Alice in Wonderland

Alice in Wonderland


Alice in Wonderland

Página 5 de 11

"Medirlo es posible para aquellos que tienen demasiado. Ves, Alice, tienen tanto para desperdiciarlo aquí arriba, que se permiten el lujo de medirlo. Yo este lujo no lo tengo, ¡por mis bigotes! Es por esto que invento sistemas para ganarle. Es tarde, ya es tarde”.

"¿Pero es tarde para qué? Siempre lo andas repitiendo."

Rupert bajó la mirada sobre su reloj de bolsillo. "Se me olvidó."

"Pero Rup, no es como tú dices. No se mide el tiempo porque tienes mucho. Se mide y ya. Y cuando lo haces, ya se ha ido".

Me acordé de la frase Algar: estúpidos humanos que pretenden medir lo que no se puede medir.

"Hija mía, tienes razón. Por lo tanto, tengo prisa, de modo que no se me escape antes de atraparlo y bloquearlo. Es tarde, es tarde!"

"Pero ¿cómo puedes estar seguro de que funciona?", preguntó Ed.

"Ya la puse a prueba, efectivamente. Envié a alguien en el pasado. Pero nunca regresó”.

"¿Qué quieres decir? ¿A quién enviaste? ", yo pregunté.

"Ah, no me mires así. Era un vagabundo. Él quería suicidarse y yo convertí su viaje en algo más aventurero... ".

"¿Cómo sabes que está realmente en el pasado?", Continué.

"Él me escribió."

Tragué saliva. "Espera, estoy confundida."

"Oh, ninguna confusión, mi querida. Mira, una vez llegando en el pasado, el experimento K tenía que escribir unas cartas y enviármelas, dejándolas en almacenamiento en las oficinas de correos hasta la fecha prevista. Hace un mes, para ser exactos”.

"¿Y qué año enviaste a ese pobre desgraciado?"

"En el 1800", respondió él con orgullo."

"¿Qué le ha pasado? ¿No pensaste a cuánto fue imprudente tu experimento? K era un hombre”.

"Por el bien de la ciencia, tenemos que sacrificar algo. Y aparte él no quería vivir en esta época. En el pasado, sin embargo, tuvo suerte e incluso me escribió acerca de su nueva vida. Abrió una fábrica que produce cajas de té. De vez en cuando todavía recibo cartas de él. Desde 1800, claro”.

Edmund y yo nos intercambiamos una mirada atónita. Si realmente funcionaba, podríamos regresar de vuelta a la casa. Yo lo esperaba y lo deseaba con fuerza. Pero, al mismo tiempo dudaba que fuera posible.

Rupert interceptó mis pensamientos, porque me dijo: "Alicia, todavía tienes dudas. Tú no eres así. ¿Qué tienes, querida? Tu creías en cualquier cosa con tal que fuera imposible”.

Tenía razón. Y era por eso que tenía que volver a mi mundo. La vida real estaba derrumbando mi naturaleza, me agotaba y me reducía al igual que los demás. La normalidad es una máscara. Una pose. La locura es el verdadero rostro del hombre. Y yo quería reflejarme en el mío. Porque yo era diferente, sabía ver lejos. Yo bailaba con tortugas y langostas, hablaba con los animales y las flores, luchaba contra un ejército de barajas, y era libre. Yo quería otra vez todo esto. Le iba a creer a Rupert y a su maquinaria loca.

* * *

A partir de ese día él empezó a tratar de repararla en la trastienda, con la intención de desarrollar su Ganar Tiempo. Había llamado así a su máquina del tiempo y para mí era muy inusual ese nombre, pero tenía su sentido, de hecho. Se demoraba en la urdimbre del tiempo.

Edmund y yo le estábamos ayudando como podíamos. Al principio él era mejor que yo, para ser honesta. Yo sabía sólo ensuciarme las manos de grasa y cortarme los dedos con las láminas de cobre, y los cables de zinc. Pero poco a poco, aprendí.

Empezamos a instalarnos en su casa arriba de la tienda; a veces nosotros nos hacíamos cargo de los clientes.

Incluso teníamos una habitación al lado de su pequeño estudio. El segundo día en casa de Rupert, Edmund me sorprendió como era su costumbre.

"Shh, no le digas al conejo," susurró, mientras quitaba las cortinas de los palos. Un resplandor de luz surgió de las ventanas, iluminando el medio ambiente. Rupert seguro tenía mucho que hacer entre trabajo y el laboratorio, porque sobre los muebles navegaba una densa capa de polvo. Pasé el dedo sobre el estante de la librería en el estudio y me encontré con la punta del dedo blanca, como si lo hubiera sumergido en un recipiente de helado de crema.

"¿Qué estás haciendo?", Le pregunté, volviendo a mí amigo que se subía sobre la silla y desenganchaba las faldillas.

"¿Me ves?"

"Por supuesto que te veo. ¿Qué quieres decir? "

"Necesito r-o-p-a", dijo arrastrando las palabras.

Ah, bueno, estaba claro. Sólo podía imaginar cómo llegó a usar esos pobres trapos. Él había pedido limosna y sufrido la soledad y el hambre, el deshonor y la ira. No le había preguntado nada sobre su pasado. Dejaba que fuera él que me lo contara, cuando le daba la gana. Y cuando lo hacía, minimizaba. No era una persona ligera, al contrario, era muy sensible. Pero vivía con ligereza. Uno de los puntos fuertes de Edmund era su capacidad de sonreír en cada situación, incluso malévola. El destino no es el malvado, Alice. Somos nosotros que no encontramos las oportunidades adecuadas o simplemente nos enojamos por las que no pudimos aprovechar, me dijo una vez, hace mucho tiempo. Oímos pasos en la escalera. Rupert estaba subiendo.

