Amnesia

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Cuarta parte » Capítulo 25

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25. EL BOSQUE

Una semana antes, en las proximidades de Internacional Falls.

Las habían vuelto a atrapar y ahora que sabían que habían hecho daño a sus hermanos, temían las represalias. El grandullón, a pesar de las heridas, aún seguía con vida, el otro estaba bien muerto. Obligaron a Steve e Isabelle a cavar una tumba profunda y después lo enterraron sin mucha ceremonia. Parecían vivir como animales viendo como se comportaban. Después se deshicieron del cadáver de Samuel. Se limitaron a atarle un par de sacos de piedras y hundirlo en medio del lago. Después subieron a por el cuerpo del casero e hicieron los mismo.

Victoria estaba atada de pies y manos, no se fiaban de ella después de lo que había sido capaz de hacer. Ella no podía ver lo que hacían, pero los escuchaba. Era casi peor que verlo, ya que los gemidos y gritos de sus hijos eran aterradores.

Una de las noches que estaban más bebidos debieron envalentonarse y el gigante, que parecía casi curado de sus ideas, la cargó como un saco y la bajó al salón. Todo estaba revuelto y sucio. Ellos solo vestían unos pantalones cortos vaqueros y caminaban descalzos por la casa. Los chicos conservaban parte de sus ropas sucias, aunque el vestido de su hija se encontraba desgarrado y mugriento.

—Ya tenemos aquí a vuestra mamá. Hola mamá, hemos buscado a tu hijita, pero no la hemos encontrado por ninguna parte. Al final va a ser la más valiente y fuerte de los cuatro. Ya viste lo que nos duró tu maridito —dijo el hombre mayor.

—Por favor, dejen que nos marchemos, al menos mis hijos… —les suplicó Victoria.

Los tres hombres comenzaron a reírse a carcajadas.

—¿Después de matar a uno de los míos? ¿Por qué iba a salvarlos? Nos lo estamos pasando muy bien con ellos. ¿Verdad chicos? Pero te hemos traído para que elijas. Hoy vas a tener que tomar la decisión más difícil de tu vida —dijo el hombre mayor.

Victoria comenzó a temblar, no quería ni pensar qué se les había podido ocurrir a aquellos tipos. Miró a sus hijos con las cabezas agachadas, llenos de moratones y anulados por el miedo. No era capaz de pensar qué más podían hacerles.

—Vamos a darte la oportunidad de que salves a uno de los dos. Bueno, creo que es justo. Tendrás que elegir entre el chico o la chica. Al que elijas lo soltaremos y tendrá una oportunidad de escapar, pero si le capturamos terminaremos con él. ¿Has entendido?

Lo que aquellos hombres le pedían era prácticamente una sentencia de muerte contra uno de sus hijos. La mujer estaba horrorizada, era incapaz de tomar una decisión de aquel tipo.

—¡No puedo elegir entre mis dos hijos! —gritó desesperada—. Dejadme que vaya yo, hacedme lo que queráis, pero no maltratéis más a mis hijos.

Los hombres volvieron a reírse, parecían disfrutar con torturar a aquella familia indefensa.

—Lo siento, tienes que elegir. De otra manera se lo haremos a los dos. ¿Prefieres perder a ambos hijos el mismo día?

—No puedo elegir —contestó entre sollozos.

—Está bien, tú lo has querido. Antes de una hora tendrás el cuerpo de ambos. Primero empezaremos por el chico, creo que él aguantará un poco más. Necesitamos algo de diversión. Tú te quedarás con ella, aún no estás en condiciones de correr por la montaña ni salir de caza —le ordenó el padre al gigante.

—Pero, padre, yo quiero participar.

—No, prefiero que la vigiles. Esta zorra es más peligrosa de lo que parece.

—Bueno chicos, primero correrás tú. Mientras mi hijo vigila a tu hermanita. Te dejaremos diez minutos de ventaja y después te daremos caza. Espero que sepas correr, no hay animal en este bosque que se nos resista. Aunque me temo que cazarte a ti será más fácil que atrapar a un conejo. Eres un mariquita como tu padre.

—¡No, por favor! —comenzó a gritar el chico.

El gigante dejó a la mujer en la habitación de arriba sobre la cama y se quedó vigilando a la chica en el porche, la pobre parecía como ida, casi sin saber cómo reaccionar.

—¡Corre chico! —gritó el hombre mayor.

El muchacho al principio se quedó parado sin saber qué hacer, pero el otro hombre disparó al aire y comenzó a correr despavorido. Los tres hombres comenzaron a reír. El gigante se sentó en un balancín y puso a la chica sobre su regazo.

—Mira cómo corre tu hermano —le dijo obligándola a mirar. Isabelle comenzó a llorar. Ya no lo soportaba más, prefería morir que continuar en aquel infierno.

Steve corrió a pesar de sentirse agotado. Apenas había comido ni dormido nada en los dos últimos días. Por no hablar de todas las vejaciones que había tenido que soportar. Llevaba unos cinco minutos bordeando el lago, cuando escuchó los ladridos de los perros. Aquellos tipos iban a darle caza como si se tratara de un animal. La única manera de despistarlos era meterse en el agua, pero no podía cruzar el lago a nado, por lo que corrió por la orilla con la esperanza de que no siguieran su rastro. Llevaba algo más de quince minutos corriendo cuando vio a uno de los pastores alemanes a su derecha.

—¡Dios mío! —gritó. La única manera de sobrevivir era deshacerse de él. Corrió hasta un árbol y arrancó una rama afilada. El perro se acercó a él gruñendo y enseñándole los dientes.

—¡Venga ataca! —le dijo agarrando la rama con las dos manos.

El perro saltó hacia él y aprovechando que tenía el pecho descubierto, le hincó la rama con todas sus fuerzas entre las costillas. El perro gimió y cayó al suelo revolviéndose de dolor.

Steve pareció recuperar fuerzas y corrió de nuevo hacia el oeste. Sabía que el pueblo estaba por aquel lado. No había logrado avanzar ni dos kilómetros, cuando sus cazadores le encontraron. Tres perros los precedían ladrando y gimiendo, deseosos de que soltaran sus correas.

—Ya te hemos encontrado —dijo el hombre mayor—. Has matado a uno de mis perros favoritos, maldito crío, ese animal era mucho más valioso que tú.

Steve, por primera vez en su vida, se sintió fuerte. Sabía que no tenía nada que hacer contra tres perros y dos hombres armados, pero de alguna manera había comprendido que luchar era la única forma de mantener algo de su dignidad. Blandió el palo y los hombres soltaron a los perros.

Los animales corrieron hacia él enfurecidos, el chico los miró desafiante y se preparó para morir.

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