Alex

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Tercera parte » Capítulo 58

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Son las siete de la tarde. La luz ha caído de manera tan insidiosa que nadie se ha percatado de que hace ya un buen rato que están hablando en una penumbra que confiere un aspecto irreal al interrogatorio.

Thomas Vasseur está fatigado. Se pone en pie pesadamente, como si hubiera pasado una noche jugando a cartas, se lleva las manos a los riñones, se arquea, profiere un doloroso suspiro de alivio y se desentumece las piernas. Los policías permanecen sentados. Armand inclina la cabeza sobre el informe para disimular. Louis barre con precaución su mesa con el reverso de la mano. Camille se ha puesto en pie al mismo tiempo que Vasseur, ha ido hasta la puerta y ha dado media vuelta; con aspecto cansado, dice:

—Su hermanastra, Alex, lo chantajeaba. Empecemos por ahí, si quiere.

—No, lo siento —dice Vasseur, bostezando.

Su rostro expresa pesar, le gustaría complacerlo, ayudar, pero no es posible. Se arregla las mangas de la camisa.

—Ahora sí que tengo que irme a casa.

—No tiene más que hacer una llamada…

Un gesto con la mano, como si rechazara una última ronda.

—Verdaderamente…

—Señor Vasseur, hay dos soluciones. Se sienta y responde a nuestras últimas preguntas, y será cosa de una o dos horas…

Vasseur apoya las manos sobre la mesa.

—¿O bien…?

Acompaña sus palabras con una mirada en contrapicado, como en las películas, cuando el protagonista se dispone a desenfundar. En este caso, sin embargo, la cosa queda en nada.

—O bien lo detengo, lo que me autoriza a retenerlo incomunicado durante al menos veinticuatro horas, y el plazo podría ampliarse hasta cuarenta y ocho. El juez adora a las víctimas, y no tendrá inconveniente en que lo retengamos un poco más.

Vasseur abre unos ojos como platos.

—Pero… ¿Detenido…? ¿Por qué?

—Por cualquier cosa. Violación con agravante, tortura, proxenetismo, asesinato, actos de barbarie, me importa un carajo…, lo que quiera. Si prefiere una cosa u otra…

—¡Pero si no tiene ninguna prueba! ¡De nada!

Estalla, ha tenido paciencia, mucha paciencia, pero ahora se le ha agotado, esos polis están abusando de su posición.

—Me están tocando los huevos y yo, ahora mismo, me largo.

A partir de ahí las cosas se aceleran brutalmente.

Thomas Vasseur se ha puesto en pie como impulsado por un muelle, ha mascullado algo que nadie ha comprendido, ha cogido su americana y antes de que nadie pueda impedírselo, llega hasta la puerta, la abre y planta un pie afuera. Los dos agentes uniformados que hacen guardia en el pasillo le cierran inmediatamente el paso. Vasseur se detiene y se vuelve.

Camille dice:

—Creo que lo mejor, en efecto, será detenerlo. Digamos que por asesinato… ¿Le parece?

—No tiene nada contra mí. Simplemente ha decidido joderme, ¿verdad?

Cierra los ojos, logra dominarse y vuelve al despacho arrastrando los pies, rendido.

—Tiene derecho a realizar una llamada a alguno de sus allegados —dice Camille—. Y a que lo visite un médico.

—No, no, a quien quiero ver es a mi abogado.

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