"Diablo de conejo", maldijo el Sombrerero y osciló. La pesada faldilla se le cayó encima, haciéndole perder el equilibrio. Él dió volteretas, enredándose en la tela. Traté de ayudarlo, pero era difícil, ya que estaba sacudida por las risas.

Antes de que Rupert nos alcanzara, ya estábamos fuera de la habitación, con el grueso bulto de tela.

"Alice," me llamó Rupert.

Volví con él con aire agitado. "¿Sí?"

Él miró a su alrededor, entrecerrando los ojos. "¿No te parece que haya demasiada luz hoy?

"Hice un esfuerzo para no reírme. Posible que no se hubiera dado cuenta "Um, bueno, la primavera está llegando, los días se hacen más largos y...”

"Qué tonto, había perdido la cognición del tiempo. Tienes razón, querida "."¿Querías algo?"

Él frunció el ceño y arrugó la nariz. "Se me olvidó." Frotó su barbilla con los dedos. "Oh, espera... sí! Mándame a Edmund, cuando lo veas. Necesito una mano para levantar una lámina".

Asintió con la cabeza y volvió a mirar a su alrededor. Bajó por las escaleras murmurando algo que no entendí.

Edmund se asomó para asegurarse de que estaba sola.

Yo golpee un pie en el suelo. "Entonces, ¿qué quieres hacer con esas cortinas?"

"Me voy a cocer un traje nuevo," contestó él, pavoneándose.

Extendió las cortinas sobre la mesa y se quedó mirándolas por un momento. Se fue a la otra habitación y volvió con una caja de costura.

"¿Dónde la conseguiste?"

"La encontré debajo de la cama de Rupert. Supongo haya aprendido a coserse los botones. O a coser sus pantalones solo. ¿Te imaginas a Rupert trabajar como sastre? Su cola habría despertado muchas sospechas. ¿Recuerdas que era yo quién cosía su ropa? "

"Sí, lo recuerdo."

"Pero no ha aprendido todo. Si te das cuenta, los botones de su chaleco no están en línea con las ranuras".

Perfeccionista. Yo ni sabía enhebrar un hilo a través del agujero, imagínate. Abrió la caja y sacó todo lo que necesitaba: tijeras, algodón, alfiletero, agujas, alfileres.

Empezó a cortar la tela iniciando desde la parte inferior, con destreza y gracia. Cortó y embistió. Tenía algunos alfileres entre los labios apretados y hablaba de lado. Con velocidad pasaba la aguja entre una manga y la otra. Tuve casi dificultad para ver sus movimientos. Ni siquiera le pregunté si necesitaba ayuda porque casi me parecía ofenderlo. Era obvio lo mucho que sabía de ese trabajo. Rompía el hilo remanente entre los dientes y empezaba de nuevo, perforando la tela y cortando a zig zag. La aguja entraba y salía desde la textura de la tela, como si fuera una máquina de coser, pero eran sólo las laboriosas manos de Edmund llevando a cabo ese pequeño milagro.

Una hora: el tiempo en que se tardó en realizar todo. Desde el fondo pudo obtener una camisa con un cuello con volante y mangas anchas que terminaban con puños de camisas apretados. Desde las cenefas, al contrario, habían tomado forma los pantalones y el chaleco. Cuando se los puso, yo pestañé varias veces. Era un encanto y la luz de esa habitación lo destacaba todavía más. No que lo necesitara. Yo hubiera visto su belleza incluso en la oscuridad. Edmund para mí era hermoso en el alma.

Los pequeños pasos de Rupert regresaron sobre la escalera. "Oh, estás aquí. ¿Vas a bajar o no? ", me preguntó.

Nos intercambiamos una mirada de complicidad.

"¿Qué es lo que tienen ustedes dos?", continuó.

Edmund se puso en pie como un pavo real. "Hey Rup, ¿te gusta mi nuevo traje?"

Rupert se puso las gafas y cerró los ojos. "¿Dónde lo conseguiste? Se parece demasiado a... "Se detuvo y lanzó su mirada hacia las ventanas. Arrugó la nariz y sacudió la cabeza. "No, no. No me digas que... “Sus ojos rebotaban entre Edmund y las ventanas. "Cosiste las cortinas del estudio."

"¿Te hubiera gustado más que usara las de la sala de estar? No, mejor éstas. El verde me queda muy bien”.

El relojero empezó a gritar. "¡Que te pudras, maldito diablo descarado!"

El Sombrerero se río. "Ándale, Rup, ahora podrás cambiarlas. No entonaban con el papel tapiz".

"Su fuera por ti descoserías un tapiz, uno no puede razonar con un infeliz."

El modo de hablar en rima de Rupert me hacía morir de la risa. Él lo hacía a menudo cuando estaba enojado, especialmente con Edmund y Wade. Deambulaba por todo el cuarto, maldiciendo y agitando los brazos. Después de todo, tenía bastante razón. Sin embargo, era demasiado divertido. Afortunadamente estaba Edmund para despertarnos, si no con todo ese trabajo en el laboratorio habríamos perdido algún tornillo. O, más bien, unos más de los que ya habíamos perdido.

* * *

Cada día Rupert hacía experimentos, enviando atrás en el tiempo algunos de los paquetes destinados a ser enviados a él en un día determinado de un año determinado, el actual.

Los enviaba en el 1800, en el domicilio de su experimento K, que descubrimos llamarse Gordon Twinkle. Pero ningún envío lograba llegar. Yo empezaba a rendirme a la idea que tal vez Ganar Tiempo no podría sernos de alguna ayuda.

Era una mañana soleada cuando Rupert me despertó con los ojos llenos de emoción. Tenía en sus manos un paquete.

Yo me levanté de la cama. "Es temprano, Rupert. ¿Qué pasó? ", Pregunté con un bostezo.

"Ha llegado"."

¿Quién? ¿Qué? "

"Despierta, chica. ¡El envío. Volvió atrás!"

