Amadeus

Amadeus


Acto primero

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SALIERI. — ¿Ha dicho eso?

CONSTANZE. — “Todos los italianos son unos comediantes”, dijo. “Ten mucho cuidado con ése.” Refiriéndose a vos. Estaba bromeando, desde luego.

SALIERI. — Sí.

(Bruscamente le da la espalda.)

CONSTANZE. — Aunque a lo mejor no bromeaba. Quiero decir que, efectivamente, estáis representando un papel. ¿No es así, querido? ¡Un muchacho de provincias que ha aprendido y ahora es listo como un demonio!…

(Falsamente tierna.) ¡Ah…, estáis triste! ¿Lo estáis? Cuando Mozart se pone triste le doy azotes en el culito. Le gusta mucho. ¿Queréis que os riña un poco y que os dé también azotes en el culito?

(Le golpea levemente con la carpeta. El se vuelve hecho una furia.)

SALIERI. — ¡¿Cómo os atrevéis?!… ¡Muchacha estúpida y vulgar!

(Un silencio terrible.) (Gélido.) Perdonadme. Limitemos nuestra conversación a vuestro esposo. Es un brillante pianista, de eso no hay duda. Sin embargo, la Princesa Elizabeth necesita también un profesor de canto. No estoy convencido de que Mozart sea el hombre adecuado. Me gustaría examinar las partituras que habéis traído y averiguarlo. Las estudiaré durante la noche. Vos, entre tanto, meditaréis sobre mi proposición. No quiero ser impreciso: ése es el precio.

(Extiende la mano pidiendo la carpeta y ella se la entrega.) Buenas tardes.

(Él le da la espalda y coloca la carpeta en una silla. Ella se demora, trata de hablar, no puede. Y sale rápidamente.)

E

L

M

I

S

M

O

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U

G

A

R

SALIERI se vuelve hacia el público, agitado.

SALIERI.— ¡Fiasco!… ¡Fiasco!… ¡Qué sórdido todo! ¡Qué completa sordidez!… ¡Peor que si lo hubiera hecho realmente! ¡Estar tan sumido en el pecado y sentirme tan ridículo al mismo tiempo!… No había excusa. Si a partir de ahora Dios rechazaba mi música para siempre era por culpa mía, sólo mía. Pero ¿volvería ella al día siguiente? Y si volviera, ¿entonces, qué? ¿Qué haría yo?… ¿Disculparme profundamente… o probar de nuevo?…

(Gritando.) ¡Nobile, nobile Salieri!… ¡Qué ha hecho conmigo este Mozart! ¿Me comportaba yo así antes de que él viniera? ¿Jugaba con el adulterio? ¿Chantajeaba mujeres? ¿Era cruel y retorcido? Todo estaba cambiando, resbalando, pudriéndose en mi vida progresivamente, por su culpa.

(Va hacia el fondo, enfebrecido. Estira la mano para coger la carpeta de la silla, pero la retira como si tuviera miedo de lo que podría encontrar dentro, y se sienta. Una pausa. Contempla la música que allí reposa como si fuese un enorme dulce por el que se muere de ganas, pero no se atreve a comer. De repente la agarra, arranca la cinta, abre la tapa y mira ansiosamente los manuscritos que hay dentro. En el teatro suena instantáneamente, débilmente, la música al posarse sus ojos sobre la primera página. Es la obertura de la Sinfonía número 29 en La Mayor. Sobre la música, leyéndola): Ella dijo que éstas eran sus partituras originales. Primeros y únicos borradores de la música. Y sin embargo parecían copias en limpio. No tenían correcciones de ningún tipo.

(Levanta la vista del manuscrito y mira al público: la música se detiene bruscamente.) Era extraño… y, súbitamente, alarmante. Parecía que Mozart estaba simplemente, transcribiendo música…

(Continúa mirando la música. Inmediatamente suena débilmente la Sinfonía concertante para violín y viola.)…Totalmente compuesta en su cabeza. Y acabada como nunca lo está la mayoría de la música.

(Vuelve a levantar la vista: la música se corta.) Si se desplaza una nota, hay un debilitamiento. Si se mueve una frase, la estructura se derrumba.

(Continúa la lectura y la música también continúa: una embriagadora frase del movimiento lento del concierto para flauta y arpa.) Aquí estaban de nuevo, sólo que ahora en abundancia, los mismos sonidos que había oído en la Biblioteca. Las mismas armonías comprimidas… colisiones oblicuas… dolorosas delicias,

(y levanta la vista: de nuevo se detiene la música.) La verdad estaba clara. Aquella Serenata no había sido un accidente.

(Muy bajo, se oye en el teatro un vago sonido de trueno, creciendo, como un mar lejano.) Yo estaba contemplando a través del entramado que formaban aquellos meticulosos rasgos de tinta, una Belleza Absoluta.

