Alex

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Tercera parte » Capítulo 59

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Le Guen informa al juez de la detención y Armand se ocupa del papeleo. Siempre es una carrera contrarreloj, pues la detención preventiva tiene un límite de veinticuatro horas.

Vasseur no se opone a nada, quiere acabar de una vez, tendrá que darle explicaciones a su mujer y les echará la culpa a esos gilipollas, se va a quitar los cordones de los zapatos, el cinturón, accederá a que le tomen las huellas dactilares y una muestra de ADN, lo que sea, porque lo único que le importa es que se den prisa, no dice nada a la espera de que llegue su abogado y solo responderá a las preguntas administrativas; por lo demás, no dirá nada, solo esperará.

Y llama a su mujer. «El trabajo. Nada grave, pero no puedo volver ahora. No te preocupes. Estoy retenido». En ese contexto, considera esa palabra desafortunada, trata de arreglarlo, pero no ha preparado nada, no está acostumbrado a dar explicaciones. Al quedarse sin argumentos adopta un tono autoritario, molesto por que su mujer le siga haciendo preguntas. La conversación está plagada de silencios, y es probable que al otro extremo de la línea su esposa no acabe de entender qué es lo que lo retiene. «¡Que no puedo, ya te lo he dicho! ¡Pues ve tú sola!». Grita, no puede evitarlo. Camille se pregunta si pega a su esposa. «Estaré ahí mañana». No dice a qué hora. «Vamos, tengo que dejarte. Sí, yo también. Sí, te llamaré».

Son las ocho y cuarto y el abogado no llega hasta las once de la noche. Es un joven de andares rápidos y decididos, al que nadie había visto nunca, pero que sabe lo que se lleva entre manos. Dispone de treinta minutos para informar a su cliente, explicarle cómo debe comportarse, aconsejarle prudencia, sobre todo prudencia, y desearle buena suerte, porque en treinta minutos, sin derecho a acceder al informe policial, es casi lo único que puede hacerse.

Camille ha decidido regresar a su casa, ducharse y cambiarse de ropa. En pocos minutos, el taxi lo ha dejado frente a su edificio. Debe de estar realmente muy cansado, porque renuncia a subir por la escalera y toma el ascensor.

Frente a su puerta, envuelto en papel de embalar y atado con un cordel, lo aguarda un paquete. Camille comprende de inmediato de qué se trata, lo coge y entra en su apartamento. Doudouche solo recibe una caricia distraída.

Qué cosas, es el autorretrato de Maud Verhoeven.

Dieciocho mil euros.

Ha sido Louis, no cabe la menor duda, que se ausentó el domingo por la mañana y regresó a las dos. Para él, un cuadro de dieciocho mil euros no es nada del otro mundo. Sin embargo, Camille se siente incómodo. En semejante situación, uno no sabe qué le debe al otro, qué se espera de él, qué hay que hacer. Aceptarlo, rechazarlo, decir algo…, y en ese caso, ¿qué decir? El obsequio, de una u otra forma, exige siempre un reembolso. ¿Qué espera Louis a cambio? Mientras se desnuda y se mete bajo la ducha, Camille reanuda involuntariamente su reflexión acerca del resultado de la venta. Ese donativo a obras humanitarias es un gesto terrible, un gesto que le dice a su madre: «No quiero nada tuyo».

Ya es mayorcito para andar aún en esas, pero la relación con los padres es algo que nunca se liquida del todo, dura tanto como uno mismo. Sin ir más lejos, ahí está el caso de Alex. Se seca y se reafirma en su decisión.

Es un acto sereno, desprenderse de ese dinero no es una negación.

Es, simplemente, una manera de saldar cuentas.

«¿De verdad voy a donarlo todo?».

En cambio, decide conservar el autorretrato. Lo ha dejado sobre el sofá, frente a él, y lo contempla mientras acaba de vestirse. Está contento de tenerlo, es una obra preciosa. No está enojado con su madre, y su deseo de conservarlo es buena prueba de ello. Por vez primera, aunque durante toda su juventud le repitieron que se parecía a su padre, descubre en ese cuadro que tiene cierta semejanza con Maud. Eso lo reconforta. Está haciendo limpieza de su vida. No sabe adónde lo conducirá.