Salté de la cama y festejamos juntos. Gordon había recibido el paquete y lo había enviado de vuelta, acompañado de una carta de disculpa por no haber respondido antes porque el trabajo en la fábrica no le dejaba tiempo libre.

Edmund corrió a mi habitación, despertado por el ruido. "¡Son las seis de la mañana!", Comentó.

"Quién tiene tiempo no espera tiempo. Es hora de irnos, jovencito", dijo el relojero.

Finalmente la Ganar Tiempo estaba arreglada y funcionaba a la perfección.

Capitulo 5

No siempre yo había estado enamorado de ella. No en Wonderland, por lo menos. ¿Cómo podría serlo?

Una vez fuera del libro, crecíamos a un ritmo desconocido para los seres humanos.

Nos estábamos desarrollando lentamente, como troncos de robles.

Alice tenía unos nueve años cuando salió de Wonderland y la vi crecer hasta convertirse en una hermosa doncella.

Yo era un buen amigo de ella, siempre listo para suministrarle respuestas.

Pero un día las cosas cambiaron.

Era siempre Lewis que me cortaba las alas y las curaba cuando salía de la crisálida. Sin embargo ese mes de octubre él no estaba allí. Estaba ocupado con uno de sus viajes y se había quedado afuera más tiempo de lo esperado.

También mi mutación se había llevado a cabo antes de la fecha esperada y me pilló desprevenido.

Yo estaba dormido en el capullo, cuando me desperté de repente. Mi cuerpo temblaba y cada músculo se contraía y palpitaba. Yo sabía que estaba regresando al mundo, pero también sabía que nadie me ayudaría. Me sentía terriblemente vulnerable, pero encontré la determinación de salir. Rompí la seda y descosí los hilos que me ataban al capullo. Me hice espacio en la ranura y salí. Empujé con los riñones y me deslicé al suelo, que estaba pegajoso a causa del meconio de la pupa. Me arrastré hasta que no fui libre de la trama y del líquido azulado que me dejaba atrás. Por suerte mis mutaciones ocurrían cíclicamente dos veces al año. Nacía del capullo con alas y regresaba envuelto en seda.

Me levanté y tapé mi desnudez como pude. Me miré en el espejo y vi reflejadas allí mis alas azules cobalto con tonos de violeta y añil. Cada vez me daba más lástima tener que quitármelas. Pero ¿cómo iba a dar la vuelta al mundo con unas alas de mariposa? Me convertiría en un monstruo, como el gato de Cheshire que tuvo que transferirse al Circo Fox para que nadie pudiera verlo.

Agarré un abrecartas y le di la espalda al espejo. Empecé a romper un ala, tratando de desprender la juntura de la escápula. El dolor me cegó.

Cuando era Lewis quién me las cortaba, me narcotizaba y él sabía que yo no estaba sufriendo. Pero hacerlo yo solo era otra cosa. Necesitaba aturdir a los sentidos, no sentir dolor. Así que saqué desde el escritorio de Lewis - en la habitación contigua a la mía - una pequeña botella de whisky y tragué ese líquido tonificante. Y en ese trago estaba el comienzo de mi perdición, de mi esclavitud al alcohol. Lewis siempre nos pedía mantenernos alejados de las cosas terrenas, o nos iban a tragar.

Pero al menos me sirvió para hacerme menos sensible. Mientas cortaba y veía llover al piso el polvo y los jirones de las apéndices, pensé, por qué para mí era tan difícil estar en el mundo. No podía ser como Edmund? Él desde Wonderland se había traído solamente su propia locura, que Alice tanto adoraba.

Terminé y vi el resultado desordenado en el suelo. Miré mis hombros al espejo y lloré. Tenía los omóplatos rasguñados por líneas de sangre y dos pequeños tocones que temblaban. Grité y me desplomé.

Alice me encontró temblando en el suelo. Se arrodilló y me levantó la barbilla con su mano diáfana y delicada. "¿Qué pasó?"

La miré de soslayo. No tenía el valor de fijar sus ojos.

«Algar, contéstame», continuó.

Ella y los otros no conocían mi naturaleza. No sabía cómo explicarle, no tenía la fuerza.

Alice me levantó y me caí en su regazo, como un soldado cansado. En el instante que sus manos rozaron mis omóplatos atormentadas, el dolor agudo me hizo perder la conciencia.

Cuando abrí los ojos, ella estaba a mi lado, para curarme y vendarme con gestos lentos y amorosos.

"Cuéntame", dijo ella.

Le dije lo que yo era. No parecía ni espantada ni escandalizada. De hecho, continuó vendándome, hablándome con suavidad.

"Gracias", le dije por encima del hombro.

"No me des las gracias."

Ella me abrazó y todo se fundió en ese abrazo. El mundo se desvaneció como un color en un vaso. Mis certezas se hicieron añicos y mi corazón aulló en el pecho como un lobo en la cima de una montaña.

A partir de ese momento yo era propiedad de ella.

Yo pensé que a partir de ese día iba a florecer algo. Por cada problema, en cada gesto de bondad que ella hacía por mí con una espontaneidad increíble, me convencí de que me quería. Sin embargo, solo estaba llenando mi corazón de ilusiones.

Yo era su amigo y ella me quería como tal, y eso se confirmó cuando un día me reveló que estaba enamorada de Edmund.

De hecho, no era necesario que me lo revelara. Era evidente. La veía suspirando con aire de soñadora. Se quedaba escondida en una esquina, cuando Edmund pellizcaba el violín, para que él no la viera.

Recuerdo un día que estaba tocando en el jardín, me quedé escuchándolo detrás de un seto. Era muy bueno, debo admitirlo. El sonido del instrumento se fusionaba con el soplo del viento. Tocaba una melodía tan triste que parecía arrastrarme lejos. Me sentí envuelto por la resaca de un mar negro. Y me emocioné...

