Amnesia

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Cuarta parte » Capítulo 24

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24. LA ISLA

Una semana antes, en las proximidades de Fort Frances.

Charlotte remó con todas sus fuerzas mientras no dejaba de llorar. Nunca había estado tan asustada, pero sabía que tenía que alejarse de allí cuanto antes. No miró atrás y cuando estuvo en medio del lago divisó a lo lejos el islote. Remó hasta allí, sacó con mucho esfuerzo la canoa y la tapó con unas ramas. Después miró dentro de la mochila que su hermano había dejado en la barca y comprobó que había bastante comida, agua y unas cerillas. Lo volvió a guardar y en la parte más boscosa, con unas pocas ramas, se fabricó un precario chamizo. Se metió dentro y se quedó dormida.

Se despertó a la mañana siguiente con un hambre voraz, pero primero tuvo que ir urgentemente a orinar. Se alejó del chamizo, hizo sus necesidades; se comió una chocolatina y un poco de pan de molde. No sabía cuánto tiempo tendría que permanecer allí, por eso era mejor intentar racionar la comida, a pesar de que siempre se sentía hambrienta.

Al día siguiente vio que una barca se acercaba a la isla, y fue a esconderse entre las ramas, pero una hora más tarde salió para ver qué sucedía. Se aproximó a la playa y vio la barca aún allí. Buscó a los contrabandistas, pero no parecían estar por ningún lado. Decidió aproximarse a la zona y descubrió entre unas rocas, en un lugar próximo, lo que parecían unas rejas. Estaban cerradas con una cadena. Intentó abrirla, pero fue imposible. Escuchó voces y se escondió. Unos hombres salieron por aquel túnel, se subieron a la barca y se marcharon.

La niña regresó poco tiempo después y gritó en la boca del túnel. Tenía la esperanza de que su familia estuviera allí. Al principio no ocurrió nada, pero justo cuando estaba a punto de irse desanimada, escuchó la voz de una mujer o una chica.

—¿Estáis bien? —le preguntó.

—¿Quién eres? —le preguntó la voz.

—Soy Charlotte. ¿Mi madre o mi hermana están con vosotros?

—No lo sé, estoy encerrada sola, pero hay más celdas —dijo la voz en la lejanía.

—No puedo abrir —dijo la niña.

—Toma unas piedras y golpea el candado de la reja —le contestó la voz.

Al final la niña regresó a la playa y buscó un par de piedras grandes. Golpeó el candado una y otra vez hasta que logró abrirlo. Tenía las manos en carne viva y un miedo horrible a atravesar la oscuridad, pero al final se decidió a entrar. Caminó a toda prisa por el túnel oscuro y llegó a una zona más amplia, a tientas tocó las paredes siguiendo la voz de una mujer. Consiguió llegar hasta ella. La puerta estaba atrancada desde fuera con un gran pestillo. Le costó un poco abrirla, pero lo consiguió.

En medio de la oscuridad había una figura sentada. La niña se quedó en el umbral sin saber qué hacer. No se atrevía a acercarse, pero quería ayudar a la mujer.

—Por favor, ayúdame a levantarme —dijo la voz en medio de la oscuridad.

Se aproximó con paso vacilante y logró llegar hasta ella. Extendió la mano temerosa y sintió otra fría y húmeda. La ayudó a incorporarse y ambas salieron por el túnel. Cuando llegaron a la playa, Charlotte pudo contemplarla con claridad. Parecía un ángel, sus facciones eran suaves y proporcionadas; su cuerpo, aunque algo delgado y sucio, era hermoso. Se preguntó por qué la tenían encerrada allí, como si fuera una bestia.

Le ayudó a acercarse al agua y la mujer se limpió con avidez, como si necesitara desprenderse del olor y el sudor acumulados en su celda.

—¿Se encuentra mejor?

—¿Qué hace una niña sola en un sitio como este? —le preguntó la mujer angustiada. No entendía que su libertadora hubiera sido una niña.

—Ellos han cogido a mi familia, no sé dónde están.

—¿Ellos? ¿Quiénes?

—Los mismos que te han encerrado aquí —contestó la niña.

—Será mejor que nos marchemos por si vuelven.

La niña la llevó hasta su escondite y le dio algo de comer, la chica devoró en pocos segundos lo que le ofrecía y después se quedó apoyada en un árbol disfrutando del calor del sol.

—Echaba de menos la luz y el calor —dijo con los ojos cerrados.

—¿Puedes ayudarme a encontrar a mi familia? —preguntó la niña temerosa.

—Esa gente es muy peligrosa, es mejor que nos alejemos de ella y pidamos ayuda —contestó la chica.

—Está bien —contestó algo decepcionada la niña.

—¿Cómo llegaste a la isla?

La niña no contestó, le pidió que la siguiera y la llevó hasta donde había dejado la canoa, pero al llegar comprobaron que ya no estaba allí.

—Aquí no hay nada.

—La corriente debe habérsela llevado —contestó la niña decepcionada.

—Maldita sea. Estamos encerradas en la isla. Es imposible llegar a nado al otro lado, y cuando vea que no estoy nos buscarán y nos descubrirán. No quiero pensar en lo que serán capaces de hacerme. Hubiera sido mejor que me dejaras dentro.

—No nos encontrarán —dijo la niña.

—La isla no es muy grande. Nos encontrarán, te lo aseguro.

—No, yo sé cómo evitarlo.

La niña corrió hasta una zona de juncos y tomó uno, lo peló un poco y sopló dentro.

—Podemos sumergirnos mientras buscan por la isla, no entrarán en el agua.

—Pero encontrarán tu chamizo —dijo la chica.

—Lo desharemos antes y cuando ya no nos busquen pensaremos en una forma de salir de la isla. Seguro que se nos ocurre algo —dijo la niña con una sonrisa.

—Dios mío, ¿cuántos años tienes?

—Dentro de poco haré ocho años —contestó la niña.

La chica acarició su cabeza de pelo rubio liso y le sonrió por primera vez.

—Gracias por salvarme. Te debo una, te aseguro que te ayudaré a buscar a tu familia. Mi nombre es Olena, que significa luz.

—Yo me llamo Charlotte —contestó la niña.

Se dirigieron de nuevo al chamizo y estuvieron toda la tarde charlando. De alguna manera aquellas dos almas solitarias y asustadas lograron encontrar juntas algo de sosiego ante la tormenta que se aproximaba.

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