Justo antes de volver a marcharse, Camille piensa en Doudouche y le abre una lata de comida.

Cuando Camille regresa a la brigada se cruza con el abogado, que acaba de terminar. Armand ha hecho sonar la campana que marca el fin de la entrevista. Thomas Vasseur se halla de nuevo en el despacho y Armand ha aprovechado para ventilar la habitación, que ahora está fría.

Cuando llega Louis, Camille le hace una señal de complicidad. Louis lo interroga con la mirada y Camille le indica con otro gesto que ya hablarán más tarde.

Thomas Vasseur está muy rígido, da la impresión de que su barba ha crecido de forma acelerada, como en un anuncio de fertilizantes, pero todavía conserva un atisbo de sonrisa en el rostro. «Pretenden acorralarme, pero no tienen nada y no van a obtener nada. Estoy preparado para resistir una guerra de desgaste, me han tomado por un idiota». El abogado le ha aconsejado que espere y se mantenga a la expectativa, es la mejor táctica, debe meditar sus respuestas y no precipitarse. Es una carrera contrarreloj al revés, el objetivo es aguantar un día entero. Porque está seguro de que no van a ser dos. El abogado dice que, para prolongar la detención, tendrían que aportar algún dato nuevo al juez y no tendrán nada, nada. Camille interpreta todos esos pensamientos a partir de su manera de abrir y cerrar la boca, de sacar pecho y hacer ejercicios respiratorios.

Suele decirse que, cuando se conoce a alguien, los primeros minutos determinan cómo será la futura relación. Camille recuerda que ha sentido aversión hacia Vasseur nada más verlo. Buena parte de cómo ha decidido llevar el caso se sustenta a raíz de esa primera impresión. Y el juez Vidard lo sabe.

En el fondo, a Camille le deprime constatar que el juez y él no son tan diferentes.

Le Guen ha confirmado que Vidard aprueba la estrategia de Camille. ¡Lo que hay que ver! En ese momento, Camille se ve sacudido por todo tipo de emociones. El juez, a su vez, se suma al concierto. Al situarse tan decididamente de su bando, ha obligado a Camille a rectificar el concepto que tenía de él. Le fastidia muchísimo recibir ese tipo de lecciones.

Armand anuncia el día y la hora, como el recitador en las tragedias griegas, el nombre y el grado de los presentes.

Comienza Camille.

—Y ante todo, deje de fastidiar con sus «hipótesis».

Cambio de estilo. Camille se pone manos a la obra, ordena sus ideas y consulta su reloj.

—Así que Alex le hacía chantaje.

Habla con voz tensa, parece preocupado por otra cosa.

—Explíqueme eso —responde Vasseur.

Un Thomas Vasseur aplicado, con ganas de pelea.

Camille se vuelve hacia Armand, quien, sorprendido, se precipita, hojea el informe y eso le lleva mucho tiempo, parece que las notas pegadas y las hojas sueltas salgan volando, y cabe preguntarse si la República ha depositado su confianza en los hombres adecuados. Pero lo encuentra. Armand siempre encuentra las cosas.

—Un préstamo de veinte mil euros de la empresa para la que usted trabaja, Distrifair, el 15 de febrero de 2005. Usted ya debía afrontar una hipoteca cuantiosa para sufragar el coste de su vivienda, de modo que no pudo pedir el dinero al banco, así que se dirigió a su jefe. Devuelve mensualmente una parte de la suma, en función de los resultados.

—La verdad, no veo qué relación tiene eso con un chantaje.

—En la habitación de Alex —prosigue Camille—, hallamos la suma de doce mil euros en fajos precintados y plastificados directamente salidos del banco.

Vasseur hace un mohín dubitativo.

—¿Y qué?

Camille señala a Armand en un gesto de generosidad, y Armand pasa a la acción:

—Su banco nos ha confirmado que el 15 de febrero de 2005 ingresó un cheque de su empresa por un importe de veinte mil euros y que el día 18 retiró la misma cantidad en metálico.

Camille aplaude en silencio, cerrando los ojos. Vuelve a abrirlos.

—¿Para qué necesitaba usted veinte mil euros, señor Vasseur?