Alice vino detrás de mí, también con lágrimas en los ojos. "No es maravilloso, Algar?"

Ahogué un gruñido y me quedé de pie. Entonces ella me reveló la verdad que gritaba en su corazón.

Y grité yo también en el mío. Pero de dolor. Un dolor que mordió mi alma y la dejó sin vida en el pavimento.

Quería matar a ese loco. Pero ¿qué podía hacer? Tragué la confesión y algo en mí se quebró. No podía soportar ser solo su amigo y guardar sus pensamientos. Villa Carroll comenzó a quedarme estrecha y así empecé a encontrar la felicidad en el mundo y en los vicios que este me podía regalar como una bandeja de fruta tentadora.

Otra noche regresé borracho, Alice me sorprendió en la puerta, con una vela encendida en la mano. La llama parpadeaba en la oscuridad, mostrándome una porción de su cara flotando en la oscuridad como una luna menguante. Y yo era su lobo, cegado por ese encantamiento espeluznante.

"Algar... "

"¿Sí?"

"Tú has cambiado."

"Lo sé," dije secamente.

"¿Por qué?"

Entré rápido. La capa se agitaba y apagó la llama.

En la oscuridad, crepitaba el olor de la cera, sentía su aliento. Y sus lágrimas.

"Tuve que," dije finalmente.

Y subí las escaleras.

Capitulo 6

"Entonces, ¿están listos?", Preguntó Rupert.

Yo no estaba totalmente lista, yo estaba eufórica, pero al mismo tiempo preocupada. La Ganar Tiempo no estaba programada para llevarnos directamente con las hermanas Fox, al pasado. Una vez de vuelta atrás, debíamos partir para llegar en el Yorkshire. No perdí la confianza. Pero, por desgracia, el viaje estaba retardando mis intenciones.

El relojero se acercó a mí y me dio un libro. Alargué la mirada en la portada y sobresalté. Alicia en Wonderland de Lewis Carroll. Hacía años que no veía una copia, la emoción me hizo débil las rodillas como gelatina.

Casa.

"Lo van a necesitar, creo", sugirió él.

Suspiré. "Tú dices que a las Fox les servirá para hacernos volver a Wonderland?" Pregunté.

"Bueno, desde algún lugar tenemos que haber salido, ¿verdad?" Él frunció el ceño y regresó a la Ganar Tiempo. Desde el interior de su chaleco sacó un rollo de papel amarillento. Lo desenrolló y empezó a examinarlo con cuidado, llevando su monóculo en el ojo izquierdo.

Nosotros también nos acercamos. Yo estaba temblando y Edmund me tomo de la mano. Juraría que el temblor aumentó cuando nuestros dedos se entrelazaron.

"¿Los últimos cálculos antes de la puesta en marcha?", Comenzó mi compañero.

"Eso es correcto. Reviso la correspondencia de un querido amigo. Esta máquina y los portentos que han visto aquí adentro son obra de su genio”.

"Y tú le volaste la idea, ¿eh?", Se río Edmund.

"Por mis bigotes, ¿cómo te atreves a pensar eso? Yo guardo celosamente sus descubrimientos. Miren, este hombre va a cambiar el mundo que hasta ahora han conocido".

"Por lo tanto, ¿fue tu amigo a inventar la Ganar Tiempo?"

"En realidad, la idea de viajar en el tiempo era mía. Digamos que le he proporcionado el incentivo. Una noche, los dos estábamos sentados en un café, en Nueva York... "

"¿Ha estado en los Estados Unidos?"

"¡Por supuesto! Ese año había ganado mucho, vendiendo relojes de péndulo, que me pude permitir un billete de primera clase para un crucero en un trasatlántico, el Continental, creo. En resumen, estaba observando curioso los transeúntes y la locura de Nueva York. Oh, la ciudad parecía gritar de vida. Miren, Londres es una matrona anciana, digna y real. Nueva York es una joven en el júbilo de su juventud. Empecé a leer un periódico de la edición de la mañana. El artículo hablaba sobre el reciente descubrimiento de un científico que, de inmediato, consideré excepcional para nuestro siglo. Probé admiración por su invento y dije sin cuidar de mis palabras: "Este hombre sería incluso capaz de viajar en el tiempo." Y él estaba allí, en la mesa junto a la mía, tomando un café negro como sus ojos. Él acercó su silla y me tendió la mano, diciendo: "Gracias por su confianza, al momento todavía no estoy en eso, pero podría alcanzarlo pronto. Tal vez con su ayuda. Mi nombre es Nikola Tesla, encantado de conocerlo." Le di la mano y ese fue el comienzo de una maravillosa amistad. Aquel cilindro que ven en la parte superior de la máquina", continuó, señalando el lugar con su mirada," es su bobina. La corriente que fluye en el Ganar Tiempo y en mi laboratorio es uno de sus descubrimientos: la corriente alterna”.

"Viejo come zanahorias, como yo me imaginaba, no es desde tu cerebro que viene todo esto" lo fastidia Edmund. "Aparte unos cuantos tornillos mal engrasados, en tu cabeza se ha quedado, hay que admitirlo."

"En la tuya hay puro aire frito."

El otro se lamió su labio superior. "Um, un buen frito."

"Tengo el cerebro en ebullición, quítame de aquí a ese cabezón." Se empezó a agitar y el Sombrerero estaba doblado en dos de la risa. Yo tampoco pude evitar reírme, con evidente decepción de Rupert, quien extendió su correspondencia con las dos manos y reinició a examinarlo, aclarándose la garganta de vez en cuando.

"¿Ya sabes en qué año enviarnos?", pregunté, para bajar un poco la tensión.

«1873. El año en que Lewis se reunió con las hermanas Fox, "me informó él.