(Y del rugido de tormenta nace y se eleva el claro sonido de una voz de soprano cantando el Kyrie de la misa en Do Menor… El ruido que envuelve la voz cae poco a poco. La voz es de pronto clara y radiante. Después más clara y más radiante. La luz se hace resplandeciente: de un blanco ardiente, ¡un blanco abrasador! SALIERI se levanta bajo el chaparrón de luz y el diluvio de música que suena cada vez más fuerte, llenando el teatro, en el momento en que la soprano cede ante el coro fortísimo, cantando su sólido contrapunto. Este es, con mucho, el sonido más fuerte que el público ha oído hasta el momento. SALIERI avanza, tambaleándose, hacia el público, sosteniendo las partituras en su mano, como un hombre atrapado en un mar agitado y violento. Finalmente suena por debajo un estrépito de tambores: SALIERI deja caer la carpeta de partituras. Y cae al suelo sin sentido. En el mismo instante la música estalla en un largo, resonante, deforme bramido, que expresa alguna terrible aniquilación. El sonido permanece suspendido sobre la figura tendida boca arriba, en un amenazador continuum, que ya no es en absoluto música, después muere poco a poco y sólo queda el silencio. La luz palidece de nuevo. Una larga pausa. Finalmente suena el reloj: nueve veces. SALIERI se remueve mientras esto ocurre. Lentamente levanta su cabeza y mira hacia arriba, y ahora, sosegadamente al principio, se dirige a su Dios.) ¡Capisco! Conozco mi destino. Ahora por primera vez siento mi vacío como Adán sintió su desnudez…

(Lentamente se pone en pie.) Esta noche, en una fonda, en algún lugar de esta ciudad, hay un niño que se ríe por nada y que puede escribir música sin soltar su taco de billar; notas fortuitas que convierten mis mejores composiciones en rayajos sin vida. Grazie Signore. Primero me hiciste sentir la necesidad y el deseo de servirte; ese deseo que la mayoría de los hombres no tienen… Luego te ocupaste de que este servicio fuese ignominioso para mí. ¡Grazie! Me diste el deseo de alabarte, que la mayoría no siente… Y luego me dejaste mudo. ¡Grazie tante! Pusiste en mí la percepción de lo incomparable… ¡Que la mayoría de los hombres nunca conoce!… Y después te ocupaste de que yo mismo tuviera que reconocerme como un mediocre para toda la eternidad.

(Su voz gana fuerza.) ¿Por qué?… ¿Cuál es mi falta?… Hasta este día he seguido con rigor el camino de la virtud. Me he esforzado largas horas para aliviar a mis semejantes. He cultivado y trabajado el talento que me concediste.

(Gritando.) ¡Tú sabes qué duro he trabajado!… ¡Y lo he hecho únicamente para que al final, en la práctica del arte, que es lo único que para mí hace comprensible el mundo, yo pudiera oír Tu voz! Y ahora la oigo… Y sólo dice un nombre: ¡Mozart!…, ¡el rencoroso, el de la risa tonta, el engreído, el infantil Mozart!… ¡que jamás ha trabajado un solo minuto para ayudar a otro hombre!… ¡el Mozart que habla de mierda y su esposa azota-culos!… ¡Le has escogido a él para ser tu único portador! ¡Y mi sola recompensa, mi sublime privilegio, es ser el único hombre vivo en esta época que puede reconocer claramente que él es tu encarnación!

(Enfurecido.) ¡Grazie e grazie ancora!

(Pausa.) ¡Así sea! ¡Desde este momento somos enemigos, tú y yo! No permitiré que me hagas esto. ¿Lo oyes?… Dicen que nadie se burla de Dios. ¡Yo te digo que nadie se burla del Hombre!… ¡Nadie se burla de mí!… Dicen que la inspiración nace donde quiere. ¡Yo te digo que no! Debe atender a la virtud o no nacer en absoluto.

(Gritando.) ¡Dío Ingiusto!… ¡Tú eres el Enemigo! Yo te llamo ahora… ¡Nemico Eterno! Y te juro esto: ¡Te pondré obstáculos en la tierra, en la medida que me sea posible, hasta exhalar mi último aliento!

(Mira indignado a Dios.) (Al público.) Después de todo, ¿para qué sirve el Hombre, si no es para enseñar a Dios sus lecciones?

(Pausa. De repente nos habla de nuevo con la voz de un anciano.) Y ahora…

(Se quita la peluca empolvada, va hasta el pianoforte y recoge de su tapa, donde se encuentran, la vieja bata y el chal que desechó cuando nos hizo retroceder hasta el siglo XVIII. Se los pone encima de su casaca cortesana. Estamos de nuevo en 1823.) Antes de que os cuente lo que ocurrió a continuación…, la respuesta que Dios me dio… y también la de Constanze… y todos los horrores que siguieron… dejad que me detenga. La vejiga, por ser un accesorio humano, es algo de lo que vosotros todavía no tenéis que preocuparos. Yo, que estoy vivo —aunque escasamente— me encuentro sometido a sus exigencias. Falta una hora para el alba, para el momento de despedirme. Cuando regrese os contaré la guerra que sostuve con Dios a través de su criatura elegida: Mozart, de nombre Amadeus. En el curso de la cual, naturalmente, la Criatura sería destruida.

(Se inclina ante el público con un gesto de astucia maliciosa… arrebata un dulce del soporte y abandona el escenario masticándolo con voracidad. Las partituras yacen donde él las ha desparramado al caer. Las luces de la sala se encienden mientras se va.)

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