Vacilación. Por más que se lo espere, el cariz que está tomando la situación no deja de empeorar. Esa es la conclusión que se lee en la mirada de Vasseur. Han ido a ver a sus jefes. Lleva menos de cinco horas detenido, tendrá que aguantar otras diecinueve. Vasseur siempre ha trabajado como comercial, y no hay mejor formación para resistir los embates. Sabe cómo encajar los golpes.

—Una deuda de juego.

—Apostó contra su hermana y perdió, ¿es eso?

—No, con Alex no, con… otra persona.

—¿Quién?

Vasseur respira con dificultad.

—Vamos a ganar algo de tiempo —dice Camille—. Esos veinte mil euros estaban destinados a Alex. Le quedaban algo menos de doce mil, que es la cantidad que hallamos en su habitación. Algunos de los precintos conservan todavía sus huellas dactilares.

Han llegado hasta ese detalle. ¿Hasta dónde habrán investigado? ¿Qué saben? ¿Qué quieren?

Camille lee esas preguntas en las arrugas del ceño de Vasseur, en sus pupilas, en sus manos. Aunque no sea una actitud en absoluto profesional, Camille odia a Vasseur. Jamás lo dirá, a nadie, pero lo odia. Quiere matarlo. Lo va a matar. Pensó lo mismo acerca del juez Vidard unas semanas antes. «No estás aquí por casualidad, de ti podría decirse que eres un asesino en potencia».

—De acuerdo —se decide Vasseur—, le presté dinero a mi hermana. ¿Está prohibido?

Camille se relaja, como si acabara de anotarse un tanto. Sonríe, pero ese gesto no augura nada bueno.

—Sabe perfectamente que no está prohibido, y en ese caso…, ¿por qué miente?

—Eso no le incumbe.

La frase que no debería haber pronunciado.

—En la situación en la que ahora mismo se encuentra, ¿cree que hay algo que no incumba a la policía, señor Vasseur?

Le Guen llama. Camille sale del despacho. El comisario quiere saber cómo van las cosas. Es difícil decirlo, y Camille opta por la respuesta más tranquilizadora:

—Siguen su curso…

Le Guen no reacciona.

—¿Y tú, cómo lo llevas? —pregunta Camille.

—El plazo es muy justo, pero lo conseguiremos.

—En ese caso, concentrémonos.

—Su hermana no era…

—¡Hermanastra! —corrige Vasseur.

—Hermanastra, ¿cambia en algo las cosas?

—Sí, no es lo mismo, debería hacer gala de más rigor.

Camille mira a Louis y luego a Armand, como si dijera: «¿Será posible lo que estoy viendo? No se defiende del todo mal, ¿verdad?».

—Pues digamos Alex. De hecho, no estamos seguros de que Alex tuviera intención de suicidarse.

—Sin embargo, es lo que hizo.

—Claro. Pero usted, que la conoce mejor que nadie, tal vez pueda aclararnos algunas cosas. Si deseaba morir, ¿por qué había preparado su huida al extranjero?

Vasseur arquea las cejas. No comprende la pregunta.

Camille, en esa ocasión, se contenta con hacer una discreta señal a Louis.

—Su hermana…, disculpe, Alex compró a su nombre, la víspera de su muerte, un billete para Zúrich con salida al día siguiente, el 5 de octubre, a las ocho y cuarenta minutos de la mañana. Incluso aprovechó su paso por el aeropuerto para comprar una bolsa de viaje que hemos hallado en su habitación, perfectamente preparada y dispuesta para partir.

—Primera noticia… Evidentemente cambió de opinión. Ya se lo he dicho, era un ser verdaderamente inestable.

—Eligió un hotel cerca del aeropuerto y pidió un taxi para la mañana siguiente, aunque tenía su propio coche en el aparcamiento del hotel. Sin duda no quería tener problemas de estacionamiento y arriesgarse a perder el vuelo. Quería marcharse. Igualmente, se deshizo de la mayor parte de sus pertenencias, no quería dejar nada tras ella, incluidos algunos frascos que contenían ácido. Nuestros técnicos, por cierto, los han analizado y se trata del mismo producto utilizado en los crímenes, ácido sulfúrico concentrado al ochenta por ciento. Se marchaba, abandonaba Francia, huía.

—¿Qué quieren que les diga? No puedo responder por ella. ¡Ya nadie puede responder por ella!