"Pero vamos a volver, ¿verdad?"

"Claro." Él buscó en sus bolsillos y sacó dos cilindros de vidrio. Los agitó y vi brillar en su interior descargas de color azul.

"Diablo de un conejo, ¿que serían esas cosas?" Edmund examinaba con los ojos bien abiertos las dos cápsulas.

"Ellos son sus pasaportes para el presente, cabezón. Cuando tengan lo que necesitan, agarran uno de estos y tienen que romperlo”.

"Disculpa, ¿cómo?"

"Usen sus pies para romperlo. Desde la bobina surgirá un impulso de energía que se usará para abrir una brecha espacio-tiempo. Y ustedes regresaran aquí".

Nos quedamos mirándolo con ojos de dos truchas. Era increíble. Todo esto parecía absurdo incluso para mí, imaginen.

Rupert nos invitó a acercarnos aún más. Prendió el panel de los comandos y dio vuelta a una llave en forma de mariposa. Se volteó hacia nosotros. "Van a necesitar estas gafas de protección."

"¿Por qué?", Pregunté, asombrada.

"El gas pudiera ocultar su vista. Y los rayos podrían cegarlos".

"Pero cual gas, ¿cuáles rayos?"

"Los que genera Ganar Tiempo, ¿si no cuáles? Vamos, entren".

"Pero, ¿dónde?" Los dos preguntamos juntos.

Rupert levantó la mirada hacia el cielo y enrizó su nariz. Nos hizo voltear por el otro lado de la maquinaria y me di cuenta de un detalle que yo no había visto antes: un compartimiento, con un mango. Nuestro amigo la bajó y abrió la puerta de cobre.

No era para nada tranquilizadora la idea de entrar en una especie de jaula de metal donde en el interior se generaban flujos eléctricos y de vapor. Tenía miedo y estaba a punto de darme por vencida. Después de todo, ya estaba con Edmund y había encontrado a Rupert, ¿por qué regresar en el libro? Casi había olvidado la verdadera razón que me impulsaba a hacerlo. Planté mis pies en el suelo y me puse rígida.” ¿No me digas que tienes miedo?" Edmund chasqueó la lengua. "¿Qué le pasó a la vieja Alice?"

No estaba equivocado. ¿Qué me estaba pasando? Me había llenado la cabeza de tantas estupideces que había perdido el contacto con mi voz interior, la que siempre me empujaba a afrontar todos los problemas sin miedo.

Moví el primer pie y agarré el brazo de Edmund, acercándome a la entrada de la máquina.

Rupert nos acompañó en el interior y nos hizo esperar allí. El olor grasoso del aceite y el acre de hierro oxidado eran casi insoportables.

Volvió con un par de gafas de sol de aviador con montura de latón. "Pónganse sus gafas," ordenó.

Nos las pusimos y nos reímos, nos parecíamos a dos moscas. El relojero nos saludó con una inclinación de cabeza. "Chicos que tengan suerte. Los esperaré aquí ".

Cerró la puerta y la oscuridad nos tragó. Mi corazón empezó a latir con fuerza en el pecho. No podía ver nada. Sólo podía percibir los contornos vagos de la silueta de Edmund dibujados en el fondo como los signos descoloridos de un gis sobre una pizarra. Su respiración parecía amplificada y era muy regular. Nos quedamos parados por mucho tiempo, y no quiero esconder que me dieron ganas de besarlo. Volvía a estar loca, parecía. Pero tenía que andar a tientas para encontrar sus labios y así habría arruinado el efecto sorpresa. Mientras tartamudeaba, sentí una sacudida correr a través de la bobina.

En un instante, me acordé del momento en que empezó todo, en el libro. Me parecía haber regresado de nuevo en la madriguera del conejo. Sentía la misma sensación de vacío. De hecho, era justo lo que estábamos haciendo. Rupert me estaba guiando nuevamente. Pero esta vez, no estaba a punto de caer en un agujero excavado profundamente en la tierra. Me estaba levantando, más allá de las leyes de la materia.

Un zumbido crujió en el interior de Ganar Tiempo y el aire se volvió pesado e irrespirable. De repente, desde arriba, se materializó una esfera de luz que se rompió en miles de millones de rayos azulados; Estos se irradiaron después a las paredes. Los rayos nos embistieron pero no resultamos con quemaduras como yo me esperaba, mientras caían sobre nuestras cabezas. Luego llegó el turno del humo que nos envolvió en una visión borrosa. Empezamos a toser y nos agachamos, abrazándonos. Cerré los ojos por el miedo de pensar que lo peor aún estaba por llegar.

Los abri.

Estábamos en otro lugar.

Capítulo 7

Agité la mano para alejar el halo de humo que tenía delante de mis ojos.

"Alice, quítate las gafas, están empapadas," me sugirió mi compañero.

Tenía razón. Los puse sobre la cabeza y miré a mí alrededor, en busca de consuelo en los hombros de Edmund.

"¿Y ustedes como llegaron hasta aquí?" Murmuró un hombre detrás de un mostrador. No podía culparlo, estábamos en su tienda. La relojería de Rupert Wells había sido una tienda de comestibles, antes de que él la comprara.

Nos fuimos a toda velocidad, sin siquiera contestar.

Estábamos paseando por las calles de lo que había sido Londres veinte años antes. Nos sentíamos fuera de lugar, pero era normal para dos que, como nosotros, nunca podían estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Éramos los contracorrientes, los marginados. El Sombrerero y yo éramos retorcidos hilos de un tapiz perfecto.

Llegamos a la estación y desde allí tomamos un tren para llegar en el Yorkshire. Era la primera vez que viajábamos juntos. Tuve casi la impresión de que éramos una pareja perfecta inglesa. Pero no lo éramos. De hecho, no teníamos lazos, él y yo, si no tejidos en el alma.

