aquellos atroces crímenes en aquel lugar.

La mujer subió a la segunda planta, comprobó habitación por habitación, pero con el mismo resultado. Bajó de nuevo al salón, se sentó y encogió las piernas asustada. ¿Qué había sucedido? No había logrado recordar más hasta el intento de fuga y la muerte de Samuel, pero estaba comenzando a dudar de sí misma. No era la primera vez que su mente cambiaba la realidad y, aunque pudiera parecer algo terrible e inimaginable para cualquier mente normal, para ella era una triste realidad. Además, llevaba más de una semana sin tomar la medicación. Apoyó su cara contra las rodillas y trató de recodar lo que había sucedido después de la muerte de su marido, pero fue inútil.

Pensó en entregarse a las autoridades, era mejor terminar con todo aquello. Ya no había esperanza, se dijo, aunque en su fuero interno creía que sus hijos se encontraban en alguna parte de aquellos inmensos bosques.

Se encontraba tan agotada que se quedó dormida, cuando despertó no sabía si continuaba dentro de su sueño o había logrado despertar.

Escuchó un ruido fuera y se escondió en el aseo. Se metió dentro del plato de ducha y cerró las cortinas. Entonces vio unos restos de sangre casi imperceptibles cerca del grifo antes de apagar la luz. Allí fue donde había metido a uno de los hermanos. Lo recordaba perfectamente.

Escuchó cómo un coche se paraba en la parte delantera, después unos pasos por la tierra y más tarde en el porche de madera. Sintió un escalofrío y apuntó con el arma a la puerta del baño. Los pasos entraron en el salón, después subieron por las escaleras y por último se detuvieron delante de la puerta del baño.

Victoria sintió cómo el corazón se le iba a salir del pecho, pero intentó recuperar la calma. La puerta comenzó a abrirse muy lentamente y ella comenzó a acariciar el gatillo. Alguien encendió la luz y estaba a punto de mover la cortina cuando dijo:

—¿Hay alguien ahí? Soy Marcel Fave, inspector de la Policía Montada del Canadá.

Ella se quedó titubeante. Después bajó el arma y la guardó.

—No dispare. Soy Victoria Landers, estoy buscando a mi familia.

El hombre movió la cortina y observó por unos instantes a la mujer. Le extrañó que llevara uniforme de la policía, incluso tenía el arma reglamentaria.

—Señora Landers. ¿Cómo ha llegado hasta aquí?

—Bueno, es una larga historia. ¿Dónde está mi familia? Me persiguen, he logrado escapar, Unos tipos retuvieron a mis hijos y asesinaron a mi marido.

—Salga de la ducha, por favor. Hablemos tranquilamente en el salón —dijo el oficial de la policía canadiense.

Salieron hacia el salón y ella se sentó en el sofá. Aún recordaba cómo la habían violado justo en ese mismo sitio.

—¿Qué ha pasado? Alguien ha arreglado todo esto.

—¿Por qué tendría que estar desordenado? —le preguntó el policía.

—Ya le he comentado que nos asaltaron, nos hicieron daño y mataron a mi esposo —dijo la mujer confusa.

—Me temo que es mucho más complicado que todo eso. La policía de Estados Unidos nos informó que tenía amnesia. ¿Es cierto? —preguntó el policía.

—Sí —contestó lacónicamente la mujer.

—En ocasiones las personas que sufren este trastorno reconstruyen sus recuerdos de forma alternativa. Creo que ha mezclado sus recuerdos con lo que sucedió en esta cabaña hace unos años. Es cierto que una familia fue torturada aquí, pero ya le digo que sucedió hace cinco años.

—¿Cinco años?

—Sí, unos tipos contrabandistas mataron a un hombre de la zona y acosaron a una familia que había visto cómo transportaban fardos. Era una familia de Londres.

—Era mi familia —dijo la mujer.

—Encontramos a casi todos los miembros, menos a la madre. Victoria Landers. Justo el nombre con el que se ha identificado hace un rato.

—Es mi nombre.

El hombre sacó el teléfono y le mostró una foto de la familia. Estaban todos los miembros: su marido y tres hijos, después le mostró otra con una mujer.

—Esta es Victoria Landers, lleva desaparecida desde hace varios años.

—No puede ser —comentó confusa.

—Sí, señora. La denuncia la gestioné yo mismo. La familia regresó a Londres, pero ahora, tanto tiempo después, aparece una mujer que dice ser la mujer desaparecida y que su familia murió, aunque no es cierto.