Vasseur se vuelve entonces hacia Armand y Louis en busca de una señal de asentimiento, pero sin esperanzas.

—Dado que no puede responder por Alex —propone Camille—, al menos podrá responder por usted mismo.

—Si puedo…

—Por supuesto que puede. ¿Qué hacía la noche del 4 de octubre, la noche de la muerte de Alex, digamos, entre las ocho y las doce?

Thomas titubea, Camille insiste:

—Vamos a ayudarle… ¿Armand?

Curiosamente, tal vez para subrayar el aspecto dramático de la situación, Armand se pone en pie, como cuando la profesora le llama a uno por su nombre para que responda. Lee sus notas aplicadamente.

—A las ocho y treinta y cuatro minutos recibió usted una llamada telefónica en su móvil, a la que no contestó. Le dejaron un mensaje. Su esposa ha declarado: «Llamaron a Thomas del trabajo, era una urgencia». Parece que una llamada así, tan tarde, de su trabajo, no se produce casi nunca… «Estaba muy contrariado», nos ha precisado. Según su esposa, salió usted de casa hacia las diez y volvió después de medianoche, no puede ser más precisa porque dormía y no se fijó en la hora. Pero no regresó antes de medianoche, eso es seguro, pues es la hora a la que ella se acostó.

Thomas Vasseur tiene que asimilar muchos elementos. Han interrogado a su mujer. Ha pensado en ello hace un rato. ¿Qué más?

—Y sabemos —continúa Armand— que es mentira.

—¿Por qué dices eso, Armand? —pregunta Camille.

—Porque a las ocho y treinta y cuatro el señor Vasseur recibió una llamada de Alex. La llamada quedó registrada porque ella marcó el número desde la habitación del hotel. Lo comprobaremos con el operador del señor Vasseur, pero su jefe, por su parte, es taxativo: esa noche no hubo ninguna urgencia. Incluso añadió: «En nuestro oficio, no sé qué podría ser una urgencia en plena noche. No somos el SAMU».

—Una reflexión muy aguda —dice Camille.

Se vuelve hacia Vasseur, pero no tiene tiempo de aprovechar su ventaja. Vasseur lo interrumpe:

—Alex me dejó un mensaje, quería verme, me citó a las once y media.

—¡Ah, ya va recordando!

—En Aulnay-sous-Bois.

—Aulnay, Aulnay, espere… Eso está muy cerca de Villepinte, al lado del lugar donde murió. Así que eran las ocho y media y su hermanita adorada lo llamó. ¿Qué hizo usted?

—Fui.

—¿Era habitual, entre ustedes, ese tipo de citas?

—No mucho.

—¿Qué quería?

—Me pedía que fuera, me dio una dirección y la hora, eso es todo.

Thomas continúa sopesando todas sus respuestas, pero, en el ardor de la acción, se nota que desea liberarse, las frases surgen con rapidez, debe dominarse continuamente para mantenerse firme en la estrategia que se ha fijado.

—¿Y qué cree usted que quería Alex?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabe?

—En cualquier caso, no me dijo nada.

—Recapitulemos. El año pasado, ella le sacó veinte mil euros. A nuestro parecer, para obtenerlos amenazó con montarle un escándalo en el seno de su familia, con explicar que la violó a los diez años, que la prostituyó…

—¡No tienen ninguna prueba!

Thomas Vasseur se ha puesto en pie y ha gritado. Camille sonríe. Vasseur pierde su sangre fría, y eso les beneficia.

—Siéntese —señala tranquilamente—. Digo «a nuestro parecer», es una hipótesis, y sé que le encantan.

Deja transcurrir unos segundos y continúa:

—Además, ya que hablamos de pruebas, debo añadir que Alex tiene una prueba fehaciente de lo mal que lo pasó en su juventud, le bastaba con ir a ver a su esposa. Entre mujeres pueden explicarse esas cosas, hasta pueden enseñarse. Si Alex hubiera mostrado unos segundos su sexo a su esposa, me apuesto lo que quiera a que hubiera creado cierta conmoción en la familia Vasseur, ¿no es cierto? Así que, para concluir, «a nuestro parecer», dado que había programado su marcha para el día siguiente, que ya casi no le quedaba dinero en la cuenta y apenas tenía doce mil euros en metálico… lo llamó a usted para pedirle más.