El tren iba rápido como un dardo y raspaba contra los rieles. Yo estaba sentada junto a la ventana lateral y Edmund frente a mí. Nuestras rodillas casi se tocaban. Yo me preguntaba quién de los dos habría tomado primero la iniciativa, siempre y cuando hubiera alguna iniciativa por cualquiera de las dos partes.

Dirigí la mirada hacía el horizonte que viajaba en la parte posterior de una flecha. Edmund tamborileaba con los dedos sobre sus rodillas y finalmente me dirigió la palabra. "Entonces, ¿estás segura de que quieres regresar?»

« ¿Por qué me lo preguntas?»

"No sé."

"Ándale, tendrás una razón. Dime".

"Pensaba. Fui yo quién te lo comentó".

Lo miré con curiosidad. "Sí, lo sé."

"A veces tengo la impresión que lo que estamos haciendo no sea lo correcto."

"¿Por qué?"

"¿Te llegaste a preguntar si vamos a conservar nuestros recuerdos, una vez en Wonderland?"

Yo no estaba preparada a contestarle. Yo no lo sabía y por un momento tuve miedo de que su incertidumbre pudiera concretizarse, cruzando la frontera.

"Bueno así como recordamos haber estado allí, también recordaremos el tiempo pasado aquí ", supuse, torciendo un poco la boca".

El Sombrerero se echó hacia atrás en su silla y suspiró. "¿Y si cada uno retomara su papel?"

"No te entiendo."

"Nosotros somos amigos".

"Por supuesto."

"Por eso. Pero nos hicimos amigos una vez que dejamos el libro. Teníamos roles muy específicos, si te acuerdas. Estábamos interpretando un papel que Lewis había escrito para nosotros. No teníamos otra opción o posibilidad de elegir; todos estábamos atrapados en nuestra interpretación. Tú eras la única que se podía mover con libertad. Tú y Wade. Pero el resto de nosotros éramos simplemente pequeños peones".

Empecé a reflexionar y tuve que admitir que tenía razón. Estaba perdidamente enamorada de él, pero en el libro para mi él era solo una figura de importancia menor. Era el Sombrerero, claro. Un amigo. Nada más.

Mientras que él observaba el paisaje, me regresó a la mente nuestro primer encuentro en el libro. Yo caminaba en Wonderland, sin una meta. El Gato de Cheshire me había indicado seguir derecho hasta encontrar una gran mesa cargada de vajillas relucientes y sabrosos pasteles y dulces.

De hecho, en cierto punto, la encontré.

El mantel blanco ondeaba en el viento, enviando a mi nariz el olor de los dulces azucarados que llenaban la mesa. Pasteles, magdalenas, galletas y muchos postres más. Tenía vértigo en el estómago imaginando el sabor.

Varias sillas estaban dispuestas alrededor de la mesa y tres figuras estaban sentadas a la cabecera de la mesa, apoyándose una en contra de la otra, como si no estuvieran otras sillas libres.

"No hay lugar, no hay lugar", exclamó el Sombrerero, saltando de una silla a otra, con su taza de té humeante enganchada al dedo meñique. La liebre de marzo lo seguía fielmente mientras que el Lirón estaba dormido, sin preocuparse por los movimientos de los otros dos.

Me acerqué y me senté en una de las sillas libres.

"¿Quieres un poco de vino?" Me preguntó la liebre.

Yo estiré la mirada sobre la mesa. Había una infusión de té, pero vino no.

"No creo que haya"

"De hecho, no hay", se río entre dientes, y el Sombrerero se tragó un sorbo de su taza.

"No es de buena educación ofrecerme algo que no tienen", repliqué yo.

"No es educado sentarse en nuestra mesa, sin ser invitada," dijo el Sombrerero, con un guiño.

"Yo-yo mi nombre es Alice."

Nadie me había escuchado, estaban muy ocupados en cambiar de asiento y en beber el té desde tazas astilladas y otras con agujeros, de donde el líquido fluía, goteando en otras vajillas y sobre el mantel.

"Está ligero éste té, ¿verdad?", había preguntado el Sombrerero a la Liebre de Marzo.

"Está ligero porque no tomaron ni una gota. La taza está vacía", les comenté.

Él la examinó y miró el fondo, a través del cual,  veía como si fuera un telescopio.

"Ves, ¿está rota?"

"Ahora lo está, pero siempre se puede arreglar," me había contestado él.

Me había dado cuenta que llevaba en el bolsillo un curioso reloj que marcaba sólo los días. Así que le pregunté: "¿Por qué ese reloj mide solo los días?"

Sí, era parecido al mecanismo presente en la Ganar Tiempo de Rupert, que, de hecho, tenía una sola manecilla. Al parecer, mis compañeros tenían una concepción muy personal del tiempo.

"Niñita, tu no conoces el tiempo como lo conozco yo. Si lo conoces, puedes evitar encontrarlo tantas veces. Una vez al día es más que suficiente." Él se río entre dientes y, finalmente, el Lirón se despertó para decir:

"Tic, tac".

Cuando salimos del libro, todo cambió y nos cambió por dentro.

Fue bajo el techo de la Villa Carroll que todo empezó.

¿Estaba lista a renunciar a Edmund? ¿En serio cada quien iba a tener su rol que tenía al principio?

Yo no estaba segura, pero mi curiosidad me empujaba hacía adelante para entender.

"Edmund, yo quiero ir a casa. Pero si el precio que tengo que pagar para hacerlo es perder lo que hemos construido entonces me haré a un lado. Pero quiero entender. Quiero que las hermanas Fox me den algunas respuestas".

"Eso es lo que espero. No estoy listo a renunciar a ti".

Su tono me desconcertó. Edmund estaba en perpetua oscilación entre la razón más clara y la locura más ciega. Al descender del soporte inestable de la locura era un joven vulnerable. Nunca lograba yo entender cuando estaba seriamente en el camino equivocado o cuando solo se burlaba para hacerme reír. Me daba miedo no lograr entenderlo.