—Me estoy volviendo loca.

—No, usted alquiló esta cabaña hace una semana con su hija Melissa.

—¿Mi hija Melissa?

—Sí, al poco tiempo denunció la desaparición de su hija. Estuvimos varios días rastreando la zona. En uno de esos rastreos usted también desapareció. Al parecer la encontraron confusa al otro lado de la frontera. Su nombre es Mary Berry, natural de Edimburgo, Escocia.

La mujer le miró sorprendida, todo aquello le parecía descabellado, pero ya no estaba segura de nada.

—Su hija continúa desaparecida y tememos lo peor: seguramente se ahogó en el lago.

—¿En el lago?

—Antes de desaparecer nos contó que fueron de excursión en canoa. Al parecer se despistó un momento, la canoa desapareció y ya nunca más vio a la niña.

—¿Por qué iba a inventarme esa historia?

—No se la inventó, es la historia de otra familia que sucedió en este mismo lugar.

No sabía qué creer.

—Será mejor que venga conmigo. La dejaré en el hostal de la ciudad y allí podrá contactar con sus seres queridos, Muchos de ellos están preocupados.

La mujer se puso en pie.

—Primero tiene que darme su arma —comentó el hombre.

La mujer se la entregó después de tomarla con dos dedos por la empuñadura.

—¿Qué sucede con la muerte del doctor Sullivan? —preguntó algo preocupada.

—Bueno, ya hablaremos de eso en la ciudad. No quiero que se nos haga de noche.

—Usted piensa que maté a ese hombre.

—Ya le he dicho que… De eso ya hablaremos.

Salieron de la cabaña, pero antes de que llegaran al coche del policía, Sharon se plantó en la puerta. No llevaba el uniforme, por lo que el policía canadiense la miró extrañado.

—¿Quién es usted?

—Ayudante del sheriff de Internacional Falls. Esta mujer se encuentra bajo mi custodia.

—Sharon —dijo la mujer confusa, como si comenzara a despertarse de un extraño sueño.

—¿Dónde te lleva? —le preguntó.

—Me lleva a Fort France.

—No, se vendrá conmigo —dijo Sharon al hombre.

El policía aún llevaba el arma de la mujer en la mano.

—Creo que es un error, será mejor…

—No es ningún error.

El policía frunció el ceño y apretó la empuñadura.

—Esta mujer se ha vuelto loca, su hija desapareció hace una semana y cree que ha sido víctima de un ataque.

Sharon no podía creer lo que aquel hombre le decía. Pensó en el sheriff, en todo lo que le había contado. La confianza que pudiera tener en aquella desconocida podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.

—¿Cómo ha dicho que se llama, agente?

—Mi nombre es Marcel Fave, miembro de la Policía Montada del Canadá.

—En Ontario no opera la Policía Montada del Canadá —dijo la agente.

El hombre levantó el arma y apuntó a Sharon.

—Bueno, pues desde ahora sí lo hace —dijo el hombre algo confuso.

Victoria le empujó y el hombre erró el tiro. Sharon sacó su arma y le disparó. El tipo intentó volver a dispararle, pero ella le alcanzó en la cabeza y se derrumbó en medio de la explanada.

—¡Cielos! —gritó la mujer.

—Tenemos que marcharnos —le dijo la agente.

—¿Dónde está mi familia? —preguntó la mujer desesperada.

—Deben habérsela llevado a algún lugar más apartado. Sabían que la policía podía vigilar la zona.

—¿Quién era ese tipo?

—Me temo que hay mucha gente implicada en el caso, más de la que podríamos imaginar. Este lugar no es seguro, Tengo un plan pero debemos darnos prisa.

Sharon caminó hacia el embarcadero y tomó una de las canoas. Las dos se subieron y navegaron en medio de la noche hacia uno de los islotes, en el que habían comido y descubierto a los contrabandistas. Ocultaron la canoa e inspeccionaron la isla.

—¿Por qué hemos regresado aquí? —preguntó la mujer.

—Deben tener algún escondrijo en la isla, tenemos que esperar a que regresen y después seguirlos, de esa manera daremos con su familia —le comentó la agente.

Se ocultaron entre los árboles. Ahora únicamente podían esperar. Sharon sacó algunas tabletas de chocolate y comieron en silencio. No querían desesperarse, debían confiar. Aunque las cosas cada vez parecían más complicadas, aún tenían la esperanza de encontrar a todos los chicos con vida.

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