—Su mensaje no mencionaba nada de eso. Además, en plena noche, ¿dónde podría haber encontrado yo el dinero?

—Creemos que Alex lo avisó de que pronto debería conseguirlo, mientras ella se organizaba en el extranjero. Y que usted también debería organizarse porque seguro que ella iba a necesitar mucho dinero… Una huida sale muy cara. Pero ya hablaremos de eso, estoy seguro. Por el momento, usted nos ha dicho que se marchó de casa en plena noche… ¿Y qué hizo?

—Fui a la dirección que ella me había dado.

—¿Qué dirección?

—Boulevard Jouvenel. Número 137.

—¿Y qué hay en el número 137 del boulevard Jouvenel?

—Nada.

—¿Nada?

Louis, sin necesidad de que Camille se vuelva hacia él, se ha sentado ante el teclado. Introduce la dirección en una página de mapas e itinerarios, aguarda unos segundos y le hace una señal a Camille para que se aproxime.

—Pues tiene razón, no hay nada… El 135 son oficinas, en el 139 hay una lavandería, y entre ambos, en el 137, un local comercial en venta. Cerrado. ¿Cree que Alex quería comprar una tienda?

Louis mueve el ratón para examinar la acera opuesta de la calle y los alrededores. Por su expresión, se adivina que no va a encontrar nada.

—Evidentemente, no —dice Vasseur—, pero no sé qué quería porque no acudió.

—¿No intentó llamarla?

—Su línea estaba anulada.

—Es cierto, lo hemos comprobado. Alex había dado de baja su línea tres días antes. Sin duda, en previsión de su marcha. ¿Y cuánto tiempo esperó frente al local en venta?

—Hasta medianoche.

—Es usted paciente, eso está bien. Cuando se ama se es paciente, ya se sabe. ¿Alguien lo vio?

—No creo.

—Qué lástima.

—Sobre todo para ustedes, porque son ustedes quienes tienen que probar algo, no yo.

—No es una lástima ni para usted ni para mí, es una lástima a secas, eso arroja sombras, crea dudas, suena a invención. Pero qué más da. Supongo que dio el asunto por concluido y regresó a su casa.

Thomas no responde.

—¿Y bien? —insiste Camille—. ¿Volvió usted a su casa?

Aunque el cerebro de Vasseur movilice todos sus recursos, no encuentra una solución satisfactoria.

—No, fui al hotel.

Se ha lanzado a la piscina.

—¡Mira por dónde! —exclama Camille, pasmado—. ¿Y sabía usted en qué hotel se alojaba?

—No, Alex me llamó y simplemente hice una rellamada.

—¡Qué astuto! ¿Y luego…?

—No respondió nadie. Saltó un contestador automático.

—¡Oh, qué lástima! Y luego se fue a casa…

Esta vez, los dos hemisferios cerebrales de Vasseur están a punto de colisionar. Tiene que cerrar los ojos. Algo lo previene de que esa dinámica no va a beneficiarlo, pero no sabe qué otra cosa puede hacer.

—No —dice finalmente—, fui al hotel. Estaba cerrado. No había recepcionista.

—¿Louis? —dice Camille.

—La recepción está abierta hasta las diez y media de la noche. A partir de esa hora, se necesita un código para entrar. Se lo facilitan a los clientes cuando se registran.

—Así que volvió usted a su casa… —prosigue Camille en lugar de Vasseur.

—Sí.

Camille se vuelve hacia sus adjuntos.

—¡Menuda aventura! Armand…, me parece que tienes una duda.

Esta vez Armand no se pone en pie.

—Las declaraciones del señor Leboulanger y de la señora Farida.

—¿Estás seguro?

Armand se sumerge precipitadamente en sus notas.

—No, llevas razón. Farida es el nombre. Señora Farida Sartaoui.

—Disculpe a mi colega, señor Vasseur, siempre ha tenido problemas con los nombres extranjeros. Así que esas personas…

—Eran clientes del hotel —prosigue Armand—. Llegaron hacia las doce y veinte de la noche.

—¡Bueno, está bien, está bien! —estalla Vasseur—. ¡Ya es suficiente!

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