Pero en ese momento me pareció muy serio. Sus ojos de dos colores me miraban fijo, no mentían.

Mi corazón se estaba agitando. Por fin, se había expresado de alguna manera. Su comentario se quedó flotando por la cabina, sin que se necesitara una réplica de mí parte. ¿Qué podía contestarle? La lengua se me durmió en el paladar y, a pesar de que quería decirle lo que sentía, no lo hice.

Él me miró, buscando una respuesta en mis ojos y creo que la encontró en mis manos temblorosas.

"Alicia, yo... me temo que tengo que decirte algo."

El tiempo se detuvo, yo ni sentía el corazón latir los segundos. No, ese era el momento; por fin se iba a declarar. Yo no lo podía creer, y ya sentía las lágrimas salirme de los ojos.” ¿Sí?"

"Te vas a romper los dedos si sigues doblándolos de esa forma." Su boca se expandió en una maravillosa sonrisa que casi tranquilizó mi cólera.

"¡Estúpido!" dije. ¿Por qué seguía haciendo eso? ¿Por qué ofrecerme un poco de paraíso y luego hacerme caer hacia abajo, tan profundo como para ya no poder ver la luz? Me preguntaba si él se daba cuenta de eso. Siempre era así. A veces yo dudaba que él incluso correspondiera a mis sentimientos. Pero podía leer en sus ojos que me amaba. Sin embargo, lo que sentía por mí, no era tan grande como para inducirlo a ir más allá de las paredes de sus miedos. A lo mejor había algo más.

Nos quedamos en silencio, y finalmente me dormí.

El silbato del tren me despertó y me arrancó una visión que redujo mi corazón en brasas: Algar me estaba besando.

"Alice, despierta. ¿Cuál es el problema? "Edmund me sacudió, permitiéndome retomar un soplo de aire. Mis pulmones se expandieron y pude tragar saliva. ¿Por qué había soñado con algo así? Casi me sentí culpable por el Sombrerero. ¿Pero qué responsabilidad tenía yo? ¿Qué capacidad de toma de decisiones podría tener yo sobre mis sueños?

* * *

Había logrado entrelazar un contacto con su mente. Estábamos en la misma ola de pensamientos, estábamos montando la misma onda astral. Y sabía que ella había visto lo que quería mostrarle: nuestro primer beso.

Miré su visión en una bola de humo y vi su imagen rasgada sobre un fondo que no reconocía. ¿A dónde iba? Amplié mi mente para captar sus pensamientos, pero no veía nada más que niebla. Apagó el cigarrillo y todo desapareció, desvaneciéndose en una bocanada de humo hacia el techo.

Ella se había alejado mucho y tal vez mis energías mentales no eran capaces de atraparla.

Me hundí en un sillón y abandoné mi cabeza entre las manos. Villa Carrol estaba tan vacía sin ella. Yo era la única persona que había regresado.

Miré hacia arriba y mi imaginación produjo la ilusión de tener Alicia en esa habitación.

Ella solía pasar horas junto conmigo, leyendo y tomando el té, siempre y cuando Edmund no viniera a distraernos con sus acertijos. Y entonces ella brincaba de pie y corría hacia él, como una niña que persigue a una mariposa. Yo nunca era su mariposa.

"Algar, ¿quieres jugar cartas con nosotros? “Me preguntó una vez.

"Tal vez más tarde." Bajé la cabeza y guardé el libro que estaba leyendo. Edmund me miró a los ojos y creo que en ese momento entendió todo porque dio la bienvenida a Alice en sus brazos y la acompañó hasta la puerta. A partir de ese momento éramos rivales; Ambos lo sabíamos. La guerra acababa de empezar. Sin embargo, aunque hubiéramos luchado, la gloria del ganador pertenecía sólo a él, que había sido elegido de forma espontánea por Alice. Probablemente ella ni siquiera sabía que era amada por dos personas y no le hubiera gustado la idea.

Tal vez por eso ninguno de los dos le reveló sus sentimientos para no obligarla a elegir y, tal vez, a renunciar a uno de nosotros. O, simplemente, éramos dos cobardes, cobardes hasta la médula.

* * *

Bajamos a la estación y preguntamos las coordenadas del Circo Fox.

Llegamos con muchas dificultades, a bordo de un carro. La inestabilidad del terreno movía el carruaje, haciéndome brincar sobre el asiento en cada sacudida. Edmund, sin embargo, encontró todo esto muy divertido. Brincaba arriba y abajo y tocaba el techo con el cilindro.

Después de haber superado el área urbanizada, entramos en los campos de Yorkshire. Pagué al conductor que nos dejó dando un latigazo al caballo. Lo vimos alejarse en la niebla, mientras caminábamos por el sendero que nos había indicado.

Era allí donde el circo se había instalado.

El calvero era tan grande que nos perdimos. Todo el horizonte estaba desapareciendo en un banco de niebla.

La niebla flotaba sobre la hierba húmeda como el velo de una novia en el pasillo de una iglesia.

El matorral se desenrollaba adelante de nosotros. Los árboles nudosos y retorcidos y los troncos secos se levantaban en un grito silencioso. Zarzas y arbustos aparecían aquí y allá, bajo un cielo gris y pesado, tanto que se podía tocar y sentir su textura.

Edmund dio unos pasos, dejándome atrás, temblando como un pájaro a punto de tomar el primer vuelo. Miró a su alrededor con cautela, olfateando el aire y mirando los hilos de hierba para averiguar si alguien había pasado recientemente.

"Ed, no te alejes", dije en voz baja, como si los árboles hubieran sido capaces de escucharme. La sangre se me congeló. Un sonido vino desde muy lejos, amenazador y rítmico.

Con un paso estuve junto a Edmund. "¿Tú también lo oyes?"

Hizo un gesto de quedarme en silencio con un dedo adelante de la boca.

La señal se acercaba siempre más, parecía casi que viniera de un sonajero. Como el que se disputaban los gemelos Tuideldum y Tuideldì.

"¿Ya estamos de vuelta en el inframundo?", Pregunté, Ed apretó los párpados para tratar de ver mejor lo que estaba escondido detrás del horizonte.

"No, no lo creo. Wonderland no es así... apagada. Para la Liebre de Marzo, ¿se te olvidó tu casa? "

Y desde dónde venía ese sonajero, ¿entonces?

Una figura oscura galopaba en la niebla. Primero nos pareció un punto negro flotante, después, se hizo más grande. Yo seguía temblando, mientras Ed me agarraba la mano helada.

Las campanitas eran ensordecedoras y oímos una voz levantarse sobre la niebla cubierta. Por último, con un poderoso salto, la figura emergió, cortando la niebla. Se veía como un carro tirado por dos caballos negros, cuyas bridas estaban adornadas con campanas y cascabeles. Es de allí donde venia el sonido.

El carruaje galopó hasta nosotros. El conductor era un hombre de aspecto desaliñado, piel morena, ojos marrones, como granos de café y una nariz recta y estrecha que salía desde una barba descuidada. Llevaba puesta una chaqueta roja, parchada varias veces. En el lado del vagón estaba un folleto donde estaba escrito: Circo Fox & Freakshow.

Estábamos por el buen camino.

"Ed, él puede llevarnos con ellas", sugerí, dándole un empujón.

El hombre ni siquiera se dio cuenta de nosotros y siguió adelante, sobrepasándonos.

"¡Hey, Hola!" Gritó Edmund agitando los brazos.

El cochero paró las riendas y dio una orden a los caballos. Él sacó la cabeza y nos dió un vistazo. "¿Quieren unas entradas?"

"Oh, no. Nos gustaría hablar con las hermanas Fox", informó el Sombrerero.

"Pero ellas no reciben a nadie, a menos que...”

Me acerqué y le miré a los ojos. "No se preocupe, a nosotros nos van a recibir."

Él se apoyó en el lado opuesto y escupió un trozo de tabaco. "¿Y por qué deberían de hacerlo?"

"Somos el fruto de su hechizo. Deben liberarnos".

Nos miró con curiosidad. “¿Ustedes pueden pagarle?"

Noté un matiz irlandés en el acento. Entendí el porqué de sus modales, bueno. Había ganado bastante bien en la Green House, el dinero no era un problema. Asentí con la cabeza y el hombre nos indicó subirnos sobre la casilla junto a él. Escupió otro tabaco y nos preguntó: "Entonces, ¿quiénes son ustedes?"

Dejé hablar a Edmund. Si iba a hablar yo no hubiera podido contener la bilis. "Junto al tabaco, ¿escupió también el juicio señor? ¿Usted no escuchó a mi amiga? Nos van a recibir. Ella es Alice y mi nombre es Edmund "."Um, sus nombres no me dicen nada. Pero no importa, siempre y cuando puedan pagar”.

"Siempre tan pegados al dinero ustedes los irlandés, eh?"

El hombre murmuró. 'Bueno, muchachos, prepárense. Los llevaré con ellas. Pero tengan cuidado”.

"¿A qué?"

"La magia tiene fronteras indefinidas. Es suficiente un aliento para perderse." Él repicó las riendas y fuimos galopando hacía la neblina que pareció oprimirnos la cara e infiltrarse en los huesos.

El ruido de los cascos sobre el suelo de arcilla parecía como el latido sombrío de mi corazón. La solución estaba a unos pasos de mí y no podía calmarme. La emoción de conocer a esas mujeres hacía mi boca y mi garganta suave y seca.

Un grupo de trabajadores del circo nos recibió con antorchas encendidas que oscilaban en la niebla.

"Bajen, Glowin los llevará con ellas", dijo el cochero.

"¿Quién es Glowin?" Le preguntamos al unísono, bajando.

Nos dimos cuenta que alguien nos tendía una mano y en la otra tenía una linterna que iluminaba parte de su cara. Estaba deforme y lleno de bultos. Era un enano con nariz ganchuda y ojos grises. "Adelante, síganme".

Capítulo 8

Glowin nos acompañó a dar un paseo en la gran carpa. Pasamos a través de la entrada y vimos las gradas vacías. Me pareció algo extraño, ya que a esa hora se llevaban a cabo los espectáculos; Lo había leído en el folleto del carro.

"¿Han vendido muchos boletos, hoy?", pregunté, mientras miraba a un devorador de fuego que estaba actuando en el escenario. Era magnético, no tenía otros adjetivos para describirlo. Pintaba en el aire una danza perfecta con el abanico de fuego, mientras se agitaba sobre su cabeza, parecía un hermoso fénix. Poco a poco, empezó a apagar las antorchas. Las llamas eran tragadas por la boca del trabajador del circo y, con ellas, el encanto.

"La gente tiene miedo, señorita," dijo, distrayéndome del hechizo.

"¿Y de qué?" Me anticipó Edmund.

"De las hermanas Fox, por supuesto."

"¿Yo también debería tener miedo?", Pregunté.

"Ándale", comentó el enano " estaba bromeando. La tribuna estaba vacía porque la gente no estaba interesada en los trucos mágicos normales. Aman disfrutar de emocionantes actuaciones más... excitantes".

"No entiendo".

"Miren, de las nueve a las diez se alternan en el escenario las más extrañas actuaciones de ilusionismo. También tenemos acróbatas con talento. Pero a partir de las once este lugar se convierte en el teatro de los miedos más escondidos en los recovecos de la mente humana”.

Ir a la siguiente página

Report Page